Gerardo Raynaud (La
Opinión)
El 11 de octubre de 1944, día del fallecimiento del más inspirado y
distinguido compositor cucuteño, José Elías Mauricio Soto Uribe, la alcaldía de
San José de Cúcuta, expidió el decreto 306 de ese año, mediante el cual
reconocía sus méritos y virtudes.
Se leía en los considerandos que el maestro se había distinguido durante
toda su vida, como un ciudadano correcto y fiel cumplidor de sus deberes y
obligaciones, que sirvió con lujo de aciertos y competencias en los cargos que
le fueron asignados, pero especialmente en el de Director de la Banda del
Departamento, y que como exponente valioso de las artes musicales, de su propia
inspiración cristalizó el siempre recordado y bello bambuco las “Brisas del
Pamplonita”, en el que se plasma toda el alma y el sentimiento de nuestro
terruño y supo vivir en él cuanto se estima y quiere de este pedazo de
tierra cucuteña cuando se está lejos de las suaves y delicadas caricias del
majestuoso río.
Por tales motivos, la representación oficial de la ciudad, lamentaba
profundamente su desaparición e invitaba a la sociedad y al pueblo a hacer acto
de presencia en las exequias que se realizarían en la iglesia de San José.
También exhortaba su reconocimiento para que la memoria del inspirado
artista quedara por siempre grabada con caracteres indelebles, en el corazón de
todos los cucuteños y de recomendar como digna de imitarse por las generaciones
futuras. Finalmente, una nota de estilo con la copia del citado decreto fue entregada
a su familia en manos de su esposa, Elisa Ramírez de Soto.
Pues bien, sea esta la ocasión para narrarles algunos apartes de la vida
del maestro y del origen de la bella melodía que identifica el sentir de los
cucuteños.
Había nacido en el valle de Tonchalá, en una casa que se bañaba de luz por
las mañanas, para tornarse opaca en las tardes cuando la fronda húmeda que
decora el curso de la quebrada sumía sus ramazones en la penumbra fresca y
acogedora.
Los registros notariales indican que fue el 22 de septiembre de 1858.
Habiendo quedado huérfano a temprana edad, poco tiempo le bastó para que
hiciera asombrosos progresos en el estudio de la música, su pasión innata y con
su hermano Marcos, otro príncipe de las notas -éste menos conocido-, se fueron
a lo más alto de la escala del arte, alcanzando la envidiable corona de los
‘laureados’.
Un reconocimiento adicional merecen sus primeros maestros, quienes los
orientaron en sus iniciales estudios de las letras y el solfeo, fueron ellos,
Julio Rueda y Juan de Dios Bustamante, quienes desempeñaron un importante papel
en el desarrollo de sus aptitudes artísticas.
Era el maestro Soto, un hombre excepcionalmente simpático, de estatura alta
en comparación con sus compatriotas, andaba según cuentan las narraciones de
entonces, a pasos cortos, rápidos y repicaditos.
Cuando lo saludaban, muy frecuentemente, contestaba con una leve
inclinación, sin detenerse y sonriendo gentilmente, con media palabra “…dios.
.s. .s. .s “ silbando y estirando las ‘eses’ en una especie de trémolo musical
sui generis, pleno de jovialidad y franqueza.
Era el retrato que tenían a finales de siglo y principios del XX, los
cucuteños centenaristas y ‘terremoteados’, de su estampa espiritual, del
inapelable atractivo de su charla y de sus modales, definitivamente
distinguidos y cultos.
Sería interminable hacer constar en esta crónica, cuántas virtudes
ciudadanas y méritos personales adornaban y sustentaban la vida del maestro,
las manifestaciones de cariño y estimación que el pueblo y sus admiradores le
prodigaban, todos los honores que supo conquistar durante su vida y los
homenajes que recibió.
En lo personal, era modelo como jefe de hogar y como artista una
auténtica gloria.
Se dedicó don Elías a difundir, entre el copioso y entusiasta grupo de sus
discípulos y discípulas, los conocimientos que tan sólidamente poseía, sin
olvidarse de sus más bellos y sutiles temas musicales, mientras bordaba sobre
el pentagrama dulces y armoniosos compases sentimentales, festivas y melodiosas
fantasías que en forma de pasillos y danzas ofrecía de manera permanentemente
fluida y fecunda a su público que la acogía con expectación y saboreaba con
deleite.
Como fundador y codirector de la ‘Banda Progreso’, su contribución al
refinamiento del gusto musical de los cucuteños, fue notoria y de innegable
valor. En el ‘coro’ de los templos católicos de la ciudad, bien como
organista y cantor admirable o en los salones como pianista notable, ágil y
experto o con la batuta en la mano, frente a la dirección de la Banda del
Departamento, dejó una imborrable estela de su excelsa personalidad artística.
Su producción musical fue numerosa y variada. Valses, bambucos, marchas
marciales y fúnebres, himnos para ocasiones especiales fueron de su
inspiración, muchas de ellas inéditas, pues solamente quedaron en los registros
de propiedad intelectual 59 de ellas, presentadas post mortem por su esposa.
A pesar de su extensa obra artística, fue el bambuco las “Brisas del
Pamplonita” la de mayor repercusión a nivel nacional, canción que desde el
mismo momento de su estreno, infundió en el espíritu de los habitantes de esta
ciudad, ese sentimiento de identidad y pertenencia que exhiben con orgullo,
propios y extraños asentados en esta tierra.
Para el joven Elías Mauricio, una morena encantadora en cuyos ojos el sol
tenía dos rivales, la hermosa Elisa Ramírez Matamoros se apoderó de aquella
alma noble, sentimental y generosa, haciendo que los amores del genial artista
y la primorosa muchacha florecieran en el corazón del primero.
De los fulgores de este amor serenamente impetuoso, nacieron las notas de
ese bambuco sin par, las ‘Brisas del Pamplonita’, escrito por el maestro como
un grito de triunfo, como el clamoroso desahogo de una felicidad
extraordinaria, como una demostración producto de un corazón súper enamorado.
Cuanto se pueda escribir en elogio de esta obra, ya se ha escrito. Su
estreno se formalizó en una de las retretas que
presentaba la Banda del Departamento en la glorieta del Parque Santander, un
día de junio de 1894 y fue tal el delirio que provocó que hasta horas de la
madrugada anduvo la Banda de barrio en barrio, seguida de un compacto grupo de
vecinos que avivaban al eminente y popular compositor y consagraban como su
propia gloria, la música maravillosa del insigne bambuco.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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