Gerardo Raynaud
(La Opinión)
Terminado el asedio contra los insurgentes que se habían atrincherado en
torno al centro de la ciudad, con las acciones del Batallón Cúcuta se cerró
este degradante capítulo, al dar de baja el reducto que constituía la
retaguardia que presurosa huía en la madrugada del 15 de julio de 1900, por el
norte hacía la frontera, donde un grupo venezolanos simpatizantes del partido
de oposición los esperaba.
Lentamente la reconstrucción de la ciudad avanzaba con la colaboración de
las autoridades y en general, de la ciudadanía, tratando de borrar las
cicatrices dejadas por la lucha fratricida. Los más entusiastas y a la vez los
más obligados en recuperar las obras destruidas eran los militares, que a estas
alturas se habían empeñado en reconstruir, como venían haciéndolo desde el día
de la culminación de las hostilidades.
En septiembre, trascurridos menos de dos meses, buena parte de las
trincheras y barricadas habían sido eliminadas, los accesos por las esquinas
estaban libres de obstáculos y la ciudadanía retornaba a sus habituales
actividades.
Aprovechando la festividad de Nuestra Señora de las Mercedes, las
autoridades locales, encabezadas por el clero, dedicaron ese día a homenajear
al Batallón Cúcuta de manera muy sentida y concurrida, en reconocimiento a su
heroico comportamiento.
Los actos conmemorativos se escenificaron en el atrio del templo de San
Antonio, frente al Parque Mercedes Ábrego. El altar, ubicado en la puerta
mayor, adornado con la imagen de la Virgen, previamente entoldado y alfombrado,
fue el centro de la ceremonia. El Venerable Vicario de la iglesia de San José
el R.P. Valderrama ofició la misa en compañía de los presbíteros Calderón y
Ortega quienes sirvieron de diáconos.
A las 8 a.m. hizo presencia en el parque el Batallón Cúcuta, sin
bandera, bien uniformado, con dos bandas de música; lo comandaba personalmente
el general Luis Morales Berti, con toda la plana mayor y escoltado por el
famoso Batallón Tiradores, comandado por el pundonoroso militar Rogelio Vélez
Méndez.
Antes de dar inicio a la misa, los
sacerdotes procedieron a la bendición de la bandera que entregarían al Batallón
Cúcuta, sus padrinos, entre quienes se contaban los más distinguidos personajes
de nuestra sociedad, Erasmo Meoz, Rafael Mejía, Carlos Ferrero, Manuel S.
Jordán, Carlos Jácome, los generales José Agustín Berti y Julio Albán y los
coroneles Jorge Ferrero, Carlos Garbiras y Carlos Dávila H. entre otros.
La misa, cantada con solemnidad, estuvo acompañada de los artistas más
destacados de la sociedad, como las señoritas Ida Berti y las hermanitas
Annexy, el barítono Elías M. Soto, los bajos Crespo y Moros, todos ellos
dirigidos por el maestro Federico Jácome.
Después del evangelio, el R.P. Valderrama, desde el púlpito pronunció su
homilía para reivindicar el derecho que posee la iglesia de Cristo para
intervenir directamente en la marcha civil y religiosa de las sociedades.
Por sus condiciones de orador sagrado, el padre Valderrama era reconocido como
un atleta formidable de la causa católica, su dicción elegante y correcta, sus
razonamientos persuasivos y vehementes causaban honda impresión entre el
público y como las doctrinas que predicaba las confirmaba ampliamente con su
modo de ser personal, decían entonces que por esas razones, este ilustre
sacerdote merecía el más profundo respeto y la acendrada estimación de
todos sus fieles.
Terminada la misa, don Rodolfo Faccini fue comisionado por las señoras y
señoritas anfitrionas para entregar al Cúcuta la bandera insignia que con
exquisita galantería fue obsequiada al general Morales Berti, en un
delicadísimo discurso que impresionó del modo más notable a la multitud tocando
sensiblemente las fibras más íntimas del corazón.
La bandera distintiva del batallón estaba confeccionada en finísima tela de
seda con el escudo de Colombia bordado en el centro del blasón y en la parte
superior del asta se apreciaba una artística lanza regalada al grupo por un
distinguido caballero. El comandante del batallón, al recibir tan espléndido
regalo pronunció un elocuente y enérgico discurso aplaudido
estruendosamente por los concurrentes.
De regreso al cuartel, el comandante obsequió a cada uno de los
doscientos setenta integrantes, una copa de champaña, lo mismo que a sus
padrinos y demás convidados, acto que fue aprovechado por el joven entusiasta
Luis Febres Cordero para agradecer en nombre de sus representados, las
atenciones recibidas.
A las cinco de la tarde tuvo lugar en el parque Mercedes Abrego la ceremonia
de jura de bandera por el batallón, llevada a efecto con todas las
ritualidades que indica el Código Militar. Por la noche hubo música y fuegos
artificiales frente a la comandancia y retreta en el Parque Santander.
Al día siguiente, los padrinos del Batallón agasajaron a sus amigos
militares con un espléndido almuerzo en uno de los campos de la hermosa
vega del Guaimaral. El día transcurrió agradablemente terminando con un
valiente y hermoso discurso dirigidos a los héroes del batallón por el
novel capitán Francisco Morales Berti. Al final de la jornada no hubo acto que
no fuera satisfactorio y no hubo detalle que no mereciera la aprobación de los
circunstantes.
Un detalle importante, entre los muchos vivas que la concurrencia lanzó a
los señores Marroquín y González Valencia, no hubo un muera, no se oyó un abajo
o cualquier otra palabra que hiriera o mortificara a los contrarios. Sin
embargo, las puertas y ventanas de algunas casas fueron cerradas al paso del
Batallón Cúcuta por las calles.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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