Una de las pocas instituciones centenarias de la
ciudad es la Sociedad de Artesanos Gremios Unidos y aunque el interés de mis
crónicas esté orientado a narrar sucesos acontecidos en los años de la mitad
del siglo pasado, a veces encuentro situaciones que concentran mi atención en
épocas diferentes y que por el rumbo que tomaron o las circunstancias que las
rodearon, ameritan un recuento que muestre el resultado de tales acciones. Por
lo general, son ocurrencias que se salen de lo normal, lo tradicional o lo
frecuente y que pasaron inadvertidas o sencillamente, fueron olvidadas,
aspectos que hoy llamarían la atención pero que entonces eran de común
ocurrencia.
Para ubicar al lector en el contexto de la crónica, acostumbro a empezar con los antecedentes del tema, para que se puedan entender las razones o las motivaciones que se derivaron de las acciones ocurridas. En este caso particular, pareciera más una nota social que un hecho de trascendencia que sobreviniera en un espacio y un tiempo que diera de qué hablar, pues podría decirse que a pesar de la gravedad del asunto que hoy sería, el escándalo no repercutió lo suficiente como para crear conciencia de lo sucedido entonces.
Empecemos por describir lo que eran las sociedades de artesanos, su origen y el objeto de su aparición, de manera muy breve y sucinta, toda vez que el tema es bastante extenso.
Retrocedamos a la época de la Revolución Industrial a finales del siglo 18 y comienzos del 19, cuando la producción de los bienes sufrió una trasformación profunda al pasar de la fabricación manual a la elaboración “mecanizada” mediante el uso de fuentes de energía diferente a la humana. Esta definición pretende mostrar el cambio profundo que sufrió el trabajo en el mundo “industrializado”, pues las personas dejaron de “autoabastecerse” y se convirtieron compradores y consumidores de productos fabricados de manera masiva por terceros. Esta situación afectó, en buena medida, a los artesanos que manteniendo su trabajo, ahora estaban amenazados por los grandes productores, sobre todo en sectores específicos, así que sólo les quedaba defenderse de la arremetida de la tecnología y la ciencia, uniéndose y capacitándose para sobrevivir. Por esta razón, a comienzos del siglo 19 comenzaron a formarse estas asociaciones, primero en los países europeos y en Norteamérica y luego se fue extendiendo por todo el nuevo continente.
En Colombia aparecieron a mediados del siglo diecinueve y tenían como objeto la enseñanza y capacitación de los jóvenes, mediante el establecimiento de escuelas nocturnas y la asistencia de iniciativas de auxilio recíproco, en casos de enfermedad o de muerte de sus afiliados. Hoy sabemos que se constituyeron en el origen de los movimientos obreros, campesinos, indígenas y estudiantiles, así como de gremios y sindicatos, todos ellos inspirados en la ideología de la Revolución Francesa, especialmente por los conceptos de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
En Cúcuta, la sociedad de artesanos hizo su tardía
aparición, posiblemente influenciada por sus similares de Pamplona,
Piedecuesta, Girón o San Gil, pero especialmente por la más famosa, la Sociedad
Democrática de Artesanos de Bucaramanga bautizada con el nombre de Los Pico de
Oro y que sus enemigos denominaron La Culebra. La Sociedad de Artesanos Gremios
Unidos aparece con el comienzo del siglo 20, cuando ya estaban sanadas las
heridas que había dejado la confrontación de la Guerra de los Mil Días, después
del pavoroso Sitio de Cúcuta ocurrido a mediados de 1900. Apegados a la
filosofía de esta clase de asociaciones, Gremios Unidos inició formalmente sus
buenos oficios con el nacimiento del año 1910, enero 2. Durante el primer año
se realizaron las gestiones de rigor con el nombramiento de dignatarios y lo
que fue más importante, la distinción que se hizo de las más altas
personalidades de la ciudad, nombrándolos socios honorarios, lo que le dio
prestancia y reconocimiento a la nueva institución. Puede decirse que con esta
postura se garantizaba un bien ganado respaldo que le ayudaría a cumplir con
las metas reglamentarias propuestas. Siguiendo la orientación filosófica propia
de la sociedad, inició modestamente enseñando en una escuelita nocturna a leer
y escribir, así como las operaciones de la aritmética elemental a los jóvenes,
sin distingos de ninguna clase, pero especialmente sin discriminar a los hijos
de las parejas que en esa época se catalogaban legítimos o naturales,
según la condición de los padres. También se consolidó, durante el primer año,
el programa de conferencias y charlas a las cuales asistían puntualmente los
asociados para ampliar sus conocimientos sobre los temas de actualidad, además
de un bien planificado programa de vigilantes que era el proyecto de visita a
los socios enfermos, a los cuales se les asistía y reconfortaba para que
retomaran, lo más pronto posible sus habituales quehaceres.
Se logró que el Concejo aprobara un auxilio mensual de 20 pesos oro para el mantenimiento de la Escuela Nocturna, hasta que a comienzos de 1912, el mismo Concejo eliminó la partida argumentando que la institución violaba unos artículos de la Ley 35 de 1888 aprobatoria del Concordato con la Santa Sede. A pesar de estas y otras vicisitudes, la Sociedad siguió creciendo y finalizando ese año habían construido en su sede, en el sitio donde hoy está ubicada, en la avenida cuarta, un salón de reuniones. Por tal motivo, quisieron darle relevancia a este hecho, razón por la cual decidieron realizar una inauguración por todo lo alto, con las autoridades civiles y militares y la respectiva consagración religiosa del edificio, por parte de las autoridades eclesiásticas. Designaron una comisión para solicitarles al delegado apostólico y al padre Demetrio Mendoza realizaran el acto de bendición, a lo cual se negaron, con los mismos argumentos esgrimidos por el Concejo Municipal. Apelaron entonces a un amigo del obispo Monseñor Arias, quien tampoco quiso intervenir, más por presiones del padre Mendoza que por decisión propia. La solución entonces pareciera simple, como sucede muchas veces en esta región de frontera, pues fueron donde el cura de Ureña a solicitarle bendijera el nuevo local, con la esperanza que desconociera la situación; aun así, no se logró convencerlo y la inauguración del salón de reuniones se quedó sin la bendición sacerdotal pero con padrinos ejemplares, entre los que se contaba, el Gobernador del Departamento, el Alcalde y el Prefecto, así como el Jefe del Regimiento, el Administrador de Aduanas y los socios honorarios.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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