viernes, 2 de marzo de 2012

136.- LA GENTE DE LA OPINION

Angel Romero

El periodista Gustavo Salazar (izquierda) con varios boxeadores de la década de los 70, entre ellos el ex campeón mundial Rodrigo Valdez.


Luis Alfonso Parada Hernández 

Es como si le hubiera dado 23 veces la vuelta al mundo y dos veces haya ido y regresado de la Luna. Luis Alfonso Parada Hernández lo ha hecho... pero en bicicleta y sin salir de Cúcuta.
 
Parecería una exageración o disparate, pero no lo es.
 
Parada Hernández, más conocido como “Paradita” o “Gallo Viejo”, estuvo 43 años seguidos montado en su bicicleta repartiendo La Opinión, primero, y luego cobrando suscripciones y avisos.
 
Ingresó a La Opinión cuando comenzó a circular como semanario – hace 52 años – y estuvo aquí hasta que se jubiló en el 2002. Se lo recomendó al doctor Eustorgio Colmenares Baptista un ciclista de verdad, Alfonso Pérez, quien ganó varias vueltas a Norte de Santander.
 
Entonces el periódico circulaba sólo los sábados y Cúcuta no era el caótico despelote que hoy nos toca soportar.  En tantos años pedaleando su bicicleta – todavía hoy lo hace – Parada Hernández ha acumulado 941.700 kilómetros. Si para darle la vuelta al mundo hay que recorrer 40.074 kilómetros, hay que aceptar que él lo ha hecho 23 veces, todo un récord digno del libro Guinnes.
 
Obviamente no fue en la misma cicla. Ha tenido más de 30, de las que le robaron 25. También fueron muchas las caídas y accidentes por culpa de los ataques de epilepsia que sufría y de los que se fue   curando afortunadamente con el paso del tiempo. Su viejo amigo Hernando Herrera, curtido reportero gráfico que también está vinculado a este diario desde sus inicios, cuenta que en una ocasión lo empujó contra un andén y los dos cayeron al piso para evitar que una volqueta sin frenos les pasara por encima, en la Diagonal Santander entre segunda y tercera. La bicicleta quedó hecha añicos.
 
Antes de salir en cicla a repartir el semanario y luego a cobrar las suscripciones y los avisos, Parada Hernández hacía de todo cuando ingresó a La Opinión. Limpiaba la primera máquina de medio pliego en que se hizo esta publicación, fundía el plomo para los linotipos y atendía a los repartidores y voceadores.
 
La circulación del semanario era de entre 1.000 y 1.500 ejemplares. De La Opinión como diario, recuerda que lo que más pedían y entusiasmaba a los voceadores de las décadas del 60, 70 y 80 era la página roja, como se llamaba antes la sección judicial o de sucesos. También recuerda la primera fiesta de integración que ofreció el doctor Eustorgio a sus empleados: “Nos dieron un sabroso espagueti con pollo”.
 
Manuel Antonio Vejar

Manuel Antonio Vejar trabajó 26 años en La Opinión. Antes de ingresar a este diario laboraba en un garaje en Cúcuta, pero siempre quiso cambiar de actividad. Un día conoció al linotipista Julio Barros y le pidió con insistencia que lo ayudara para ingresar a esta empresa.
 
Barros se conmovió cuando Vejar  le confesó el motivo de su ruego: “Es que se me está olvidando firmar mi nombre”. Obviamente tenía más posibilidades de aprender y seguir aprendiendo más trabajando en un periódico que en un garaje.
 
Barros le permitió entonces que ingresara a los talleres casi que clandestinamente por las noches y Vejar  comenzó a familiarizarse con la producción artesanal de la época. Llegó a ser armador y titulador. Los títulos se hacían entonces con chivalete y caja, términos que seguramente resultan exóticos hoy en medio de computadores, celulares y blackberry. Los textos y títulos se hacían en tipos sueltos, es decir, letra por letra.
 
Gustavo Rojas, otro veterano del oficio que hoy sigue activo en La Opinión, recuerda a propósito que en Diario de la Frontera, donde él laboró muchos años, le pagaban como trabajo extra 10 centavos por galera que armara. Es decir, por cada 52 centímetros de texto hecho en tipo suelto (letra por letra).
 
Vejar sostiene una verdad de a puño: “Hacer entonces La Opinión era una odisea”. Como a los primeros trabajadores y empleados, también le tocó hacer de todo. Cuando se agotaban, por ejemplo, los horóscopos, él resolvía el problema: se metía al archivo y sacaba varios que se habían publicado antes. Y así, mientras llegaba el paquete con esta y otras variedades que se adquirían a firmas de Estados Unidos u otros países.
 
Vejar estuvo esta semana en el periódico donde trabajó 26 años y habló con emoción y cariño de sus directivos y compañeros. Y les mostró orgulloso a los periodistas el carné de Titulador de armada, que le expidió el maestro Cicerón Flórez el 8 de marzo de 1968, y la copia de la pauta de publicidad para la primera página de la última edición que se hizo en el viejo sistema caliente o del linotipo.
 
Corresponde al 21 de noviembre de 1984. Ese fue el día del salto al offset y a partir de entonces a los asombrosos desarrollos tecnológicos de hoy que no se detienen...
 
Víctor Hernández (Vihernán)

Víctor Hernández tiene hoy 80 años y como dicen las señoras parece que el tiempo no le pasara.

Fue uno de los primeros fotógrafos de La Opinión. Él dice, sin embargo, que el primer reportero gráfico de este diario fue Bernardo Ramírez, quien hace 50 años era comandante del Cuerpo de Bomberos y cargaba una cámara con la que tomaba fotos a los incendios, accidentes y emergencias que se presentaban en la ciudad y sus alrededores y que atendían los voluntarios.
 
Hernández, quien fue corresponsal deportivo y gráfico de El Tiempo en Cúcuta durante varios años, recuerda que sus primeras cámaras en La Opinión fueron una Leika M – 3 y una Contax. En esa época estaban de moda las cámaras fotográficas de 35 milímetros. Se utilizaba el rollo de película de 36 fotos en blanco y negro.
 
Con Juan Hernández – un fotógrafo de minuto de los que tomaban las llamadas “fotos de aguita” en el Parque Santander pero sin ningún parentesco con él – Víctor fue el encargado de armar y montar el primer taller de fotograbado de La Opinión, un armatoste de hierro en el que se comenzaron a hacer con madera y zinc los clisés para las fotos. En términos técnicos puede decirse que el clisé es uno de los antepasados del hoy sofisticado CTP.
 
El presupuesto para el montaje y puesta en funcionamiento de ese rudimentario taller fue de 1.000 pesos, suma que puso a pensar más de dos veces a los directivos del periódico. Sin embargo, hubo acuerdo y La Opinión comenzó a hacer sus propios clisés y a atender la demanda externa de ese tipo de trabajos. Víctor Hernández recuerda que al principio le pagaban por foto publicada, pero luego fue vinculado como empleado y hacía las funciones de laboratorista y de reportero gráfico.
 
Coincide él con sus antiguos compañeros que los lectores lo que más pedían y esperaban del periódico eran las fotos de los muertos y de los accidentes. Según Hernández, la noticia que más le impactó en el tiempo que estuvo en La Opinión fue la trágica muerte del poeta Eduardo Cote Lamus, en agosto de 1962.
 
Gustavo Salazar Carrascal

Nació en Convención, de cuya Escuela Normal egresó como docente y ejerció como tal en Ocaña, Barranquilla y Bogotá. En junio de 1969 trabajando en el Gimnasio Pedagógico de Colombia conoció al periodista Alberto Uribe, Jefe de Redacción de El Espacio, quien lo vinculó a ese periódico.
 
En los primeros días de agosto del mismo año le presentaron en El Espacio al entonces Alcalde de Cúcuta, Eustorgio Colmenares Baptista, y aprovechó la ocasión para hablarle de sus ganas y deseos por irse a trabajar en la capital de Norte de Santander.
 
Estamos hablando de Gustavo Salazar Carrascal, quien ingresó a La Opinión en agosto de 1969 y se jubiló 33 años después. Fue todero como casi todos los periodistas de su época. Tuvo a su cargo por muchos años las páginas judicial y deportivas. Entonces el periódico era de 8 páginas que luego se aumentaron a 12.
 
¿Cómo era su trabajo?

Trabajaba, y lo hice por muchos años, en una mesita metálica sobre la que estaba una máquina de escribir que parecía un recuerdo de Simón Bolívar. La silla era un taburete. Las noticias se escribían en hojas de papel periódico de 25 centímetros de ancho por 50 de largo.
 
Luego se pasaban a un gancho de donde las tomaba el linotipista Julio Barros, quien era el encargado de levantarlas en barritas de plomo y organizaba las galeras que pasaban luego al corrector Iván Ramírez. Las galeras con las pruebas revisadas pasaban otra vez al linotipista para las correcciones pertinentes, e iban después al armador Manuel Vejar, encargado de montar las páginas en unos marcos de hierro, con los avisos, los cuadraba y ajustaba con tornillos y las dejaba lista para la impresión en la vieja prensa plana. Fue una época hermosa, con una Cúcuta apacible y sin tanta violencia como hoy. Un crimen daba para varios días de artículos y crónicas.
 
Había tiempo para hacerle seguimiento a las noticias. En el caso de un crimen, por ejemplo, el tema se agotaba cuando el acusado era condenado o absuelto en audiencia pública.
 
¿Y la rutina de los periodistas?

Eramos toderos porque, apartándonos del compromiso diario o de la responsabilidad por las páginas o trabajos que teníamos, si había que cubrir una información política, o económica, o social, pues lo hacíamos. No había consejos de redacción para asignar un trabajo aparte. Todo era inmediato. ¡Ah tiempos que nunca volverán!
 
Tras jubilarse, Gustavo sigue activo en el oficio. Todos los días madruga a dar noticias por La Cariñosa de RCN y ha logrado una buena audiencia. Para él, como para otros queridos colegas, la “sobrecarga laboral” y el “estrés pos traumáutico” son embelecos que se han inventado ahora para no hacer nada.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


1 comentario:

  1. Abrumado y agradecido por su trabajo, le deseo cosas amables y risueñas para usted y los suyos. Con un saludo afectuoso de Juan Carvajal

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