domingo, 18 de enero de 2015

701.- EL CARACTER CALASANCIO



Alfredo Yáñez C.



Amables lectores:

Me embarga la emoción al evocar la hermosa época en que fui bachiller calasancio. Tenía 16 años y a lo largo de mi vida he confirmado las enseñanzas que fueron impresas en mi carácter: “Ser egresado Calasancio implica el compromiso de servir a la comunidad”.

Soy un convencido que esa semilla de hombres de bien, sembrada por los maestros Calasancios en nuestras almas jóvenes es la fuerza que impulsa al espíritu para repetir lo dicho por nuestros formadores: “Muchachos, venimos a este mundo con un único objetivo, servir a los demás”.

Era la segunda semana del mes de febrero, año 1961.  Iniciábamos un nuevo año escolar en nuestro Colegio Calasanz de Cúcuta.  Cursaríamos el quinto  de bachillerato. 

En esa época se hacía terrorismo comentando que era el curso más complicado por verse materias como física, química, trigonometría, latín, francés, filosofía, en fin un pensum con nuevas variables para todos nosotros.

Éramos una amalgama de jóvenes de diversos colegios: La Salle, Gremios Unidos, Seminario de los Escolapios, Salesiano, y varios sobrevivientes de la poda dada en el curso anterior donde perdieron año por bajo rendimiento académico “solamente” 14 estudiantes.

Todos comentábamos que ya el colegio en 1960 había graduado la primera promoción de bachilleres y que el quinto era nuestro último escollo, porque sin rubor se decía que “los colegios no rajan a nadie en sexto”. 

Les recuerdo que en esa época se cursaba hasta quinto de primaria y se iniciaba el bachillerado de primero a sexto. 

Extraordinarios profesores entre los que se destacaba el excelente matemático padre Eugenio Cano (q.e.p.d.) a quien debo mi formación en esa área, con sólidas bases, que me facultaron para contribuir en la transmisión de esos conocimientos a mis hijos y a los alumnos que tuve en mis épocas de docente. 

Lamento que en el pensum de bachillerato se haya eliminado el latín, formidable instrumento para captar el significado de muchísimos vocablos con raíces latinas, de gran ayuda en el desarrollo profesional.

Cúcuta, era una arcadia, la economía con dependencia de Venezuela se desarrollaba con un gran intercambio fronterizo favorecido con el precio de 6.70 pesos por dólar.

San Antonio del Táchira era el gran importador y los compradores cucuteños y del interior del país se surtían allí de cristalería checa, perfumería y vinos franceses, quesos y jamones suizos, productos enlatados de origen canadiense y americano, balones originales de básquet-ball Spalding, resumiendo: “Había paz y riqueza”.

La muchachada, los sábados disfrutaba de “limonadas bailables” de 4 de la tarde a 8 de la noche.

Recuerdo con gran cariño a doña Evila de Gil y doña Olga de Moncada que eran nuestras generosas anfitrionas.

En esas “limonaditas” se iniciaba alguno que otro noviazgo y se hablaba hasta el cansancio de las últimas importaciones de jugadores para el Cúcuta Deportivo sin la sombra del descenso que hoy nos agobia.

En deportes logramos ser campeones de fútbol intercolegiado, pues en nuestro equipo se destacaba Germán ‘El Burrito’ González,  quien a los pocos años fue jugador profesional.

Recordar es vivir y solo quiero expresarle a ese grupo de Sacerdotes Escolapios que nos regalaron su juventud y conocimientos, dejando en España a toda la familia: “Mil gracias por formarnos”.

Por ustedes los egresados Calasancios de ayer y de hoy tienen un ideal: “servir a los demás”. Que Dios los premie en la eternidad disfrutando de la  presencia Divina.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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