Gerardo Raynaud
Antes de la construcción del magnífico estadio que tiene hoy la ciudad, los
partidos de fútbol se jugaban donde hoy queda el parque Nacional; es más, en
1925 se realizó allí, el primer campeonato local, en dos categoría,
mayores y menores, en las cuales resultaron ganadores los equipos de
Ferrocarril y Gremios Unidos, ambos patrocinados por las empresas que
representaban.
El entusiasmo suscitado por este juego, llevó al equipo del Norte a tener
una exitosa participación en los Juegos Nacionales de 1932, donde se destacaron
las figuras de Daniel Antolinez, Dimas Apolinar, los hermanos Pérez-Pedro y
Valeriano- y Daniel Hernández Lazcano, que aunque no ganó, sí hizo los méritos
suficientes para que fueran reconocidos a nivel nacional.
Ante estas circunstancias y después de largos debates, el Concejo de la
ciudad autorizó, mediante Acuerdo, la compra de un lote en la zona norte y
posteriormente el gobernador Manuel José Vargas dispuso constituir una Junta
Pro-construcción del estadio, obra que sería un motivo para celebrar el primer
centenario de la muerte de nuestro máximo prócer.
En ese año, 1940, se había delimitado y construido solamente la cancha –en
tierra- y en mayo del año siguiente, se disputó la primera jornada futbolera
programada por la Liga del Norte de Santander.
Las graderías fueron levantadas posteriormente y sólo se construyó la
tribuna occidental, que era la “de sombra”, así como el cerramiento y
finalmente, la gramilla que se inauguró en junio de 1946.
Con estos antecedentes, vamos a introducirnos en nuestra crónica del día,
pues se desarrolla en momentos en que, como lo llamaban entonces, el “Stadium
Santander”, era una cancha de tierra o de barro cuando llovía, y los partidos
que allí se realizaban, algunos programados por la Liga y otros “amistosos”, se
cumplían sin mayores requisitos ni controles.
También es necesario aclarar, que el deporte del balompié que entonces
identificaban en la prensa como “foot-ball”, no tenía la importancia ni el
fanatismo que tiene hoy. Peor aún, no era del agrado de muchos y como cualquier
otra actividad, tenía sus contradictores y también sus enemigos, quienes no
guardaban ocasión para denigrar de este deporte.
La historia que hoy voy a narrar, ocurrió un domingo cualquiera de mediados
del año 43 del siglo pasado, cuando el futbol profesional en Colombia, apenas
hacía sus primeros “pinitos” y nuestro equipo distintivo, tardaría más de seis
años en aparecer.
Lo sucedido ese día en el Stadium Santander, no tiene nada que ver con
“barras bravas” ni grescas entre aficionados, pues no existían graderías ni
había fanáticos seguidores de equipos importantes, que tampoco existían.
La tragedia, hace referencia a los comportamientos antideportivos y las agresiones
que se presentaron entre los jugadores, algunos de los cuales tuvieron fatales
desenlaces. Veamos qué pasó.
El domingo 10 de octubre del año en mención y previa la celebración
del festivo día del ‘Descubrimiento de América’, se programaron dos partidos,
uno en cada categoría, primera y segunda. El primer partido, aquel de la
apertura, correspondía a la categoría inferior y jugaron, uno de los equipos
locales llamado Incógnito contra el representativo del barrio Cundinamarca y en
este punto, doy paso a uno de los testigos del hecho, quien narra el suceso,
que según sus propias palabras ocurrió así:
”…durante el encuentro de los
equipos de segunda categoría, resultó mortalmente herido por un puntapié o
‘patada’, como lo denominan en el furor del juego, los amantes de esta
barbaridad a pleno siglo XX, el jugador Marco Tulio Suárez.
El ataque, por demás bruto, ocurrió
a tiempo que el herido hacía una defensa arrastrándose por el suelo en
cumplimiento de su puesto de portero. El atacante le aplicó su robusta ‘pezuña’
en la parte trasera del cerebelo que le dejó sin sentido, con uno de los ojos
brotado, echando sangre por estos, nariz, boca y oídos.
Como en las corridas de toros, la
masa humana que servía de espectadora reía complacida, estúpidamente satisfecha
del hecho sangriento, mientras el desgraciado Suárez pasaba agónico al
hospital, donde a estas horas habrá dado cuenta de sus actos a la parte
tribunalicia de lo eterno.”
Se supo posteriormente del lamentable fallecimiento del deportista, sin que
esto conmoviera en lo más mínimo a los partidarios del equipo al que
pertenecía, pues en esos momentos, era uno más de los gajes del oficio.
El partido de fondo se escenificó entre los oncenos Bolívar y Unión
Frontera, uno de los más populares de la ciudad.
En este juego, dice nuestro redactor, también hubo heridos, entre quienes
está Víctor Julio Otero, a quien le ‘rajaron’ uno de los labios al golpe feroz
de otra horrible ‘pezuñada’. Al parecer, ambas contiendas deportivas estuvieron
salpicadas de brotes violentos por parte de los jugadores de ambos bandos, lo
que se tradujo en manifestaciones de desaprobación por parte de la prensa,
quienes al día siguiente escribieron sus críticas y se declararon avergonzados
de semejante espectáculo. Pueden leerse los comentarios escritos sin el mínimo
pudor, por parte de los periodistas de la época:
“… aquello fue bestial. Eso no es
foot-ball y decimos que no es foot-ball, porque consideramos que, como lo
juegan, no es para gentes sino para burros. Un juego, cualquiera que él sea,
está sometido a la técnica y la técnica consiste en el conocimiento preciso que
debe tener el jugador, es decir, la conciencia de las jugadas, sin el
desbarajuste de la serenidad, sin los odios personales que se notan aquí en la
cancha y sin el irrespeto a los mandatos del compañerismo.
Y tanto es así, que para eso tiene
instructor, instructor que nunca podemos creerlo, les enseñe a asesinar
jugadores en la forma como lo presenciamos ayer. Cabe aquí considerar:
¿se cree erradamente que cualquiera
de estos hechos por el achaque de ser cometidos en una partida de foot-ball, no
merece castigo conforme a las leyes?
Pues, ahí está el motivo de estos
desgraciados sucesos. La autoridad presencia un ataque mortal, como el de
Suárez y se queda fresca como una lechuga.
Si esto no ocurriera, pues se
evitarían esos hechos delictuosos al amparo del ‘maldito juego’ porque
así no se aprovecharían esos momentos para saciar venganzas, odios personales,
etc.
Pero no; la autoridad permite que el
Stadium se convierta en tragedia vulgar, donde se pueda matar, asesinar e
inutilizar a pobres muchachos, a una gran mayoría de desarrapados, sin respaldo
económico alguno y hasta hijos de nadie. Son pasto sometido a la molienda huma
que los devora.”
Como puede apreciarse, desde entonces hasta nuestros días, es mucho el
progreso que ha demostrado este juego de multitudes, el que afortunadamente ha
sabido orientarse en el mejor sentido de la palabra y que hoy representa una de
las alternativas más factible para la juventud, en todos los países del mundo.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.