miércoles, 10 de julio de 2013

408.- DON LUIS URIBE


Juan Pabón Hernández






El eco de la vieja retreta de alguno de los martes del misericordioso, renovó la nostalgia de doña Cecilia Rangel de Uribe. Rememoraba, quizá, las noches del Parque Mercedes Ábrego, cuando recorría con sus amigas y familiares el cerco de afecto natural de los árboles y las matas de entonces, con su grata posibilidad de esparcimiento: se sintió dispuesta a contar, con la secuela de su recuerdo pendiente en los ojos, acerca de la vida de don Luis, su esposo de tantos años y de tantas aventuras.

Los días, añejos, en que comenzaron, forjaron la marcha de un tiempo compartido en torno al anhelo mayor de formar una familia sólida en valores, afectuosa y, en especial, trabajadora y retadora, como la de sus hijos ahora, Luis Enrique, Claudia Cecilia, Alejandra y Manuela, quien traspasó las aristas de nieta para sembrarse como una luz en el otoño de sus abuelos.

ESCENARIO: EL LLANO

La verdad es que para tratar cosas de estas, de nostalgias, tiene uno que ser así, romántico, y como yo lo he sido siempre, disfruto más la oportunidad de entrevistar a una persona quien, además de ser la vía para el propósito de presentar la vida y obra de Don Luis, es amiga, vecina y forma parte de mis afectos.

Entonces comienzo a conversar con ella, un poco desvariadamente, porque así salen mejor los relatos: me cuenta del joven Luis, el muchacho de El Llano, de los años 40 y 50, su vecino, estudiante del colegio de las señoritas Nieto (entonces las profesoras tenían dignidad de señoritas), quienes dejaron su impronta educativa, tías del destacado ejecutivo Juan Antonio Nieto, y de cómo se conocieron en el barrio, y se casaron a escondidas.

EL JARDÍN DE DON LUIS

Entonces suena uno de los trinos de Nené, un pájaro que llegó recientemente, de cabeza roja y pecho amarillo, bellísimo, el cual decora el jardín de don Luis (todavía de él); ello me interrumpe y tengo que salir a ver las matas y la piedra que trajo de Los Guayabales para que se bañaran los pajaritos, además de las plantas, los árboles y las flores que regaba con inmenso cariño, de lo cual fui testigo, en orgullosa vecindad, en La Rinconada.

COMIENZA LA VIDA

Aprovecho para tomar unas fotos y prosigo la charla con Doña Cecilia, amparado en las formas de madera de unas hermosas frutas de Jorge Hernández; ahora me cuenta que su esposo fue bachiller del Colegio Sagrado Corazón, compañero de Germán Álvarez, Sergio Urbina, Luis McKormick, Jaime Unda, Orlando Gutiérrez, Germán García Durán y otros más…

Después de su matrimonio empieza un periplo de trabajo, en Bucaramanga, en Cúcuta, acá en la secretaría de Gobierno, luego con el Dr. Humberto Espinel, su gran amigo, y con La Arrendadora, la tradicional y pionera empresa inmobiliaria de la ciudad.

(Destaco el tema de que quiso estudiar Derecho en su madurez pero no lo pudo concluir).

EL NONO Y EL PINTOR


Las favelas de Brasil, uno de los temas predilectos del autor.


Don Luis era una especie de incógnita afectuosa, porque desde sus chocheras tendía unos puentes de cariño, inmensos, en quienes formaban su contexto querido; incluso cuando escondía sus pinturas (Claudia las encontró) para no dejarlas ver, después de pasar horas pintando, escuchando música y dejando fluir su imaginación de artista por los lienzos, bien en caricaturas, o en acuarelas, en óleos o dibujos, como aquellos que pintaba en el cuaderno de la niñita Manuela, para ilustrar sus tareas, en una misión de nono que se gozaba con deleite…Un poco pensando en su propia juventud, tal vez, cuando fue criado por su abuela y sus tíos, o en que no había tenido escuela para su talento, harto en habilidad, porque hubiera podido perfeccionar ese don maravilloso del arte que Dios deposita en los mejores.

Cuando pintaba se esmeraba; no quiso usar el caballete que le regalaron y, por ello, desordenaba la mesa y dejaba el reguero de la cosas, como una protesta al formalismo, para dar vía suelta a sus emociones; a la par, escuchaba música selecta, como la de Franck Pourcel, o los clásicos, así como se deleitaba con ‘La Voz’, Frank Sinatra, o los valses de Strauss y comía profusamente, con deleite, con el aceite de oliva a mano, abundante, y el pan francés crujiendo en su boca.

AUTODIDACTA EN CULTURA GENERAL

Me gusta pensar en que cuando un artista pinta, se convierte algo así como en un intermediario entre lo divino y lo de nosotros los pobres mortales; baja los temas de los niveles oníricos y los plasma (de ahí nace lo abstracto en la pintura), o pinta una realidad, la cual decora con la ternura de saberse apto para extraer su esencia bonita, o fea, no interesa, y arraigarla en arte para expresar una idea.

Todo lo consolidó con mucha lectura, en una labor de autodidacta que lo formó en la cultura general que demostraba en las conversaciones, o en los consejos a su hijo Luis Enrique, acerca de los museos que debía visitar en Madrid, sin siquiera él haber estado allí. Era el fruto de largas jornadas en las enciclopedias.

LA DIMENSIÓN DE SU ALEGRÍA

Quizá desde entonces se aplicaba Menticol, para refrescarse y poder asumir otras cosas, como por ejemplo liderar las comparsas de las fiestas de locos del Club de Cazadores (en donde además usualmente jugaba billar), con su nombre de Cordobeso, designar a Rosendo Cáceres como Picador de la de toros y montarlo en un burro, o diseñar los trajes de toreros y manolas, dirigir los ensayos y disfrutar al máximo hasta presentarlas en cualquier 6 de enero, para rematarlas en El Padrino, el desayunadero de los recuerdos. Otra vez, hizo un circo y se vistió de payaso. Después pensaría, un poco más allá del año, en ir a las Ferias de Chinácota…

En Diciembre “pegaría” los Inocentes en el barrio, poniendo letreros en las casas de “se busca muchacha pa’ de adentro”, o “se arriendan habitaciones”, y una que otra vez colocando candados en las puertas.

Son innumerables las simpáticas anécdotas, por ejemplo, cuando en un crucero le revisaron el termo que llevaba y lo obligaron a tirar su contenido, porque era whisky; entonces pidió permiso para ir al baño y al verlo volver turuleto le preguntaron por qué y contestó que no podía dejar perder un whiskie tan bueno: se lo había tomado a pecho. Otra vez, uno de sus amigos, casi pariente, a quien le gustaba mucho el tango, iba para Bogotá; le ofreció que un taxista conocido lo recogería: al llegar al aeropuerto vio un tipo con un letrero grande que decía: “garufa”; entonces se dio cuenta que era el recomendado de don Luis y sigilosamente le dijo que era su pasajero…para no quedar mal ante la gente.

LA VESPERTINA EN EL LLANO

Pero doña Cecilia, reconozco mi premeditación, con alguna pregunta regresa a El Llano: le pido que me nombre familias de antes; entonces comienza, otra vez con la nostalgia en los ojos, a  mencionar, atropelladamente, a los Wilches, los Ordoñez, los Aguilar (venezolanos), los Ramírez, o a los amigos de don Luis, Luis Berbesí, Antonio Bosch y demás...y a narrar que entonces no pasaba nada extraño, que podía ir a vespertina los Domingos, al teatro Zulima y caminar por el barrio, con el fresco de la noche acariciando sus almas, plenas de valores sencillos, de comidas familiares, y de tantas cosas gratas que ahora no existen, absurdamente relegadas al olvido por la sociedad de consumo.

SU PATRIMONIO

Era estricto, dice doña Cecilia, especialmente con sus hijos, a quienes enseñó esfuerzo y disciplina: por ello vivía orgulloso de sus éxitos: Luis y Alejandra como empresarios y Claudia como dirigente gremial.

Y por eso los gozaba con cada detalle y cada visita, incluso aquellas lejanas que podía hacerles, después de su enfermedad renal, especialmente a Luis Enrique, porque debía transportarse hasta los E.E.U.U. con una odiosa máquina de diálisis y hacer, con la misma disciplina que le enseñó a sus hijos, todos los días la jornada diaria de depurar sus riñones, o para ir a Bogotá a Usaquén a visitar en el Mercado de las Pulgas a los pintores. Pero no importaba, así como fue buen padre, fue buen enfermo, juicioso en el cuidado de sus remedios.

EPÍLOGO

Don Luis es ahora una acuarela, pintada en las nubes con la huella de luz de la nostalgia que se eleva desde acá, de la tierra, como un anuncio de que pronto, en unos años, se volverá a dar la unidad de su familia, y entonces una retreta sonará, esta vez interpretada por los ángeles…




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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