sábado, 28 de junio de 2014

591.- CUCUTA AL ENCUENTRO DE SU IDENTIDAD?



Maria Villamizar/Roger Araque


Sale el sol.  Como es costumbre en la ciudad de Cúcuta, el calor se despierta temprano, abraza a la gente y les dice que es hora de iniciar una nueva jornada laboral. La  bulla en las calles no se hace esperar y empieza la atareada faena. 

Los habitantes de la llamada “Perla del Norte” alistan las herramientas que han adecuado para realizar su trabajo y que corresponden a su ingenio, astucia y perspicacia para lo que ellos llaman “el rebusque diario”.

Entre esas herramientas se pueden encontrar elementos curiosos tales como neveras recicladas que se tienden en una base para ser usadas como cavas sobre los andenes de la ciudad y así mantener las bebidas frías. 

Por otro lado sin un rumbo fijo se encuentran las escandalosas minitecas rodantes que generan un enorme ruido a su paso y que van paseándose por las calles de la ciudad vendiendo todo tipo de música. 

Para calmar el hambre de los transeúntes que no han desayunado, es muy fácil conseguir a los famosísimos pasteleros quienes salen en sus bici vitrinas muy temprano a la búsqueda de las masas trabajadoras, obreros y estudiantes, para ofrecerles de todo tipo de pasteles. Entre los más buscados están los tradicionales pasteles de garbanzo y las papas rellenas que son  acompañadas de limonada ó avena.

Un verdadero espectáculo de gente colorida ocupada en cientos de oficios, realizados por gente amable y emprendedora, oficios que a veces pasan inadvertidos por los mismos habitantes de la ciudad, pero que para sus visitantes son consideradas labores muy curiosas o graciosas, como los pimpineros o los maneros al lado de la frontera y que son el resultado de la búsqueda de la satisfacción de la necesidad, en eso que suelen llamar la cultura popular.

Es así como desde temprano la ciudad se va llenando de vendedores que invaden los andenes, parques o cualquier rincón por donde hay afluencia de público. 

La gente sale a hacer sus “vueltas” cotidianas se pasea por las calles abriéndose paso en el suelo que a veces se satura de tenderetes.

Algunos de estos trabajadores son llamados en el vecino país como buhoneros, sin embargo, al preguntarles por su oficio se hacen llamar comerciantes, y lo dicen con orgullo porque se sienten dueños de su propio negocio.

Por eso al revisar las cifras de instituciones tales como el DANE se evidencia que los números son muy acordes con la realidad que se presenta en las calles y que la ciudad se ha ido llenando de vendedores informales o como diría el historiador cucuteño Silvano Pavón, se ha llenado de “mercachifles”.

Conforme avanzan las horas comienza a calentar mas  el sol, el paisaje se va convirtiendo en lo que se llamaba un mercado persa donde se consiguen desde ofertas de descargas eléctricas hasta ofertas de cualquier tipo de información que se necesite. 

En esa mezcla de ruido, mercancía de todas las clases, tipos, colores, tamaños, sabores, miles de stands improvisados pero realizados con mucho ingenio, se encuentran oficios que surgen a través de los años y que resultaron de su estrecha relación con el vecino país, siendo esta la consecuencia de las necesidades y oportunidades,   y que se han consolidado para ser parte del paisaje urbano y cultural.

Wilson Vargas es como ese botón que sirve para la muestra. En sus manos, las cuales sienten rugosos cuando las extiende para saludar amablemente, se notan los duros años de trabajo como minero. 

Sin embargo, luego de pasar por otros empleos tales como celador u obrero en una ladrillera se cansó de ganarse un sueldo mínimo trabajando 8 o más horas seguidas y por eso sin pensarlo más, tomó la decisión de ser su propio jefe y así formar lo que llama su propia empresa. 

Un día se dio cuenta era muy fácil tener un negocio, solo era una cuestión de decisión.  Como lo hizo la mayoría de las personas que laboran en este oficio buscó un campito para invadir al lado de alguna vía pública y allí montar su tenderete de venta de gasolina. 

Las pimpinas, mangueras y demás elementos para su negocio salían a bajo costo y hasta resultan del mismo reciclaje de potes plásticos de gaseosa y medias veladas o coladores de café usados que sirven de filtro  para quitar las impurezas físicas que se pueden mezclar con la gasolina.

Desde hace muchos años Wilson ha trabajado en este oficio, conoció de el por medio de unos amigos que desempeñaban la misma labor, además del conocimiento que se encuentra en las calles sobre la llevada y pasa de productos desde Venezuela.  Desde el momento en que pensó montar su empresa, su vida cambió.  

Se le abrieron posibilidades de comenzar este negocio con su hermano y decidió lanzarse de cabeza.  El negocio resultó ser rentable y se dio cuenta que las ganancias superaban un salario mínimo. Fue así como adapto hábitos o costumbres como el de dormir en las mañanas y realizar turnos completos de 24 horas. 

Ahora  almuerza en su puesto con su esposa o hijos quienes le llevan su comida al trabajo. Wilson se siente agradecido con su oficio por el tiempo y las oportunidades que le dado su negocio como lo son poder mantener su casa y  sacado a flote a sus hijos para los cuales aspira una vida llena de oportunidades, estas cosas lo hacen sentirse orgulloso de su trabajo.

Aunque su visión de negocio se consolidó con la formación de este puesto de venta, dice que no necesita nada más para ser feliz, apoya y defiende su trabajo y es consciente de las desventajas que trabajar en el sector informal le trae a su ciudad, pero al contrario de lo que piensan las personas al menos en lo que se refiere a la venta informal de gasolina, Wilson y los llamados “pimpineros” o vendedores de pimpinas se encuentran organizados; poseen sus cooperativas, se encuentran sectorizados con puestos específicos ubicados por Cúcuta y tiene permisos de ventas mínimas otorgados por la alcaldía.

En cuanto a su visión de la ciudad de Cúcuta, considera que tiene sentido de pertenecía pues  manifiesta que se siente orgulloso de su trabajo y lo que más le gusta es que es su propio jefe. 

Opina que por esa libertad que siente el cucuteño y esa sensación de que puede vender cualquier cosa o vender lo que todo el mundo vende y ganar es que los habitantes prefieren ser comerciantes. 

También, dice que a pesar de no haber nacido aquí, se siente más cucuteño que muchos, pues está muy agradecido por las oportunidades que le ha brindado la ciudad para salir adelante. Defiende la ciudad y sus habitantes y cree fielmente en que Cúcuta es una ciudad con muchos campos para explotar.

Así que por personas como Wilson quienes a pesar de no laborar en los trabajos pre-establecidos por las sociedades que se rigen por los parámetros comunes de cultura, es que esta ciudad es reconocida, gente del común, personas que se preocupan de llevar el pan diario a su hogar, que no se varan por no tener estudios, con una imaginación muy amplia, y aun mas importante agradecidos y consientes de las oportunidades que poseen ante otros, al vivir en una ciudad de frontera, donde el comercio es más estable.

Son esos cucuteños quienes al llegar la noche, regresan a sus casas agradeciendo lo que su ciudad les brindo en el día, sin quejas ni reclamos, llevando en silencio ese agradecimiento profundo  pasando de generación en generación esa enseñanza atípica del rebusque que identifica a nuestros “mercachifles”, comerciantes que con orgullo defienden su ciudad y a su gente.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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