viernes, 23 de mayo de 2014

573.- AMORES DE NOVELA


Gerardo Raynaud D.

Antaño también era escenario de situaciones que llamaban a recordar las románticas  circunstancias narradas en las más recordadas leyendas y fábulas pasionales, que hacían suspirar a los vigorosos y robustos exponentes del género masculino y escurrir una que otra lágrima a las virginales féminas, dignas representantes del bello sexo. 

Pues bien, a mediados del siglo pasado, en ocasiones que no eran del todo frecuentes, pero sí que atraían el interés hasta del más desprendido, se presentaban actos de corte pasional que repercutían en el ambiente, cual campanillas llamando a congregarse en torno al juglar, presto a contar sus insólitas y a veces, inverosímiles historias.

La crónica tiene por protagonista un personaje oscuro, de esos desconocidos que llenan páginas enteras por sus acciones, muchas veces absurdas, como el caso que vamos a narrar pero que son entendibles a la luz de las razones que los corazones no pueden explicar. 

El asunto sucedió a mediados del año 53 del siglo pasado y encaja bastante bien con el título propuesto ya que por esos detalles incomprensibles de la vida, las decisiones que a veces toman las personas no logran entenderse cuando ellas tratan de poner fin a su existencia, por razones que para otros son triviales.

María Pabón es nuestra protagonista, como se dijo, un personaje anónimo pero no por ello indiferente o insensible, tal vez, todo lo contrario a juzgar por la nota que escribió  y  con la que pretendió justificar su acción. 

Había llegado de provincia, de La Vega de Cáchira, acompañada de un joven agente de la policía de apellido Garza, quien la había dejado hospedada en una casa de familia del barrio El Páramo. Allí convivían, madre e hijo, quien trabajaba de tipógrafo en la Editorial Zulia, que en ese momento era la empresa que imprimía el Diario de la Frontera de propiedad de Luis Parra Bolívar. 

Al parecer, el joven Gabriel Vega hijo de doña Encarnación Mendoza, la dueña de casa, era uno de esos galanes de barrio, bien parecido a quien las chicas del vecindario y de los alrededores más lejanos le piropeaban cada vez que pasaba, así que el muchacho no perdía ocasión para galantear con las más agraciadas mujeres que se le interponían en el camino. 

María o como le decían cariñosamente sus amigas y conocidas, Marujita, se fue ganando el aprecio y la amistad de sus vecinas, particularmente las de la casa de al lado donde Josefa Vera, más conocida en el lugar como doña  Chepa, quien al parecer ofrecía servicios de compañía femenina que no era bien visto por los demás vecinos, quienes se quejaban continuamente de la ‘visitadera’ de personas elegantes que llegaban en carros lujosos, especialmente en horas de la noche y armaban jolgorios que muchas veces les impedía dormir.

Dada la constante quejadera de la población en general, sobre este tipo de actividades, la alcaldía de don Numa Pompilio, había expedido el Decreto 134 que prohibía el funcionamiento de estas casas en las zonas residenciales de la ciudad, trasladando esas ocupaciones a los barrios periféricos, donde presumiblemente no ocasionarían la congestión que se presentaba en los barrios céntricos. 

Pues bien, un día cualquiera de comienzos de año, comenzando la segunda mitad del siglo, la vecindad cansada de los alborotos que comenzaron a proliferar, dada la confianza que se tenían quienes visitaban el lugar, presionaron a las autoridades para que le pusieran coto a la situación y prontamente se apareció la policía, deteniendo a todos los habitantes de la casa de doña Chepa. 

Ya a estas alturas del partido, Marujita se había más que encariñado de Gabriel, estaba enamorada al punto de la máxima atracción, pero éste nada de nada; tal vez, no solo por los atractivos físicos que poco la ayudaban sino  por estar viéndola todos los días, en su casa, desempeñando las tareas que allí hacía, pues posiblemente no le despertaban malas intenciones, ni tampoco buenas, así que la pobre Marujita, cada día estaba más triste y deprimida. 

Y preciso ese día, en que todas las personas de la casa vecina fueron detenidas, Doña Chepa le pidió a la joven Marujita que se quedara en la casa, cuidando que no fueran a aprovecharse de la soledad para sustraer los pocos haberes que se mantenían allí. 

Nuestra protagonista, salió temprano de su residencia y se alojó en la habitación principal, la mejor amoblada y la más acogedora y allí concibió la idea trágica del suicidio. Todo lo concibió dentro de un riguroso itinerario, iba a abandonar este mundo con su cortejo de miserias, pero cómo hacerlo sin que nadie se diera cuenta de sus macabras intenciones, cómo acabar su vida de sufrimientos sentimentales, cómo suicidarse? 

No se sabe, pero María Pabón, adquirió el veneno fatal, el arma silenciosa que la llevaría al más allá, se armó de valor y de una pluma y de un blanco papel y le escribió la carta de despedida a su amado incomprendido Gabriel Vega. 

Terminada la carta, disolvió el polvillo que le habían vendido en la botica y que había comprado como veneno para ratas, lo disolvió en un vaso de agua y lo apuró ‘fondo blanco’ hasta no dejar gota alguna y se recostó en el lecho principesco de su vecina a esperar la parca.

A la mañana siguiente, otra vecina, preocupada más por la suerte de la casa que por la de su cuidandera, llegó a eso de las siete de la mañana y se encontró a la desventurada muchacha retorciéndose, presa de terribles dolores; inmediatamente dio la noticia al Permanente Central; allí acudieron, el director del Permanente y el jefe de detectives municipales, creyendo que se había producido un altercado después de la detención masiva ocurrida poco antes. 

Al ver la pobre muchacha contorsionándose, supusieron que se había envenenado por lo acontecido y la trasladaron al hospital San Juan de Dios, donde los médicos le aplicaron las primeras curaciones para expulsar el veneno y aunque había perdido el sentido, sus signos vitales se habían estabilizado y los galenos auguraban un pronto restablecimiento.

Mientras tanto, los chismes no cesaban y ya se habían filtrado algunos indicios sobre el contenido de la carta de ‘despedida’, que en algunos apartes decía: 

“.. mi noble amigo, mi amado Gabriel. Voy a partir de esta tierra, la voz de Dios me llama, piensa en mí. No olvides nuestras promesas, que uno de los dos tenemos que vivir la muerte del amor eterno… tu no comprendes ni has llegado a comprender en la tristeza que me encuentro por tu desprecio desde el domingo para acá, porque me hiere más tu desprecio que un castigo… porque a usted lo compraron con encantos… tu amor me lleva a la tumba, yo te quería intensamente, lo único que le deseo es que sea feliz con la que tiene y la goce bastante en esta vida porque en la otra no se puede. 

No quiero vivir esta vida, quiero morir más bien que verte en otros brazos. Me despido de ti toda llena de tristeza, pues será que mi destino lo quiere así. Esta carta guárdala como un triste recuerdo de la mujer que fue despreciada por su amor con que me odiabas. No será más mi despedida porque las lágrimas de mis ojos no me lo permiten. 

Recibe mi último beso que será eterno, María Pabón que te ama hasta la muerte.”

Como era de suponer, en esa época, este tipo de sucesos escandalizaba a la opinión y por lo tanto, no faltaba el debate público y los corrillos donde se discutía la situación de la pobre María. 

En las distintas publicaciones de la ciudad se leían los comentarios al respecto, incluso metiéndole política al asunto, pues recordemos que eran días de mucha agitación, que al cabo del poco tiempo se produjo el golpe de estado que subió al general Rojas al poder. 

Pero para terminar el cuento de nuestra protagonista María Pabón, los investigadores, bien acuciosos, encontraron que en la botica donde había ido a comprar el supuesto veneno, no le dieron lo que quería, pues parece que conocían de sus intenciones, por lo cual le vendieron un polvo compuesto por ruibarbo y azafetida, componentes que constituían un poderoso laxante, de tan grave acción, que la soltura de estómago le duró varios días, aún después del lavado estomacal que le practicaron.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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