Gerardo
Raynaud
Habíamos hecho referencia en una crónica anterior, de
la fiesta de los estudiantes, una institución establecida por el Gobierno
Nacional en 1924 como una fórmula para incentivar la educación y promover las
actividades extracurriculares, particularmente entre los estudiantes que
cursaban los últimos años de bachillerato. La medida debía ser cumplida, tanto
en los colegios oficiales como en las instituciones privadas, que a la sazón
eran relativamente pocas o más bien, tenían un reducido número de estudiantes,
más por razones obvias de economía que por calidad de los estudios.
Para tener una breve idea de las condiciones de la educación en la ciudad, por esa época existían en Cúcuta, solamente tres colegios que impartían educación secundaria privada –bachillerato-, dos de ellos de varones y uno para mujeres. Los colegios de varones eran el Gremios Unidos y el Luis Salas Peralta y el de la Santísima Trinidad para señoritas. No había más de doscientos estudiantes en las tres instituciones y además, no hubo forma de estudiar bachillerato por la noche sino hasta 1936, cuando fueron autorizados los establecimientos oficiales, tampoco era permitido la asistencia mixta, es decir, para ambos géneros sino mucho tiempo después.
Durante los primeros años de la aplicación de la norma sobre los festejos para los estudiantes, los colegios desarrollaban actividades lúdicas que permitiera la libre expresión del estudiantado, sobre todo en las grandes ciudades donde las posibilidades de desarrollo eran bastante más accesibles. La mayoría de las actividades eran de orden deportivo y en los colegios de provincia se estimulaban los viajes a otras capitales, para ensanchar la visión y las perspectivas de los visitantes.
Narramos en la crónica correspondiente, cómo se realizó la primera fiesta del estudiante y de cómo ésta sufrió un descalabro desafortunado al presentarse un accidente que cobró varias víctimas y que prácticamente se firmó la defunción de este tipo de actividades, lo cual redujo las festividades a la atención de otros quehaceres menos riesgosos y a la vez menos costosos.
Aun así, la mayoría de los actos que se programaban, solo incluían la participación de los jóvenes, olvidándose de las mujeres, a las que no tenían en cuenta, con el argumento que su destino era quedarse en casa y servir a sus esposos y eso si lograban conseguir con quién hacerlo.
Los pocos colegios femeninos dedicaban los días del festejo a realizar acciones propias de las mujeres de la época, como algunos juegos de salón, lecturas y oraciones y el desarrollo de trabajos manuales que les permitiera en el futuro poder ejercer algunos trabajos caseros, no tanto para obtener retribución económica sino para atender sus propias necesidades y las de su familia o allegados.
Era incluso común, en las primeras ciudades industrializadas del país, como sucedía en el Medellín de la época, que las grandes empresas como las textileras Coltejer y Fabricato tuvieran su Patronato, que era una institución perteneciente a la misma empresa y ubicada dentro de sus mismas instalaciones, que se encargaba del alojamiento, manutención, educación y además del entrenamiento de las operarias de la planta de producción, en las tareas que desarrollarían una vez tuvieran la suficiente capacitación; jóvenes mujeres que eran, más que contratadas, entregadas por sus familias para que laboraran en la empresa, sin un salario establecido pero con todas las garantías para un futuro estable, por lo menos, en el corto plazo, pues muchas de ellas, cansadas de la manipulación de los patrones, prácticamente se escapaban cuando ya consideraban que tenían las suficientes condiciones para desempeñarse individualmente en algún otro oficio o como sucedía con la mayoría, que se retiraban para casarse o simplemente se volaban con el primero que le pintara otra clase de vida.
Habían transcurrido cinco años desde que fuera instaurada la Fiesta del Estudiante cuando se presentaron los primeros atisbos de renovación y de independencia de género. Posiblemente influenciados por la modernidad de los acontecimientos, especialmente por las innovaciones que traían los extranjeros que pasaban por la ciudad y por las anécdotas recogidas por los viajeros, las actividades que se propusieron para ser realizadas durante estas festividades fueron evolucionando, probablemente por efecto de la rutina y que siempre fueran las mismas.
Fue por razones como éstas, que en el año 29 las fiestas tomaron un rumbo claramente diferenciado de los anteriores, cuando un grupo de señoritas, unas de los colegios oficiales y otras del único privado que había entonces, decidieron organizar un reinado. Podemos argumentar, que fue el primer reinado que se realizó en la ciudad, que culminó el 12 de julio de 1929. Lástima que no haya sido un reinado de belleza exclusivamente, sino que contenía otros componentes menos frívolos, como la simpatía, la amistad y la cordialidad y el compañerismo, porque era difícil en esa época, convencer además de las directivas del colegio a los padres de familia y lo que era peor aún, a los curas y religiosos, quienes eran los que imponían las reglas de comportamiento.
A pesar de la oposición de los colegios religiosos y en general, de la curia, el bello torneo se realizó con todas las de la ley. Participaron un total de tres candidatas, todo un record para entonces, dadas las dificultades antes narradas. Hubo los desfiles usuales de ese tiempo, con sus trajes largos, ni pensar en vestidos de baño, cuando el “chingue” era la moda. La elección no la hizo ningún jurado sino que se realizó una votación entre los estudiantes, profesores, padres de familia, familiares y acompañantes de las candidatas. Las candidatas fueron las señoritas Cristina Uribe, Mercedes Vargas y Carmen Cecilia Gutiérrez. En una cerrada disputa entre las dos primeras candidatas, resultó elegida la señorita Cristina Uribe, quien fue coronada como la Reina de los Estudiantes en una fastuosa ceremonia que se llevó a cabo en los salones del Colegio Gremios Unidos.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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