La Opinión
La autopista San Antonio está
convertida en un paradero de busetas y taxis. Los agentes de Tránsito municipal
no pueden controlar los trancones que se forman tanto de día como de noche.
La Parada pasó de ser un barrio
de 2.500 habitantes a uno de casi 38.000 que a diario convergen en él,
convirtiendo en un caos sus calles, andenes, servicios públicos, seguridad, transporte y, por
supuesto, la convivencia.
Son las 10:00 de la mañana de un día de 2019 y en el caño, que trae agua
del río Táchira, y que lleva a la trocha La Marina está un grupo de venezolanos
-del centro del vecino país-, casi todos lavando ropa. Otros se esconden
de la policía nacional entre los árboles para poder bañarse a escondidas, porque
no está permitido.
¡Doña, saque el niño de esa agua, no se puede bañar allí! Le lanza la
advertencia el policía a la mujer que le tiene metido los pies en el caño al
bebé, de apenas tres meses, y que no deja de llorar. Al mayor, de unos 4 años,
ya lo terminó de asear con el agua helada del riachuelo.
“No tenemos dónde bañarnos, ¿y qué
más vamos a hacer? Esto es el pan nuestro de cada día”, le exclama la mujer al
funcionario.
A un lado del andén otro grupo se resguarda del sol, ocupando el paso hacia
las casas ubicadas frente al caño. Aguardan su turno para lavar.
Caminando 50 metros hacia delante, en la misma cuadra, está la cancha de
fútbol en una cola de más de 400 personas para entrar al comedor de la Divina
Providencia de la Iglesia católica, por donde transitan diariamente más de
4.000 inmigrantes para recibir un plato de comida en la mañana y al mediodía.
El hervidero de informales se
enciende, justo detrás del comedor, en la calle séptima. Recorrerla caminando es una
proeza, y en carro es peor, porque los vendedores ambulantes se adueñaron de
los andenes y las calzadas para exponer sus mercancías como mejor les place,
sin ningún tipo de salubridad.
Según los números que maneja la Alcaldía de Villa del Rosario, unos 3.000
comerciantes informales convergen en el sector: el 80% por ciento son
venezolanos, y los restantes, colombianos. En dos oportunidades, este año, la
Secretaría de Gobierno con la Policía Nacional hizo desalojos, pero más
tardaron en sacarlos que volvieran a ocupar los mismos espacios públicos del
barrio.
Les han ofrecido espacios de
reubicación y tampoco han querido.
Para los habitantes de La Parada, la cotidianidad dio un giro de 180
grados. Doña Gloria Hernández es colombiana, y tiene 20 años viviendo en el
lugar. Cuenta que todo en el barrio cambió. “No es que antes no hubiera
delincuencia, o que todo era la sana paz, porque ya por el simple hecho de
vivir en frontera hay mucho dinamismo, pero vivíamos mucho más tranquilos”,
dice.
Ella confiesa que, en ocasiones, les ayuda a las madres venezolanas
dándoles agua potable para que beban los niños, o baldes con agua para que no
los bañen en el caño. “Me da dolor verlos tan vulnerables”.
Las estadísticas que maneja Migración Colombia, según el Registro
Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia, es que en Villa del Rosario el 23% de su población
son migrantes irregulares. Dobló su población en apenas cuatro años, tras el
cierre de frontera.
De los 38.000 inmigrantes que entran a Colombia por La Parada, unos 8.000
se quedaron a vivir en este barrio, el resto va y viene por sus calles en una
romería sin fin que también demanda servicios de transporte y agua, esto último
el eterno problema en Villa del Rosario. Por sus calles es rutina ver hombres y
ahora también mujeres, de día y noche, cargando pesados bultos con contrabando:
carne, comida, gaseosas…y la lista sigue.
Emily Suárez, venezolana del estado Aragua y aspirante a sargento en el
vecino país, tiene cuatro meses viviendo en medio de este quehacer con uno de
sus tres hijos.
“Los otros dos los dejé en Maracay, pero me los quiero traer. Aquí muchos
viven del contrabando porque les toca, no tienen otra alternativa, y no los
justifico porque sé que es un delito, pero la necesidad es dura, pero no tan
fuerte como en Venezuela. Mi mamá me llamó ayer desesperada porque solamente
pudieron comer auyama en el desayuno, auyama en el almuerzo y auyama en la
cena”, relata con tristeza.
Ella, acompañada de unas 15 familias más, tiene un campamento de día en la
calle cuarta de La Parada. Con carpas y
sabanas hacen las veces de techos improvisados que los resguardan del sol, pero
en las noches buscan refugio en cualquier otro lado.
A pocos metros de ellos está la autopista San Antonio. En ella se refleja
la misma realidad que se vive adentro del barrio. Los conductores de buses y
taxistas invaden un canal de la carretera, así como el tumulto de
carretilleros, que se abalanzan encima de cualquier carro que circula por la
vía. Es un trancón de día y de noche, y los funcionarios de tránsito municipal,
apenas cinco, no pueden manejar el despelote.
Los comerciantes formales denuncian que los frentes de sus locales están
convertidos en urinarios públicos, ventas de drogas y demás.
En la noche todo es igual. Solo que
el puente está cerrado, pero las trochas no.
Hablan las autoridades
El alcalde de Villa del Rosario, Pepe Ruiz, fue enfático en señalar que
desde el cierre de la frontera los problemas en La Parada se recrudecieron.
“Hay de toda clase de robos, hurtos, aglomeramiento, invasión del espacio
público, informalidad, droga, prostitución”, dijo.
Ruiz sostiene que este escenario día y noche es un caldo de cultivo para el
incremento de la delincuencia. Ha solicitado en reiteradas ocasiones más apoyo
policial en la zona, y dice que lo escucharon. “Aumentaron el pie de fuerza en
La Parada”, indicó.
El coronel de la Policía Metropolitana, José Luis Palomino, aseguró que el
número de policías depende del día. Explicó, por ejemplo, que un sábado cuando
se estima mayor paso de inmigrantes manejan hasta 300 uniformados, mientras que
entre semana ese número puede estar incluso en 50 policías.
“El plan de seguridad de La Parada
varía de acuerdo al tiempo y a la presencia de inmigrantes en la misma. A la medianoche se pueden requerir
unos 10 o 12 hombres, de acuerdo a la necesidad y a la afluencia de personas
depende la presencia policial”, precisó.
Palomino además dijo que había presencia las 24 horas del día de diferentes
unidades. “Con la construcción de la estación policial en la zona nos ayudará a
tener mayor pie de fuerza, y la posibilidad de que nuestros hombres tengan allí
un mejor bienestar”.
En la calle cuarta de La Parada un
grupo de inmigrantes improvisó su campamento para descansar y lavar, porque
están cerca del caño.
Muchos niños duermen en plena calle,
en andenes, separadores o cualquier espacio que los resguarde del sol.
En las noches la realidad es la
misma, los vendedores informales se toman los espacios públicos y exhiben sus
productos sin las medidas de salubridad e higiene.
Los
andenes del barrio sirven de dormitorio improvisado o de sitio para las ventas
ambulantes.
El
tránsito un desorden.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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