Humberto
Darío Galvis García
Bachilleres de la
promoción de 1967 del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, quienes celebraron sus
50 años de graduación en el centro cultural Quinta Teresa. Recordamos
el grupo A, uno de dos grupos que se graduaron, de izquierda a derecha,
sentados primera fila: Roberto Depablos, Jorge Solano, Jorge Arévalo, Julio
Osorio, Nelson Durán, Omar Abreo y Fernando Cabrera. Segunda fila, Fernando
González, Ramón Sánchez, Julio Villamizar, Sergio Díaz, Álvaro Castillo,
Humberto Darío Galvis y Germán Villamizar. Tercera fila, Alirio García, Jairo
Báez, Hernando Yepes, Orlando Duarte, Jairo Hernández, Mario Said Lamk, Carlos
Arocha, Oscar Ríos, Carlos Pérez, Carlos Botello, Alcides Rizo, Iván Bermúdez,
Hernando Guerra. Faltaron para la foto, Gabriel Contreras y Orestes Rincón.
Recordar con cariño las épocas juveniles es de naturaleza humana y más aun
cuando estas se ven ya perdidas en el horizonte de la vida, pero son evocadas
con sentimiento de nostalgia y hacen aparecer en nuestro sentir las vivencias
que nos enriquecieron en la primera etapa de la juventud que es vivida en los
años de la secundaria del colegio.
Hay que aclarar que en esos años el colegio era solo para bachillerato
masculino y de primero de bachillerato a sexto, faltaban muchos años para
que la política educativa los convirtiera de dos jornadas, mixto y los grados
de secundaria ahora son llamados de sexto a once grado.
El camino hacia el colegio, que se hacía a pie, hasta llegar al enrejado
que daba entrada a la Quinta Teresa fue cruzado por todos los bachilleres
de esa época y anteriores, entrando a esta casona todos los
días a primera hora para asistir a la misa que por ese entonces en latín era
seguida por todo el colegio, con el Misal Antoñana, respondiendo todas
las oraciones que el sacerdote hacia desde el comienzo de la misma, entonando
canticos de alabanzas y concluyendo con la bendición, cuando después de
ella nos aprestábamos a salir en fila hacia los salones.
Era entonces el colegio regido, como hoy, por los Hermanos de la
Salle, quienes con su sotana negra y el babero blanco partido, imponían la
disciplina y el orden riguroso al sonido de la campana; formados en el
patio donde estaban las canchas de básquet, la piscina de forma ovalada y las
barras metálicas, donde realizábamos los ejercicios físicos.
Ingresábamos a los diferentes salones de construcción antigua
caracterizados por techos altos; al frente tableros dobles y entre ellos, la tarima
del profesor con su escritorio, delante del cual se acomodaban los pupitres de
los alumnos, quienes al principio del año los habíamos traído acompañados de un
taburete.
En silencio se iniciaban las clases con atención y respeto hacia el
profesor.
Siempre en el patio dando vueltas estaba el hermano prefecto, atento a
quien estuviera afuera de clase, imponiendo sanción si encontraba a algún
alumno que por cualquier motivo hubiese sido sacado de la
misma.
Entre clase y clase un descanso de cinco minutos y así sucesivamente hasta
el recreo de media mañana que era de media hora, donde se
practicaba el deporte favorito del colegio, el básquet, siendo en
esa época sobresaliente en esa disciplina deportiva en la ciudad y también en
el ámbito nacional, pues muchos de sus alumnos eran de la Selección Norte
juvenil que en ese entonces fue campeón nacional.
Concluida la jornada de la mañana, regresábamos a las dos
de la tarde hasta las cinco para continuar con las clases; la urbanidad,
el civismo, la ortografía y los centros culturales eran exigidos en el pensum;
clases de historia patria y universal al igual que la geografía, las
ciencias biológicas, matemáticas e idiomas, copaban nuestro horario de
estudios.
Como no recordar los primeros viernes con su solemne misa y
entrega de calificaciones en esta casona, la mesa al frente de todo el colegio
donde se sentaba el rector y los titulares y curso por curso de primero a
sexto pasábamos, al escuchar nuestro nombre para recibir las notas y el número
del puesto otorgado durante ese mes, haciendo en esta entrega
referencia a las materias perdidas y al número de ellas.
Los sábados, horarios de deportes y la elevación de bandera con
palabras de algún alumno sobre la patria y su gesta independentista.
De esta forma nos conocimos, compañeros. Se gestaron las
amistades de esa juventud primera en este recinto con historia educativa de
muchos años cuyos recuerdos de generaciones anteriores estaban en fotos de
mosaicos de bachilleres que tapizaban las paredes de la casona.
Como no evocar también aquellos desfiles marciales con la banda
llamada “DE GUERRA” con sus cascos y penachos imponiendo el paso en las
fiestas nacionales y recorriendo con orgullo las calles de la ciudad.
En fin, las querencias hacia este colegio que nos formó para la vida,
siempre son recordadas con gratitud de quienes ya entrando en la edad
senil, volteamos para mirar que hace 50 años, 1967, dejamos como
bachilleres esas vivencias que hoy aquí recuerdo y donde en nuestro pensamiento
viven profesores y amigos, compañeros ya hoy de cabello cano y en
época de pensión.
Evocamos con nostalgia a los que ya han partido y nos disponemos a
seguir el camino de la vida, dando gracias a la Divina Providencia por
todo lo vivido y por la suerte que tuvimos de ser educados en esta Institución
Educativa, que fue nuestro primer soporte para defendernos en esta vida y
cada cual lo hizo a su manera.
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