En la década de los años sesenta era de común ocurrencia la participación de los ganaderos regionales en los grandes hatos de las fincas del Magdalena medio, especialmente en la zona del sur del Cesar. Por su vecindad con las ganaderías de la provincia de Ocaña y de las situadas en los municipios cercanos o colindantes con ésta, como eran las del Catatumbo y los municipios de Sardinata, Gramalote y demás próximos a la rica zona de explotación ganadera en mención y dado el auge de la exportación, legal o subterránea, que se hacía del mismo, al vecino país, los ganaderos nortesantandereanos debían viajar con frecuencia a esa región, bien para controlar o supervisar sus actividades o simplemente para negociar la compra y venta del ganado.
A comienzos de 1968 un grupo de importantes personajes de la región, dedicado a la actividad de la ganadería vacuna solicitó formalmente a la compañía Avianca el establecimiento de unas frecuencias aéreas semanales entre Cúcuta y la zona del sur del Cesar, específicamente Curumaní a donde debían desplazarse con relativa periodicidad. La empresa designó a su gerente regional y a otros funcionarios y agentes de viaje para que estudiaran sobre el terreno, la viabilidad del proyecto solicitado. Para tal fin, el grupo se desplazó a la zona y luego del minucioso estudio de la situación preparaban su regreso a la capital nortesantandereana. Avianca había destinado la aeronave de una de sus filiales, Aerotaxi, para los traslados que demandara el equipo, con la experimentada conducción de uno de los pilotos de mayor jerarquía dentro de la compañía, el capitán Jorge Enrique Duarte Pacheco.
No estaba con el grupo, pero si era uno de los interesados, el doctor Carlos Humberto Yáñez Peñaranda, ganadero de amplia trayectoria y conocedor como pocos de la región y de la actividad. Parece que a última hora y por razones que me son desconocidas, desistió del viaje al igual que el señor Álvaro Román. Aún sin su capacidad completa, pues la avioneta que tenía un aforo de 7 pasajeros despegó del aeropuerto de Curumaní aquel jueves 22 de febrero de 1968 a las 6:40 de la mañana. El plan de vuelo había establecido el viaje directo a la ciudad de Cúcuta. Las ayudas aeronáuticas de la época distaban mucho de ser tan precisas como las actuales y por ello no alcanzaron a predecir el mal tiempo que se presentaba en el trayecto, de manera que cuando avistaron los negros nubarrones que se cernían sobre la ruta, el capitán decidió desviarse a Ocaña, tratando de evadir la tormenta. La torre de control del aeropuerto Cazadero de Cúcuta informó del último reporte a las 7:50 a.m. Agotado el tiempo de espera establecido por los protocolos aeronáuticos, se dio la alerta correspondiente para comenzar las labores de búsqueda. El avión fue declarado en emergencia a las 8:50 a.m.
La localización de la aeronave fue reportada por el capitán Dennis Cabrales, quien había salido con el grupo de búsqueda. Eran las 12:55 del mediodía cuando avistaron los restos de la avioneta y por los detalles que alcanzaron a percibir, no se presentaban señales de vida de los ocupantes.
El accidente ocurrió en jurisdicción del municipio de Ocaña, en el sector conocido como Brotaré, cerro El Oso de la vereda Kimonito, en la finca Arboledas de propiedad del señor José Duarte Ferotola. El reporte del suceso ubica el sitio del impacto a 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar. La Colombian Petroleum Company asignó un helicóptero para prestar sus servicios de rescate y traslado de los cuerpos. Sin embargo, no pudo utilizarse por las difíciles condiciones del terreno y el mal clima imperante; sólo pudo acercar al primer grupo de rescatistas a una distancia que les permitiera acceder más fácilmente al sitio del siniestro.
Al llegar a la zona del desastre, los socorristas que primero llegaron confirmaron el deceso de todos los ocupantes y la destrucción total de la nave. El traslado de los cuerpos tuvo que hacerse por vía terrestre y el sepelio se realizó en la catedral de San José. Los oficios fúnebres fueron realizados por el obispo de Cúcuta, monseñor Pablo Correa León.
No es frecuente que accidentes como el presentado, con personas de tanta prestancia ocurran de manera tan intempestiva. Toda la sociedad cucuteña se vio consternada por la desaparición de unos muy prestigiosos personajes, figuras de relevancia que se destacaban en lo gremial y lo empresarial.
Fueron los desafortunados, el gerente regional de la compañía Avianca don Tulio Zambrano y su colega, gerente de la aerolínea SAM, don Gabriel Neira Rey. También estaba el gerente de Aeroviajes don Francisco Bautista Hernández. El piloto, como dijimos, era Jorge Enrique Duarte Pacheco.
Fueron los desafortunados, el gerente regional de la compañía Avianca don Tulio Zambrano y su colega, gerente de la aerolínea SAM, don Gabriel Neira Rey. También estaba el gerente de Aeroviajes don Francisco Bautista Hernández. El piloto, como dijimos, era Jorge Enrique Duarte Pacheco.
Adicionalmente viajaba con ellos un funcionario de la Chevron Pet.Co. Royce Walter Allen. Espero narrarles los detalles que hicieron relevantes estos personajes tan estimados por todos los cucuteños quienes lloraron su partida y fueron despedidos con gran sentimiento por todos sus familiares y amigos.
Ha sido poco usual la ocurrencia de accidentes aéreos en la región. Salvo el ocurrido en el cerro El Espartillo, en años recientes, ningún otro hecho ha marcado tan significativamente los corazones de la sociedad cucuteña, como el ocurrido con el HK-559. Tal vez, el único que podríamos exceptuar, sería aquel en que falleció el gerente regional de la Caja Agraria de Cúcuta, Domingo Villamizar; un acontecimiento similar al del Aerotaxi en un viaje, que si mal no recuerdo tenía como destino algún lugar de los antes llamados llanos orientales. A pesar de las dificultades propias del actual aeropuerto con sus vientos cruzados, razón de sus dos pistas, no se han presentado accidentes ni siquiera en las complicadas operaciones de aterrizaje y despegue, lo que habla bien de la seguridad de nuestro aeropuerto, así se esté pensando en trasladarlo algunos kilómetros más allá de su actual posición por la vía al puerto.
El incidente de la avioneta de Aerotaxi identificada con el HK-559 fue tan sorpresivo como cruel, como sucede con todos los accidentes. Los personajes en él involucrados y quienes gozaban del mayor aprecio entre sus conciudadanos, tanto por sus virtudes personales como por la posición social y empresarial que ostentaban, en especial el sector de la aeronáutica local que vio perder a cuatro de sus más importantes representantes. Para tener una idea somera de quiénes fueron los protagonistas de nuestra crónica pasaré a detallarles algunos apartes, muy breves, de sus actividades.
Comenzaré con Tulio Zambrano, el gerente regional de Avianca, por entonces la más importante aerolínea del país, de propiedad de don Julio Mario Santodomingo. Ingresó a la compañía ocupando cargos menores en las oficinas de la ciudad; al principio alternaba su trabajo entre el aeropuerto y las oficinas del centro, cuando éstas quedaban en la calle diez entre las avenidas cuarta y quinta, frente al actual edificio de la Cámara de Comercio. Con esfuerzo y dedicación fue escalando posiciones hasta alcanzar la gerencia regional y aunque la oficina de Cúcuta no era una de las principales del país, para la compañía y para él personalmente, representaba un triunfo y un honor llegar hasta la más alta posición, sin tener más formación que la adquirida a través de los años y del riguroso empeño en ser cada día mejor. Esa posición le permitió ingresar al mundo empresarial y participar de los proyectos gremiales, los cuales siempre fueron apoyados por la compañía aeronáutica, por la cual estuvo permanentemente dispuesto a colaborar, prueba de ello fue su última contribución cuando dispuso de los recursos necesarios para que Avianca ayudara con el trasporte, tanto de las mercancías como de las personas, para el desarrollo de la Feria Internacional de Cúcuta o de la Frontera como en definitiva fue reconocida por el público. Era además, miembro de la junta directiva de Fenalco y como tal fue uno de los más importantes artífices del evento ferial que se realizó en el mes de junio de ese año. Su padre Alfonso Zambrano y su esposa Leonor fueron quienes más lloraron su pérdida. Toda la familia Avianca estuvo consternada, aquí en la ciudad como en la capital pero especialmente en Barranquilla en su sede principal. En su reemplazo, semanas más tarde, fue nombrado Álvaro Pérez Pinzón quien fue trasladado de la jefatura de tráfico y ventas de la ciudad de Medellín.
Otro integrante del desafortunado grupo fue Gabriel Neira Rey, gerente regional de la Sociedad Aeronáutica de Medellín (SAM), recién integrada a Avianca y a quien consideraban uno de los más representativos exponentes de las nuevas promociones de cucuteños. Quienes lo conocieron decían de él que era inteligente, dinámico y honesto, razones por las cuales había sido nombrado en el cargo y esperaban que al lado de Tulio Zambrano impulsaran la unión de las dos empresas a lo más alto de la actividad aeronáutica. En su reemplazo fue nombrado el flaco Gonzalo Unda Baena.
Francisco Bautista Hernández era el tercer ocupante de la aeronave siniestrada; gerente de la agencia de viajes Aeroviajes, había sido invitado por los dos anteriores para evaluar la posibilidad de establecer unas frecuencias semanales al sur de Cesar, debido a su amplia experiencia como promotor y por estar desarrollando actividades que fomentaran el turismo doméstico con entusiasmo y capacidad, lo que en principio fue un premio el final fue desafortunadamente infeliz.
El capitán Jorge Enrique Duarte Pacheco fue un piloto consagrado a su profesión y su familia. Era uno de los más experimentados de la compañía, razón por la cual lo habían asignado a la filial de Aerotaxi para que tuviera sede permanente en la ciudad. Era la concesión que los dueños y administradores de la empresa le hicieron para que estuviera más cerca y de manera más frecuente con su familia que era el eje de su existencia.
Viajaba como pasajero Royce Walter Allen, un gringo funcionario de la Chevron Pet. Co. quien venía de una inspección rutinaria de los pozos que la compañía explotaba en la zona del sur del Cesar y que en una desafortunada casualidad de la vida encontró la muerte. La misma casualidad que salvó la vida de nuestro apreciado doctor Carlos Humberto Yáñez Peñaranda, al no abordar el vuelo cuyo destino final fueron las escabrosas laderas del ocañero cerro el Oso.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
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