Alfredo
Yáñez C.
Amables lectores:
Me embarga la emoción al evocar la hermosa época en
que fui bachiller calasancio. Tenía 16 años y a lo largo de mi vida he
confirmado las enseñanzas que fueron impresas en mi carácter: “Ser egresado
Calasancio implica el compromiso de servir a la comunidad”.
Soy un convencido que esa semilla de hombres de bien,
sembrada por los maestros Calasancios en nuestras almas jóvenes es la fuerza
que impulsa al espíritu para repetir lo dicho por nuestros formadores:
“Muchachos, venimos a este mundo con un único objetivo, servir a los demás”.
Era la segunda semana del mes de febrero, año 1961. Iniciábamos un nuevo año escolar en nuestro Colegio Calasanz de Cúcuta. Cursaríamos el quinto de bachillerato.
En esa época se hacía terrorismo comentando que era el
curso más complicado por verse materias como física, química, trigonometría,
latín, francés, filosofía, en fin un pensum con nuevas variables para todos
nosotros.
Éramos una amalgama de jóvenes de diversos colegios: La Salle, Gremios Unidos, Seminario de los Escolapios, Salesiano, y varios sobrevivientes de la poda dada en el curso anterior donde perdieron año por bajo rendimiento académico “solamente” 14 estudiantes.
Todos comentábamos que ya el colegio en 1960 había
graduado la primera promoción de bachilleres y que el quinto era nuestro último
escollo, porque sin rubor se decía que “los colegios no rajan a nadie en
sexto”.
Les recuerdo que en esa época se cursaba hasta quinto
de primaria y se iniciaba el bachillerado de primero a sexto.
Extraordinarios profesores entre los que se destacaba
el excelente matemático padre Eugenio Cano (q.e.p.d.) a quien debo mi formación
en esa área, con sólidas bases, que me facultaron para contribuir en la
transmisión de esos conocimientos a mis hijos y a los alumnos que tuve en mis
épocas de docente.
Lamento que en el pensum de bachillerato se haya
eliminado el latín, formidable instrumento para captar el significado de
muchísimos vocablos con raíces latinas, de gran ayuda en el desarrollo
profesional.
Cúcuta, era una arcadia, la economía con dependencia de Venezuela se desarrollaba con un gran intercambio fronterizo favorecido con el precio de 6.70 pesos por dólar.
San Antonio del Táchira era el gran importador y los
compradores cucuteños y del interior del país se surtían allí de cristalería
checa, perfumería y vinos franceses, quesos y jamones suizos, productos
enlatados de origen canadiense y americano, balones originales de básquet-ball
Spalding, resumiendo: “Había paz y riqueza”.
La muchachada, los sábados disfrutaba de “limonadas
bailables” de 4 de la tarde a 8 de la noche.
Recuerdo con gran cariño a doña Evila de Gil y doña
Olga de Moncada que eran nuestras generosas anfitrionas.
En esas “limonaditas” se iniciaba alguno que otro noviazgo y se hablaba hasta el cansancio de las últimas importaciones de jugadores para el Cúcuta Deportivo sin la sombra del descenso que hoy nos agobia.
En esas “limonaditas” se iniciaba alguno que otro noviazgo y se hablaba hasta el cansancio de las últimas importaciones de jugadores para el Cúcuta Deportivo sin la sombra del descenso que hoy nos agobia.
En deportes logramos ser campeones de fútbol intercolegiado,
pues en nuestro equipo se destacaba Germán ‘El Burrito’ González, quien a
los pocos años fue jugador profesional.
Recordar es vivir y solo quiero expresarle a ese grupo de Sacerdotes Escolapios que nos regalaron su juventud y conocimientos, dejando en España a toda la familia: “Mil gracias por formarnos”.
Por ustedes los egresados Calasancios de ayer y de hoy
tienen un ideal: “servir a los demás”. Que Dios los premie en la eternidad
disfrutando de la presencia Divina.
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