Luis
Fernando Carrillo (Imágenes)
Cuando
se comete el error de acabar por acabar, sin ninguna planeación, las ciudades
se quedan sin pasado.
I.- El Guzmán, así le decían confianzudamente los muchachos
de la década del 50. Situado en la avenida sexta con calles 8 y 9, antes que a
un genio se le ocurriera demolerlo, para levantar allí una especie de mercado
persa que hoy da vergüenza.
El historiador Luis A. Medina
cuenta en su Cita Histórica, cómo don
Domingo Guzmán “un ciudadano de grandioso caudal de espíritu público” lo
construyó después del terremoto. Se llamó Teatro Guzmán y Guzmán Berti al ser
remodelado en 1914, nombre con que se le conoció hasta su desaparición.
Fue un sitio exclusivo de la ciudad y
por allí desfilaron en vivo, sin el permiso del padre Mendoza y del padre
Jordán, las colosales actrices María Antonieta Pons, Rosa Carmiña, La Tongolele
y otras niñas sin par de la farándula mexicana. Los abuelos y bisabuelos
contaban a su descendencia, con un dejo de nostalgia, los singulares bailes de
estas estrellas y las espectaculares “curvas” que los llevaba a aplaudir
frenéticamente y a gritar como locos “otro, otro”.
Después comenzaban a fantasear supuestas
aventuras eróticas con ellas, con la advertencia de que no lo sepa la abuelita
porque se pone brava.
Fueron los días del regio Guzmán, cuando
el espectáculo cultural que venía por Maracaibo se adentraba en estas tierras
otrora florecientes.
II.- Después vendría la época
del cine. Se especializó en cine mexicano y por la pantalla desfilaron los
clásicos. Borolas, Resortes, Clavillazo, Joaquín Pardave, Sara García, Tin Tan,
Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz y las inigualables Dolores del
Río, María Félix y Silvia Pinal.
La asistencia, esencialmente popular por
la facilidad del idioma, reía y lloraba al compás de los dramas de la vida,
contados y mostrados en hora y media.
Gustaban porque caían al alma del pueblo
que los vivía en la realidad. Hizo entonces carrera que El Guzmán tenía una
clientela distinta a una manera de pensar que creía de poca valía intelectual
el arte mexicano. Otro de los grandes engaños de las culturas americanizantes.
Ya para entonces la clientela se
trasladó al Teatro Zulima que recién inaugurado, comenzó a pasar cine
norteamericano. Se convirtió en punto de reunión de los jóvenes de los 60 que
se daban cita los domingos a las tres de la tarde, para vivir los amores y
disfrutar del aire acondicionado, una novedad y una comodidad en este clima
ardiente.
De la sexta muchos se pasaron al teatro
de la Quinta. El Guzmán fue perdiendo su importancia, pero aún así continuó
vivo hasta que se decidió demoler un edificio quizá con no mucho valor
arquitectónico, pero que sí servía para identificar la ciudad.
Cuando se comete el error de acabar por
acabar, sin ninguna planeación, las ciudades se quedan sin pasado.
III.- Capítulo aparte merece la famosa
leyenda que lo caracterizó:
“Canendo
et ridiendo corrigo mores”.
Los muchachos del Sagrado, que se creían
que sabían más que los demás, pasaban y traducían en voz alta para que los
oyeran y los creyeran maestros de la lengua de Virgilio, Plinio y otras
estrellas romanas. “Cantando y riendo
consigo amores”, decían y todos quedaban alelados.
Lo mal que estaban en latín los
educandos de las escuelas cristianas quedó al descubierto, cuando un diácono
del seminario de Pamplona hizo la correcta traducción:
“Cantando
y riendo se corrigen las costumbres”.
Desde entonces el misterio idiomático
quedó absuelto y se hizo justicia a don Domingo Guzmán, a quienes muchos creían
un irresponsable al inculcar a la juventud que bastaba con cantar y reír para
conquistar el amor.
Si no hubiera sido por el seminarista,
don Domingo hubiera quedado muy mal parado con la posteridad y el Guzmán Berti
considerado un sitio que no merecería recordarse.
Recopilado
por; Gastón Bermúdez V.
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