jueves, 25 de octubre de 2012

268.- LA CANCHA ROJAS PINILLA


Gerardo Raynaud



La Toto se alistó para el Sudamericano masculino de Baloncesto, en la categoría de los 17 años. 2011

Muchos años habían transcurrido desde que se realizó en 1937 el Primer Campeonato Nacional de Baloncesto y la ciudad seguía sin escenarios que le permitiera practicar el deporte de su predilección.

Las únicas canchas en las que se practicaba el deporte de la número siete eran las del colegio Sagrado Corazón en masculino y las de la Normal de Señoritas María Auxiliadora dos cuadras más abajo por la avenida cuarta. 

Los espacios dedicados al esparcimiento deportivo se reducían a algunas canchas en tierra donde se practicaba el fútbol, deporte que ha sido el más popular desde su invención a finales del Siglo XIX. 

Antes de la construcción del edificio Santander, más conocido hoy como el Palacio Nacional y donde se erige el mal llamado “Parque de la Bola”, en razón del adefesio que alguna vez fuera una fuente de agua, donada por la colonia italiana y puesta allí en honor de Américo Vespuccio, existía un lote con unos palos a manera de porterías donde practicaban, muchas veces con bola de trapo, los estudiantes a la salida de sus clases y los fines de semana unos `picaditos`. 

En algunos otros lugares de la ciudad se habían habilitado, por cuenta de los propios aspirantes a futbolistas improvisados, lotes en tierra para la práctica de ese deporte como las canchas de las Vicentinas en la manzana de las calles 14 y 15 entre avenidas Cero y primera, la de la Coca Cola, frente a la Planta de la misma, donde hoy está construido el Palacio de Justicia, igualmente la cancha de Sevilla y muchas otras que no terminaríamos de enumerar.

 A pesar del entusiasmo por el balompié, la pasión por el baloncesto seguía latente en el corazón de los cucuteños, quienes contrariamente a sus intenciones no habían logrado obtener los triunfos que merecían por haber popularizado este deporte. Baso mis apreciaciones en que durante los primeros torneos realizados a nivel nacional, Cúcuta o  Norte, sólo alcanzaba lugares o puestos secundarios, o bien eran subcampeones o quedaban entre las primeras plazas, sin lograr ser campeones. Tal vez esta situación se haya debido al poco interés de los gobiernos locales por promover este deporte, lo que no sucedió en las grandes capitales donde se levantaban las instalaciones deportivas necesarias para la práctica y el impulso de los deportes como sucedía en Bogotá, Medellín o Cali, razón por la que, alcanzaban el lugar más alto del podio, aún en este deporte que tenía muchos menos practicantes que nosotros.

En el decenio de los cuarenta y ante la necesidad de entregar al pueblo medios para el esparcimiento y la práctica de los deportes, el gobierno departamental compró al general Modesto Castro doce hectáreas de su hacienda llamada “La Garita” en el sitio donde hoy está edificado el magnífico estadio General Santander. En ese mismo lugar y luego de las adecuaciones correspondientes se dejaron espacios suficientes para la construcción de otros escenarios que pudieran requerirse en el futuro, pero inicialmente se proyectó la construcción del estadio con sus aparcaderos, que en esos días no eran tan espaciosos ni necesarios y una cancha auxiliar al costado occidental, que más tarde se bautizaría con el nombre de “Manino” Escobar a quien conocí ya anciano como entrenador y que había sido un destacado futbolista.

 Mientras duró la construcción del General Santander pasaron varios años y la ansiedad de la población era cada vez mayor al punto que para calmar esa angustia se planeó una “preinauguración” con tan mala suerte que una de las tribunas se vino al suelo, aunque sin desgracias que lamentar. Sí hubo un aficionado que quedó confinado a una silla de ruedas, Francisco “Pacho” Unda. Finalmente, a principios de 1953, el estadio estuvo terminado y listo para su inauguración, pero la agitación política de ese año la hizo retrasar por unas semanas y fue el general Rojas Pinilla quien tuvo el privilegio de inaugurarlo.

Durante la inauguración y como era costumbre, allí estaba transmitiendo “La Chica para grandes cosas” que era el eslogan de Radio Guaimaral, con el inolvidable “Trompoloco” a la cabeza y micrófono en mano, después de los adjetivos laudatorios acostumbrados al `jefe máximo`, le pidió, más a manera de ruego que de solicitud, la construcción de un escenario para la práctica del baloncesto, teniendo en cuenta que ya se contaba con el terreno y que sólo faltaba el guiño del gobierno para su ejecución. Tan convincente fue la petición que `Mi General` impartió la orden sonriente pero tajante al gobernador: “Gonzalo, haga la cancha en el menor tiempo posible.”

Y sin más preámbulos, el gobernador Rivera Laguado y sus secretarios de Obras Públicas y Hacienda, Francisco Scovino y José Vicente Diago acometieron la ejecución de la obra y otorgaron el contrato a la firma constructora Pérez y Faccini. La empresa contó con todas las facilidades de financiación necesarias para terminar la construcción en el menor tiempo posible, pues se esperaba que estuviera lista para la realización del primer campeonato nacional de baloncesto que se realizaría, como durante muchos años se hizo, en diciembre. La fecha de fin de año había sido establecida por la naciente federación del deporte, para que no interfiriera con el año escolar, toda vez que la mayoría de los deportistas eran estudiantes, bien de bachillerato o universitarios a quienes les quedaba difícil interrumpir sus estudios para asegurar su participación. 

La cancha, que posteriormente se bautizó con el nombre de “Rojas Pinilla”, en honor del presidente que permitió su fundación, se construyó en tiempo récord de 89 días. Era una cancha descubierta, con graderías y piso de concreto y todas las facilidades para la práctica del deporte para la cual había sido edificada, pero además servía de escenario para otras actividades lúdicas como la presentación de eventos musicales, danzas y otras funciones culturales, incluidas las presentaciones de candidatas a los reinados de belleza departamental que durante muchos años se hizo en ese lugar para beneficio y conocimiento del pueblo y sus candidatas.

Los constructores habían adosado al frontispicio del edificio, el nombre del benefactor en letras gigantescas, justicieramente hay que decirlo, para recordarle a los asistentes quién había sido el responsable de la materialización de ese sueño. Desafortunadamente, el aviso con el nombre fue retirado con gran ingratitud a mediados del año 57, cuando se sucedieron los hechos de su dimisión y rebautizada la cancha con el nombre de uno de los más ilustres atletas: Toto Hernández. Hoy, se alza allí un magnífico coliseo cubierto que nos recuerda las hazañas de sus deportistas y olvida la gestión de su inspirador.



Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

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