Gerardo Raynaud (La
Opinión)
La fotografía corresponde a la entrega por parte
de los Hermanos de La Salle del Colegio Provincial de Pamplona de unos
instrumentos para la Murga del Reformatorio en las navidades de 1939, en la
persona del Hno. Gonzalo Carlos Aristizábal reconocido rector a quien se debe
la construcción del edificio del Provincial, en ese momento la correccional de
menores operaba en una casona del barrio San Luis de Cúcuta. El doctor Alberto
Durán Durán (centro) era el Director de Educación Departamental y Ventura
Bermúdez Hernández (a la derecha en la foto) el Director del Reformatorio,
joven pedagogo de la Normal de Tunja de tan solo 18 años.
Durante muchos años resultaba familiar a los cucuteños la Correccional
de Menores por su edificación en la zona conocida como Rosetal, lote que
había sido escindido del Jardín Amelia, en la que era la principal vía de
acceso a la ciudad, para quienes venían de la frontera.
Esta indicación resulta necesaria para aclarar que la entrada de los
viajeros procedentes del interior del país, era por el puente Benito Hernández
Bustos, por aquella época, el único paso vehicular que franqueaba el
Pamplonita.
La Correccional de Menores fue fundada en 1939 para desarrollar la función
que en aquel entonces se definía como “orientada en beneficio de la juventud
delincuente, de los menores infractores, de los niños tarados y de los
asociados de tendencias perversas y torcidas”.
Inicialmente, sus labores comenzaron en el corregimiento de San Luis, en
una casona derruida e inadecuada y sin mayores ayudas oficiales. Las directivas
de ese centro, argumentaban que por el desconocimiento de la sociedad, les era
bastante difícil cumplir a cabalidad sus funciones, toda vez que la única
fuente de sostenimiento lo constituía el aporte que el gobierno nacional les
giraba por la suma de mil pesos anuales y los cuarenta centavos que el
Departamento les entregaba por cada ración individual que se les suministraba a
los internos.
La municipalidad no aportaba “ni un adarme como contribución a los ingresos
para el sostenimiento del personal y los servicios”, decían sus directivos.
En 1940, gracias al tesonero esfuerzo del Director de Educación Pública,
Alberto Durán Durán, se obtuvo del mecenas Rudesindo Soto, la donación de
los recursos necesarios para construir un edificio que embelleciera la entrada
a la ciudad por la vía de Venezuela y contribuyera con una solución práctica el
problema de la resocialización de los menores trasgresores de las normas
morales y disciplinarias que regían entonces.
Este donativo que hiciera don Rudesindo Soto, además de otras obras de gran
valor arquitectónico y económico para los pobladores de esta ciudad fronteriza,
fue el último que realizara, pues falleció pocos meses más tarde. En un justo
homenaje a su memoria, recordamos algunos de sus más significativos legados,
como fueron el Dispensario Antituberculoso, el Pabellón Amelia del Hospital San
Juan de Dios y el Hospital Mental.
La construcción, que una vez finalizada, se bautizó con el nombre de
Reformatorio de Menores Rudesindo Soto, seguía siendo una obra que enorgullecía
a los cucuteños, a pesar de no haber podido completar esa gran empresa de
bondad, que quizás por falta de un consejo oportuno o de no haber llevado al
oído del gran benefactor, la que además de asegurar la construcción, también
hubiera asegurado una renta que permitiera la ejecución tranquila y más
eficaz de sus funciones y así evitar la zozobra pecuniaria y las incomodidades
de todo orden por los ingresos insuficientes con gastos forzosos e ineludibles,
afortunadamente superados en la actualidad con el apoyo de las finanzas del
Presupuesto Nacional.
Para la época de la crónica, la necesidad de primer orden que se solicitaba
era la dotación de un servicio de agua “abundante”, pues la tubería para los
baños, cocinas, servicios domésticos y patios de deportes era incapaz de
abastecer a todas las dependencias. En realidad, el problema era de conexiones
pues el suministro se hacía directamente de la toma pública que transcurría a
escasos metros de la edificación. Sin embargo, la red de acueducto que
recientemente se había instalado, pasaba frente del edificio y la
petición formal que se estaba presentando era de una conexión que además del
líquido de la toma se pudiera tener agua potable.
El Reformatorio se había diseñado de manera que sus instalaciones brindaran
las mejores oportunidades para que los jóvenes pudieran superar las
dificultades que los habían llevado allí. Se construyeron varios bloques
entre los cuales, uno para albergar las oficinas de la administración, otro
para los dormitorios y algunos servicios personales como el aseo y el
sostenimiento, como las cocinas, comedores y salas de estar.
Un componente que integraba talleres, salas de estudio y biblioteca. Un
área al aire libre donde se encontraban los patios para la práctica de los
deportes y un espacio de terreno en el que se había establecido una granja
agrícola.
Dentro de las naturales deficiencias por la falta de herramientas y
utensilios para el desarrollo de las actividades, puede decirse que dentro de
sus limitaciones, las labores y la marcha en general de ese organismo, llenaba
si no plenamente, sí en gran parte las finalidades que el Estado perseguía con
la conformación de estos centros.
El ambiente moral, el orden, el aseo y la disciplina, eran criterios que se
manejaban en bien de la gestión y la redención de quienes llegaban.
Una de las administraciones que más se recuerda es la de don Luis María
Cote Torres, un verdadero apóstol de la enseñanza, quien con gran acopio de
entusiasmo y principios pedagógicos dirigió con cauces de prosperidad la marcha
del plantel. Bajo la dirección del señor Cote, estaban en la secretaría, don
Luis Castellanos, y en la sindicatura Luis G. Urbina, quienes con gran acierto
y consagración ejercían a satisfacción de sus superiores, sus funciones.
Los cargos profesionales eran desempeñados por el doctor Félix Enrique
Villamizar como médico, especializado en enfermedades mentales y nerviosas; el
doctor Julio César Delgado, odontólogo y los profesores Luis Francisco
Figueroa, Pedro Pablo Rangel, Jesús María Hernández y Argemiro Bautista,
quienes se repartían las asignaturas de los cursos de capacitación y educación
en general.
El reconocido artista maestro Benjamín Herrera era el profesor de música y
director del conjunto musical, quien con su espíritu jovial y de gran
cordialidad y entusiasmo logró conformar una verdadera orquesta, compuesta de
doce menores, que tuvo algunos éxitos en su presentaciones, incluso algunos de
ellos fueron contratados en algunas de las agrupaciones, una vez cumplieron su
pena.
Esta murga u orquestal juvenil, solo tenía cuatro instrumentos, pues los
demás formaban la masa coral con inclinación a la vocalización de aires
regionales tradicionales.
La capellanía estaba a cargo del párroco de San Luis, Pbro. Rubén Rubio. En
el año 47, la Asamblea Departamental aprobó la financiación de la ampliación de
un nuevo pabellón de talleres por la suma de $3 mil pesos.
Con el advenimiento del progreso y el desplazamiento de las antiguas construcciones, en el sitio del Reformatorio de Menores, se construyó hoy, un moderno centro comercial, olvidándose de las condiciones de obligatoriedad impuestas por el generoso benefactor.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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