Isaías Romero Pacheco
“Un Museo para la Paz”, de María Elena Ramos, Cuadernos Lagoven.
¡Vea en la que nos están metiendo
ustedes!
Cuenta el maestro Edgar Correal que esa frase se la susurró el ex-presidente
Betancur durante la inauguración del Museo Vial Bicentenario, Museo para la
Paz, organizado por el Maestro Omar Rayo.
A lo largo de los 50 kilómetros de carretera entre Cúcuta y San Cristóbal se
expondrían obras de 20 artistas plásticos montadas en vallas metálicas visibles
a los transeúntes; un museo vial aquí en la frontera.
No sería el primero pero si el único que con conectaría dos países, parecía
fácil unirlos de una pincelada. Ligados
históricamente hoy 2018 son prácticamente enemigos.
“Somos la misma historia”
El marco del evento fue aprovechado para que los presidentes de ambas
naciones se encontraran.
Correal, entonces, le respondería al
gobernante:
“Presidente, eso es lo que tenemos que hacer, darnos un abrazo de hermanos,
nuestras familias están repartidas en ambos territorios. Somos la misma
historia, la misma sangre. Las
diferencias estatales están por debajo de nuestros instintos, sobreviven el
amor entre los pueblos”.
El abrazo de los mandatarios Luis Herrera Campins de Venezuela y Belisario
Betancur de Colombia fue la noticia y el acontecimiento pasó a la historia por
su relevancia cultural.
Cicerón Flórez cubrió el evento para el Periódico La Opinión junto al
recordado Rafael Bruno quien tomó las fotografías. Visitando los artistas,
diría en la nota que en cada pincelada se sentía “una viva aproximación a la
integración, un sueño que proviene de Bolívar pero que ha estado más en la
teoría que en los hechos”. Un “puente de colores” lo llamó al final del texto.
Unidos también por la coincidencia
Acontecimientos transcendentales transformarían para siempre a cada país con
grandes coincidencias en su historia actual.
Para febrero de 1984 a Venezuela se
la ponía difícil, el famoso viernes negro, la peor devaluación de su moneda
frente al dólar, cercana al 64%.
La bonanza petrolera y los precios
elevados del barril serían desaprovechados, así como en la revolución
bolivariana, e insuficientes para evitar la crisis al finalizar el tiempo
presidencial.
En Colombia, como Juan Manuel Santos, Betancur tenía en la paz su bandera. Pocos
meses después del evento en Cúcuta, el acuerdo de La Uribe, Meta, lograría por
primera vez en muchos años, un alto al fuego entre la guerrilla de las Farc y
el Gobierno.
De ese débil pacto nació la Unión Patriótica, el movimiento político de la
insurgencia que al igual que hoy, con la misma efímera visión de una obra de
arte montada en una carretera, sería torpedeado con fines de ser destruido por
un sector radical del país.
El arte elevaría su voz
El ejercicio del maestro Rayo parecía una locura: 20 colegas en trabajo
creativo, simultáneo, un evento de repercusión mundial por la paz. Concentrados
en San Cristóbal, usando como taller los jardines del legendario Hotel Tamá, los
cuadros surgieron incluso empleando vinilos de auto para resistir el clima.
Ignacio Cáceres, importante artista de nuestra región, recuerda el museo
vial con impacto:
“Yo participé en uno de los Salones
Binacionales que recorrían cada nación buscando talentos. Tuvimos que ir a San
Cristóbal y obviamente observar un museo al aire libre, para uno como artista era
un orgullo”.
Desde mucho antes de ese evento los artistas del Táchira y Norte de
Santander, han construido una hermandad que padece hoy los efectos de una
diplomacia equivocada. La Orquesta Sinfónica Binacional, el mencionado Salón de
Artes, el Encuentro Binacional de Escritores, son sólo algunos de los eventos
que han sido amilanados.
El arte y la paz también pueden ser
efímeros
Las vallas, saliendo del formalismo del óleo, fueron creaciones de los
colombianos Pedro Alcántara, Santiago Cárdenas, Edgar Correal, Leonel Góngora,
Manuel Hernández, Antonio Samudio, Eduardo Ramírez, María Paz Jaramillo, Jorge
Rivero y el maestro Rayo quienes expondrían en tierras venezolanas.
Por Venezuela se expondrían en Colombia las obras de Antonio Dávila, Luis
Guevara, Carlos Hernández, Roberto González, José Campos, Alirio Palacios,
Edgar Sánchez, Pedro León, Humberto Jaimes y Rafael Bogarín creador de los
museos viales.
María Paz Jaramillo, única mujer invitada al evento, pintó una coqueta dama
que acicalaba su cabello tocado por la brisa de éste valle.
Ramírez Villamizar, sobre un fondo negro, había elegido figuras geométricas
como piezas precolombinas contrastando con la postal de talleres y ranchos.
Correal, prefirió extender las alas de un ave entre dos puntos de frontera
y Antonio Samudio mecería en una hamaca a dos amantes.
Expuestos, los cuadros se fueron
mimetizando con el ambiente adhiriéndose a la cotidianidad; sería tal esa
fusión que poco a poco desaparecieron. Las obras, con el tiempo, fueron
desmanteladas.
Edgar Correal dice que desde su concepción los artistas sabían que no
serían eternas:
“es bello pensar que finalmente terminaron en manos de las personas, siendo
parte de sus vidas, es un destino que no puede uno dimensionar, pero que al
final es hermoso para una obra de arte”.
Ignacio Cáceres cree en cambio que faltó sensibilidad:
“Aún hoy en el departamento falta más respeto por el artista y sus obras,
ese es el nivel de indiferencia; la gente se apropió de ellas también por
abandono”.
No hay ni un vestigio del Museo Vial. Las vallas arte fueron vistas como
techos improvisados en casas sostenidas por la miseria o reusadas como
letreros.
Brotaron incluso sin que muchos se dieran cuenta e igualmente fueron
reemplazadas por avisos, desabrigadas a la vista de todos, evaporándose,
testigos del abandono de las naciones a la suerte de esta frontera.
El arte, el ciudadano, como quien no se siente dividido, la ha cruzado siempre
de un lado a otro, de época en época, pero siempre con la misma esperanza.
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