Rafael
Antonio Pabón (contraluzcucuta.co)
Carlos Orduz está pensionado hace un par de años, vive
en la tranquilidad que le ofrece este beneficio, luego de dedicar 40 años a la
labor docente. Y aunque está retirado de las aulas, se mantiene activo en la
escritura. Tanto que lleva 12 libros publicados sobre diversos aspectos
históricos, triviales y cucuteños.
Camina despacio, apoyado en un bastón para darle
seguridad a cada paso. Así escribe las notas que componen su obra, sin prisa y
sin el afán comercial de lucrarse título a título.
Los recursos para ver cristalizadas las ideas emergen
de sus bolsillos y no ve el retorno económico, porque a cada conocido que
encuentra en la calle le obsequia un ejemplar. En consecuencia, las ganancias
no aumentan la cuenta de ahorros.
Solo es pasión por la escritura. Y ha escogido uno de
los géneros, periodísticos o literarios, que mayor satisfacción da al autor y
al lector. Don Carlos le jala a la crónica. La razón es una, recordar el pasado
de la ciudad que se ha olvidado en medio del progreso. “Los cucuteños no saben
quiénes éramos, qué hacíamos y a dónde íbamos”.
Esas inquietudes lo sumergieron en los recuerdos y
surgieron las ‘Crónicas sueltas cucuteñas’. Para obtener los datos que componen
los escritos dedicó tiempo a escudriñar, investigar, preguntar, hablar con los
mayores. Elementos indispensables para reunir la información suficiente y
necesaria para dar rienda suelta a los pensamientos.
Cumplidas las etapas preliminares dio el siguiente
paso, el del ordenamiento de los apuntes, jerarquización de ideas, elaboración
del primer borrador y edición final para llevar el material a la imprenta. “El
mundo, hoy, se basa en la escritura de crónicas”, por eso optó por este género.
El primero de los maestros de Don Carlos es Gabriel
García Márquez. Luego, tiene como ejemplos a los autores que aparecen en
periódicos nacionales. Toma de cada cual lo que le llama la atención, lo
asimila y después lo plasma en el papel de manera concisa y sencilla para que
la gente entienda.
El ritual para escribir la siguiente crónica comienza
con pensar en el título del trabajo. A otros se les dificulta este método, pero
a Don Carlos le da resultado. Escogido el título, ordena pensamientos, vivencias
y observaciones. Analiza el contenido, lo pule y lo trascribe en limpio para
corregir errores y dejarlo listo para la publicación.
“A cada crónica hay que dedicarles de 15 a 30 días
para pensar bien los términos, porque quien escribe debe percatarse de no
ofender, no meterse con la gente, no criticar por criticar”. Lo dice con voz
del maestro que se para delante de los alumnos para compartir el conocimiento.
La costumbre de enseñar no está perdida y aflora en cada oportunidad que se le
presenta.
El vendedor de periódicos, el lustrabotas, el lotero,
los viejitos que todavía se sientan en el portón de la casa hacen parte de las
fuentes que consulta para armar el cuento. Los siguientes escalones son la
creatividad y la imaginación para recrear lo compartido por esos hombres y
mujeres del común.
“Cada una de las crónicas tiene su mérito, y a cada
una hay que analizarla para ver qué es lo que contiene”. Por eso en la cuarta
versión de ‘Crónicas sueltas cucuteñas’ aparecen relatos acerca de los
pasteles cucuteños, los billetes y monedas, los zapateros remendones, las
lavanderas, los turcos y otomanos, el doctorado, los modismos, sentencias y
refranes, y los chircales y los tejares.
En este esfuerzo por remembrar situaciones locales,
Don Carlos ha chocado contra un problema serio.
“No hay ayuda de ninguna naturaleza” para la
publicación. “Le niegan a uno hasta una hoja de papel, todo es fruto del
sacrificio personal y de los ahorritos”. Este lamento se suma al de otros
escritores que tampoco han logrado el patrocinio oficial para ver en librerías
y bibliotecas particulares las obras.
La satisfacción del deber cumplido se concreta cuando
las voces conocidas o anónimas expresan gusto por lo leído. Entonces, se siente
realizado y comprometido más con la ciudad para escribir nuevas historias y
sobre los personajes que surgen de la ciudad.
Este hombre, ahora en la etapa de la retribución
laboral, vive contento por haberle dedicado cuatro décadas a la docencia. En
calidad de profesor conoció a Norte de Santander, Colombia y algo del exterior.
La labor la compensaron las innumerables
condecoraciones otorgadas por ese ejercicio de educar y formar niños y jóvenes.
El Ministerio de Educación le entregó la medalla ‘Camilo Torres’, en primer
grado, máximo reconocimiento de esa cartera.
“Fui profesor en idiomas, especialmente en literatura
colombiana, hispanoamericana y española”. Experiencia que, ahora, le vale
para escribir las crónicas citadinas. En primaria aprendió a leer, escribir,
componer y ortografía. Base fundamental para desarrollar cualquier asunto.
El ciclo de la enseñanza está consumado. El último
cargo desempeñado fue la rectoría de un colegio. Renunció y se retiró. El
tiempo lo aprovecha para viajar y para dedicarse a consentir a las dos nietas
que viven en Bogotá.
Los gitanos, las alpargatas, cotizas, tenis, las
diversiones cucuteñas, los apodos en Cúcuta, la ciudad de ancianos, el listado
escolar, las avenidas, carreras y calles, complementan el último de los libros
de Carlos Eduardo Orduz.
Seguro, en el próximo volumen de crónicas aparecerá la
relacionada con ‘Cómo ser buen nono, en una ciudad donde abundan los abuelos’.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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