Gustavo Gómez Ardila
TRAPO ROJO Y TRAPO AZUL
No todo ha sido fácil en Cúcuta. El terremoto derrumbó una ciudad que comenzaba con empuje. Y en su derrumbe se llevó almacenes, tiendas y guaraperías. Pero los reconstructores se pararon en la raya y se le midieron a la tarea de levantar una ciudad bonita, con parques arborizados, abundantes iglesias, algunos balcones y calles empedradas.
Sin embargo, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, otra catástrofe vino a fregarse con jota en la ciudad: la guerra civil. Liberales (cachiporras) y conservadores (godos) se enfrentaron, en Colombia, en una guerra que duró mil días, ni uno más ni uno menos, y que se llamó La Guerra de los Mil Días.
Comenzó en octubre de 1899 y terminó en noviembre de 1902. Los conservadores estaban en el poder y los liberales se levantaron en su contra.
Algunas veces ganaban los unos y otras veces ganaban los otros. Cuando los primeros ganaban, los segundos perdían. Y viceversa. De cuando en cuando empataban, y entonces quedaban igualados en la tabla de posiciones.
Desde aquella época les quedó a los cachiporros la costumbre de usar franela roja. "Donde quiera que haya más de tres reunidos en mi nombre -les dijo el general Rafael Uribe Uribe- deben usar nuestro distintivo: una franela roja aunque no sea de marca".
Por su parte, los godos se aferraron al azul, con la esperanza puesta en el cielo. La verdad es que no hay diferencia de fondo entre los unos y los otros. Más tarde lo vino a descubrir Jorge Eliécer Gaitán cuando dijo que la miseria y el hambre de liberales y de conservadores eran del mismo color.
Por eso no se entiende tanta matazón entre los unos y los otros por el color de un trapo. Las discordias vienen desde la Patria Boba, cuando federalistas y centralistas se trenzaron en Luchas, en el ring y fuera del ring, en la ciudad y en el campo.
Por eso no se entiende tanta matazón entre los unos y los otros por el color de un trapo. Las discordias vienen desde la Patria Boba, cuando federalistas y centralistas se trenzaron en Luchas, en el ring y fuera del ring, en la ciudad y en el campo.
Los liberales salen liberales porque los papás son o fueron liberales, y los conservadores nacen conservadores porque los papás son o fueron conservadores. ¡En lo demás, todo igual! Comen de lo mismo, visten igual, trabajan de igual manera y creen en el mismo Dios, aunque hay liberales que posan de ateos. Alguien dijo que la verdadera diferencia entre liberales y conservadores consistía en que los liberales iban a misa de cinco, para que nadie los viera. Y los conservadores, a misa de diez, para que todos los vieran.
Cúcuta no fue ajena a esas discordias. La Guerra de los Mil Días llegó a la ciudad, después de las batallas de Peralonso (ganada por los rojos) y la de Palonegro (ganada por los azules). Eran jefes liberales: Benjamín Herrera, Justo L. Durán y Rafael Uribe Uribe. Los godos estaban comandados por Ramón González Valencia, Próspero Pinzón, Vicente Villamizar y Jorge Holguín.
Lo peor de todo sucedió cuando en el desarrollo de la contienda fratricida se vivió el Sitio de Cúcuta.
FALTARON LAS MURALLAS
En la ciudad estaban atrincherados los liberales, al mando del general Benjamín Ruiz, médico negro y panameño, a órdenes de la revolución. Algunos de ellos habían estado de vacaciones en Cartagena y trajeron metida en la cabeza la idea de construir murallas para no mezclarse con los godos de los pueblos vecinos. Pero no había esclavos suficientes para que las hicieran. Como atractivo turístico tampoco hubieran servido por la falta de mar. Así que, con motivo de la guerra civil, los liberales resolvieron levantar palizadas que les sirvieran de trincheras, que impidieran la entrada del enemigo y la salida de los pocos godos que quedaban. Como algunas mujeres de familias conservadoras que habitaban en la ciudad se pusieron muy alzadas y trataban de mandarles señales a los conservadores de afuera, los defensores de la ciudad las encerraron en una sola casa y les pusieron su tatequieto.
Es el único secuestro colectivo femenino que se conoce en la historia de los secuestros.
Los conservadores, con ganas de entrar, daban vueltas alrededor de la ciudad.
-No den tantas vueltas, que de golpe se marean-les gritaban los de adentro.
Se emberriondaron los de afuera, por la mamaderita de gallo de los liberales, y con cationes, desde la piedra del Galembo (calle 17 con avenida 9) iniciaron el asedio. El general Juan Francisco Urdaneta dirigía el asalto.
Corría -a veces andaba muy despacio- el mes de junio del año 1900. Desde la torre de la catedral de San José los rebeldes respondían al ataque, pero el santo Patrón no les hizo el milagro.
El 15 de julio, por la noche, los defensores de la ciudad tuvieron que salir huyendo. Las enfermedades, la falta de municiones y el cerco conservador que cada día se iba estrechando más los obligaron a huir. Treinta y seis días había durado el sitio.
El 15 de julio, por la noche, los defensores de la ciudad tuvieron que salir huyendo. Las enfermedades, la falta de municiones y el cerco conservador que cada día se iba estrechando más los obligaron a huir. Treinta y seis días había durado el sitio.
Las consecuencias fueron desastrosas: cientos de muertos y de heridos, de lado y lado. El comercio se vino abajo. Tiendas y almacenes y mercados, saqueados. Paredes y techos agujereados por balas y cañonazos. Los habitantes de la ciudad que se habían quedado al margen de los hechos también pagaron el pato: El tifo negro y otras epidemias causadas por la descomposición de los cadáveres se propagaron y causaron nuevas víctimas.
Tres tratados fueron necesarios para que Colombia superara la Guerra de los Mil Días. Entre ellos, el Tratado de Chinácota, suscrito por el general conservador Ramón González Valencia, en representación del gobierno, y los generales Ricardo Tirado Mejía y Ricardo Jaramillo, autorizados por el lado liberal.
Era presidente de Colombia José Manuel Marroquín, el autor de La Perrilla, aquel famoso poema que empieza:
"Es flaca sobremanera
toda humana previsión,
pues en más de una ocasión
sale lo que no se espera...
Es la historia de unos cazadores que van tras un jabalí corpulento, que huye veloz rabo al viento, y al que no pueden cazar. El jabalí se topa con una perra flaca y sarnosa, que era más bien una sarna perrosa, y es cuando sucede lo increíble:
...Y aquella perrilla sí,
cosa es de volverse loco,
no pudo coger tampoco
al maldito jabalí."
(De La Perrilla, de Marroquín)
Al jabalí corpulento de la Guerra de los Mil Días tuvieron que hacerle gavilla entre rojos y azules para que no siguiera causando estragos. Buen ejemplo, para derrotar al jabalí de la violencia de hoy.
LA MUJER FENÓMENO
Del libro "Cita Histórica", de Luis A. Medina S., trascribimos, al pie de la letra, la siguiente anécdota, no sabemos si falsa o verdadera:
"Dentro de los episodios históricos del Sitio de Cúcuta, no podía faltar la anécdota para olvidar la tragedia vivida en la ciudad.
De las noches tenebrosas del sitio, de la lluvia de balas, los relámpagos y los truenos, surge la anécdota como la sátira intencionada en el ambiente guerrero.
El Sitio de Cúcuta trajo consecuencias terribles, las enfermedades, el hambre acoquinadora ante la escasez de alimentos y los rigores de la sed.
Una noche, una madre angustiada y desesperada, sin tener alimento alguno para darles a sus tres párvulos, una noche toda llena de peligros, lluviosa, el silbar de las balas, el estallido de los truenos, iluminada por la luz de los relámpagos, la pobre madre se resuelve a salir en busca de alimentos para sus hijos a una tiendita cercana a su choza. Sigilosamente sale arrastrándose por el duelo enlodado, y por fin llega a la tiendita a solicitar, de por Dios, un alimento para sus hijos; sólo le suministran dos cucas de harina, duras y mohosas. La pobre madre las recibe y emprende el regreso a su casa, igualmente arrastrándose por el suelo y el fango, con las dos cucas para sus hijos.
Cuando ya había recorrido un buen trecho del camino y se aproximaba a su casa, en un devenir por la acción iluminadora de los relámpagos, la pobre mujer es vista por una patrulla de soldados, que con voz fuerte y amenazante le gritan:
- ¡Alto! ¿Quién vive?
La mujer, del susto se queda callada, y vuelven y le gritan los soldados:
- ¡Alto! Diga quién vive o disparamos.
La mujer, toda atortolada, que no pensaba sino en sus hijos hambrientos, creyó que le había llegado la hora de morir.
Toda confundida y angustiada, contesta:
¡Una mujer con dos cucas!
Entonces la patrulla vuelve a gritarle:
¡Avance para reconocerla!"
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
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