Diego
G. D’Caro (contraluzcucuta.co)
El maestro Pablo Tarazona Prada, compositor del
himno de Cúcuta, cumple con sus labores académicas en el conservatorio.
Después de largos minutos de práctica con la sobrina y sin obtener el resultado
esperado, baja al primer piso a descansar. Una vez allí, escuchó la pieza y
pensó en que por fin la sobrina había aprendido, pero cuando subió encontró
frente al instrumento a su primer hijo varón, Pablo Martín, quien tenía 4 años y por
primera vez tocaba.
Pablo Martín Tarazona Gómez nació en Cúcuta, el 18 de septiembre 1964, con la
música corriéndole por las venas, heredada de los abuelos. Su padre era máster
en música del Peabody Institute de Baltimore (Estados Unidos), y su madre
Gladis Nubia Gómez, soprano y violinista en la Orquesta Sinfónica. Así que
desde joven fue inevitable sumergirse en el océano infinito de la música.
A los 7 años, dio el primer recital de piano en el
teatro Zulima; a los 10, escribía y armonizaba pequeñas obras, y aunque se
había convertido en músico semi profesional; a los 16, se interesó por ser
parte de la fuerza aérea. Se presentó y para sorpresa de la familia pasó. Por
una razón mayor, llamada mamá, quien se opuso, decidió desertar y escogió
medicina, como la de la mayoría de los primos. Terminó en ingeniería
civil, por el gusto a las máquinas.
El fallecimiento de su amado padre lo llevó a
remplazarlo como director de la Orquesta Filarmónica del Instituto de Cultura y
Bellas Artes de Cúcuta. Tenía 19 años. Esta responsabilidad acarreaba viajes y
compromisos que lo llevaron a tomar la decisión de inclinarse por aquello que
amaba y dejó la carrera universitaria a mitad de camino.
Para continuar con el sueño se trasladó a Bogotá a
estudiar en el Conservatorio Nacional en Bogotá, con el maestro Dimitri
Manolov. Allí, logró ser pianista concertino en la Orquesta Sinfónica Nacional
de Colombia; además, se perfeccionó como productor discográfico e ingeniero de
sonido, arreglista y compositor. Trabajó con música comercial, produjo, dirigió
y grabó rancheras, merengue, rock, pop, salsa, folclor colombiano, jazz y
bandas sonoras para cortometrajes.
Los conciertos de piano lo llevaron a viajar por el
mundo y a presentarse en toda clase de espacios convencionales o no. Incluso,
fue concertino de la Orquesta Sinfónica en San Juan de Puerto Rico y declarado
‘Huésped distinguido’. Como premio recibió las llaves de Ponce, en la isla del
encanto.
Luego de más de 30 años de experiencia regresó a la
tierra natal, en el 2012, a ese lugar donde su padre había dejado un legado
musical que ahora debía continuar. Llegó a Cúcuta para hacer unos trabajos y de
repente se abrieron puertas con ofertas laborales y decidió quedarse. Recordaba
que su padre, cuando era pequeño, le decía que debía aportar un grano de arena
a la cultura de la ciudad, y como la historia tiende a repetirse decidió
continuar la tradición, volvió a los ancestros clásicos y formó el Sistema
Pedagógico Orquestal.
Empezó con 30 alumnos, a los que no les cobraba. Se
expandió y requería más docentes y la planta física. La escuela crecía y
generaba ingresos suficientes para mantenerla. Actualmente, es la única escuela
que cuenta con dos sinfónicas propias y la coral polifónica, con 25 voces. La
mayoría de los familiares hace parte del grupo. Esto generó en la ciudad
un nivel de formación académica que se acrecentó poco a poco.
A los 53 años, es un tipo insistido. Cuando se le mete
algo en la cabeza no descansa hasta cumplirlo y el alcanzar esas metas lo llena
de felicidad. Aunque es un hombre cariñoso, humilde y amistoso con los
alumnos, genera un vínculo con ellos que cuando se trata de la parte sinfónica
se convierte en un ser exigente.
“Es un mal necesario para avanzar, rompiendo los
esquemas mediocres, buscando la excelencia por medio del esfuerzo, la
disciplina y la constancia”.
Sigue el legado musical y de conservatorio académico
de los ancestros y en aras de fomentar el turismo artístico e histórico en
Norte de Santander, creó el espacio ‘Un Norte cultural – festival 2018’ para
todas las generaciones. El primer festival sinfónico buscó incentivar a los
cucuteños y visitantes a retomar el paisaje culto de la ciudad y a rescatar el
sentido de pertenencia. Se hizo, el 19 de mayo a las 5:00 de la tarde, en
el auditorio del Centro Cristiano.
“La música lo es todo. No imagino al mundo sin música.
Es el mejor remedio y la mejor terapia para que las nuevas generaciones dejen a
un lado toda clase de violencia. Es la herramienta para llenar el alma y eso se
refleja en lo que somos como artistas. Los músicos ven el mundo de una manera
distinta”, dijo Pablo Tarazona Gómez.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.