Gerardo Raynaud
Isaías
Medina Angarita
Terminados los largos mandatos intermitentes del presidente Juan Vicente
Gómez, sobrevino un periodo de gobiernos desempeñados por militares, casi que
calcando la política establecida por el “Benemérito“, después de 27 años
de presidencia autoritaria y cuya característica principal era su lugar de
origen común: el estado Táchira.
El primero de ellos, ejercido por el general Eleazar López Contreras, quien
estuvo al mando del gobierno hasta 1941, fecha en la que asumió el también
general Isaías Medina Angarita, protagonista de esta crónica.
Como buen militar, en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial, manifestaba
sus simpatías por el fascismo y por su líder, el dictador italiano Benito
Mussolini. A pesar de estas características, durante su gobierno se permitía y
garantizaba la plena libertad de expresión y como hombre de grandes
convicciones, su temple de estadista le permitió convertir a su patria en una
moderna república.
En desarrollo de sus múltiples actividades aprobó la legalización de los
partidos políticos y de los sindicatos, implementó el Seguro Social
Obligatorio, fijó los salarios mínimos e introdujo una serie de normas fiscales
que establecieron un equilibrio en la tributación haciéndola más equitativa.
Finalmente, impulsó una reforma petrolera que amplió el horizonte económico
del país, colocándolo a la vanguardia de esa explotación en el contexto
latinoamericano.
Realizadas estas labores, a mediados del año 43, entre el 18 de julio y el
26 de agosto, decidió realizar un periplo por los países bolivarianos para
llevarles un mensaje amistad y de colaboración, además de sondear las
expectativas que tendrían algunos posibles convenios, que procuraran bienestar
para sus respectivos países.
Esta travesía comenzó, precisamente en nuestra ciudad. Quería el
presidente Medina reeditar la visita que en años anteriores realizara su
predecesor, el general Eleazar López Contreras, quien tuvo un emotivo encuentro
en el puente internacional Simón Bolívar con su homólogo Eduardo Santos,
reunión que aún permanecía vívida, por las expresiones emocionantes de cuantos
habían participado.
La visita tenía un carácter privado, pues oficialmente se trataba de un
recorrido particular, por ciudades y países bolivarianos, para consolidar, como
se dijo anteriormente, los sentimientos de amistad y confraternidad generados
por el Libertador.
Desde las primeras horas del día, la ciudadanía estuvo preparada para el
recibimiento, debidamente apostados a lo largo de la calle 10 y la primera
avenida hasta el parque de Santander. Se estableció que la multitud allí
reunida sumaba unas quince mil personas, todo un acontecimiento si se tiene en
cuenta que la población de la ciudad era de unos sesenta mil habitantes.
El presidente Medina y su esposa, Irma Felizzola, llegaron en el avión
oficial a la población de San Antonio con su comitiva, integrada en su mayoría
por militares, ningún ministro, solamente algunos funcionarios
intermedios de la Cancillería, como el director de Protocolo, quien por razones
obvias debía acompañar al presidente, además de un senador, el doctor Juan
Iturbe y un diputado, el señor Pedro Sotillo.
El lugar de encuentro, como siempre, el puente fronterizo. Allí lo
esperaron los ministros colombianos de Relaciones Exteriores, Hacienda y de
Minas y Petróleos, quienes lo acompañaron hasta el centro de la ciudad. En
tribuna especial, fue recibido por el alcalde Jorge Hernández Marcucci,
quien le hizo entrega del pergamino que lo declaraba “huésped de honor” y le
entregó las llaves simbólicas de la ciudad.
Acto seguido, desfilaron ante la tribuna del señor presidente, todos los
establecimientos de educación con sus “bandas de guerra” y el Sindicato de
Obreros con las banderas de los dos países; terminado el desfile, el invitado
se dirigió a la casa del gobernador Ardila Ordóñez, seguido del numeroso
público que colmaba las calles.
A las cinco de la tarde, el turno fue para los periodistas afiliados a la
Asociación de Periodistas del Departamento, encabezados por su presidente don
Luis Gabriel Castro, quien, en términos castizos rememoró la prerrogativa de
que disfruta la prensa de los dos países y le ofreció una “tarjeta de plata”
con la que se le rinde homenaje a su investidura.
A las seis de la tarde, la delegación se trasladó a la casa del doctor
Encarnación Centeno, miembro de la colonia venezolana radicado en la ciudad, en
donde por cuenta del Cónsul de Venezuela, doctor Armando Gonzalo Puccini se les
ofreció una “copa de champaña”, con asistencia de lo más granado de la sociedad
cucuteña.
Ya para terminar el ajetreo del día, en los salones de la gobernación, le
fue obsequiado un suntuoso baile de gala, donde los estamentos locales, los
poderes eclesiásticos, civiles y militares, los representantes de la banca, la
industria y el comercio, aprovecharon para pedirle su intervención en los
problemas que tradicionalmente se presentan en la región y a los cuales, el
primer mandatario de los venezolanos prometió intervenir tan pronto regresara a
su país.
Al día siguiente, se desplazó a la ciudad de Pamplona para conocer, de
primera mano, la importancia que ésta revestía en la educación de muchos de sus
compatriotas y que consideraba muy importante en su formación, pues serían en
el futuro, los dirigentes de la nación.
De regreso a Cúcuta y a San Antonio, su próxima parada sería la ciudad de
Bucaramanga, en donde el recibimiento fue igualmente espectacular. Sólo estuvo
un día, pues en las horas de la tarde, se dirigió a la capital de la república,
para ponerle fin a su estancia en nuestro país.
De Bogotá su próxima parada fue en Quito, Ecuador, en donde hizo
recordación del “pregón de gloria” que hiciera el Libertador en la cima del
Chimborazo. De la capital ecuatoriana, se dirigió al puerto de Guayaquil,
interesado en conocer los avances que en temas portuarios había desarrollado esa
localidad.
En los siguientes países, sólo visitó sus capitales y en cada una de ellas,
su interés era el de despertar el sentimiento de admiración que se le profesaba
al prócer venezolano.
En Perú y Bolivia, lanzó la idea nacionalista de conformar una Asociación
Bolivariana que sería el signo de unión, afecto y esperanza para las seis
naciones liberadas, incluida Panamá, última etapa de su extensa gira.
De regreso a Caracas, su bienvenida fue apoteósica. Una gran manifestación
popular organizada por todas las fuerzas populares, estimada en unas
cincuenta mil personas, se reunió en el Hipódromo Nacional y allí rindió
cuentas de los resultados de su viaje, sacando como conclusión que los países
bolivarianos, como pueblos hermanos, debían propender por buscar soluciones a
sus problemas comunes por la unidad el continente.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.