viernes, 5 de abril de 2013

358.- TERROR EN EL AMELIA


Orlando Clavijo Torrado /  Jhon Jairo Jácome Ramírez



En 1935 don Rudesindo Soto y su esposa Amelia Meoz donaron, por escritura pública, el terreno para construir el Sanatorio Antituberculoso u Hospital Amelia como se le conoció tradicionalmente, en el barrio Loma de Bolívar de Cúcuta.

No se ha establecido en qué fecha en el mismo terreno funcionó el cementerio alemán. A propósito de éste, el doctor Pablo Emilio Ramírez Calderón me respondió que ello sucedió in illo témpore. El doctor Pablo Emilio, reconocido médico y mi compañero en la Academia de Historia del Norte de Santander, conocedor como el que más y escritor de la historia de hospitales, dispensarios y servidores de la salud de la ciudad, añade que allí iban a parar aquellos que no profesaban la religión católica, como los masones y algunos extranjeros. Es sabido que por muchos años la Iglesia no permitió la inhumación de comunistas y liberales radicales en camposantos - este no lo era porque no podía ser bendecido por ningún sacerdote –; los suicidas y los amancebados tampoco recibían sepultura en “tierra sagrada” sino fuera de ella, o en las huertas.

Actualmente funciona en el lugar, en la parte delantera, la Unidad Básica de Salud Loma de Bolívar, que maneja el Instituto Municipal de Salud – Imsalud –; en el costado posterior se levanta la edificación que se debe igualmente a la generosidad de los esposos Soto-Meoz. El imponente bloque, espacioso y sólido, sin que le hubieran negado costos, está hoy lastimosamente abandonado. Yo recorrí la planta baja, en donde afirman que más espantan, aunque no llegué hasta el propio fondo porque me infundieron temor. Sin embargo inspeccioné la morgue, los baños de hombres y mujeres, y las salas de consulta y despacho de medicamentos; en el segundo piso se encuentran los dormitorios; ambas plantas se comunican por un amplio puente inclinado. En el solar, aseguran que incineraban los cadáveres que no eran reclamados. Esos son los difuntos que andan penando por todos los pasillos, además de los del cementerio alemán.

El personal de la Unidad Básica, desde médicos, bacteriólogo, odontólogo y enfermeras, hasta camilleros, celadores y choferes viven, como decimos en Ocaña, “encaramados”, o a lo cucuteño, muertos de culillo. Casi que en sus breves descansos duermen arrunchados. Los alaridos de niños, mujeres y hombres en las altas horas de la noche y las siluetas fantasmales que deambulan por el vetusto edificio los hacen salir corriendo.

Lo que constituía una leyenda adquirió patente realidad el martes 27 de marzo del año de gracia del Señor de 2012. Cuando una feroz tormenta eléctrica se desató sobre la ciudad por dos horas, el grito fuerte y adolorido de una mujer aterrorizó a pacientes – que se apeñuscaron en un rincón- y a empleados. El bacteriólogo, mi hijo Orlando Alexander, que para su fortuna se hallaba en frente tomándose un café, lo oyó tan claro como los que estaban adentro. El alumbrado se apagó y sólo se vio en la parte vieja a un hombre gigantesco con una linterna de luz roja que al momento desapareció, mientras otra voz lastimera repetía los momentos de pánico.

No queda duda: que en el antiguo hospital Amelia asustan, asustan. Hasta ahora no ha habido ningún escéptico o guapetón que se haya aventurado a visitar los pabellones de los tuberculosos a medianoche. ¡Nooo! ¡Qué miedo!

Según otra versión, ese día, el cielo de Cúcuta se iluminó por completo. Pocos segundos después, un trueno ensordecedor, como un latigazo divino, sembró el pánico entre los cucuteños. A esa misma hora, en la unidad básica de la Loma de Bolívar, un grupo de empleados y pacientes experimentaban el peor susto de sus vidas. Según algunas enfermeras que a esa hora prestaban turno, una sombra humana recorrió las instalaciones de la unidad básica con rumbo hacia la parte trasera donde hace años funcionaba el dispensario antituberculoso de Cúcuta.

Entre los truenos, los relámpagos y el incesante golpe de las gotas de lluvia contra el tejado, las rodillas flaquearon y los corazones de los que ese día permanecían en aquel lugar, se querían salir del pecho. “Después del trueno, que casi nos revienta los tímpanos, se fue la luz. De inmediato, algunas compañeras empezaron a decir que había pasado una sombra proveniente del área de observación y se había metido por las salas de parto”, manifestó una enfermera. En medio de la oscuridad y la histeria generalizada por el ambiente tenebroso que rodeaba la edificación, un niño, que a esa hora permanecía en observación, decidió pedir la salida voluntaria y marcharse del lugar. “El niño que se fue esa noche porque estaba muy asustado, nos dijo que él también había visto una sombra pasar por el área donde se encontraba. Fue tal el miedo que lo invadió, que decidió irse”, sostuvo otra enfermera.

Según los testimonios de los empleados que laboraron esa noche, la sombra humana atravesó el área donde actualmente funciona la unidad básica, con rumbo hacia la parte trasera que permanece abandonada. Es precisamente esa área que actualmente no está siendo utilizada, la que más temor infunde entre los empleados del lugar.

“Hace unos días estaba hablando por celular en ese sitio, que actualmente es utilizado como parqueadero, y sentí una energía extraña, indescriptible. Me dio frío y me llené de mucho miedo; tuve que venirme corriendo”, sostuvo una enfermera que, además, ha visto cómo el techo se sacude por las noches sin ninguna razón aparente.

El lugar donde funciona la unidad básica era conocido anteriormente como el Dispensario Antituberculoso de Cúcuta y fue construido sobre un lote de 2.650 metros cuadrados donados por los esposos Rudesindo Soto y Amelia Meoz. Por muchos años fue conocido como el Hospital Amelia y según la historia, la edificación se erigió sobre un antiguo cementerio alemán. Este lugar, que funciona desde el 27 de diciembre de 1940, alberga en su interior miles de historias de dolor por los pacientes que allí llegaban a morir a causa de la tuberculosis y que posteriormente eran cremados en los hornos dispuestos para tal fin y que funcionaban ahí mismo.

“Quizás por la historia del sitio, algunas personas que la conocen pueden experimentar cosas que, en realidad, no existen más que en su interior y son producto de la sugestión”, precisó el padre Héctor David Molina Cárdenas, párroco de la iglesia Santa Teresita del Niño Jesús. El padre Molina fue llevado por la coordinadora de la unidad básica, Ingrid Sánchez, con el fin de que bendijera el lugar y les dijera de una vez por todas si, efectivamente, en ese sitio pasaba algo extraño. “Después de que el padre bendijo nuestras instalaciones, cuarto por cuarto, me dijo que no había nada de qué preocuparnos, que en este lugar no había absolutamente nada fuera de lo normal”, manifestó Sánchez.

Según la coordinadora, quien ha trabajado hasta altas horas de la noche en la unidad básica y jamás ha presenciado nada de lo que sus empleados manifiestan, lo que ha pasado es que algunas personas que laboran allí, creyentes en fantasmas, le han transmitido ese temor a otros compañeros al punto de que los han hecho creer de que efectivamente algo pasa en ese lugar. “Se creen de tal manera una historia que llegan al punto de experimentar lo que otros compañeros dicen haber vivido”, sostuvo Sánchez.

Al igual que la coordinadora de la unidad básica, otros empleados, entre ellos uno de los más antiguos, sostuvieron que jamás han sido testigos de ningún evento paranormal. Incluso los celadores, que por las noches deben recorrer el área que actualmente permanece abandonada, manifestaron que nunca han sentido algo que pudiera ser catalogado como un hecho fuera de lo normal. “El llanto de bebés que dicen escuchar, lo producen los gatos; el ruido en el tejado es por los roedores que vienen a comerse los mangos que caen en el patio y la sombra que dijeron ver, en últimas, jamás volvió a aparecerse”, sostuvo con vehemencia uno de los celadores del lugar.

Cierto o no, los empleados de la unidad básica están divididos entre los que creen en fantasmas y los que no. Todos ellos, sin embargo, deben volver cada día a atender los cientos de pacientes que requieren de sus servicios. Y para estos últimos, más allá de los fantasmas, lo que interesa es que la atención sea oportuna y efectiva.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

1 comentario:

  1. Llevo 39 años de mi vida viviendo en este barrio, exactamente a una cuadra del Amelia. A pesar de estas historias nunca me ha generado terror este lugar, aunque he pasado por aquí a altas horas de la noche y tempranas horas ( madrugada). Simplemente cada vez que miro la parte posterior de este edificio me pregunto ¿ será que a los señores alcaldes no les alcanzan los recursos para recuperar esta infraestructura?, lo que existen son fantasmas de la corrupción que no les permite recuperar tan valioso activo de nuestra comunidad.

    ResponderEliminar