Gerardo Raynaud
El
monumento al almirante José Prudencio Padilla levantado en 1923 en honor a la
Batalla del Lago de Maracaibo, ubicado en la llamada 'Piedra de Galembo' en la
avenida Circunvalación.
Para contextualizar esta crónica es necesario que el lector se sitúe
cronológicamente en la Cúcuta de los años cincuenta y compare esta vista con
los proyectos turísticos que la alcaldía de la ciudad pretende desarrollar
antes del 2020.
Son proyectos de gran importancia para el desarrollo turístico de la
ciudad, toda vez que a excepción del llamado “Malecón” no hay más opciones
donde los visitantes puedan departir momentos de sano esparcimiento.
Sabemos de buena fuente que dos proyectos están en plena ejecución,
empezando por el monumento de El Nazareno, un mirador en uno de los barrios más
tradicionales de la ciudadela de Juan Atalaya, que a pesar de haber sido
inaugurado aprovechando los días de la Semana Santa de 2017, le faltan las
obras que permiten el acceso expedito al sitio, sin las incomodidades que
presenta, debido a la ausencia de vías pavimentadas que dificultan la entrada
de vehículos.
Tal vez se pensó que los visitantes irían de visita a pie, en peregrinación
o como penitencia por sus pecados; el hecho es que todavía deben agregarse
algunos elementos más para que sea un atractivo realizar el viaje. Razón por la
cual los vecinos se quejan, pasados los días santos, de la falta de visitantes.
El otro proyecto en ciernes es el de la ampliación y modernización del
monumento a Cristo Rey, cuya crónica escribimos hace algún tiempo y que hoy
celebramos como la obra con mayor futuro para el turismo local. Ésta, sin las
dificultades geográficas de la anterior y que esperamos tenga la acogida que en
su momento tuvo, cuando en el pasado se inauguró con modestia y religiosidad.
Ahora bien, la crónica de hoy tiene que ver con una situación similar que
ocurría a mediados del siglo pasado y que, guardadas proporciones, se
asimilaba a las circunstancias actuales cuando las gentes buscaban qué hacer
durante los días festivos o cualquier excusa válida para salir a “dar una
vuelta” y escapar de la rutina o simplemente como remedio al aburrimiento,
habida cuenta de las pocas oportunidades que se tenían entonces.
El mirador, donde acudían los cucuteños, era el llamado Cerro del Galembo,
en la parte alta de lo que hoy es el barrio Circunvalación, específicamente en
la esquina de la calle 17 con avenida novena, piedra que aún es visible y que
entonces era un lugar despoblado desde donde se apreciaba la ciudad en toda su
extensión, mirando hacia el norte se veía el cerro Tasajero y tanto hacia el
oriente como hacia el oeste se distinguían las escasas viviendas, unas en
cercanía al río Pamplonita y algunas más humildes, en el otro extremo, poblado
de cujíes en los cerros áridos donde se distribuían caóticamente los hogares de
los modestos lugareños.
El sitio era una excursión obligada para quienes hacían el recorrido por el
Paseo de la Circunvalación, que se había tornado famoso desde 1923 cuando el
gobierno local, promovió la construcción del monumento conmemorativo de los
cien años de la Batalla de Maracaibo, en honor del Almirante José Prudencio
Padilla, al que aún se le recuerda y conoce, a pesar del abandono en que está
sumida la Columna de Padilla.
Para los visitantes, el recorrido por el Paseo de la Circunvalación, era
uno de los mayores atractivos a pesar que en el lugar no había comodidades de
ninguna clase, solamente la vista del exuberante valle.
Sin embargo, el impacto que producía entre los forasteros era tal, que con
orgullo reproducían las experiencias vividas y narradas, como las expuestas por
don Antonio Brugés Carmona, la que paso a contarles.
Dice nuestro visitante:
“…desde el Cerro del Galembo se ve
San José de Cúcuta, extendida sobre su valle entre leves casas azulinas,
mientras de la sierra, por entre los boquerones que por allí se abren, viene
una brisa impetuosa que dobla los cocoteros y despeina las altas copas de los
árboles añosos. La ciudad vista desde allí sugiere una hermosa evocación
marina.
Es fácil seguir desde allí, amorosamente como
en un mapa de alto relieve, el nacimiento y ensanche de la ciudad. Estas
casuchas humildes, que a manera de casitas de pesebre navideño forman en una
loma y otra, el maravilloso conjunto de los barrios humildes, marcan el
derrotero geográfico del turista, que está parado al pie de la Columna de
Padilla.
Ahora los grupos son menores, ya no
son más de tres casitas que se acercan a la ciudad en pleno. Cúcuta se revela
entonces en toda la fuerza de su personalidad. Las calles, que son avenidas,
están vestidas con el verde follaje de las acacias, los matarratones y los
almendros, donde juega la orquestación del viento marinero, que no se sabe de
dónde viene. Las calles de Cúcuta son una fiesta de color. Pero entre todos, el
blanco cobra las más alta distinción. El sol se encarga de este efecto maravilloso
de lo blanco, más allá de la tonalidad común que nos es familiar.
Las mujeres van de blanco y resaltan
su belleza como si disfrutaran de un extraño secreto de fotogenia. Y los demás
colores extreman su oficio de adorno para que el blanco conserve el raro
prestigio que tiene el blanco de las gardenias. Lo demás es rumorosa alegría de
vivir. Risas, canciones y pregones aumentan el encanto de las calles de gentes
en constante actividad de crear.
A corta distancia de la frontera con
Venezuela, Cúcuta es como una gran antesala de la patria donde se acendran los
más puros amores por ella. Por eso nace allí la paradójica armonía de lo
internacional que estimula la posición geográfica de la ciudad y la
hospitalidad de sus habitantes, y la nacionalista que se nutre del fervor de
los cucuteños, celosos guardianes de la heredad de los mayores., por eso en
Cúcuta, en la propia orilla del terruño colombiano, cuando físicamente estamos
más lejos del corazón de Colombia, es más grande y más impetuoso el amor por
ella.
Desde el cerro el Galembo, viendo a
Cúcuta recostada a su valle, próvido, majestuosa y soberbia, que abre generosa
sus brazos al viajero, sentimos, entre sentimentales y calculadores, la
grandeza de la patria.”
Don Antonio, visitó entre otros lugares, conducido por sus amigos cucuteños
para mostrarle el desarrollo que estaba adquiriendo la ciudad, las quintas
residenciales que entonces se estaban levantando en los barrios cercanos al
Pamplonita, como el moderno barrio Libertador, el barrio Blanco y el Colsag,
que a pesar de los riesgos que generaban las crecidas del río, esperaban que
con la construcción de las murallas de la margen izquierda se atenuara el
peligro de las inundaciones, tan famosas como temidas en el pasado.
que hermosa historia, soy la presidenta de la Junta de Acciòn Comunal del Barrio Camilo Torres, donde se encuentra ubicado El Monumento de la Columna Padilla, el cual como junta le hemos dado el valor de conmemorar sus actos protocolarios los 24 de Julio de cada año, es importante que se le de el verdadero valor que merece el Mirador del Monumento de la Columna Padilla, muy linda historia.
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