Luis
Fernando Carrillo (Imágenes)
El monumento de Cristo Rey hace parte de la
historia de Cúcuta. Situado en la antigua Loma de la Cruz, avenida cuarta al
sur, fue construido por el maestro Marco León Mariño, a petición del párroco de
San José, Daniel Jordán. Fue inaugurado el 27 de octubre de 1947 (según el
historiador Luis Medina):
“consiste en una inmensa esfera que sostiene
una imagen gigantesca del Sagrado Corazón, de 35 metros de altura. En la esfera
base hay un altar dentro de un nicho, con pedazos de mármol del altar de Cúcuta
antes del terremoto”.
Hasta que llegó el modernismo Jordán institucionalizó
la procesión de Cristo Rey, todos los años para esa fecha, con presencia de
autoridades.
Al frente, el egregio sacerdote, imperturbable
bajo esas cejas canas y ademanes varoniles, con los que manejó la ciudad
durante varias décadas: desde el púlpito señalaba la pauta de comportamiento ciudadano.
Todo mundo le obedecía, desde el general
Agustín Berti para abajo. Sólo hacia los 60 los jóvenes se atrevieron a la desobediencia,
porque Jordán se opuso a un festival zanahorio; le gritaban de noche “viva el
carnaval, abajo Jordán”.
No le dio mucha importancia al asunto; simplemente
lo comentaba con Jacinto Rómulo Villamizar y con don Guillermo Eslava en sus reuniones
diarias en el Parque Santander. (Don Guillermo, indignado, decía: “¡qué
muérganos, excelencia”!).
Era obligatoria la asistencia de los colegios
a la procesión, la cual arrancaba de la iglesia de San José; por eso se
recuerda al Sagrado Corazón con su banda de guerra comandada por el ‘Mocho’
Moncada, insuperable corneta, con su sólo impresionante. El Salesiano, con su
banda que pasmaba a la asistencia con “el puente sobre el río Kwai”.
Los colegios Santa Teresa, Presentación,
Politécnico del Norte, Estudios Comerciales, a cuyas primorosas niñas, custodiadas
por sus maestros, no se permitía ni siquiera una mirada.
Se oficiaba la misa, se agitaban las
banderas, las bandas tocaban el himno nacional y Jordán pronunciaba su discurso
de orden.
Al final,
todo el mundo para casita a contarle a papá y mamá lo que había pasado.
Todo eso se recuerda ahora con la
restauración del monumento, inexplicablemente abandonado hace años. El sitio es
imponente y desde allí se observa la ciudad en toda su dimensión física y
sentimental.
Ojalá en la restauración tenga vigilancia permanente
y sea un homenaje a Daniel Jordán, quien seguramente observa desde la soledad
de la muerte cómo la Cúcuta que quiso se deshizo en manos de unos nuevos dueños
que no dieron la talla.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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