Ciro
A. Ramírez D.
Una tarde de cualquier domingo soleado,
venteado, caluroso, de los años cincuenta, sesenta o setenta, constituía todo
un ritual espectacular, para los cucuteños de aquel entonces, cuando después
del tempranero almuerzo casero, colmábamos las quemantes graderías del coliseo
futbolero.
Era el futbol profesional, en nuestro
antiguo, querido y recordado estadio, General Santander, cuyos vecinos eran, la
Escuela de Música y la añorada Toto Hernández, vigiladas por la efigie del
otrora connotado futbolista, Daniel Antolínez.
Eran ríos de gentes venidas de todos los
sectores de la pequeña urbe en esa época, quienes después del mediodía,
colmaban las tribunas, compenetrados sin ningún miramiento social, en torno del
equipo local, que se distinguió, desde siempre, con los colores insignes de la
región: rojo y negro, repartidos en partes iguales en su camisa, y asumiendo
ser la representación en las disputas deportivas, de nuestros hermanos
naturales de raza: los motilones.
De acá parte aquello de la “divisa motilona
rojinegra”.
Pero, ¿cómo eran los antecedentes, previos a
un encuentro futbolero, en el viejo escenario?
Comenzaremos por recordar la algarabía
bullanguera que se formaba a las afueras del estadio, sobre todo en las filas
de las diferentes taquillas, para adquirir el boleto de entrada, donde se
presentaban desde ahí, reyertas y apretujones, sobre todo cuando eran los
llamados clásicos con Millos, Santa Fe, Nacional, Cali o Junior; ni para que
mencionar los tradicionales encuentros del oriente con el Bucaramanga, que
arrastraban aficionados de la ciudad de los parques, afiebrados y camorristas.
Una vez adquirida la boleta, era de rigor,
pasar donde Parmenio y apertrecharse una empanada de yuca y la inigualable y
fría agua de panela, bien cargadita de limón; esto sin dejar de mencionar los
chicharrones, que en canastos, ofrecían sabrosos y saladitos chicharrones y el
delicioso “boje”, frito y crujiente.
En el intermedio del partido, se tomaba gaseosa,
enfriada en toneles.
Revestía todo un espectáculo.
Primeramente, desde la una de la tarde, se
programaba un partido preliminar, entre equipos de primera división amateur.
Cómo no recordar clásicos entre San Lorenzo de Sevilla,
San Luis, Havoline, Unión Santander, Tipografía Junín, Real Cundinamarca,
Centrales Eléctricas, Telecom, entre otros.
Esta era la cantera de jugadores criollos, de donde se
nutrían la selección del Norte y el Cúcuta Deportivo.
Después de los pormenores en las afueras del estadio, al
ingresar, comenzaba el verdadero fervor del espectáculo dominguero;
primeramente la ubicación en la tribuna, siempre con “la barra”, ”el parche” o
la “rosca” de compinches, por lo regular de la misma barriada, donde se les
guardaba el sitio y se permitía toda clase de desafueros burlescos o mamaderas de
gallo, con sátiras e improperios, a quien iba ingresando, provocando hilaridad generalizada,
cuando a voz encuello se le gritaba el apodo o le resaltaban algún defecto; ¿se
acuerdan de… ‘Teléfono’… ´Purabulla… ‘Conejo’… ‘Crispín’… ‘Caregallo’…
‘Cucaracho’…?
Recordamos, muchos episodios, el transmóvil de Radio
Guaimaral, con sus alto parlantes, ubicado desde medio día, sobre la pista
atlética, en la parte sur occidental, difundiendo guarachas, charangas y sones,
de la Sonora Matancera; los mambos, de Pérez Prado; intercaladas con cuñas de
los principales productos de consumo popular.
La llegada en taxis, de la empresa 33-66, con el equipo
visitante, que entraban por la llamada puerta de maratón, hasta la tribuna de
sombra; allí conocimos figuras como ‘El Narigón’ Rossi, ‘El Maestro’ Pedernera,
‘El Charro’ Moreno, ‘El Portón’ Perucca, ‘La Bordadora’ Montanini, Sazine,
Barbadillo, Valeriano López, Heleno Da Freitas, Panzuto, para mencionar sólo
algunos, de tantos figurones del balompié internacional, que pasaron por
Colombia.
Como no acordarnos del popular ‘Gardel’, con su
tradicional sombrero, ofreciendo papas, maíz, maní.
La tribuna de los ‘Cacaos’, con silletería plegable, al interior
del estadio, que en esas ardorosas tardes iban de vestido completo y corbata.
También, los clásicos con los equipos caleños, cuando la
tribuna de sombra, era engalanada, por un ramillete, de una veintena, de
glamurosas y fragantes muchachonas de la Ínsula, acompañadas por reconocidos
comerciantes e industriales de la ciudad.
Muchas, pero muchas veces, los partidos terminaban en
trifulca, por decisiones incorrectas de los árbitros o por el descontento que
ocasionaba la pérdida del equipo local, puesto que nuestra plaza se constituyó
en un verdadero fortín, donde era prohibido perder, según los aficionados.
Esto ocasionaba que algunos hinchas fanáticos,
permanecieran a las afueras del estadio, hasta bien entrada la noche, impidiendo
la salida del equipo visitante o esperando al árbitro para lincharlo; la policía
como en estos tiempos, tenía que esforzarse para contener los inconformes.
Cuando el equipo Motilón ganaba, todos salíamos
eufóricos, felices, unos para casita, a escuchar un programa radial deportivo,
muy popular para la época: “Gramilla en el Aire”, que entrevistaba jugadores y
comentaba los sucesos del partido.
Algunos, participaban de la tertulia nocturna en el café
Florida; Otros tomaban Costeñita, en sitios reconocidos como el Nauca, La Bola
Roja, el Salón Luisa o Maracucho; algunos con su familia, entraban al Palacio,
a comer hamburguesas con Coca-cola.
No faltaban los “gozones”, quienes terminaban de rumba,
en Ciudad Llanera, el Bosque o Veracruz, donde se castigaba la baldosa, hasta
más de media noche.
Estos y seguramente muchos otros, eran los aderezos, de
una tarde de futbol profesional, para los cucuteños de aquellas épocas.
¡Qué tiempos aquellos!
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