Luis Eduardo Bautista (Q'hubo)
Jorge Enrique Mojica, a sus 64 años,
ejerce el oficio de zapatero remendón.
Cúcuta, con tradición en la fabricación de calzado y bien ganado prestigio
nacional en el ramo, tiene en el zapatero remendón al artesano de ese oficio
que se encarga de remozar aquellos desgastados por tanto caminar y por el
traspié que se suele dar cuando se apura el paso.
Son personajes que están en
cualquier esquina o por ahí arrinconados, casi inadvertidos ante la mirada del
común, vestidos con mandil o delantal y armados de su pata de hierro, tenazas de montar, tirapié, horma
de madera, martillo de remendón, agujas, lezna, pita, cera, betunes y el
infaltable cuchillo zapatero.
Ellos cumplen la delicada tarea de sustituir las suelas, remendar el cuero
roto, pegar y dar brillo a esos zapatos que aunque viejos nadie quiere tirar a
la basura, por el cariño que se le tiene a quien ha sido tan fiel compañero.
En la avenida 1ª entre calles 14 y
15 del barrio La Playa, está desde hace 27 años Jorge Enrique Mojica, de la
vieja escuela de los zapateros de Carora, quien después de pasearse por varios
talleres de la ciudad fabricando calzado y de una temporada de ocho años en Aguachica (Cesar)
donde tuvo una remontadora, prefirió sentarse en un pequeño taburete a reparar
lo que a simple vista parece no tener arreglo.
Los
zapateros remendones siguen usando viejas herramientas para reparar el calzado.
Jorge Enrique, que tiene 64
años, es uno de esos zapateros remendones que todavía quedan en esta
capital, ejerciendo un oficio que con el correr del tiempo y el avance de la
modernidad ha ido desapareciendo.
La oficina, como él llama al pequeño carro metálico donde guarda las
herramientas y materiales, la abre a las 8 de la mañana y la cierra a las 5 de
la tarde, siempre en el mismo punto donde se ubica desde hace casi tres
décadas, en la acera de la 1, frente a un parqueadero y bajo el cobijo de un
árbol de Nim.
Allí en su negocio 'Reparación de
calzado JJ', atiende a la exclusiva clientela, que ha ido cultivando durante
tantos años y que le provee el sustento diario para él y la esposa con la que
vive en Los Olivos (Atalaya), "porque ya los tres hijos del matrimonio se echaron obligación y se
fueron de la casa", según dice.
También recibe a los amigos, con quienes suele hablar de política y temas
de actualidad, poniéndose al día con aquellos que deja de ver un tiempo,
repasando en esos ratos sobre cosas de la Cúcuta de antes, "cuando se veía
más la plata y alcanzaba hasta para las águilas".
"Los zapateros remendones
sirven para una emergencia, porque nosotras perdemos la tapa en cualquier parte
y ellos nos la pegan", dijo con una sonrisa pícara una mujer que requirió su servicio.
"Ponerle tapas nuevas a un par de zapatillas cuesta entre $4.000 y
$5.000, dependiendo como sea el tacón. Eso es lo que más hago a diario y
siempre las mujeres son mis mejores clientas", confiesa Mojica.
El precio de una remontada completa
es de $30.000, que incluye ponerles suelas crepé o groupones, y de ser
necesario coserlos, para entregar el par de zapatos bien lustrados, que son generalmente de cuero y
buena marca, los que mandan a reparar.
Las
maquinas reemplazan el trabajo de los viejos artesanos del calzado.
Clínicas del calzado
En la actualidad han tomado fuerza las remontadoras de calzado bien
constituidas, con máquinas modernas que sustituyeron las herramientas manuales
empleadas para restaurar el calzado.
Esos sitios son verdaderas clínicas
para los zapatos, como dice Rosalba Contreras Quintero, propietaria de la
'Remontadora y cerrajería tercera avenida', quien lleva 19 años en el negocio, inaugurado por su
esposo Luis Felipe Santander, ya fallecido.
Ella ofrece en su local cambio de plantas, cambio de tapas, vulcanizado,
cambio de tacones y mallas, tinturado, cambio de lenguas a los zapatos
deportivos, refuerzos cuando están rotos, ensanches, forros y hasta toda la
capellada, además de maquillaje cuando el cliente lo necesita para ir a una
fiesta.
Es toda una variedad de servicios
para zapatos, botas, botines, sandalias, guayos, deportivos, mocasines,
casuales, náuticos, bailarinas, destalonados, zuecos y hasta alpargatas.
"Aquí viene el rico y el pobre, a pie, en bicicleta o en carro, pero
todo el mundo llega con sus zapatos dañados y se los llevan relucientes",
dice Rosalba, mientras busca en un estante y en medio de decenas de pares ya
reparados, unas zapatillas rojas que vino a reclamar una de sus clientas.
Ella recuerda las características
del calzado que le traen como color, modelo y el tipo de arreglo, por lo que
casi no necesita mirar el recibo que le traen, donde aparece lo que abonaron, para ir hasta el rincón exacto
donde se encuentran los zapatos remontados, tomarlos, meterlos en una
bolsa plástica y entregarlos al dueño con una sonrisa y una palabra de cariño,
atención que según dice es la que mantiene el negocio y cautiva su clientela.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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