domingo, 28 de octubre de 2012

274.- ¿LOS CAJONEROS EN VIAS DE EXTINCION?


Celmira Figueroa




Angel Ignacio Puerto Duarte

A través de los gruesos vidrios de sus lentes ve pasar uno, dos, tres, billetes de bolívar fuerte, entre sus manos. Cuenta y recuenta para poderle cambiar 50 mil pesos a un joven que iba para San Antonio esa mañana del jueves.

Ángel Ignacio Puerto Duarte se sentó en ese puesto en 1956. Tenía 18 años cumplidos, acababa de regresar de pagar el servicio militar. “Mi padre Jesús me dijo: hijo siéntese conmigo. En esa época estábamos en `La Gran Esquina`” de la calle 12 con avenida 7. Y desde entonces (literalmente) no se volvió a parar. Usaba un maletín negro. Se sentaba y se lo ponía en las piernas. Lo abría para cambiar los `bolos`. Ante la incertidumbre, de tanta plata a la vista, su papá se ideó el cajoncito. Así no se exponía a los ladrones. Esa especie de oficina ambulante empezó a pulular por el centro de Cúcuta y en los accesos a los tres puentes limítrofes: el Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander y La Unión.

Cada quien fue ubicándose de acuerdo con su conveniencia. Ángel Ignacio Puerto Duarte escogió la calle 12 con avenida 7. Ahí `abrió` su negocio. El bolívar se cotizaba a 2 pesos con 13 centavos y empezó a subir y a subir hasta que llegó, en 1983, a 16,45 para la compra y 16,50 para la venta. Recuerda que compraba para vender unos 5 mil bolívares diarios y se ganaba unos 5 o 10 puntos. Llevaba a su casa $10 mil. “Era mucha plata”. Con ese dinero subsistía. Incluso, después que se casó educó a sus tres hijos. Hoy compra un millón diario de bolívares y “me gano céntimos”. Eso se traduce a $10 o $20 mil. “No alcanza para nada. Por eso muchos cambistas se han retirado. Este negocio se ha vuelto duro. Llegan bolívares, pero no hay quien compre. No hay utilidad. El panorama cambió o más bien se invirtió”.

Espera con paciencia el retiro. Cumplió 73 años de edad y dice que no ha hecho cosa distinta desde que su papá lo sentó en la calle 12. Bajo el alar de un almacén mantiene contacto con quienes pasan de compra. Se quiere sentir activo. Por eso trata de llegar puntual, a las 8:00 de la mañana, todos los días hasta las 6:30 de la tarde. Ninguno de sus tres hijos continuó con este oficio. El día que lo abandone cargará el cajón y se lo llevará de recuerdo, como un gran trofeo para el barrio Acacios donde construyó su hogar.

“Quietud total”


A Ramón Enrique Parada Ruíz le dejaron ese puesto para que lo trabajara `mientras tanto`, pero el propietario del cajoncito se lo entregó formalmente hace 25 años. Siempre ha estado en la esquina de la avenida quinta con calle 10, a la sombra de un almacén de calzado.

Considera que esa es su oficina y la ha dotado de los mínimos elementos: un teléfono fijo y una calculadora. Al cajón de 40 por 40 centímetros de ancho y 90 de alto se le habilitaron dos gavetas con sus respectivas llaves para que allí pudiera guardar el dinero. Sigue llegando a las 8:00 de la mañana a pesar de la quietud en esa actividad cambista. Ese sector, que palpitaba, dos décadas atrás, hoy está desolado y muy pocos preguntan por la vecina moneda: el bolívar fuerte, que en realidad se debilitó y eso ha provocado la extinción de los cajoneros.

Luis Francisco Tarazona Suárez ‘He visto transformar la avenida quinta’



Una porción de pared del almacén Tía le ha servido de telón de fondo desde hace unos 30 años. Luis Francisco Tarazona Suárez llegó de Enciso, Santander, en 1947 cuando la moneda venezolana `pesaba` y “el comerciante  menospreciaba al colombiano. Veía en el venezolano una mina de oro porque, además de comprarle bien su mercancía, le encimaba la propina. Fue una época de bonanza. El oficio más común era cambiar bolívares y “un amigo me sugirió que me viniera para la avenida quinta, con calle 12, donde no se podía transitar de tanto `veneco`. Trabajaba en la compañía petrolera Techín y apenas salió formalizó papales ante la Cámara de Comercio, la Dian y Asocambios. “Compré el maletín, los bolívares y me aposté en esta viva arteria de Cúcuta”. 

Una docena de cambistas se peleaba la clientela en una sola cuadra. “Claro que sólo dos trabajábamos legalmente. Los otros los consideraba rateros porque al cambiar un billete engañaban al cliente venezolano”. Los que cambiaban en El Escobal venían hacer fila para comprar bolívares. No daba abasto. Por eso los ilegales abusaban. Corrió el riesgo al tratar de acabar con los ilegales, pero al final triunfó. Hoy sigue siendo `el dueño` de la avenida quinta. Pasó a su cajón y desde ahí, sentado, ha visto transformarla. Recuerda la invasión del espacio público con las casetas en donde se vendía ropa casual, que finalmente el exalcalde Pauselino Camargo pasó para el edificio `El Oití`. También ha visto el cierre y apertura de muchos almacenes y ha vivido el desplome del bolívar. Ese jueves se cotizaba a 210. Tarazona Suárez cumplió 75 años de edad y se resiste dejar el oficio a pesar de que no da ganancias, “porque aquí, por lo menos me distraigo con los que pasan, hablo con mi clientela y en la casa, que construyó en la Loma de Bolívar, no tengo nada que hacer”. Piensa quedarse ahí hasta que el cuerpo resista.

Afiliados a Asocambios


Los cajoneros no son tan informales como algunos piensan. Sin embargo, existen muchos que evaden la formalidad y les hacen `conejo` a las autoridades competentes.

Los legales se encuentran afiliados a  Asocambios (Asociación de profesionales del cambio) y en estos momentos se contabilizan 40. Algunos se han retirado, pero han montado tolda aparte en el corregimiento La Parada sin el lleno de los requisitos.

En el sector de El Escobal se ubicaron 45 legales.

La persona que se decidió a ser cajonero tuvo y tiene que, entre otros, registrarse en la Cámara de Comercio, tener el Régimen Único Tributario (RUT), autorización de la DIAN y pagar una cuota mensual de $17.000.

Los establecimientos (los que no son cajoneros sino por ventanilla) afiliados a Asocambios suman 70, según reporte entregado por  Eliana María  Nossa Ramírez, secretaria de Asocambios.


Recopilado por : Gastón Bermúdez V.



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