Gerardo Raynaud (La Opinión)
Así se titulaba una de las tantas noticias de las disputas, que por
motivos religiosos, se tejían al interior del Concejo de Cúcuta a
mediados del siglo pasado.
Desde el mismo comienzo de la independencia, los partidos políticos que se
formaron entonces, estuvieron enfrentados por el poder. Sus diferencias
ideológicas los llevaron a las guerras civiles, algunas de ellas exageradamente
cruentas pero que por fortuna, cesaron comenzando el siglo XX. Durante la
primera mitad de éste, el país vivió las hegemonías partidistas que se fueron
turnando a medida que avanzaban los años, comenzando con la del partido
conservador que duró hasta el año treinta, cuando por una división, del partido
de oposición, el liberal, se hizo a las riendas del gobierno.
Aunque la llamada históricamente, ‘República Liberal’, el 1946 nuevamente
se produjo una división que devolvió a los conservadores el gobierno del
país.
A pesar de sus diferencias políticas, la mayor discrepancia fueron las
relaciones con la Iglesia, pues era ésta quien ejercía el poder “detrás del
trono”, independientemente del partido que estuviera gobernando. Esta situación
se mantuvo durante casi todo el siglo pasado y solamente con la proclamación de
la nueva Constitución, el gobierno pudo comenzar a sacudirse de las
intromisiones del clero.
El hecho es que nombramientos y en general, decisiones del gobierno,
prácticamente debían consultarse con los jerarcas eclesiásticos, quienes en
últimas eran los que decidían.
Pues bien, en la apacible Cúcuta de mediados de siglo, en el 46, justo
antes de producirse el ascenso del partido conservador nuevamente al poder,
luego de 36 años de “sequía”, el Concejo Municipal aprobó un Acuerdo que en uno
de los considerandos rezaba que en él se interpretaba el sentimiento religioso
del pueblo cucuteño.
El Acuerdo en mención, ordenaba “realizar la ejecución de un cuadro del
Sagrado Corazón de Jesús, pagarlo con fondos del erario público e intronizarlo
en el salón de sesiones de la Corporación.”
Pero ¿qué había pasado para que el cuadro del Sagrado Corazón hubiera sido
arrebatado del salón de sesiones del Concejo de Cúcuta? Si era de exigencia
legal, desde la consagración del país al Sagrado Corazón en 1902, que en las
oficinas públicas debía exponerse dicha imagen religiosa.
La historia, entonces, se remonta a los años posteriores al inicio del
gobierno liberal y fue durante el primer gobierno de López Pumarejo que se
expidieron normas que liberalizaron la administración del Estado, propiciando
que en muchas de sus dependencias se eliminaran o por lo menos, no se hicieran
tan evidentes las inclinaciones religiosas, toda vez que con la salida de los
funcionarios conservadores, no se presentaban protestas ni se extrañaba su
ausencia.
En nuestro caso, el cuadro había sido descolgado de la pared del recinto en
el año 36, dicen que “por motivos que no es del caso refrescar, que no se
podrían mencionar sin sonrojarnos”, según lo expresado por un concejal de la
época.
Aunque nos parezca insólito, no eran pocas las personas que se extrañaban
de esta situación, en especial, las matronas, que a pesar de su ausencia de
derechos políticos, ejercían mayor presión por la vía de sus familiares
masculinos, esposos, hijos, hermanos y demás parientes.
Prueba de ello fue lo sucedido durante la fiesta de San Rafael, en el
Hospital de Caridad, cuando el presidente del Concejo y la mayoría de sus
integrantes fueron interpelados por la muy distinguida señora doña Elena Yáñez
viuda de Arocha, quien después de su amable saludo les lanzó el siguiente
interrogante: ¿hasta cuándo tendrá que tolerar la ciudadanía cucuteña, una
ciudadanía totalmente católica, la humillación que nos hayan sacado del salón
del Concejo el cuadro del Sagrado Corazón? ¿Ustedes me prometen que el cuadro
vuelve allí?
Se lo prometo le contestó el presidente, pero ella replicó ¿pero cuándo?
hay que saber que las familias que llevamos sangre liberal en nuestras venas,
nos encontramos avergonzadas de tanta incomprensión y tanto incumplimiento!
Para salir de la apremiante situación, el presidente del Concejo, aprovechó
la oportunidad para comunicar a los asistentes que el Gobierno Nacional había
decretado otorgar la Cruz de Boyacá a la señora Teresa Briceño de Andressen,
como benefactora del pueblo cucuteño, a la vez solicitarle que encabezara un
memorial solicitando se volviera la imagen al recinto, documento que fue
presentado dos días después.
A pesar de las buenas relaciones reinantes en la corporación edilicia, la
incertidumbre por la posición que tomarían los cuatro más poderosos concejales
liberales de la época, Nicolás Colmenares, Alberto Camilo Suárez, Agustín
Guarín y Augusto Fernández, ante la petición había creado un ambiente de duda,
pero la verdad es que nada sucedió. Pidieron el memorial, lo leyeron y sin
pronunciar palabra y estamparon sus firmas.
Para dar cumplimiento al mandato del legislador, se encargó al maestro
Marco Antonio Lamus Contreras; la obra que mereció el elogio de la
crítica, era un cuadro tallado en caoba bellamente enmarcado como era de usanza
en aquellos tiempos.
La imagen anterior, la que fue retirada del Concejo, había sido llevada al
Hospital y abandonada en uno de los cuartos del olvido. En un momento dado, se
pensó que este cuadro podría reintegrarse y así ahorrarle al fisco local la
contratación de uno nuevo, pero al parecer, en su manipulación recibió un golpe
que hizo que sus dimensiones fueran reducidas para solventar el problema,
quitándole parte de su esplendor estético.
Finalmente, la exhibición de esa obra valiosa de un artista cucuteño,
sirvió para acatar el sentimiento religioso de un pueblo y mostrarle a propios
y extraños, alguno de sus valiosos exponentes en las bellas artes.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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