miércoles, 4 de julio de 2018

1330.- EL GUZMAN



Luis Fernando Carrillo   (Imágenes)


Cuando se comete el error de acabar por acabar, sin ninguna planeación, las ciudades se quedan sin pasado.

I.- El Guzmán, así le decían confianzudamente los muchachos de la década del 50. Situado en la avenida sexta con calles 8 y 9, antes que a un genio se le ocurriera demolerlo, para levantar allí una especie de mercado persa que hoy da vergüenza.

El historiador Luis A. Medina cuenta  en su Cita Histórica, cómo don Domingo Guzmán “un ciudadano de grandioso caudal de espíritu público” lo construyó después del terremoto. Se llamó Teatro Guzmán y Guzmán Berti al ser remodelado en 1914, nombre con que se le conoció hasta su desaparición.

Fue un sitio exclusivo de la ciudad y por allí desfilaron en vivo, sin el permiso del padre Mendoza y del padre Jordán, las colosales actrices María Antonieta Pons, Rosa Carmiña, La Tongolele y otras niñas sin par de la farándula mexicana. Los abuelos y bisabuelos contaban a su descendencia, con un dejo de nostalgia, los singulares bailes de estas estrellas y las espectaculares “curvas” que los llevaba a aplaudir frenéticamente y a gritar como locos “otro, otro”.

Después comenzaban a fantasear supuestas aventuras eróticas con ellas, con la advertencia de que no lo sepa la abuelita porque se pone brava.

Fueron los días del regio Guzmán, cuando el espectáculo cultural que venía por Maracaibo se adentraba en estas tierras otrora florecientes.

II.- Después vendría la época del cine. Se especializó en cine mexicano y por la pantalla desfilaron los clásicos. Borolas, Resortes, Clavillazo, Joaquín Pardave, Sara García, Tin Tan, Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz y las inigualables Dolores del Río, María Félix y Silvia Pinal.

La asistencia, esencialmente popular por la facilidad del idioma, reía y lloraba al compás de los dramas de la vida, contados y mostrados en hora y media.

Gustaban porque caían al alma del pueblo que los vivía en la realidad. Hizo entonces carrera que El Guzmán tenía una clientela distinta a una manera de pensar que creía de poca valía intelectual el arte mexicano. Otro de los grandes engaños de las culturas americanizantes.

Ya para entonces la clientela se trasladó al Teatro Zulima que recién inaugurado, comenzó a pasar cine norteamericano. Se convirtió en punto de reunión de los jóvenes de los 60 que se daban cita los domingos a las tres de la tarde, para vivir los amores y disfrutar del aire acondicionado, una novedad y una comodidad en este clima ardiente.

De la sexta muchos se pasaron al teatro de la Quinta. El Guzmán fue perdiendo su importancia, pero aún así continuó vivo hasta que se decidió demoler un edificio quizá con no mucho valor arquitectónico, pero que sí servía para identificar la ciudad.

Cuando se comete el error de acabar por acabar, sin ninguna planeación, las ciudades se quedan sin pasado.

III.- Capítulo aparte merece la famosa leyenda que lo caracterizó:

“Canendo et ridiendo corrigo mores”.

Los muchachos del Sagrado, que se creían que sabían más que los demás, pasaban y traducían en voz alta para que los oyeran y los creyeran maestros de la lengua de Virgilio, Plinio y otras estrellas romanas. “Cantando y riendo consigo amores”, decían y todos quedaban alelados.

Lo mal que estaban en latín los educandos de las escuelas cristianas quedó al descubierto, cuando un diácono del seminario de Pamplona hizo la correcta traducción:

“Cantando y riendo se corrigen las costumbres”.

Desde entonces el misterio idiomático quedó absuelto y se hizo justicia a don Domingo Guzmán, a quienes muchos creían un irresponsable al inculcar a la juventud que bastaba con cantar y reír para conquistar el amor.

Si no hubiera sido por el seminarista, don Domingo hubiera quedado muy mal parado con la posteridad y el Guzmán Berti considerado un sitio que no merecería recordarse.




Recopilado por; Gastón Bermúdez V.

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