P. Maurizio Pontin, c.s.
De los miles de kilómetros de frontera terrestre
y marítima que tiene Colombia, sin duda alguna la ciudad de Cúcuta representa
el paso más transitado por nacionales y extranjeros: es nuestra frontera más
viva. Las ciudades al otro lado de la frontera, San Antonio y Ureña, son la
puerta para llegar a San Cristóbal, la capital del Estado Táchira, cuya
población está conformada por miles de colombianos y sus descendientes.
Definir a
Cúcuta con la terminología social de ¨frontera viva¨ parece casi una ironía:
¿Frontera viva o frontera de muerte? ¿Frontera de paso a la esperanza o punto
de decepción?
Durante los años 70 y 80 Cúcuta fue el lugar de
recepción de miles de colombianos y otros emigrantes de Suramérica que venían
deportados desde Venezuela por encontrarse en forma irregular en ese país.
La Iglesia Católica de Cúcuta enfrentó ese
problema creando el Centro de Migraciones, en el barrio Pescadero, como lugar
de acogida al que los funcionarios del DAS remitía las personas que la Guardia Nacional
venezolana transportaba en autobuses hasta el puente internacional Simón
Bolívar.
En esa casa, que ofrecía comida, cama, ropa, agua
para una buena ducha, chequeo médico, comunicación con los familiares y
asistencia espiritual, ellos podían hospedarse por dos o tres días, hasta
encontrar una solución a su situación: regresar a sus hogares o emprender nuevamente
el camino hacia Venezuela.
Desde 1968 hasta 1992 pasaron por el Centro 85.085
colombianos (de los cuales el 15% estaba conformado por mujeres) y 4.226
extranjeros.
Se calcula que esta cantidad fue únicamente la
tercera parte de los «deportados» por Cúcuta, mientras que otros 12.482
deportados pasaron entre 1982 y 1993 por el Centro Católico de Migraciones de
Maicao.
Hoy el Centro de Migraciones se ha transformado en
puerto de acogida para algunas personas y familias que llegan a la ciudad en
situación de desplazamiento. Por ser un lugar notorio, fácil de localizar,
abierto a todos, son pocas las familias que buscan hospedaje allí: la gran
mayoría prefiere camuflarse entre los pobladores de los extensos barrios
periféricos, crecidos con el tiempo por medio de periódicas invasiones de
terrenos baldíos.
Con el pasar de los años se ha venido creando
otra Cúcuta en la periferia de ciudad: la Cúcuta de las colinas, la Cúcuta más
allá de Atalaya, oculta y silenciosa bajo el verde follaje que esconde los
ranchos de madera con sus techos de zinc, habitaciones precarias de familias
numerosas, sin servicios de agua y con vías de comunicación polvorientas o que
se transforman en lodazales en la época de lluvias.
A esta Cúcuta informal, casi desconocida por la
Cúcuta comercial del casco central, que a su vez está afectada por una profunda
crisis económica, han llegado por años miles de migrantes regresados de
Venezuela no como deportados, sino como desempleados.
A esta Cúcuta se han añadido miles de
desplazados, que a diario se encaminan hacia el centro de la otra Cúcuta con la
esperanza de conseguir unas horas de trabajo, que les permitan soñar que puede
haber un mañana, simplemente un mañana para ellos y sus hijos.
Desde la mirada de la movilidad, Cúcuta se ha transformado
en un auténtico lugar de paso: del norte y del occidente llegan las víctimas
del desplazamiento del Catatumbo y de la costa Caribe; por el este y el sur
salen los que buscan refugio en Venezuela o una luz de esperanza en las
ciudades del interior del país.
Y toda ciudad que vive en constante movimiento corre
el riesgo de perder su propia identidad: no logra impulsar el arraigo social y
cultural y al mismo tiempo está esparciendo por el país y fuera de él miles de
desarraigados.
En estas condiciones se dificulta la labor social
y pastoral de la Iglesia, de los organismos públicos y de las organizaciones de
la sociedad civil para lograr una mejor integración de todos los ciudadanos.
LA PALABRA DEL OBISPO
La Crisis humanitaria de la ciudad la describió, de
manera sucinta, Monseñor
Oscar Urbina,
obispo de Cúcuta, durante la visita de la Misión exploratoria de varios
representantes del Sistema de Naciones Unidas y otras organizaciones
internacionales a Cúcuta:
¨La frontera, desde ambas partes, presenta una serie
de dificultades que luego se concentran en la ciudad de Cúcuta creando un problema
muy serio: el empobrecimiento de personas que tenían posibilidades económicas y
fueron despojadas de ellas en el campo y tuvieron que venirse a la ciudad,
buscando una utopía que sin embargo no satisfizo aquello que buscaban para sí
mismos y para sus hijos. Ellos entonces tuvieron que contentarse con lo poco
que pudieron encontrar: un poquito de tierra sin agua, sin energía eléctrica
desde donde empezar a imaginar su nueva vida.
Quisiera también aquí abrir un horizonte. A veces,
cuando en los foros que se hacen en la ciudad se tratan los problemas de la
frontera, inmediatamente se dice que es el Catatumbo, quien nos envía todos
estos desplazados. ¡No! El problema es mucho más serio; es toda la frontera, todo
el eje fronterizo, inclusive desde la Guajira, pero que se agudiza en el
departamento de Norte de Santander y en Arauca. Y esto también de ambas partes de
la frontera, porque gran parte de las personas que aquí ya no encuentran la
forma de vivir, ahora se están ubicando en Venezuela. Tenemos un grupo
grandísimo de colombianos en Ureña, Venezuela, en condiciones casi peores de
las que se ven en los asentamientos de la ciudad.
Se trata entonces de un problema macro, que va
agrandándose y que baja por esta frontera en gran parte hasta Arauca. Este es
como un primer elemento para resaltar.
En un segundo momento también se ven los frutos de
la violencia que hemos vivido a partir del año .92, o sea llevamos ya 14 años
de violencia muy grande. Esta es la única parte de la nación donde tenemos los
cuatros grupos irregulares, además de las fuerzas del Estado, pues están los
tres grupos del ELN, EPL y las FARC y todo este grupo inmenso de Autodefensas,
que ha llegado a toda esta parte de la frontera, especialmente desde el año 92.
Tenemos también otro problema muy serio: por ser
zona de frontera se va tejiendo alrededor de las dos partes, la colombiana y la
venezolana, los problemas de impunidad por ejemplo, que hace que la violencia
se dispare en unas proporciones mayores que en cualquier otra parte del país.
Hay otros elementos que entran a formar parte de
este problema, como el hambre, las familias, los ancianos, la gente que perdió
los empleos. La ciudad a perdido la posibilidad de ser una gran ciudad y se
convirtió en una ciudad de pequeño mercado, en una ciudad comercial, pero de
pequeños comercios; y eso ha estado al vaivén de la fluctuación del valor de la
moneda de los dos países.
Cuando la moneda de Venezuela fue fuerte, hasta el
año 83, hubo un bum económico, que hizo que la ciudad se desarrollara, que
muchísima gente del interior del país se desplazara hasta acá buscando
oportunidades. Esto hizo que ahora encontremos un tejido social como una colcha
de retazos de personas de diferentes partes del país.
En el año 1983 vino la primera caída del 50% de la moneda
venezolana y en 1992 viene una segunda caída, hasta que en el 2002 viene una
tercera caída, donde el bolívar venezolano pasa por debajo del peso colombiano.
Esto ha hecho que el comercio no fuera ya una oportunidad
de subsistencia: la gente nuestra no estaba preparada para esos momentos de
cambios sociológicos y económicos tan profundos.
Otro elemento que se ve fuerte es la violencia. Sin
duda que la violencia del año 2002 y 2003, en este año ha disminuido un
poquito, pero de todos modos hemos tenido muchos asesinatos; en este período
del 2005 ya llevamos casi 700 asesinatos en el área metropolitana, porcentaje que
es muy alto para la ciudad que tiene de 900 mil a un millón de habitantes.
Entonces es muy grande todavía la proporción generada
por muchos elementos que están en juego, y resumiendo podemos ver que los
factores grandes de crisis humanitaria son el hambre y el problema de
desempleo.
Que aunque la Iglesia, también ayudada por medio de los
programas de capacitación, se encuentra un cuello de botella y es que prepara a
las personas y hay mucha gente capacitada y se podría crear micro empresas pero
mientras no hablemos de mercadeo es caer otra vez en otra utopía, esta crisis
humanitaria toca más esta línea, porque la falta de productividad repercute en
la vivienda.
Para finalizar la salud, el presupuesto que el
gobierno tiene que aportar para el subsidio de toda esta población que es el
70% que está en estrato 1 y 2 que tiene acceso al Sisben, no lo han pagado; la educación,
todavía en el Departamento tenemos casi 40.000 niño y jóvenes que no están en
el sistema escolar¨.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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