viernes, 14 de febrero de 2014

524.- PUBLICIDAD EN LA CUCUTA DE 1942


Gerardo Raynaud

 

 



 

 

 

 





 

De las cosas que más han evolucionado en los últimos tiempos ha sido la publicidad; las que más se han regulado y reglamentado para evitar los abusos de los anunciantes, buscando la manera más fácil de inducir al consumo o al uso o simplemente de inclinar la balanza de las preferencias por un determinado producto o servicio.

 

En el pasado, hablamos del siglo veinte en general, pero más específicamente a mediados de ese siglo, eran comunes, por no decir que frecuentes, las propagandas que hoy son historia, en el sentido que no están permitidas, casi bajo ninguna circunstancia ni de cualquier manera, como son los pertinentes a los productos de alcohol y tabaco.

 

Pues bien, en la Cúcuta de antaño, era indispensable que la Cervecería Nueva de Cúcuta S.A. diera a conocer y anunciara sus nuevos productos por todos los medios disponibles, esto es, prensa, radio y afiches y pasacalles, so pena de quedarse rezagada en sus colocaciones y ventas.

 

En el caso de la cerveza, es necesario agregar que las disposiciones legales, durante casi toda la centuria pasada exigía a los pocos fabricantes de la bebida, no sobrepasar el límite de los cuatro (4°) grados alcohólicos en volumen, razón que no me es del todo clara, aunque algunos personajes vinculados a la industria, me comentaron alguna vez, que la norma había sido presionada para inducir al consumo.

 

En plata blanca, lo que se perseguía no era otra cosa que se consumiera grandes cantidades de la bebida, de manera que el bajo nivel de alcohol demorara sus efectos emborrachadores.

 

En este año del Señor, la Cervecería Nueva lanzó la Pilsen Sajonia en una agresiva campaña en que decía “ya no se oye sino una voz, por salones, bares y cantinas, deme Sajonia, porque es lo mejor” y luego se veía en los periódicos locales y carteles y se escuchaba por la radio La Voz de Cúcuta, de los hermanos Sánchez, ¿Ha probado la nueva Pilsen Sajonia? y luego remataba, “hágalo de una vez!” primero por curiosidad y luego por satisfacción! La campaña de lanzamiento duró aproximadamente un mes, al cabo del cual, continuó sus tradicionales esfuerzos publicitarios, incluyendo sus demás productos.

 

Por esas mismas calendas, como en la guerra que se libraba en Europa, por aquí otra no menos importante, era la guerra de los “rones”; se luchaba por el mercado del consumo del popular ‘ron’ entre el Ron Cristóbal, distribuido por los comerciantes Carlos Luis Peralta y Gilberto Clavijo y el Ron Cúcuta, producto de las Rentas Departamentales del Norte de Santander, del que decían “era la voz del pueblo por ciudades, pueblos y veredas” y que se “había hecho famoso por sí solo”, aseguraban además que “era el licor popular” y se podía adquirir en todas las asentías, bares o tiendas de la ciudad.

 

Traté de saber a qué se referían cuando hablaban de ‘asentías’ y no lo encontré en el diccionario de la Real Academia Española, aún me falta consultar el Diccionario de Colombianismos, pero una ayuda de mis lectores me sería de gran ayuda.

 

Del ron Cristóbal, sus promotores destacan su fina calidad, pues argumentaban que “era el deleite de los buenos catadores” y que era “el que más imita al Brandy”.

 

Por el lado de los infaltables cigarrillos, el Pielroja, era el rey para los fumadores. Tenía una exquisita propaganda científica que mezclaba la información técnica de su producción con la promoción de su sabor y su calidad.

 

Decía la publicidad que “se requieren tres (3) años para hacer un Pielroja” y se informaba al público que ese era el tiempo que duraba en reposo el tabaco para que debidamente acondicionado, adquiriera mayor contenido de azúcares para que se tornara más suave y desarrollara todo su “delicado aroma”. Claro que la competencia no se quedaba atrás, pero la Compañía Colombiana de Tabacos S.A. no le temía en lo más mínimo a las demás marcas nacionales tan desconocidas, como de bajo consumo, como los cigarrillos Casino, que habían adoptado el mismo estribillo de la cerveza Águila, ‘sin igual y siempre igual’, entonces sin mayores repercusiones, pues hoy  enfrentarían  grandes dificultades, en razón del plagio. Otros que se vendían, especialmente entre las clases populares, como el Aroma, Rio de Oro, Número 1 y Golf, no eran tan apetecidos ni tenían tanta demanda.

 

No así, sin embargo, era el enfrentamiento con los cigarrillos americanos, que orgullosos exhibían los soldados en los noticieros que se veían al comienzo de las películas en los teatros locales, especialmente en el Santander o el Guzmán Berti o en el popular Aire Libre, cuando se los veía sudorosos, mugrientos y algunas veces ensangrentados, después de la batalla, fumarse un aromático y humeante cigarrillo.

 

Estos, eran ofrecidos por El Salón Blanco de don Miguel Saikali, quien entonces poco debía preocuparse del contrabando; eran los famosos Phillips Morris y los Marlboro que entonces se vendían en dos presentaciones, de boquilla roja y de boquilla blanca.

 

Ya para terminar esta crónica, tónicos, depurativos y medicinas de las más variadas especies eran ofrecidos para bienestar de los habitantes de la región.

 

Era el momento de combatir las enfermedades y dolencias más comunes y los laboratorios extranjeros eran los más dados a promocionar sus productos, como era el caso de Bayer que tenía una amplia gama de productos entre los que se contaba la Quinoplasmina, “el remedio seguro contra el temido paludismo” o las pastillas de Yantrén 105 especialmente formuladas para combatir la disentería en adultos, tan común en el medio por la ingestión de aguas no tratadas o en los niños e inclusive en adultos cuando eran presas de diarrea, las pastillas de Eldoformo quitaban esas preocupaciones y contra el “insomnio y la nerviosidad” nada mejor que tabletas de Adalina que además ponían tomarse durante el día pues “no produce cansancio”.

 

Y para antes de acostarse recomendaban cepillarse con la crema dental Pepsodent, mas espumosa, mas refrescante y más económica.

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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