viernes, 14 de octubre de 2011

16.- UN RAPIDO VISTAZO A LA CUCUTA DE LOS 50

Gerardo Raynaud

 A comienzos de la segunda mitad del siglo pasado las ciudades y pueblos de la América latina retomaban las actividades que habían abandonado por la insensata guerra que apenas terminaba. Las grandes capitales latinoamericanas construidas a semejanza de sus pares europeas se aprestaban a despegar tanto en lo económico como en lo demográfico debido a la nueva oleada inmigrante que generaba la desocupación y el desempleo europeo. Portugueses, italianos y españoles se irrigaron por la América hispana especialmente por los países del cono sur y a Venezuela donde  llegaron a constituir más del cincuenta por ciento de población. Bogotá y las dos grandes ciudades que se siguen eran unos pueblos grandes y las ciudades de provincia como Cúcuta y sus similares no dejaban de ser aldeas con algún atractivo que en nuestro caso lo constituía la vecindad que todos conocemos.

Comencemos entonces por recordar cómo era nuestra ciudad comenzando el decenio de los cincuenta. Por nuestra característica de urbe comercial empezaremos por nombrar lo más representativo de nuestro comercio. Al entrar por la calle diez el primero y más grande de los locales comerciales lo constituía Cumotors concesionario de los automóviles Dodge y DeSoto así como distribuidor de los repuestos Mopar. El local ocupaba un cuarto de manzana en la esquina nororiental con la avenida primera. El aviso identificaba los teléfonos 2443 y 2474 para quienes estuvieran interesados en comprar un vehículo o un repuesto. El propietario y mayor accionista estaba en cabeza de don J. P. Lizarazo uno de los grandes millonarios de la época y propietario de extensas tierras y otros comercios en San Antonio del Táchira; los terrenos que se ubicaban entre la avenida cero y la primera desde la calle octava hasta la once eran de su propiedad y vivía en una lujosa mansión en la calle 8ª entre cero y primera. Distribuía su tiempo visitando y controlando sus propiedades y negocios entre Colombia, Venezuela y Estados Unidos y en sus tiempos libres acostumbraba a realizar safaris en África donde desarrollaba una de sus principales aficiones, la cacería mayor. Precisamente, quienes conocimos su casa, podemos dar fe de su diversión y de su puntería, pues tenía colgados en la sala las cabezas de sus trofeos de caza.

Otros concesionarios automovilísticos eran TOROVEGA situado en la esquina de la avenida quinta con calle séptima distribuidor de los automotores FORD y de los lubricantes SHELL, además ofrecía pinturas lacas para los mismos vehículos marca DUCO, todo importado. Al igual que su competencia el negocio de los automóviles y camionetas era concertado para que pudiera ofrecerse en los dos países vecinos y por esa razón TOROVEGA igualmente tenía el mismo negocio en la ciudad de San Cristóbal.

Domingo Pérez H. quien  aprovechando su experiencia en el ramo del transporte logró la representación de los famosos, en su época, automóviles STUDEBAKER. Para comunicarse con la Agencia STUDEBAKER que fue como se llamó bastaba marcar el 3997 y allí le informaban todo lo concerniente al vehículo y la manera de adquirirlo.

Otro distribuidor de maquinaria y vehículos industriales de los más reconocidos era RUAN & PENAGOS y Cía. Ltda.  especialistas en venta, reparación y mantenimiento de máquinas industriales y agrícolas.

Continuando en la misma temática comercial del sector vinculado con la industria y similares, mencionaremos los almacenes y distribuidoras dedicados a la comercialización de herramientas y accesorios metálicos y de ferretería que por la vocación agropecuaria de la región circundante a la ciudad era de la mayor significación. Pareciera que la mayor concentración de estos estuviera concentrado a lo largo de calle once al occidente del parque Santander toda vez que los más representativos estaban por esos contornos.

En la esquina de la avenida sexta con calle 11 estaba la ferretería de Alfonso Jaimes Hernández una de las más grandes del momento y que terminó incendiándose en una de esas raras conflagraciones que se presentaban en la ciudad, sobre todo en épocas de crisis. Ese evento le costó a don Alfonso el apodo de Candelario. Una cuadra más arriba, una vez construido el edificio San José, se instalaron sus hermanos Chepe y Luis Francisco quienes paradójicamente habían sufrido un accidente similar cuando se incendió el edificio La Estrella una cuadra arriba por la avenida séptima. Jaimes Hermanos Ltda. era el nombre de la ferretería  que llegó a ser de las más renombradas. Siguiendo por la misma calle once estaba el almacén de Pablo Enrique Álvarez y unos metros más arriba J. J. Faillace y Cía Ltda. ofrecía productos similares. Igual sucedía con los sucesores de Alejandro Granados quienes continuaban con el negocio de su progenitor escasos metros después de la esquina de la séptima. Entre tanto en la misma esquina Juan Pabón llevaba años con su reconocida ferretería El Cóndor la que años más tarde se convertiría en almacén de telas.

Ya para cerrar este segmento me queda por mencionar la ferretería el Gallo de Oro abierta con ocasión de la construcción del edificio del hotel San Jorge y que la gente con su característico humor cucuteño decía que pertenecía a la mujer más rica de la ciudad y a Tito Abbo Jr. & Hno. Ltda. que era  importador original de productos y herramientas metálicas y que posteriormente se orientó a la venta de productos para el hogar momento preciso que aprovechó Luis Eduardo Yepes para ofrecerle compra del negocio que más tarde se transformó en el conocido hasta hace poco Almacén LEY.


Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

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