martes, 2 de octubre de 2018

1381.- A COMIENZOS DEL SIGLO XX EN CUCUTA



Gerardo Raynaud  (La Opinión)

Farmacia Ruiz en la avenida 6a entre calles 11 y 12 ubicada en un importante sector comercial de la ciudad.

Ha sido una preocupación constante, desde que el hombre comenzó a socializarse, mantener un estado saludable, que permita el cabal cumplimiento de sus propósitos, permitiendo otorgarles seguridades y confianza a sus allegados. Desde las épocas más remotas, la humanidad ha sentido la necesidad de combatir los males que le han aquejado y mucho antes de aparecer la medicina tradicional, ya se aplicaban remedios que curaran las incipientes enfermedades que fueron apareciendo a medida que la población se extendía.

De igual manera, fueron apareciendo métodos preventivos, simultáneamente con el descubrimiento de las causas de las dolencias y los malestares. Por razones como ésta, las expediciones hispánicas a los nuevos territorios, incluían, un fraile y un enfermero, el primero, para el cuidado la salud mental y el otro, para los padecimientos naturales propios de esas extenuantes jornadas. 

Con el pasar de los años, los conocimientos médicos traídos del viejo mundo, combinados con las experiencias de los nativos, en lo relativo al manejo de la salud de las personas, dieron como resultado un amplio y complejo surtido de productos naturales de generoso beneficio para la salud, los cuales eran recetados, tanto por conocedores como por inexpertos.

A principios del siglo pasado, en nuestra Cúcuta pueblerina, una de las actividades de mayor prestancia y provecho, eran las boticas, farmacias o droguerías como son más conocidas hoy en día.

Hay que recordar que en ese entonces, las medicinas eran preparadas por los pocos farmaceutas graduados, por lo general, en el extranjero, con las especificaciones dadas por el médico tratante. De manera que los preparados elaborados en los laboratorios constituían una fórmula más sencilla, rápida y económica para los boticarios, pues requerían de conocimientos mínimos, primero para ejercer la profesión y segundo, para recetar lo necesario a sus pacientes.

En las casi diez boticas existentes en los primeros años del siglo XX, lo más  frecuente que se ofrecía eran los productos reconstituyentes, depurativos, antiparasitarios y jarabes para combatir las enfermedades pulmonares, al parecer los de mayor demanda, dadas las condiciones imperantes del momento.

Pero veamos cuáles eran los más comunes. Empecemos con el Vino Nuxado, el cual se presentaba como un tónico reconstituyente elaborado a base de extractos de malta, nuez de kola, coca, quinidina y de los fosfogliceratos propios de la sangre; se anunciaba como la cura de los dolores frecuentes de cabeza, de la anemia y de las caquexias palúdicas, desvanecimientos, insomnio y debilidad sexual. Recomendado además, como el mejor estimulante del cerebro ‘por la cantidad de fósforo que contiene’ y remataba con “tomar Vino Nuxado es tomar sangre pura”.

Se vendía con mucho éxito en la Botica Española del señor Díaz Soto, quien además, se anunciaba como un “nuevo establecimiento de farmacia montado a la moderna con un espléndido surtido de medicinas frescas, puras y legítimas”. En cuanto al despacho de las fórmulas médicas, notificaba que éstas se elaboraban “exclusivamente” con productos franceses y alemanes; que el recetario era servido personalmente por su propietario que contaba con 22 años de práctica y extensos conocimientos del ramo. Al final de sus avisos acostumbraba a recalcar que lo que allí vendía era “todo nuevo y todo puro… y a precios bajos”. En esa época, no era necesario indicar la dirección del establecimiento, sin embargo, se señalaba que la botica estaba ubicada frente al Mercado y al lado de ‘El Detal’ (en la avenida séptima de hoy, entre calles once y doce).

Por otro lado, don Zoilo Ruiz ofrecía su Jarabe Astier, una medicina patentada del tipo ‘medicamento-alimento’ que prometía ‘dar vigor a niños, ancianos y adultos’. En su presentación se decía que ‘por los glicerofosfatos compuestos y por los demás elementos digestivos, tónicos y alimenticios que lo constituyen, es la medicina ideal en la curación del agotamiento nervioso, debilidad del cerebro, neurastenia, raquitismo, mala digestión o asimilación de los alimentos, diarreas de los niños, impotencia prematura por recargo de trabajos mentales, excesos genitales, etc.’ Don Zoilo no necesitaba mencionar la dirección de su muy conocida Botica Ruiz, en aquel momento, en la esquina de la avenida sexta con calle 12. La única advertencia que hacía sobre su consumo, era que no requería de dieta específica.

Por su parte, en la Farmacia del Carmen, se hacía énfasis en que “en estos tiempos es preciso estar alertas”, por esa razón, avisaban que “cuando a usted se le presente un resfriado o un catarro con dolor de cabeza, estornudo, pesadez y fiebre, puede usar estas dos preciosas medicinas, “Bálsamo pectoral del Dr. La Croix” y las famosas “Obleas Carmen”. El soporte técnico explicaba que el Bálsamo curaba rápidamente los catarros, la tos, los resfriados y el ahoguío(sic) y las Obleas calman instantáneamente las neuralgias, las jaquecas nerviosas y las punzadas en la espalda y los costados. Se agregaba que ‘usando estas dos medicinas con tiempo y sin dejarse engañar con falsos remedios de esos que dan baratos, evita usted un espantoso cataclismo, pues un catarro descuidado es la puerta para la TISIS’. También prometían las más puras y legítimas medicinas francesas, alemanas y americanas; podían comprarse en su local frente al Cóndor, por la avenida séptima.

En la Botica Cogollo, se invitaba a comprar el Vino Tónico Ferro-vida por su sabor exquisito y rápido efecto. Los avisos señalaban que el tónico debía usarse en todos los casos de ‘debilidad general, palidez en el rostro, anemia, extenuación, falta de fuerza, imbombera, desarrollo prematuro, ancianidad debilitada, paludismo, etc.’ Garantizaban el producto, como todos los de esta marca y sus componentes eran similares a los de su misma especie, solamente que los escribían distinto; extracto de carne, Kola, Koka y hierro superior; no era necesaria la dirección pues todos en la ciudad sabían donde quedaba.

En la parroquial Cúcuta de comienzos del siglo XX, decíamos, que una de las mayores preocupaciones de las gentes era la de garantizar la buena salud de sus allegados, pues era la fórmula mágica para el cumplimiento de sus logros. De ahí que por esa época y habiéndose consolidado la reconstrucción de la ciudad en tiempo récord, el desarrollo económico y social fuera un atractivo para la inversión, tanto local como foránea.

La creación de nuevas fuentes de trabajo y el crecimiento de las labores empresariales fueron ejemplo para otras ciudades del país, en parte por la situación de nuestro vecino, cuyas perspectivas eran cada día más prometedoras.

Desafortunadamente este impulso se vio truncado por la Gran Guerra, que a partir del año 14 se presentó en el antiguo continente, con el natural frenazo para la mayor parte de las actividades, toda vez que muchas de las negociaciones se realizaban con países de ese continente.

Pero una vez pasada la contienda, las empresas fueron retomando su ritmo, esta vez con mayor entusiasmo, de manera que la aparición de nuevos negocios era cada vez más frecuente y con ellos, modalidades más modernas de irrumpir en los mercados.

Botica Ayala, destacado establecimiento comercial ubicado en la Calle 11 Av. 7a. 1916.
Esta botica fabricaba productos farmacéuticos en los conocidos laboratorios Ayala de propiedad de Juan Ayala. 1916.

Decíamos que uno de los negocios más lucrativos de comienzos de siglo era la fabricación y comercialización de algunos productos farmacéuticos, aquellos denominados de amplio espectro, por su aplicación casi universal. Sólo alcanzamos a mencionar unos pocos, habiéndose quedado en el tintero otros igualmente interesantes tal como veremos a continuación.

Continuando con la Farmacia del Carmen, de propiedad de la sociedad Prato & Cía., había establecido un moderno laboratorio para la elaboración de medicamentos y los gobiernos, tanto de Colombia como de Venezuela, le habían otorgado sus respectivas patentes, la 3.347 en Colombia y la 1.886 en el vecino país, lo cual le permitía presentarse en las exposiciones que se programaban en distintos países del mundo para exhibir las novedades desarrolladas.

En 1923, en la primera Gran Exposición Nacional realizada en Bogotá, había presentado cinco de sus mejores productos farmacéuticos y obtenido Medalla de Oro y Diploma de primera clase para sus preparados, Depurativo Neisser, Elixir Carmen, Bálsamo Pectoral del doctor La Croix, Obleas Carmen y las Píldoras  Anti-anophelinas. Era tanta la confianza que se tenía sobre la eficacia de sus productos que sus avisos decían que “se vendían en todas partes y en las principales boticas”.

No faltaban los testimonios que publicaban quienes se habían beneficiado de sus remedios, como éste firmado por don Hipólito Suárez y fechado en la ciudad santandereana de Málaga, el 10 de agosto de 1924:

“Mi esposa Juliana Jaimes hace dieciocho meses que sufría atrozmente, a consecuencia de un tumor; inútiles habían sido los esfuerzos de los médicos para curarla, quienes acabaron por desahuciarla. Afligido con semejante golpe, me resolví a emplear el ‘Depurativo Neisser’, del cual había visto buenas recomendaciones en el periódico local y en otros órganos de la prensa.

Debo decir en honor de la verdad y en provecho de los que sufren que con los primeros frascos no más obtuvo tal mejoría que, abandonando la cama, pudo emprender viaje a Güicán, haciendo dos largas jornadas a caballo y regresar de la misma manera. Naturalmente, como apenas comenzaba la curación, se agravó de nuevo; volví a emplear el Depurativo y con siete frascos que ha tomado, el tumor ha desaparecido y se siente perfectamente curada.

Hagan ustedes lo que a bien tengan de esta espontánea manifestación y sírvanse tenerme como su agradecido estimador.”

Ante semejantes demostraciones, la Farmacia del Carmen se posicionaba cada vez como la de mayor prestigio entre la sociedad cucuteña y sus vecinos, quienes no escatimaban recursos para visitarlos.

En 1925, como contribución a la celebración del cincuentenario del terremoto de Cúcuta, reorganizó “su recetario” y las existencias de drogas y productos químicos, como solía decirse en el medio, para lo cual dispuso de nuevos artículos importados de las mejores fábricas alemanas y francesas, como E. Merch, Becker y Franck, Derrasse Freres, Poulenc Freres y otros de igual renombre.

Además de un surtido de nuevos patentados, entre los que se destacaban los jabones medicados y de tocador, polvos, pastas y cremas para el deleite de las damas.

En sus avisos de prensa, su despedida era la usual advertencia:”No se atenga a lo barato. Diferencia de precios es diferencia de calidad. La Farmacia del Carmen compite en esta última forma.”

Por su parte, el laboratorio de Zoilo Ruiz & Cía., quienes competían con la anterior en la reconocida Droguería Ruiz, tenían su producto estrella en el Depurativo Sulfuroso de Ricord, patentado en Colombia y Venezuela y declarado por la Junta de Sanidad de Caracas ‘de uso popular y venta libre’.

Según las indicaciones suministradas con el producto, éste era un “compuesto con ingredientes completamente puros, es el específico soberano y eficaz en el tratamiento y curación de las enfermedades de origen sifilítico y vicios de la sangre”. Ellos mismos certificaban que millares de personas lo han tomado y recomendaban tomarlo con toda confianza como una medicación que cura y que no hace daño ni exige dieta de ninguna clase.

Exhortaban utilizarlo para combatir las enfermedades de entonces conocidas como ‘malos humores, erupciones cutáneas, raquitismo, mal de riñones, tumores o incordios, vegetaciones de la matriz, carate, úlceras rebeldes y supuraciones’ que según sus fabricantes son “síntomas malignos indicativos de sangre impura que pide a gritos un depurativo eficaz que arranque esos elementos de corrupción en la sangre.”

Finalmente, no podemos olvidar uno de los males más frecuentes del trópico y que afectaba a buena parte de la sociedad local, el paludismo. Los productos conocidos entonces a base de quina, eran los más comunes y solicitados, de modo que los antipalúdicos tenían una gran demanda.

Por ese motivo, el farmacéutico cucuteño José Miguel Román, vinculado a la Botica Nacional de Bogotá, fabricaba las Píldoras Antipalúdicas del Dr. Negrón, para curar los fríos y las calenturas del Paludismo; doce pildoritas eran suficientes; en Cúcuta se conseguían en la Botica Ayala y como garantía, se devolvía su valor a quien no se curara de los ‘fríos’ con solo dos cajitas. 

Hemos mencionado las preocupaciones de los habitantes de la Villa de San José, sobre su salud y la razón por la cual habían proliferado las farmacias y laboratorios y con ellos sus productos, que entonces eran ‘casi’ milagrosos, en parte gracias a las declaraciones que los beneficiados publicaban dando gracias a sus creadores por haberles recuperado su salud.



Ahora demos un paseo sobre las otras actividades que comenzaban a aflorar en la Cúcuta de principios del siglo XX.

Como es apenas natural, otra de las actividades propias de los poblados que comenzaban a crecer, eran aquellas relacionadas con su manutención y supervivencia, razón por la cual los productos de consumo diario eran muy publicitados y bastaba la sola mención del almacén para darlo a conocer, pues por esa época no se acostumbraba a indicar las direcciones, ya que por el tamaño de nuestra noble villa era completamente innecesario, a pesar de la conocida nomenclatura instaurada tan pronto la ciudad fue reconstruida.

Tampoco se anunciaba el número telefónico a pesar de tener, la ciudad, un servicio incipiente en funcionamiento desde 1890, el cual fue ampliado posteriormente, en 1907 con el otorgamiento de la licencia que le permitía su explotación a los esposos Polanco Rodríguez.

Sin embargo, las razones de la exclusión del teléfono eran varias, primero, la restricción de líneas, es decir la escasa cobertura que existía entonces y por último, el costo relativamente alto que impedía su masificación. Por esto, en casi ninguno de los avisos de esta época veremos la dirección o su número telefónico.

Van Dissel Rode & Cía ubicada en la avenida 6ª con calle 10.

En las primeras décadas del siglo XX, primaban en el comercio las casas mayoristas alemanas, situadas estratégicamente en las principales esquinas del parque Santander, como lo eran Breuer Moller & Cía., Beckmann & Cía., Van Dissel Rode & Cía., la casa comercial italiana Ríboli & Cía., ésta, ubicada en la esquina de la calle doce con avenida quinta y posteriormente adquirida por Tito Abbo, quien le cambió su nombre y a comienzos de los sesenta, venderla a la compañía que administraba los Almacenes Ley.

Estos cuatro grandes almacenes ofrecían la gama más variada de artículos, entre los que se cuentan, víveres de toda clase, la mayoría importados, compra y exportación de café, quincallería y ferretería y en general todas las mercancías traídas del exterior. También prestaban el servicio de navegación fluvial por el río Zulia hasta la población de Maracaibo.

Algunas de éstas eran también agentes bancarios, como el caso de Breuer Moller & Cía., otra especializada en productos farmacéuticos, como Van Dissel Rode & Cía. además, propietaria de la Botica Alemana y otras también ofrecían servicios de papelería e imprenta; verdaderos exponentes del gran comercio y precursores de las llamadas hoy ‘grandes superficies’. 

Compitiendo con estos grandes empresarios extranjeros se destacaban algunos comerciantes locales, entre los que se contaban Cogollo & Cía., Jorge Cristo & Cía., Manuel Guillermo Cabrera, lo mismo que algunas grandes fábricas como las cervecerías Santander y Colombia, ambas dedicadas a la elaboración de cervezas, gaseosas y a la venta de hielo en bloques.

Las más destacadas en otras tareas eran, Arocha &Cía. y Duplat & Cía. procesadores de toda clase de cereales, pastas alimenticias y en especial, molienda de café.

Por aquella época comenzaba sus labores empresariales un notorio productor, quien años más tarde se destacaría como uno de los más aventajados exponentes del empresariado regional, don Pedro Felipe Lara.

En más pequeña escala citaremos el Casino Berti un establecimiento dedicado a la venta de comestibles, fundado en los últimos años del siglo anterior-1880- y luego reorganizado por su nuevo propietario a quien llamaban cariñosamente don Vicente y se especializaba en el servicio de ‘cenas’, además de su oferta de vinos españoles y franceses, así como un variado surtido de rancho proveniente de Europa.

Uno de sus productos más reconocidos y que fuera exclusivamente ofrecido a los cucuteños, era la ‘Kola Champagne’, bebida azucarada burbujeante que competía con las gaseosas de la época. Varios sabores eran presentados a sus consumidores como limón, crema soda y jengibre.

Los domingos, el programa giraba en torno a la gallera, a donde  asistían ‘cuerdas’, como se llaman los participantes asiduos, de la ciudad y las poblaciones vecinas, especialmente de San Cristóbal, San Antonio y Ureña; el atractivo eran las ‘apuestas exageradas’ que dicho de otra forma, significaba grandes sumas en juego.

Tampoco podían faltar los cigarrillos, especialmente los de fabricación nacional. La Fábrica Nacional de Cigarrillos promocionaba el ‘Gran Colombia’ que aprovechaba el nacionalismo anunciando que “la opinión pública aclama nuestros productos como los mejores de su clase en la actualidad, sencillamente porque nuestra fábrica emplea en sus picaduras, hoja de tabaco cosechadas en las más hermosas plantaciones del Norte.” Remataba como lo hacían la mayoría de los anuncios de esos años, “de venta en todos los establecimientos y bodegas.” Mantenían una promoción permanente en la que cambiaban las cajetillas vacías por una llena de esta manera, quince cajetillas grandes por una del mismo tamaño u ocho cajetillas pequeñas por una de esta clase. 

Hubo un momento en que los fumadores conocieron el último grito de la moda en lo referente al vicio de fumar, las ‘pajillas’, que eran cigarros en el que se utilizaban hojas de maíz como envoltorio en lugar del tradicional papel; a Cúcuta llegaron en 1925 al Almacén Jea. La novedad duró poco y la verdad es que no sabemos cuánto ni la razón por la que desapareció.

Y para rematar esta crónica, una mención del trasporte urbano. El primer automóvil había llegado algunos años antes y ya se ofrecían a la venta, los más conocidos traídos de Estados Unidos, los Chevrolet en cuatro modelos Sport, de Lujo, Special y Corriente.

El distribuidor era Cogollo Hermanos y los colores de moda eran el azul oscuro o el azul Boston, el gris Ontario o el más popular, el negro. Se anunciaba como el ‘más barato en relación con su alta calidad’. Claro que un automóvil era entonces un lujo que pocos podían procurarse, pero quienes querían darse su paseíto, bastaba con llamar a Eduardo Araque al teléfono 375, que con su Hudson para 7 pasajeros lo llevaría al destino de su preferencia por los escasos caminos que entonces existían. 


Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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