Gerardo Raynaud
De las cosas que más han evolucionado en los
últimos tiempos ha sido la publicidad; las que más se han regulado y
reglamentado para evitar los abusos de los anunciantes, buscando la manera más
fácil de inducir al consumo o al uso o simplemente de inclinar la balanza de
las preferencias por un determinado producto o servicio.
En el pasado, hablamos del siglo veinte en
general, pero más específicamente a mediados de ese siglo, eran comunes, por no
decir que frecuentes, las propagandas que hoy son historia, en el sentido que
no están permitidas, casi bajo ninguna circunstancia ni de cualquier manera,
como son los pertinentes a los productos de alcohol y tabaco.
Pues bien, en la Cúcuta de antaño, era
indispensable que la Cervecería Nueva de Cúcuta S.A. diera a conocer y
anunciara sus nuevos productos por todos los medios disponibles, esto es,
prensa, radio y afiches y pasacalles, so pena de quedarse rezagada en sus
colocaciones y ventas.
En el caso de la cerveza, es necesario
agregar que las disposiciones legales, durante casi toda la centuria pasada
exigía a los pocos fabricantes de la bebida, no sobrepasar el límite de los
cuatro (4°) grados alcohólicos en volumen, razón que no me es del todo clara,
aunque algunos personajes vinculados a la industria, me comentaron alguna vez,
que la norma había sido presionada para inducir al consumo.
En plata blanca, lo que se perseguía no era
otra cosa que se consumiera grandes cantidades de la bebida, de manera que el
bajo nivel de alcohol demorara sus efectos emborrachadores.
En este año del Señor, la Cervecería Nueva
lanzó la Pilsen Sajonia en una agresiva campaña en que decía “ya no se oye sino
una voz, por salones, bares y cantinas, deme Sajonia, porque es lo mejor” y
luego se veía en los periódicos locales y carteles y se escuchaba por la radio
La Voz de Cúcuta, de los hermanos Sánchez, ¿Ha probado la nueva Pilsen Sajonia?
y luego remataba, “hágalo de una vez!” primero por curiosidad y luego por satisfacción!
La campaña de lanzamiento duró aproximadamente un mes, al cabo del cual,
continuó sus tradicionales esfuerzos publicitarios, incluyendo sus demás
productos.
Por esas mismas calendas, como en la guerra
que se libraba en Europa, por aquí otra no menos importante, era la guerra de
los “rones”; se luchaba por el mercado del consumo del popular ‘ron’ entre el
Ron Cristóbal, distribuido por los comerciantes Carlos Luis Peralta y Gilberto
Clavijo y el Ron Cúcuta, producto de las Rentas Departamentales del Norte de
Santander, del que decían “era la voz del pueblo por ciudades, pueblos y
veredas” y que se “había hecho famoso por sí solo”, aseguraban además que “era
el licor popular” y se podía adquirir en todas las asentías, bares o tiendas de
la ciudad.
Traté de saber a qué se referían cuando
hablaban de ‘asentías’ y no lo encontré en el diccionario de la Real Academia
Española, aún me falta consultar el Diccionario de Colombianismos, pero una
ayuda de mis lectores me sería de gran ayuda.
Del ron Cristóbal, sus promotores destacan su
fina calidad, pues argumentaban que “era el deleite de los buenos catadores” y
que era “el que más imita al Brandy”.
Por el lado de los infaltables cigarrillos,
el Pielroja, era el rey para los fumadores. Tenía una exquisita propaganda
científica que mezclaba la información técnica de su producción con la
promoción de su sabor y su calidad.
Decía la publicidad que “se requieren tres
(3) años para hacer un Pielroja” y se informaba al público que ese era el
tiempo que duraba en reposo el tabaco para que debidamente acondicionado,
adquiriera mayor contenido de azúcares para que se tornara más suave y
desarrollara todo su “delicado aroma”. Claro que la competencia no se quedaba
atrás, pero la Compañía Colombiana de Tabacos S.A. no le temía en lo más mínimo
a las demás marcas nacionales tan desconocidas, como de bajo consumo, como los
cigarrillos Casino, que habían adoptado el mismo estribillo de la cerveza
Águila, ‘sin igual y siempre igual’, entonces sin mayores repercusiones, pues
hoy enfrentarían grandes dificultades, en razón del plagio.
Otros que se vendían, especialmente entre las clases populares, como el Aroma,
Rio de Oro, Número 1 y Golf, no eran tan apetecidos ni tenían tanta demanda.
No así, sin embargo, era el enfrentamiento
con los cigarrillos americanos, que orgullosos exhibían los soldados en los
noticieros que se veían al comienzo de las películas en los teatros locales,
especialmente en el Santander o el Guzmán Berti o en el popular Aire Libre,
cuando se los veía sudorosos, mugrientos y algunas veces ensangrentados,
después de la batalla, fumarse un aromático y humeante cigarrillo.
Estos, eran ofrecidos por El Salón Blanco de
don Miguel Saikali, quien entonces poco debía preocuparse del contrabando; eran
los famosos Phillips Morris y los Marlboro que entonces se vendían en dos
presentaciones, de boquilla roja y de boquilla blanca.
Ya para terminar esta crónica, tónicos,
depurativos y medicinas de las más variadas especies eran ofrecidos para
bienestar de los habitantes de la región.
Era el momento de combatir las enfermedades y
dolencias más comunes y los laboratorios extranjeros eran los más dados a
promocionar sus productos, como era el caso de Bayer que tenía una amplia gama
de productos entre los que se contaba la Quinoplasmina, “el remedio seguro
contra el temido paludismo” o las pastillas de Yantrén 105 especialmente
formuladas para combatir la disentería en adultos, tan común en el medio por la
ingestión de aguas no tratadas o en los niños e inclusive en adultos cuando
eran presas de diarrea, las pastillas de Eldoformo quitaban esas preocupaciones
y contra el “insomnio y la nerviosidad” nada mejor que tabletas de Adalina que
además ponían tomarse durante el día pues “no produce cansancio”.
Y para antes de acostarse recomendaban
cepillarse con la crema dental Pepsodent, mas espumosa, mas refrescante y más
económica.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.



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