martes, 30 de julio de 2019

1538.- CUENTO QUE PARECE HISTORIA



Gerardo Raynaud (La Opinión)

Así se titulaba una de las tantas noticias de las disputas, que por motivos religiosos, se tejían al interior del Concejo  de Cúcuta a mediados del siglo pasado. 

Desde el mismo comienzo de la independencia, los partidos políticos que se formaron entonces, estuvieron enfrentados por el poder. Sus diferencias ideológicas los llevaron a las guerras civiles, algunas de ellas exageradamente cruentas pero que por fortuna, cesaron comenzando el siglo XX. Durante la primera mitad de éste, el país vivió las hegemonías partidistas que se fueron turnando a medida que avanzaban los años, comenzando con la del partido conservador que duró hasta el año treinta, cuando por una división, del partido de oposición, el liberal, se hizo a las riendas del gobierno.

Aunque la llamada históricamente, ‘República Liberal’, el 1946 nuevamente se produjo una división que devolvió a los conservadores el gobierno del país. 

A pesar de sus diferencias políticas, la mayor discrepancia fueron las relaciones con la Iglesia, pues era ésta quien ejercía el poder “detrás del trono”, independientemente del partido que estuviera gobernando. Esta situación se mantuvo durante casi todo el siglo pasado y solamente con la proclamación de la nueva Constitución, el gobierno pudo comenzar a sacudirse de las intromisiones del clero.

El hecho es que nombramientos y en general, decisiones del gobierno, prácticamente debían consultarse con los jerarcas eclesiásticos, quienes en últimas eran los que decidían.

Pues bien, en la apacible Cúcuta de mediados de siglo, en el 46, justo antes de producirse el ascenso del partido conservador nuevamente al poder, luego de 36 años de “sequía”, el Concejo Municipal aprobó un Acuerdo que en uno de los considerandos rezaba que en él se interpretaba el sentimiento religioso del pueblo cucuteño.

El Acuerdo en mención, ordenaba “realizar la ejecución de un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, pagarlo con fondos del erario público e intronizarlo en el salón de sesiones de la Corporación.”

Pero ¿qué había pasado para que el cuadro del Sagrado Corazón hubiera sido arrebatado del salón de sesiones del Concejo de Cúcuta? Si era de exigencia legal, desde la consagración del país al Sagrado Corazón en 1902, que en las oficinas públicas debía exponerse dicha imagen religiosa.

La historia, entonces, se remonta a los años posteriores al inicio del gobierno liberal y fue durante el primer gobierno de López Pumarejo que se expidieron normas que liberalizaron la administración del Estado, propiciando que en muchas de sus dependencias se eliminaran o por lo menos, no se hicieran tan evidentes las inclinaciones religiosas, toda vez que con la salida de los funcionarios conservadores, no se presentaban protestas ni se extrañaba su ausencia.

En nuestro caso, el cuadro había sido descolgado de la pared del recinto en el año 36, dicen que “por motivos que no es del caso refrescar, que no se podrían mencionar sin sonrojarnos”, según lo expresado por un concejal de la época.

Aunque nos parezca insólito, no eran pocas las personas que se extrañaban de esta situación, en especial, las matronas, que a pesar de su ausencia de derechos políticos, ejercían mayor presión por la vía de sus familiares masculinos, esposos, hijos, hermanos y demás parientes.

Prueba de ello fue lo sucedido durante la fiesta de San Rafael, en el Hospital de Caridad, cuando el presidente del Concejo y la mayoría de sus integrantes fueron interpelados por la muy distinguida señora doña Elena Yáñez viuda de Arocha, quien después de su amable saludo les lanzó el siguiente interrogante: ¿hasta cuándo tendrá que tolerar la ciudadanía cucuteña, una ciudadanía totalmente católica, la humillación que nos hayan sacado del salón del Concejo el cuadro del Sagrado Corazón? ¿Ustedes me prometen que el cuadro vuelve allí?

Se lo prometo le contestó el presidente, pero ella replicó ¿pero cuándo? hay que saber que las familias que llevamos sangre liberal en nuestras venas, nos encontramos avergonzadas de tanta incomprensión y tanto incumplimiento!

Para salir de la apremiante situación, el presidente del Concejo, aprovechó la oportunidad para comunicar a los asistentes que el Gobierno Nacional había decretado otorgar la Cruz de Boyacá a la señora Teresa Briceño de Andressen, como benefactora del pueblo cucuteño, a la vez solicitarle que encabezara un memorial solicitando se volviera la imagen al recinto, documento que fue presentado dos días después.

A pesar de las buenas relaciones reinantes en la corporación edilicia, la incertidumbre por la posición que tomarían los cuatro más poderosos concejales liberales de la época, Nicolás Colmenares, Alberto Camilo Suárez, Agustín Guarín y Augusto Fernández, ante la petición había creado un ambiente de duda, pero la verdad es que nada sucedió. Pidieron el memorial, lo leyeron y sin pronunciar palabra y estamparon sus firmas.

Para dar cumplimiento al mandato del legislador, se encargó al maestro Marco Antonio Lamus Contreras; la obra  que mereció el elogio de la crítica, era un cuadro tallado en caoba bellamente enmarcado como era de usanza en aquellos tiempos.

La imagen anterior, la que fue retirada del Concejo, había sido llevada al Hospital y abandonada en uno de los cuartos del olvido. En un momento dado, se pensó que este cuadro podría reintegrarse y así ahorrarle al fisco local la contratación de uno nuevo, pero al parecer, en su manipulación recibió un golpe que hizo que sus dimensiones fueran reducidas para solventar el problema, quitándole parte de su esplendor estético.

Finalmente, la exhibición de esa obra valiosa de un artista cucuteño, sirvió para acatar el sentimiento religioso de un pueblo y mostrarle a propios y extraños, alguno de sus valiosos exponentes en las bellas artes.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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