Rafael Antonio Pabón
El parque Nacional sirvió como plaza de toros y como estadio de fútbol. La historia cuenta que en esa plazuela se celebraban las corridas de toros, alternándose con los parques Santander y Colón, en las tradicionales fiestas Julianas que cada año se programaban para recordar el Grito de Independencia.
Para conmemorar el primer centenario de la muerte del general Francisco de Paula Santander, el municipio donó a la nación el terreno para construir el edificio Santander. Hoy, conocido como Palacio Nacional. De ese parque sólo queda una pequeña parte, donde la colonia italiana de los años 40 donó para Cúcuta el Globo Terráqueo, inaugurado junto con el inmueble, en 1940.
La vida en el ‘parque de la Bola’, como es común llamarlo, cambia de manera radical con la puesta del Sol. Los tramitadores levantan los pupitres y los guardan cerca; los comisionistas se llevan las ofertas a casa; los vendedores de minutos cuelgan la última llamada y vuelven al hogar, y los expendedores de dulces se marchan con las ganancias del día.
Las sombras dan paso a otros seres. El movimiento de cucuteños por el centro del parque desaparece por temor. Los mendigos toman posesión, los malhechores aguardan agazapados a las víctimas y los drogadictos no quieren que los miren mientras consumen yerba. Este panorama nocturno desolador preocupa a los comerciantes que tienen negocios alrededor del parque.
De lunes a viernes, Jairo Elí Arias Espinel, llega a las 8:00 de la mañana, al parque Nacional para iniciar el trabajo que heredó de su padre y que le ha valido, hace muchos años, para sostener la familia, educar a los hijos y vivir en Chinácota.
Ramón Cárdenas fue el pionero del oficio que hoy ocupan 28 hombres y mujeres en la plaza. Corría 1967. Llegó con una máquina de escribir, novedad para la época, y comenzó a ejercer. Jesús Cuervo, Antonio Palencia y Edgar Garzón le sirvieron de arrastradores. Eran los encargados de conseguir clientes y llevárselos para que los asesorara en trámite y diligenciamiento de documentos.
Así nacieron los gestores del parque de ‘La Bola’. En el recuerdo están Nano Vargas, Peregrino López, Dámaso Sánchez y Vitelmo Villamizar. En esos días, William Villamizar (Gobernador de Norte de Santander) se encargaba de los mandados y de la mensajería.
Cada uno elegía en el parque el lugar que quería. Estaban repartidos, especialmente, frente al edificio donde funcionaba la Aduana, porque era de donde salían mayores y mejores trabajos para elaborar.
Los iniciadores de este oficio, en su mayoría, eran jubilados y pensionados que no querían quedarse en casa arrumados sino que comprendieron que les quedaban años hábiles para desempeñar una labor.
Al principio, vivían de sacar paz y salvos nacionales, que costaban un peso y cobraban $1,20. En la medida que el trabajo lo exigía agarraron experiencia y se hicieron duchos en el trámite de documentos, por lo que los ciudadanos comenzaron a buscarlos.
Ahora, el listado de servicios incluye asesorías tributarias, declaraciones de renta, estados financieros, balances, escrituras, declaración de construcción, desenglobes, divisiones materiales, propiedad horizontal, legalización de negocios, inscripción en la Cámara de Comercio, compraventa de vehículos, promesas de ventas de inmuebles y contratos.
La primera mujer en llegar al lugar donde el teclear de las máquinas de escribir no se detiene, fue Sonia López, hace 20 años. El ambiente es de camaradería. Aunque hay algunos díscolos, los demás cumplen la función en orden.
En el 2005, la Alcaldía adecuó el sitio y lo llamó ´Plazuela de Gestores’. Los beneficiados adquirieron una serie de compromisos que deben cumplir a diario. Es su responsabilidad velar por el embellecimiento y ornato del parque. Para eso pagan un barrendero y un cuidandero.
A pesar de estar organizados en la Asociación de Gestores de Norte de Santander (Agesnoder) afrontan problemas para cumplir las tareas cotidianas. Hace cuatro años Aguas Kpital les quitó el servicio de acueducto. Por falta del líquido las zonas verdes se acabaron y las palmas legendarias se secaron. Están a punto de caer.
Los indigentes y los amantes de la noche toman la plazuela para hacer sus necesidades. No hay vigilancia en ese sentido. Por falta de seguridad, a pesar de ser vecinos del CAI de la Policía, deben cargar en las tardes con las mesas para guardarlas en un estacionamiento de vehículos y una panadería.
Aunque han querido modernizar los equipos, no han podido. Alguien se robó el cableado y la empresa de energía no les ha devuelto el servicio. Un día, no tan lejano en el tiempo, presentaron el proyecto para adecuar el lugar e instalar computadores, pero no lo aprobaron en las oficinas de la Alcaldía. Por eso, seguirán escribiendo en esas máquinas grandes y pesadas, o pequeñas y ligeras, pero obsoletas para el mundo actual.
En este oficio pasan las horas del día a la espera de los clientes. Una jornada puede dejarles, en promedio, entre $30.000 y $70.000 diarios, suficientes para volver a casa y pensar en el futuro del hogar.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.