Gerardo
Raynaud D.
El maestro Salvador Moreno fue uno de esos artistas
regionales que adquirió fama por su increíble talento; de esos que
ocasionalmente nacen y se crían en las provincias y que a fuerza del tiempo se
van apagando hasta que sólo quedan vestigios que son necesarios retroalimentar
para retornarlos a la memoria, cada vez más olvidada de las gentes, que se
preguntan quién era ese personaje del que a veces escuchamos mentar en los
espacios artísticos y culturales de las ciudades.
Como ha sido constante en estas crónicas, no voy a
narrar la vida del ilustre personaje de marras sino a relatar un acontecimiento
sucedido en torno a él, que suscitó un enfrentamiento, cordial por cierto,
entre dos grupos de personajes de la vida cotidiana cultural de las poblaciones
más importantes de la frontera común.
Promediaba el año 1951, aún vivía el maestro Salvador
Moreno, por demás en Cúcuta, cuando surgió, entre los académicos de la historia
regional de Cúcuta y San Cristóbal una agria polémica sobre la nacionalidad del
artista.
Antes de entrar en la polémica, considero necesario
argumentar que las discusiones en torno a las nacionalidades, son recientes.
Datan de la primera mitad del siglo 20, pues en fechas anteriores no eran
importantes los registros de nacimiento, de familia, de raza o de linaje, por
una parte, porque no existían y por otra, porque el origen era intrascendente,
pues lo verdaderamente importante era el lugar donde se desarrollaban las
actividades del personaje y no propiamente el sitio de su nacimiento.
Las fronteras son límites humanos, arbitrarios que muy probablemente volverán a desaparecer en el futuro, como así lo fueron en el pasado. Peor aún, las dobles nacionalidades eran, en la mayoría de los países, ilegal, por lo tanto, quienes las ostentaban casi que se consideraban delincuentes, al punto que debían renunciar a una ellas, so pena de ser castigados por la justicia del país que le exigía la abdicación correspondiente.
Las fronteras son límites humanos, arbitrarios que muy probablemente volverán a desaparecer en el futuro, como así lo fueron en el pasado. Peor aún, las dobles nacionalidades eran, en la mayoría de los países, ilegal, por lo tanto, quienes las ostentaban casi que se consideraban delincuentes, al punto que debían renunciar a una ellas, so pena de ser castigados por la justicia del país que le exigía la abdicación correspondiente.
Pues bien, advertencia realizada pasemos a la
exposición de los hechos. Es de común ocurrencia cuando se obtienen galardones
y reconocimientos, los coterráneos se sienten orgullosos de sus logros y se
apersonan de ellos como naturales, mostrando a propios y extraños sus victorias
y sacando pecho por ello. En este caso, el maestro Salvador Moreno, luego de
sus triunfos en el viejo mundo, particularmente en París, donde fue galardonado
por sus pinturas al óleo, en el Salón de Otoño cuando apenas comenzaba su
carrera artística, tenía 24 años y recién había llegado a la capital cultural
de Europa, poco antes de finalizar el siglo 19.
Fue el historiador venezolano Luis Eduardo Pacheco,
presidente del Centro de Historia de San Cristóbal y además vicepresidente de
la Academia de Historia del Norte de Santander, quien comenzó a generar la
pelotera al afirmar que el Maestro era venezolano de nacimiento y que para
comprobarlo, publicaría en el Boletín del Centro de Historia de San Cristóbal
del primer trimestre del año 51, el documento que así lo acreditaba. El señor
Pacheco tenía fama de ser un historiador distinguido quien sostenía con pruebas
los resultados de sus investigaciones. Como era de esperarse, la noticia causó
furor en la frontera y los diarios y revistas de los dos países dedicaron buena
parte de sus espacios a especular sobre el tema.
Efectivamente, se publicó en el Boletín referido la
partida del registro civil en la que se hace constar que fue presentado ‘un
niño varón recién nacido’ que nació en este distrito (o sea San Cristóbal) el
19 de septiembre de 1874 a las dos de la mañana, así fue estampado en el folio
192 del Libro de Nacimientos de San Cristóbal de 1874.
Por fortuna la discusión no pasó a mayores, toda vez
que por la precaria salud del Maestro hubiera podido consultársele, sin embargo
ello no fue posible y la controversia fue decayendo poco a poco hasta llegar al
olvido. Sin embargo, compatriotas colombianos como Luis Gabriel Pacheco se
dieron a la tarea de escudriñar más allá de las discusiones para fundamentar lo
que en realidad había sido la vida del artista y los apoyos que le fueron
concedidos, más en razón de su talento que de su nacionalidad.
No se tuvo conocimiento, por ejemplo, que hubiera
vivido en la ciudad de San Cristóbal en sus primeros años, ya que no existe
registro de su paso por la escuela primaria, aunque alguna biografía de un
autor venezolano lo ubica en 1881, es decir, cuando había cumplido los 7 años,
en el Colegio Nacional del Táchira, en donde mostraba ya prematuramente sus
dotes artísticas. Se dice que se trasladó con su familia a Cúcuta cuando tenía
14 años y aunque en esa época los registros documentales eran escasos, puede
decirse que no hay referencias exactas de sus años estudiantiles, salvo los
arriba citados.
Finalmente la controversia sobre la nacionalidad del
Maestro, puede decirse que se resolvió a favor de la colombiana, por las varias
razones que se expondrán a continuación: primero, la Constitución Colombiana
del 86, en su artículo octavo hacía mención de los requisitos para ser
considerado colombiano por nacimiento y así hubiera nacido en el extranjero,
por el hecho de ser de padre colombiano y residenciado en el país se reconocía
como nacional por nacimiento. Segundo, los primeros reconocimientos como
artista le fueron entregados en la ciudad de Cúcuta, al recibir la primera beca
para realizar sus estudios artísticos en la capital del país, por parte del
Concejo de la ciudad. Tercero, mediante ley de la república, el Congreso
Nacional, a través del Representante Guillermo Valencia le concedió otra beca
para viajar al exterior y en la exposición de motivos se lee específicamente
que se le otorga dicha distinción por su valor y sus méritos como colombiano
ilustre, razón por la cual la acepta. Nunca expresó ‘durante su vida de mente
clara, ni su voluntad ni su deseo de ser venezolano’ y siempre viajó con su
pasaporte verde colombiano. Por último, jamás Venezuela reclamó para sí la
nacionalidad venezolana ni pensó en la tragedia de su vida. Y fueron con
dineros colombianos que su padre y su esposa fueron a Londres, en donde se
hallaba en condiciones deplorables, enfermo y recluido en un sanatorio para
devolverlo a su patria.
La controversia quedó saldada con los argumentos
arriba expuestos y los historiadores, tanto venezolanos como colombianos
cerraron las discusiones archivando para siempre la polémica banal en que se
había convertido el cruce de cartas y artículos publicados en los medios de
ambos países.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.