Alvaro
Pedroza Rojas
La buena amistad es convocante hasta en la muerte
y qué mejor lugar de encuentro que la Casa de Dios, y la Sagrada Eucaristía
como acto central, para reunirnos espiritualmente con los compañeros de viaje
que nos anteceden en el seguro encuentro con el Padre.
El Dios de todos los hombres, en todos los tiempos, ha llamado a su casa
del cielo a otro integrante de nuestra Asociación de Ex-rectores: esta vez, ha
convocado a la compañera María Finlandia Méndez Contreras: una mujer de
criterio, de buen talante, de férrea disciplina, con vocación pedagógica, un
adalid de la educación superior, del buen consejo, el buen trato y la amistad
sana, y franca.
Finlandia Méndez Contreras
Escribí esta semblanza, con timidez y respeto, tratando de la mejor forma,
de plasmar con palabras el retrato de una persona de bien que, además de haber
sido mi profesora de Química en mi primer semestre de carrera, ayudó a
construir con su hacer misional de docente, 51 de los 55 años de la historia
que tiene nuestra Universidad Francisco de Paula Santander: la doctora María
Finlandia Méndez Contreras, a quien conocí como una mujer sencilla, respetuosa,
de sólidos principios éticos, rigurosamente exigente, con alto sentido de
pertenencia institucional y, como un ser apasionado de su misión docente.
En la colega María Finlandia sí que podríamos decir como reza el poema “51
años, no son un día”, podemos tenerlo por cierto, pues ella tuvo “la virtud de
ser para la juventud lo mismo que un libro abierto”
Para escribir estas líneas dialogué con algunos familiares y amigos comunes
buscando que me compartieran la anécdota, la versión vivenciada de la historia,
con esa noble hidalga de estas tierras, inteligente y buena pedagoga que fue
María Finlandia y, además le aposté a la memoria: abrí el baúl de los recuerdos
para repasar algunos pasajes compartidos, primero con mi maestra de química
general, luego con la compañera docente y amiga, con quien muchas veces tuve el
honor de tertuliar, en nuestra condición de alfiles de la misma causa: el amor
por la Universidad; y posteriormente, con la colega ex-rectora: oteando siempre
rutas de un mejor sitial para nuestra Institución.
María Finlandia fue la tercera de los diez hijos del hogar formado por Don
Dióscoro Méndez God y Doña Ofelia Contreras, quienes una vez formalizado
su matrimonio decidieron dejar a su natal Venezuela, para establecer su
residencia en Cúcuta como ciudad de hogar y, en la cual quiso Dios les
nacieran todos sus hijos [Ofelia, Colombia (Aida), María Finlandia (q.e.p.d), Churchill Roosevelt, Washington
Américo, Lincoln Pasteur (q.e.p.d),
Bolivia Edelmira (q.e.p.d),
Grecia Lenin, Bolivia del Cairo y África Rommel].
Fueron ellos, Don Dióscoro y Doña Ofelia, dos personas trabajadoras y
sencillas que tomaron esta región como su patria, logrando ser muy admiradas en
la sociedad cucuteña por cimentar una familia en el respeto, el amor por el
trabajo, la solidaridad y la generosidad como principio de vida; lecciones, que
bien aprendió y practicó nuestra ex-rectora.
Bachiller del Colegio Santa Teresa de Cúcuta, nuestra querida amiga
Finlandia, recién graduada de Química Farmacéutica de la Universidad de
Antioquia, decide servirle a su tierra natal mediante el ejercicio de su
profesión y regresa a Cúcuta en 1963, para trabajar junto a sus padres, Don
Dióscoro Méndez, farmacéutico y Doña Ofelia Contreras, con estudios de
Contabilidad y Taquigrafía, propietarios de la legendaria Botica Táchira y de
los Laboratorios Diosmengod de esta ciudad: la primera situada en la Avenida 7
entre calles 10 y 11, al lado de la otrora oficina de la Aduana, en el sitio en
donde hoy se erige el Centro comercial Oití, y la segunda empresa, ubicada un
poco más debajo de la anterior, que a juicio de los visitadores del Ministerio
de Higiene, era el mejor instalado de los Santanderes.
Para entonces, la ciudad de Cúcuta recién empezaba a dibujar otro
horizonte: el de la formación de profesionales, en su recién puesta en marcha
Universidad Francisco de Paula Santander, fundada el 5 de julio de 1962, para
ser exactos.
Cautivada por la energía que le ponía al ritual de la educación, el entonces
rector fundador, Dr. José Luis Acero Jordán, la Química Farmacéutica y
posteriormente Abogada María Finlandia se sintió atraída por la academia y, se
convirtió en 1964, no sólo en la persona que se responsabilizó de estructurar
los Laboratorios de química básica de la UFPS, cuyos talleres se
realizaban en el sitio conocido como La Monta, en el parque recreacional San
Rafael, cuando las clases se desarrollaban en la Calle 13 entre avenidas 5ª y 6ª,
si no en la primera bibliotecaria de la Institución.
Los mencionados ejercicios laborales, desempeñados con gran esmero, le
abrió a María Finlandia la puerta para lograr, en 1967, ser la primera mujer
nombrada como profesora de planta en nuestra noble Casa de Estudios y, fue el
punto de partida de una carrera ascendente como docente universitaria en la
UFPS, en la cual se desempeñó como Directora del Programa de Tecnología
Química, Secretaria General, Jefe de la División de Postgrados, Vicerrectora
académica, hasta llegar a la dignidad de ser la primer mujer en alcanzar el
cargo de Rectora, sucediendo en esa posición al Dr. Luis Felipe Zanna Contreras
y haciendo entrega de la misma, al concluir su mandato, al Dr. Luis Eduardo
Lobo Carvajalino, en 1982.
Con los datos facilitados por diferentes fuentes, describo a la Doctora
María Finlandia como un ser “demasiado humano”, para emular a Federico
Nietzsche y plasmar el retrato hablado que hicieran sus hermanos Churchill y
África, y su cuñada Magdalena, quienes dibujaron, sin aumentar ni reducir los
trazos, un retrato vivo de nuestra compañera y amiga, con pixeles de palabras.
Una persona estricta, rigurosa, muy formal, que, al morir sus padres,
adoptó la posición matriarcal del orden, de los cuidados de la familia, de la
palabra recia que orienta y disciplina y, de la voz dulce que premia y
engalana.
Un ser especial, detallista que se dedicó a dar amor a sus sobrinos, en
especial a los niños de África, su hermana menor, quien reconoce en María
Finlandia a su segunda madre, como también lo fue para sus hijos fungiendo como
nana, tía, madre y abuela.
Una mujer que parceló su corazón en dos familias: la que heredó de sus
padres y compartió con sus hermanos, y la Universidad Francisco de Paula
Santander, la cual siempre consideró su segundo hogar.
Y en ambas, asumió, en el grado de excelencia, el rol de una madre que
desbordaba protección para con los suyos, que se esforzaba porque todos
conjugaran valores de vida y pudieran, sin excepción alguna, escalar cimas cada
vez más altas, para realizarse como personas; una madre de bien, profundamente
religiosa y devota de la Virgen de Lourdes, cuya imagen no soltó de sus manos
aún en el momento de su muerte.
Un ser que matizaba su rigurosa disciplina con la bendición que impartía a
cada uno de los seres que amaba, a cada uno de sus sobrinos hijos; una mujer
que hasta el final del viaje luchaba por procurar que en toda sociedad se
conservara lo más sagrado: la familia.
Muchos de sus ex-alumnos la recuerdan como una persona “generosa, muy
humana, de férrea disciplina, excepcional pedagoga y muy buena amiga”.
Talvez pocos sepan que María Finlandia era muy buena lectora; amén de los
textos de su disciplina, le gustaba devorar libros de historia y de música
(Mozart, Beethoven, Bach, Chopin, entre otros): en esta última arte, tocaba
arpa y piano y le encantaba la música instrumental y clásica y se extasiaba
escuchando la versión original del Ave María de Schubert.
Una mujer que de joven le gustaba el deporte, que practicaba baloncesto, al
punto de haber donado todos los trofeos de los campeonatos nacionales
universitarios cuando estos fueron organizados por el entonces Vicerrector de
Bienestar Universitario, Genaro Torres, según lo expresa este profesor y amigo.
Una viajera incansable, peregrina de la Virgen de Lourdes; una filántropa
que hacía el bien en las alas del silencio, como benefactora de las Hermanas
Pías, de la obra social de muchas iglesias de Cúcuta, del Ancianato y de muchos
alumnos a quienes, de alguna forma ayudó, no sólo espiritualmente y, desde la
docencia, sino materialmente a pagar su matrícula.
Por eso no me fue extraño que, en la UFPS, cuando participé la infausta
noticia del sentido vuelo hacia los cielos de la profesora María Finlandia,
muchos de los alumnos de Ingeniería Civil y de Minas, e integrantes del Grupo
de Investigación GEOENERGÍA que dirijo, además del pesar y del asombro, se les
quebró por dentro el alma.
Quizá nadie recuerde que el primer laboratorio de química básica de la UFPS
lo organizó María Finlandia con los elementos e insumos que le había regalado
su padre; de esta forma, su activo personal de laboratorio: reactivos, tubos de
ensayos, balanzas, entre otros accesorios, se convirtieron en el equipo del
primer laboratorio de química básica que tuvo la Universidad.
De su autoría es el documento “Lineamientos administrativos y académicos
para la implementación de la formación técnica profesional y tecnológica
(modalidad presencial) en la Universidad Francisco de Paula Santander”, el cual
realizó en ejercicio de su año sabático. Fue cofundadora del Fondo de Ahorros
de Profesores y Empleados (FAPROEM) de la Universidad Francisco de Paula
Santander, el 23 de octubre del año 1970.
“A la profesora María Finlandia le debo gran parte de la disciplina que
tengo y de la responsabilidad que adquirí como profesional”, dijo el Tecnólogo
Químico y Abogado Alberto Zárate Caballero y, la recuerdo, con su tono de mamá
seria corrigiéndome “párese derecho, mire a los ojos, hable claro, demuestre su
dominio sobre el tema”, agregó el interpelado.
Para los profesores que tuvimos el honor de distinguir a María Finlandia,
era una verdadera maestra de base, que pese a haber escalado las diferentes
posiciones de la administración, nunca olvidó su vínculo primario a la
Universidad: la de docente.
Una mujer seria, pulcra, correcta, estudiosa, honesta, buena lectora,
amante de las buenas amistades, buena conversadora y en consecuencia una mejor
oyente. Una mujer estricta, pero de corazón grande y bondadoso. Un ser que
transmitía confianza detrás de la adustez y de la seriedad que reflejaba su
rostro; un ser cultivador de la amistad y una amiga que sabía oír, que
argumentaba con vehemencia y practicaba el don del buen consejo; que tenía la
buena fe como impronta y la generosidad como escudo.
Pero los “atlas que sostienen en hombros la patria”, como cantara la
poetisa Ofelia Villamizar Buitrago; los hombres y mujeres de bien, como la
amiga MARÍA FINLANDIA no se van
del todo, o mejor; sus huellas son perennes; sus raíces fuertes y profundamente
ancladas; su producción de talentos y seguidores es amplia y sus semillas, amén
de copiosas, fértiles.
Una persona así, cuando emprende el camino de regreso a Dios, lleva por
ofrenda sus deberes cumplidos y las obras de servicio realizadas. Este ágape de
vida le da, de una parte, confianza de viajar al encuentro del Padre y al mismo
tiempo, le brinda la alegría de quedarse sonriendo en cada huella que ha sabido
tatuar como lección en quienes tuvimos la fortuna de conocerle.
Nos ha conmovido profundamente que María Finlandia se nos haya adelantado;
nuestra humilde condición humana no lo asimila y se resiste a resignarse a
ello, pero fue importante compartir parte de su vida, su rigurosidad, su
disciplina, su amistad, sus conocimientos y los valores éticos, morales,
humanos y profesionales que siempre insistió en cultivar.
Por ello, he creído pertinente compartir una de tantas reflexiones sobre la
muerte que hiciera Facundo Cabral:
“La vida no nos quita cosas: nos libera de cosas… nos alivia para que
volemos más alto, para que podamos alcanzar la plenitud. De la cuna a la
tumba es una escuela; por eso, lo que llamamos problemas, son lecciones”.
La buena compañera y amiga María Finlandia, simplemente se nos adelantó;
hacia la Casa del Padre vamos todos. Lo mejor de ella, su amor y sentido
estricto de la vida, su generosidad, ha quedado cual tatuaje en el corazón de
quienes tuvimos el privilegio de conocerle. Así las cosas, “No hay muerte… hay
mudanza”, complementaba el cantautor argentino.
Nuestra querida amiga ha pasado a la habitación de al lado, bien lo dejara
plasmado San Agustín. En la seguridad de que mi maestra, María Finlandia,
estaría haciendo propias las palabras de este notable filósofo santo, que
transcribo aquí:
“Las relaciones que nos unían, deben seguir siendo sólidas. Lo que somos
unos para los otros, seguimos siéndolo. Denme el nombre que siempre me han
dado. Hablen de mí como siempre lo han hecho. No usen un tono diferente. No
tomen un aire solemne y triste. Sigan riendo de lo que nos hacía reír juntos. Recen,
sonrían, piensen en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de
ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo
no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de la mente de ustedes? ¿Simplemente
porque estoy fuera de su vista? Los espero. No estoy lejos, sólo al otro lado
del camino. ¿Ven? Todo está bien”
¡Hasta pronto profesora, amiga y colega María Finlandia, si Dios quiere, en
el lienzo de su gloria, nos encontraremos!
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