Ciro A.
Ramírez Dávila
Estación
Cúcuta del Ferrocarril de Cúcuta, construida a finales del siglo XIX y demolida
a comienzos de la década del 60 para construir la Central de Transportes.
Siempre tuvimos algún vínculo con el Ferrocarril de
Cúcuta, primeramente porque nuestra parentela ascendiente, padre, tíos y
parientes, laboraron en sus diferentes actividades; pero también, porque
nacimos y crecimos en torno a esa emblemática empresa, que significó tanto
integralmente para nuestra ciudad, en el siglo pasado.
Toda la barriada permanecía atenta a los aconteceres de
lo que pasaba en “la estación”, como popularmente la identificábamos; desde muy
temprano sonaba un estrepitoso “pitazo”, que era el encargado de anunciar las
horas de “pegue”, y de “suelta” mañana y tarde.
Esto se convirtió en algo rutinario y condicionante para
sus vecinos, a tal punto que las labores cotidianas diarias, estaban enmarcadas
y hasta cierto modo ceñidas, a esos horarios: comidas, estudio, diligencias
rutinarias, etc.
Los callejoneros conocían como el que más, los
funcionarios de la “Compañía” como también la identificaban; los horarios de
salida y llegada de los trenes; el nombre de las locomotoras; a sus funcionarios
y demás responsables en diferentes actividades: directivos, oficinistas,
conductores, bodegueros, despachadores, mecánicos, maquinistas, fogoneros,
freneros, guardalíneas, jefes de estación, etc.
Es decir había una especie de simbiosis socio-cultural,
entre el ferrocarril y la barriada.
Existían casas de “asistencia”, dedicadas al suministro
de alimentación a los trabajadores de la empresa, puesto que la jornada
laboral, era en turnos diurnos y nocturnos; por eso se veían muchachos
volantones, de esos que llamaban “piernipeludos”, llevando viandas en
portacomidas, la cual era contratada por mensualidades.
Cómo no recordar, los diferentes trenes que existían:
“Especial”… su programación era esporádica, para una
diligencia urgente: inundación, incendio, volcamiento, orden público o la
traída de algún difunto importante.
El “Expreso”… tenía que ver cuando la cantidad de
pasajeros o carga no podía trasportarse en despachos ordinarios; por ejemplo en
navidad, por mucha afluencia de pasajeros, sobre todo maracuchos.
El “Relámpago”… por lo general viajaba de noche y
trasportaba carga de exportación o importación: café, cacao, mercaderías,
maquinaria, insumos, equipos, entre otros.
El tren de los “Petroleros”… hacía empalme en Puerto
León, trasportaba trabajadores y carga de la Colpet y de la Sagot. Cuando
viajaba alguna comisión de ejecutivos, se enviaba una pequeña locomotora con un
coche de lujo: era… el “Tranvía”…así, se llamó el trasporte urbano, en la
ciudad.
Pero el que más recordamos era el mixto llamado de
“Línea”… con pasajeros y carga, que salía diariamente, entre Cúcuta y Puerto
Santander, en un trayecto de sesenta kilómetros.
Las mañanas en la Estación Cúcuta, se caracterizaban por
la aglomeración de pasajeros comprando tiquetes, con destino a los diferentes
paraderos o estaciones.
El Salado, Patillales, Guayabal, Aguablanca, Oripaya, El
Edén, La Arenosa, La esperanza, Altoviento, La Tigra, La Jarra, Aguaclara, La
Javilla, Pamplonita, Kilómetro 53, Kilómetro 57 y Puerto Santander. Igualmente,
los desvíos hacia Puerto Villamizar y Puerto León.
La parada del tren en las estaciones, era de quince
minutos, mientras bajaban y subían pasajeros y cargaban o descargaban remesas;
en algunas, donde debía abastecerse de agua la locomotora, la permanencia era
media hora, la aprovechaban los viajeros, para comprar algún refrigerio.
El tren se regía con el “pito” de la máquina y era de
riguroso cumplimiento.
Cabe anotar que la máxima autoridad durante el viaje, era
el Conductor.
En cada estación vivía un Jefe, quien las administraba,
encargándose de vender pasajes, relacionar carga y mantener información
permanente sobre la condición de la carrilera, el estado del tiempo o de alguna
anomalía presentada en su zona; cada puesto contaba con teléfono
de manivela.
Por lo regular cada tres o cinco estaciones, tenían una
cuadrilla de mantenimiento de la vía, quienes se trasportaban, con sus
herramientas, en una pequeña carreta de tracción humana, llamada “mesita”.
A lo largo de las estaciones, se formaron poblados
informales, que hoy son caseríos.
Era común observar a los mayordomos, cuidanderos o
encargados de las fincas, esperando a su patrón, con bestias caballares
ensilladas y mulas enjalmadas.
No faltaban las tiendas o cantinas, dónde apurar un trago
o una “amarga” y escuchar la popular música de “carrilera”, en el entretanto de
la llegada o salida del tren.
También se degustaba sabrosa comida criolla, de la cual
los pasajeros se aprovisionaban para el resto de camino, en “avíos” envueltos en
hojas de “viao”.
Puerto Santander y Orope, se constituyeron en verdaderos
puntos de articulación Colombo – Venezolanos, puesto que el trasbordo entre los
ferrocarriles de Cúcuta y Táchira, originaba una convivencia autónoma entre los
dos países, sintiéndose una hermandad de dos comunidades, unidas por el
intercambio no sólo comercial, sino humano.
Allí se entregaba y se recibía cargamentos, de materias
primas colombianas exportables y novedosas mercaderías, venidas de Europa y
Norteamérica, para surtir el comercio cucuteño y tachirense.
Muy importante fue la relación entre Cúcuta y Maracaibo,
marcó toda una época de prosperidad, porque esta región binacional, gracias a
los dos ferrocarriles y al Lago de Maracaibo, fomentaron progreso en Colombia y
Venezuela.
Amén, la llegada de colonias extranjeras, que afincaron
sus reales acá, sumándose a nuestro desarrollo.
El regreso del tren de “Línea”, era regularmente a las
cinco de la tarde, las gentes cucuteñas estaban pendientes de su llegada, al
pitar saliendo del Salado o antes de llegar, a la altura del tejar Pescadero y
al entrar a la estación.
Como disminuía la velocidad, la muchachada de Sevilla, se
colinchaban en él, hubo varios accidentes al respecto.
La aglomeración en las tardes era notoria, algunos
esperaban familiares o amigos venezolanos, otros a comerciantes o finqueros,
que llegaban por lo regular con algún atillo de “cosepan” y frutas.
No se olvidará, que ahí venía la leche cruda y el pescado
fresco: “paletones”, “bocachico” y “rampuche”, tan apetecidos en nuestra
culinaria; por tanto se formaba desorden, entre los lecheros y los vendedores
de pescado, al momento de recibo, puesto debían rápidamente trasladar estos
perecederos a algún sitio de preservación, para venderlos al día siguiente.
Conclusión: nos produce nostalgia, cualquier mención o
reseña que se haga del Ferrocarril de Cúcuta; todavía nos trasportamos
mentalmente a sus instalaciones, de la cual como dice un viejo cucuteño, “no
dejaron ni siquiera un riel”, todo desapareció, como a propósito.
Ahora, cuando nos aprietan las crisis de todo tipo, se ha
llegado pensar, volver a contar con un medio de trasporte internacional,
funcional y barato, como lo es el ferroviario; estos han sido los errores de
nuestros dirigentes, que en su momento se “obnubilan” y nunca piensan
prospectivamente en las próximas generaciones.
Por todo lo anterior, evocamos con melancolía, nuestro
querido: “Chemin de Fer”.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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