Gerardo Raynaud (La Opinión)
A pesar de todas las maldiciones que han caído sobre la ciudad y la región,
las gentes de Cúcuta han sido tradicionalmente amables, gentiles, alegres y
sobre todo honestos, cualidades que se han ido diluyendo en el vaivén de los
tiempos.
De las cualidades anteriores existen toda clase de testimonios que merecen
ser recordados por todos y para constancia de las futuras generaciones. Casos
como el que vamos a narrar han sucedido y seguirán sucediendo en la mayoría de
los países del mundo.
En los países más avanzados, es decir, en aquellos de culturas milenarias
que han ido evolucionando al ritmo del progreso y la modernidad, en aquellos
que se han esmerado por desarrollar una cultura del respeto y la disciplina,
alejados del oscurantismo y la barbarie producto las distorsiones propias del
atraso y la marginalidad, casos como el sucedido en la Cúcuta de comienzos del
decenio de los sesenta, es decir, de hace escaso medio siglo, parecería de lo más
normal y habitual, sin embargo, fue considerado como “extraordinario” por la
prensa local, lo cual encendió la indignación del director de la Oficina de
Fomento y Turismo de Cúcuta, don Julio García-Herreros, quien salió en defensa
de la honra y la reputación de sus paisanos.
Pero qué había pasado para que don Julio, una persona de aliento calmado,
de pacíficos procederes, tranquilidad de espíritu y ánimo conciliador, pero de
recia personalidad, literalmente “se saliera de los chiros?”
Pues bien, lo sucedido que se puede catalogar como nimiedad, fue el
hallazgo que hiciera un ciudadano del común, de una cartera de bolsillo con la
cantidad de $18.000 y la devolución del objeto perdido, a su legítimo dueño. Es
de anotar, que era en ese momento, una cantidad significativa, una pequeña
fortuna.
El problema radicó en que un periódico local publicó, en primera plana la
noticia, dándole un tinte de espectacularidad que evidentemente carecía, según
el parecer del director de Turismo local.
La noticia textualmente decía, “…un caso verdaderamente raro en Cúcuta” y a
continuación “… este es un caso verdaderamente excepcional, raro, tal vez el
único que se ha presentado en Cúcuta”.
De la lectura de esta noticia y exasperado por lo que consideraba un
desatino, don Julio no tuvo más remedio que sentarse a escribirle al director
del periódico en cuestión, una comunicación oficial en la que sentaba su más
enérgica protesta, saliendo en defensa de la honra, el decoro y la probidad de
sus conciudadanos, demostrando que lo sucedido no era producto de una
casualidad, ni un suceso accidental sino una conducta propia de sus habitantes,
demostrada a través del tiempo con hechos que relacionó en su misiva y que
pasaremos a contarles.
Con fecha del 20 de septiembre de 1962, le dice don Julio García-Herreros,
director de la Oficina Departamental de Turismo: “… Aceptará usted, vistas las
razones que trataré de exponerle, que bien compete a la oficina de Fomento y
Turismo aclarar el comentario con que esa importante empresa periodística
presentó información sobre el hallazgo de una cartera de bolsillo que contenía
$18.000 y la correcta devolución a su legítimo propietario… Pensamos que los
primeros sorprendidos con este comentario fueron las personas que devolvieron
la cartera, quienes procedieron seguramente sin pensar que estaban haciendo una
hazaña, sino con la espontaneidad de la gente de bien, que es la mayoría en
esta ciudad.
Es posible que este caso sea ocurrencia excepcional en cualquier parte,
pero no en Cúcuta donde la honorabilidad de sus habitantes es reconocida en
todo el país, lo mismo que su generosidad que le es característica.
Podríamos citar muchos casos de esta integridad moral de los cucuteños,
desde la época del terremoto cuando algunos extranjeros y solamente ellos
trataron de saquear la ciudad en ruinas que recibieron, por cierto,
ejemplarizante castigo; así fue como el general Pedro Nel Ospina, siendo
presidente de la república, admiró con toda sinceridad el altivo y noble gesto
de un ‘gamín’ cucuteño, cuya historia es bien conocida de todos. Recientemente,
los empleados del Teatro Zulima entregaron a su dueño una cartera que se le
cayó y contenía ochocientos dólares.
De las pocas ciudades del país donde no se presentaron atentados contra la
propiedad, el 9 de abril del 48, a pesar de la grave conmoción que la afectó,
fue esta urbe. Así podríamos nombrar muchísimos casos que demuestran que no es
raro el que se presentó antier en las oficinas de Avianca.
Si aceptáramos que la devolución de la cartera es un caso excepcional en
Cúcuta, tendríamos que convenir que vivimos en un estado de descomposición
ambiente que además de inexistente perjudica gravemente nuestra cara ciudad,
frena los esfuerzos que estamos haciendo por su desenvolvimiento en todos los
frentes de la cultura y de su economía y entorpece la labor turística que se
propone esta oficina.
Estamos seguros que esa empresa periodística participa de nuestro sentir y
que el comentario a que nos hemos referido, no ha querido tener el alcance que
gentes desafectas de nuestra ciudad pueden exportar”.
Lo paradójico de esta noticia es que en la columna siguiente y en
‘destacado’, se publica una reseña sobre un robo, en pleno mediodía, -entre la
una y las dos de la tarde-, al almacén Central que era propiedad de Don Arturo
Cogollo, situado en la avenida séptima entre novena y décima, donde
desconocidos que fracasaron al forzar las cerraduras, destrozaron la puerta… a
machetazos, sin que nadie se diera cuenta. La señora de Cogollo, doña Gladys,
quien había viajado a Pamplona ese día, tuvo la ingrata sorpresa del asalto y
en una entrevista que le hicieran sobre lo acontecido se limitó a decir“… que
fuercen las cerraduras de un negocio o una casa, no es raro, pero el colmo de
la inseguridad es que derriben la puerta en pleno día sin que nadie se dé
cuenta, lo que demuestra que la vigilancia en Cúcuta, es completamente nula”.
Aunque la honestidad y la honradez son dos conceptos diferentes, pero que
debieran ser complementarios, pareciera un contrasentido las conclusiones que
pueden deducirse de su lectura.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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