sábado, 30 de abril de 2016

928.- OBISPOS DE CUCUTA



Emily Cárdenas

Luís Pérez Hernández de 29 de mayo de 1956 a 28 junio de 1959


Pablo Correa León de 11 de noviembre de 1959 a 31 de julio de 1970


Pedro Rubiano Sáenz  de 07 de agosto de1971 a 26 de marzo de 1983


Alberto Giraldo Jaramillo 17 de septiembre de 1983 a 18 de diciembre de 1990


Rubén Salazar Gómez  de 28 de marzo de 1992 a 18 de marzo de 1999


Oscar Urbina Ortega 10 de diciembre de 1999 a 30 de noviembre de 2007


Jaime Prieto Amaya de 07 de febrero de 2009 a 25 de agosto de 2010


Julio Cesar Vidal Ortiz de 16 de julio de 2011 a 24 de julio de 2015


Víctor Manuel Ochoa Cadavid de 15 de agosto de 2015 a la Actualidad




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

jueves, 28 de abril de 2016

927.- LA DOCTORA CRISTINA BALLEN



Ciro Alfonso Pérez


El colegio Cristina Ballén inicia labores el 14 de febrero de 1960 en la avenida Séptima entre calles 7 y 8, fundado por la Dra. Cristina Ballén Spanochia, dama de altas virtudes e inapreciable amor por la cultura.

Egresada de la Normal María Auxiliadora y del Instituto Piloto de Pamplona, abogada de la Universidad Libre de Cúcuta, con especialización en pedagogía de la U. Santo Tomás de Bogotá.

El Instituto de formación comercial nació como Academia Internacional de Comercio (Aidecom) pero por iniciativa de personalidades como el Dr. Acero Jordán asumió el nombre Colegio Cristina Ballén. Desde su comienzo la especialidad fue la formación comercial en las secciones diurna y nocturna.

La norma institucional fue impartir una educación de calidad, con alto fundamento axiológico y reconocimiento por la pertenencia e identidad hacia el respeto y el valor de la cultura regional.

Contó con docentes de aquilatadas calidades que formaron a miles de niñas y jóvenes que han sabido retribuir por sus acciones la gratitud de haber sido formados en las aulas del colegio.

Merecen ser mencionadas la generosidad y entrega de la doctora Cristina Ballén, su solidaridad con las clases menos favorecidas a través de un programa de becas.

En complicidad con su señora madre Doña Adela Spanochia la tienda escolar parecía restaurante de colegio público donde se entregan desayunos a los alumnos más necesitados a cambio de una sonrisa.

En su afán de servir a la comunidad no dudó la doctora Ballén en desafiar los cerros de la ciudad para llevar alegría y amor a personas de la tercera edad y a los niños del Alto Pamplonita.

Un mayo de cualquier año decidió que los docentes de Cúcuta merecían ser homenajeados y en la Sala elegante del Teatro Zulima la doctora Cristina Ballén Spanochia organizó un emotivo acto en el que se celebró un merecido homenaje a los educadores.

Otra mañana, la doctora Cristina Ballén Spanochia se aventuró a escalar las empinadas laderas para apoyar a la naciente escuela del Barrio que por ese entonces no contaba con mucho apoyo para atender con decencia y decoro a los alumnos allí matriculados.

Inspirada en sus dotes literarias y periodísticas decidió la doctora Cristina a nombre de su colegio convocar a un concurso infantil de cuento que fue acogido en los centros de la ciudad y cuya premiación fue un éxito. El tema: “Vida y obra de Santander visto por los niños”.

De una conversación con docentes y escritores de la ciudad, el Colegio decidió crear la medalla Eligio Álvarez Niño en homenaje al bardo ocañero conocido como ‘El Poeta de la Rosa’, de puro verso fino inclinado por una profunda reflexión filosófica y con la versatilidad de una palabra elocuente.

El 4 de octubre de 1985 y con el fin de institucionalizar el “Centro Literario” del Colegio Cristina Ballén”, las directivas citaron a una velada lírica en Comfaoriente a los escritores: Laurita Cuberos de Ochoa, Ana María Vega Rangel (Alma Luz), Ofelia Villamizar Buitrago, Alfonso Ramírez Navarro, Gustavo Gómez Ardila, Manuel Grillo Martínez, Miguel Andrade Yáñez, Luis Anselmo Díaz Ramírez, Carlos Eduardo Orduz, José María Peláez Salcedo, José María Peláez Herrera, David Bonells Rovira, Helí Rubio Sandoval, Ciro Alfonso Pérez, José Luis Villamizar Melo, Álvaro Rondón Espinosa, Mario Mejía Díaz. y muchos más.

Estos académicos y ceremoniosos actos se engalanaron en auditorios selectos como la Catedral de San José, Hotel Arizona, El Teatro Municipal, La Cámara de Comercio, y el Club del Comercio.

En esos importantes eventos culturales se presentaron textos como Murales en el jardín un libro de prosa lírica muy pegado a la sutileza cucuteña porque evoca las cosas sencillas y elementales de Cúcuta, la ciudad del corazón del poeta.

De la misma manera la doctora Cristina presentó su libro Teodoro Gutiérrez Calderón como un homenaje al escritor nortesantandereano que había sido profesor de Aidecom.


Otro texto presentado en ese marco de acción cultural fue el poemario Existencia divergente de Ciro Alfonso Pérez primer ensayo del escritor para ponerse en contacto con la sociedad literaria y los lectores.

La dramaturgia no fue ajena a las sesiones del Centro Literario y en presentación de lujo se escenificó La fundación de Pamplona obra del maestro Augusto Ramírez Villamizar (Julio Augusto) connotado escritor pamplonés de reconocido prestigio regional, nacional e internacional.

Las últimas acciones del Centro Literario estuvieron direccionadas en apoyar las jornadas literarias: viernes culturales que se realizaban en la Cámara de Comercio por la Asociación de Escritores de Norte de Santander presidida en aquella época por el doctor Gustavo Gómez Ardila.

La doctora Cristina Ballén ha recibido numerosas condecoraciones como las medallas Juana Rangel de Cuéllar, de la Secretaría de Educación del Dpto., de la Secretaría de Educación Municipal, de la Unión de Ciudadanas de Colombia, de Andercop y de otras instituciones; pero la condecoración que ostenta con orgullo es la admiración de sus amigos, de los académicos (Miembro de Número de la Academia de Historia, de la Sociedad Bolivariana de Norte de Santander y de la Asociación de Escritores de Norte de Santander) de sus colegas educadores, de sus ex alumnos, de la ciudadanía en general y especialmente de las gentes humildes que la recuerdan con cariño porque con una sonrisa sincera les llevó un poco del amor que les había sido esquivo.

La figura egregia de Cristina Ballén Spanochia se yergue altiva por sus altas condiciones de ser humano y es un ejemplo grato de abnegación y servicio desinteresado para la mujer dirigente nortesantandereana de nuestro tiempo.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

martes, 26 de abril de 2016

926.- LA COCA COLA DE CUCUTA, AYER



Rafael Antonio Pabón


La cita estaba programada para las 8:30 de la mañana con una advertencia especial, se recomienda puntual asistencia. Minutos antes de cumplirse la hora señalada entregué la cédula y a cambio recibí la escarapela del ‘Visitante 20’. La orden también fue categórica, por favor pórtela en lugar visible.

Van a cumplirse 37 años desde cuando salí por última vez por el portón grande que daba al patio de cargue y descargue de los camiones, en la fábrica de Coca Cola, en Cúcuta.

La multinacional tenía la sede en la avenida Gran Colombia, en el barrio Popular. Al frente se mantiene la Clínica de Leones. En la cancha construyeron el Palacio de Justicia.

El tiempo pasa a la velocidad que el hombre quiere viajar.

En aquella época apenas había cumplido los 20 años. Meses atrás había recibido el grado de bachiller en el colegio San Juan de la Cruz y la preocupación mayor era jugar fútbol en la cancha destapada del barrio Belén.

El anhelo en casa es que ingresara a la universidad, cuento que sirvió para ganar algunos puntos.

Hoy, volví a ese lugar en el que desempeñé mi primer trabajo serio. En la adolescencia intenté con algunos oficios varios, pero no dieron resultado por diversos factores.

Regresé sobre mis pasos y mis recuerdos. Las imágenes llegaron con claridad y en el repaso mental aparecieron nombres y sobrenombres de compañeros, jefes y no muy allegados.

Miré hacia el patio y a cambio de camiones cargados de cajas de madera con botellas, estaban las camionetas blancas con la inscripción ‘Fiscalía’.

No vi a ‘Copetrán’, ‘Bolígrafo’ ni ‘Tamalito’. Ahora, por ahí caminan uno que otro doctor con título de investigador.

‘Bocachico’ y ‘La Lechuza’ tampoco exhibían la bata blanca que los distinguía como los químicos de la empresa. Pero sí estaban los técnicos listos para iniciar la entrevista con el citado y averiguar por el caso que los ocupa.

El movimiento es diferente, no hay bullicio, gritos, ni jolgorio. Todo trascurre en medio del silencio y solo se escuchan las voces necesarias.

Al voltear la mirada busqué en la distancia a ‘El Burro’, un señor a carta cabal, respetuoso y corpulento. En el estreno del trabajo, sin haber recibido el uniforme que me acreditaba como empleado, me descargó un bulto de azúcar (50 kilos) sobre la frágil espalda para que la subiera por los 30 escalones y la descargara en la tolva. Los tres duros días sirvieron como prueba.

Al dar otro giro ubiqué el gran salón de producción. Ahí pasaba las horas la mayoría de trabajadores. El ruido producido por las botellas al golpearse unas con otras para pasar por la revisión de los ojos cansados del obrero, retumbó de nuevo en los oídos.

‘Lara’, ‘Vallenato’, ‘Picacho’ y ‘Gorila’ sonreían con la torpeza del novato. Alguien pasó la voz sobre las intenciones del recién llegado y los deseos de ahorrar para irse a estudiar. ¿A dónde? No lo sabía. ¿Qué? No lo tenía claro. ¿Por qué? Quizás porque sí.

En otra silla y frente a otra pantalla, ‘Cucarrón’ veía pasar la coca cola, la roja, la naranja y la soda Clausen. Ninguna botella podía sobrepasar la medida de llenado o quedar por debajo de ese límite. Menos, llevar alguna mugre u objeto que perjudicara la imagen de la bebida. Aunque a veces salía al mercado una que otra gaseosa con pitillos, papeles y tapas dobladas.

La mayor emoción se vivía en el plato. A ese sitio llegaban por la correa metálica eléctrica las botellas para ser depositadas en las cajas de madera. La agilidad de los operarios era increíble. Unos con mayor experiencia y práctica que los demás. El recién llegado solo atinaba a observar para aprender.

De repente, una explosión hacia estallar en gritos a los trabajadores. Decían cualquier palabra o frase para salir del estrés. Era hora de jugar, de las chanzas, de los chistes y de la juerga.

De pronto, un chiflido y todos al puesto de trabajo. De nuevo a mover las manos con destreza. Cada 10 minutos cambiaban de rutina.

Ahora, nada de eso existe. Las oficinas están pintadas en mostaza y azul. Los cubículos prevalecen donde funcionaron los talleres. Las mujeres, que en aquella época escaseaban, abundan. Nadie lleva uniforme, van vestidos de civil; pocos corren para cambiar de puesto, todos tienen uno asignado.

El piso no está renegrido por el tránsito constante de los camiones y de los montacargas. En esta ocasión el detergente basta para limpiarlo, en aquellos días era indispensable utilizar soda cáustica, así acabara con las botas de dotación.

En los baños no hay guardarropas para dejar el vestido de diario, ni en la cafetería un tanque lleno de gaseosa para beber al antojo.

Don Carlos Alberto Madrigal no es más el gerente de la embotelladora, un abogado lo remplazó y tiene el cargo de director de Fiscalías.

Las calles que rodean el lugar están sucias, no como en aquel tiempo, cuando don Rafael sacaba a su equipo de muchachos para que limpiara. Aguardaba que llegara el medio día, cuando los buses pasaban llenos de pasajeros. Era otra prueba que debía pasar el aspirante a quedarse con el empleo.

Fueron ocho meses de convivencia con adultos, responsables de las labores asumidas y de experiencias que hoy vuelven a la mente, porque se requiere el testimonio para mantener el curso de la investigación.

Creo que la cita fue más provechosa para mí por este ejercicio, que para el investigador por el aporte que pude hacer.

Coca Cola se trasteó hace rato de la Gran Colombia. Por unos años Telecom tuvo oficinas ahí.  

La diligencia en la Fiscalía terminó, es hora de partir y de salir con los recuerdos arrastra.

No fue necesario atravesar el gran portón. La puerta es angosta, la vigilante reclama la escarapela del ‘Visitante 20’.

Han pasado 37 años desde que firmé la renuncia y dejé de pertenecer a la nómina. En aquel instante las lágrimas bajaron raudas por las mejillas.

Hoy, los pensamientos aparecieron rápido para dictar este trabajo. Adiós.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.