Timoteo
Anderson Carlson (Imágenes)
Hablar de rotarismo
es hablar de rotarios, de los cuales Cúcuta ha contado con una muy
abundante y distinguida lista de personas (mejor digamos, personajes) como:
Pablo Vanegas Ramírez, José Luís Acero Jordán, Daniel Bustamante, Álvaro
Riascos Fernández, Julio Moré Polanía, Álvaro Villamizar Suárez…, la lista es
larga, y en ella no puede faltar Lucio Julián Caicedo Arboleda.
Recordar a Julián Caicedo trae a mente su ejemplo como
amigo, profesional, esposo, padre de familia y otros tantos papeles que hacía
muy bien como ciudadano ejemplar. Dio de sí antes de pensar en sí en
cumplimiento del reto rotario.
Pasó por situaciones difíciles, pero, nunca perdió su fe
ni su fino sentido de humor. Siempre tenía palabras valiosas que invitaban a la
reflexión.
En ocasiones y en varios países he
experimentado algunos terremotos y temblores que dejaron secuelas, algunas
mayores, y siempre en esos críticos momentos ha venido a mi mente nuestro past-compañero Julián Caicedo. Dos recuerdos tienen que ver
con una oficina que yo usaba como bodega de libros en la Terminal de
Transportes.
1.) En varias ocasiones comenzó a temblar
cuando estaba en lo más profundo de las entrañas de ese pesado edificio.
Mientras algunos gritaban y salían corriendo en pánico, yo me acordaba quién
había dirigido la construcción y me quedaba quieto. Sabía que con Julián al
frente, toda la estructura era confiable y fiel a los planos estructurales.
2.) Recién se recibió el sitio para esa oficina,
se consiguió permiso para instalar un sanitario. Para esa fecha la
administración tenía extraviadas sus copias de los planos, pero logré que el
Municipio me facilitara los suyos. Identifiqué en el plano hidráulico dónde se
suponía pasaban los varios tubos de aguas. Se contrató un maestro para hacer la
conexión y después de algunas horas de trabajo, volvió a rellenar la excavación
afirmando que no pasaba ningún tubo de alcantarillado por debajo de ese lugar.
Tarde esa noche volví al sitio. Revisé nuevamente mis apuntes, basándome en los
planos consultados.
De haber sido cualquier otro ingeniero al
frente de la obra, lo probable es que no hubiera insistido, pero tratándose de Julián
Caicedo, creía que el tubo no podía estar muy lejos. Con las herramientas del maestro
destapé el hueco y luego bajé unos 20 cm. más de lo que él había cavado y,
¡Eureka!, el tubo. Sí, se encontraba exactamente en el lugar indicado en los planos,
solamente que estaba un poquito más profundo de lo acostumbrado. Fue una gran
satisfacción al otro día poder mostrar al albañil, que sí hay profesionales que
merecen nuestra confianza.
Bien lo dijo Luis Raúl López en alguno de sus
artículos publicado en ´Imágenes´ (La Opinión), “era un hombre colosal, lleno no sólo de
virtudes y de un gran corazón, sino de esperanza, de fe en el porvenir, de
entusiasmo por todo lo que creía tener por hacer en cada día, al que comenzaba
bien temprano con la convicción de que se trataba de un nuevo año”. Sí, era una
persona cuyas firmes convicciones y principios en cuanto a lo espiritual le
guiaban en todo lo demás, incluyendo su vida profesional.
Ante las dificultades que se presentaban, Julián
con entusiasmo hacía su parte para superarlas. Jamás trató de esquivar su
responsabilidad. Admiro cómo Julián en vez de lamentar procuraba solucionar cada
acontecimiento adverso. Su manera de enfrentar cada crisis era como si se hiciera
con humildad la pregunta: “¿Cuál será el aporte que me corresponde en este caso,
Señor?” Era una persona cuya fe en un Ser Eterno se dejó ver en la firmeza y fortaleza
de sus acciones cada día de su vida.
La mañana del día en que falleció Julián,
Lynn y yo fuimos a visitarle por última vez. Al darle consuelo de la Palabra de
Dios y orar en la misma habitación de la clínica donde mi madre había partido años
atrás, nos impactó el optimismo y la fortaleza de quien hasta lo último mantuvo
firme su confianza en medio de sombras.
Gracias por compañeros rotarios como Julián
Caicedo que han demostrado con hechos su firme convicción espiritual viendo más
allá de la penumbra, creando destellos de ánimo y confianza en medio de la
oscuridad.
Vivimos en tiempos tenebrosos. Hay
sufrimiento, inseguridad, escasez, y personas sin esperanza abundan. Las sombras
tristes de la xenofobia, el odio, la violencia y la incomprensión familiar resultan
del egoísmo, la ingratitud y la envidia. Indiferencia y rechazo hacia la verdad
divina parecen dominar.
Es reconfortante recordar que, en un país y
un mundo desgarrados por escándalos, peculado y delito, Julián nos dejó un legado
honroso para animar a profesionales en quienes podamos confiar, los que no se conforman
ni con lo mediocre, ni lo fácil y huyen de lo que es dudoso.