jueves, 3 de junio de 2021

1888.- CUCUTA ANTES DEL TERREMOTO

Gerardo Raynaud (La Opinión)


Iglesia de San José en 1874. Fue construida por el padre Domingo Antonio Mateus 
a partir de 1847.

La primera iglesia fue construida en 1734 de madera y paredes de barro.

A veces se encuentra uno con documentos inéditos o sólo de circulación limitada, y fue lo que me pasó hace unos días cuando encontré una publicación de un compañero y colega de la universidad, a quien con su permiso me permitiré citar algunos de los apartes de su libro que lleva el mismo título de esta crónica.

Se trata del ingeniero Virgilio Durán Martínez, quien además de sus virtudes docentes, ya entrado en la etapa de su retiro, dedicó buena parte de su tiempo a escribir sobre la historia de su terruño. Por esta razón, hasta el más allá, le hago llegar mis agradecimientos por su muy dedicada labor de recopilar esos fragmentos de historia, que si no perdidas, sí refundidas en los anaqueles de algunas vetustas instituciones.

Hace el ingeniero Durán un pormenorizado recuento de las actividades y de los estilos de vida de los habitantes de la ciudad; señala lugares, cita documentos y orienta al lector, muestra fotografías y mapas sobre los lugares comunes de la población y precisa eventos y situaciones sucedidas que demuestran la seriedad con que acometió su misión de dar a conocer lo que poca gente sabe sobre las condiciones en que vivían quienes habitaban, en ese momento, esta zona del país.

Ciertos pormenores son bastante reveladores, incluso a la luz del día de hoy, razón por la cual, algunos de ellos podrán sorprender a más de uno, entre esos a mí, que los desconocía por completo. Soy de la opinión que los momentos históricos deben ser divulgados para que las nuevas generaciones, no sólo las conozcan, sino que eviten caer en los mismos errores, fiel al conocido aforismo de que ‘quien no conoce la historia está condenado a repetirla’, en consecuencia, comenzaremos por la introducción que él mismo subraya en el prólogo y que muestra de manera objetiva las características de la época.

Veamos, relata Virgilio que “… para la segunda mitad del siglo XIX y antes del terremoto, la presencia extranjera, reforzada con una componente regional colombo-venezolana, de características singulares de distinción y liderazgo, hizo que Cúcuta viviera su ‘belle époque’ y se convirtiera en ciudad poderosa que poco demoró en despertar la envidia de las jerarquías de Caracas y Santafé.

Para esa época, ya casi remota pero inolvidable, la ciudad estaba constituida por una colectividad humana de peculiaridades que difícilmente se encontrarían en otros lares.

Comenzó construyendo un puente sobre el río que le daba vida, el Pamplonita. Abrió un camino de herradura para llevar sus productos de exportación hasta el puerto de Los Cachos en Limoncito de los Motilones, sobre el río Zulia. Construyó un camino carretero al puerto de San Buenaventura, más debajo de Limoncito, cuando el volumen comercial exigió aguas más profundas y ampliación de las primitivas instalaciones.

Creó la primera compañía colombiana de seguros para proteger las mercancías que entraban y salían por el río. Estableció una línea telegráfica para conectarse con San Antonio del Táchira. Fundó una Caja de Ahorros para solventar los apremios financieros de sus gentes y una Sociedad de Artesanos, versión primitiva del Seguro Social”.

Nada mejor que estas palabras introductorias para iniciar nuestro recorrido por la ‘Cúcuta de antes de terremoto’ que, con el permiso del autor, pasamos a narrar. En el muy interesante capítulo sobre el ‘Aspecto General y Gentes antes del terremoto se lee, “… los fundadores la bordaron sobre una malla asimétrica de calles o carreras que la dividían de Sur a Norte y de Oriente a Occidente. No hubo nombres en el momento de la erección parroquial. Ellos surgieron más tarde en respuesta a las veleidades de la jerga popular. La calle que después se llamaría de La Pola, inicialmente se llamó del Sol; la de Ricaurte, calle del Pájaro y la calle de Soto; de la Piedad”.


Plano de Cúcuta antes del terremoto, 1875

En este punto, para mayor claridad, es necesario precisar que el trazado hecho antes del terremoto, no corresponde estrictamente a las mismas que se delinearon después de su reconstrucción, toda vez que la ciudad no se reconstruyó sobre un modelo calcado de la destruida, así que los nombres asignados a esas calles no necesariamente coinciden con los que tenían antes del sismo.

Así pues, tratando de ser lo más cercano posible a los sitios mencionados, vale la pena asegurar que la calle de ‘La Pola’ sería la actual calle 12, la de Ricaurte la 16 (diferente a la asignada posterior a la reconstrucción y que corresponde a la actual calle 10) y la calle de Soto a la calle 12 de hoy.

Continúa describiendo el ingeniero Virgilio, que “…hubo una calle de la Constitución, otra de San Cayetano, otra del Libertador. El pueblo tuvo su Calle Real o de los Mártires y una segunda Calle Real, La Libertad. La monotonía de ese esquema la matizaban dos plazas, la de Santander, llamada así después de 1840, y la de la Caridad, en donde estaba ubicado el hospital.

La plaza de Santander, que era destapada, servía de mercado público a la pampa y de ágora para eventos cívicos y religiosos, vivía llena de basura del mercado y de excrementos de las recuas de mulas que la atravesaban en todas direcciones con las cargas de los comercios de la ciudad.

La iglesia de San José fue construida por el padre Domingo Antonio Mateus a partir de 1847, año en que se hizo cargo de la parroquia. Los constructores fueron los ingenieros bogotanos Pascual Pinzón y Gregorio Peña. Mayordomo de la fábrica fue don Antonio Ángel, quien también desempeñaba el cargo de sacristán de la iglesia San Juan de Dios”.

En la descripción de la iglesia original de San José, el autor explica que “…las torres almenadas prestan a la iglesia un sabor morisco y castrense, los arcos de medio punto y los contrafuertes le añaden un inconfundible toque románico. Los sillares de las torres contrastan con el material noble de la fachada.

La curia era propietaria de toda la manzana en la que estaba ubicada la iglesia. Durante la construcción el lote se parceló para obtener recursos pecuniarios para la culminación del proyecto. Fue así como el doctor Foción Soto adquirió la esquina de Los Mártires con Libertad, en la que tenía su residencia y negocio”.

La esquina en mención, sería hoy la equivalente al vértice noroeste de la intersección de la calle once con avenida cuarta, donde a finales del siglo XX, la misma curia construyó el Centro Comercial Boulevard.

Continuando las citas del muy interesante documento del ingeniero Virgilio Durán, titulado “Antes del terremoto”, del cual he tomado el nombre para estas crónicas, prosigo con la descripción que hace de los aspectos generales de la ciudad, en los años anteriores al terrible sismo que la asoló en 1875.

Se lee que “…la plaza de la Caridad o plazuela del Carmen albergaba sobre su costado oriental en la esquina norte, la iglesia de San Juan de Dios y al sur sobre el resto de la acera, el teatro del Instituto Filantrópico de la Unión. Por la parte de atrás de estas edificaciones se ubicaba el Hospital de Caridad sobre la vega de la Toma del Hospital”.

En este punto considero necesario hacer las precisiones del caso para ubicarnos en el contexto actual y conocer las diferencias que existían en el pasado. Empecemos por recordar que el trazado de la nueva ciudad reconstruida no se diseñó ‘calcada’ sobre las ruinas de la anterior, aunque guardaron algunas similitudes, especialmente en los sitios donde no había nada construido, como fue el caso de los ‘parques o plazas’.

Ahora bien, regresando a la descripción anterior, la Plaza de la Caridad o Plazuela del Carmen, coincide con el actual Parque Colón o Plaza de la Victoria. Antes del terremoto, según la descripción anterior, la iglesia San Juan de Dios quedaba en la esquina de las actuales, calle doce con avenida segunda, y sobre el costado oriental aún no se construía el pabellón principal del hospital. Significa entonces que la presente capilla del hospital, que en realidad se llama Capilla de Nuestra Señora del Carmen, fue erigida después del terremoto en la esquina opuesta y sobre las ruinas del Instituto Filantrópico de la Unión se edificó la sección principal del nuevo Hospital, llamado a partir de entonces San Juan de Dios. Del ‘viejo hospital’ que, se ubicaba sobre la vega de la Toma del Hospital, sólo queda el vestigio del recubrimiento de esta Toma, que puede apreciarse a la entrada de la ahora Biblioteca Departamental.


Puente Cúcuta o San Rafael, construido por Marteli y Chirubini, 
reconstruido en 1862 por Francisco de P. Andrade Troconis

Sigue comentando el ingeniero Durán, “… La parroquia de San Joseph de Guasimal, con su iglesia matriz erigida sobre el costado oriental de una plaza sin nombre, estaba concebida en sentido norte – sur, dentro de una visión comercial que coincidía con las salidas al norte por el rumbo del Lago de Maracaibo, camino del Puerto de Los Cachos, más tarde camino de San Buenaventura, y por el sur, en la prolongación de la calle del Comercio, laberinto serpenteante de El Caimán, la Vuelta de la Laja, el Puente Cúcuta sobre el río Pamplonita y Alto del Cují, hasta tomar la ruta de Venezuela por el Rosario y San Antonio”.

Esta apreciación de la erección de la iglesia principal del pueblo es absolutamente creíble y estaba dentro del imaginario colectivo de la población de esos días, sólo me asalta una inquietud, toda vez que la ruta al sur era por la prolongación de la entonces calle Mercedes Ábrego y no ‘calle del Comercio’ nombre que apareció muchos años más tarde y no precisamente adjudicada a ese camino, y en cuanto a la ‘plaza sin nombre’, así permaneció por años, conocida sólo como la plaza principal para el uso de las distintas necesidades del pueblo, hasta que en 1940, año de la conmemoración del centenario de la muerte del general Santander, se oficializó su nombre.

De todas maneras, esta plaza era el escenario, de los eventos más representativos de la ciudad, pues había sido la principal preocupación de los reconstructores de la ciudad. Apenas un año después de la tragedia, ya se habían instalado las dos ‘pilas de agua’, que aún se conservan (con algunas modificaciones) y los postes de alumbrado (con mecheros de querosén). En 1890, se concretó el cerramiento con rejas de hierro traídas de Alemania y el 7 de agosto de 1893 se inauguró la estatua ecuestre del prócer regional, momento a partir del cual comenzó a conocerse ‘informalmente’ como Parque de Santander.

El relato continúa con una relación de los barrios que ya existían por esa época, hacia el norte, El Páramo, La Playa, El Centro, El Llano, El Callejón y el Tunal y por el sur, El Caimán. Una característica era que estos barrios ‘no estaban bien delineados’ y que había ‘una población flotante que vivía fuera del casco urbano en terrenos sin demarcación urbana´.

Calle de la Cárcel. Se observa a la derecha en primer plano, la Casa Municipal y Cárcel.
En el centro de la calle se construían acequias para conducción de aguas de lluvia.


La plaza principal, era como en todos los pueblos, el epicentro social y económico. Estaba ubicada entre las calles de los Mártires (calle 11) y de Nariño (calle 10) y las carreras Mercedes Ábrego (avenida 5) y de la Fraternidad (avenida 6). Las vías tampoco se clasificaban en calles y carreras o avenidas, y este solo hecho se presenta para ayudar en la ubicación del lector.

Una de las características olvidadas, aunque en el subsuelo aún perdura, era la acequia de una de las tomas públicas que circulaban por toda la ciudad, que al decir de nuestro amigo Virgilio, “servían para aplacar la sed y apaciguar con sus efluvios el sopor canicular de los afortunados habitantes del centro de la urbe.

Sobre los costados de la plaza estaban, la Casa Municipal al sur, que a la vez cumplía con las funciones de Ayuntamiento, cárcel y oficina de telégrafo. No ocupaba toda la acera, sólo la esquina oriental, donde estuvo hasta mediados del siglo XX, el Banco de la República y hoy, oficinas de la Gobernación del Departamento.

Hacia el occidente había viviendas que en ocasiones servían para colaborar en actividades oficiales, como en los días de elecciones en donde se ubicaban las mesas de votación, como era el caso de la ‘casitienda’ de Santiago Lamus.

En el costado norte de la plaza, el lote que era de propiedad de la señora María de Jesús Santander, fue vendido por lotes y en la esquina nororiental (donde está el edificio Seade) se construyó un Teatro o Coliseo, que duró poco tiempo pues con el sismo se derrumbó.

En la calle frente a la iglesia, además de la aduana, que era para entonces más una oficina de registro que de control del comercio exterior, estaban las viviendas de algunos de los ciudadanos más pudientes y de algunos funcionarios que ejercían cargos públicos como el Personero Municipal don Francisco Antonio Soto y su familia.

También tenían allí su residencia la familia Estrada Plata, cuyos hijos, notables profesionales, Elías, Joaquín, Francisco, Marco Antonio y Alejo, prestaron invaluables servicios a la ciudad en los años posteriores a su destrucción.


Ruinas de la Casa Municipal y cárcel.

Uno de los apuntes interesantes del libro “Antes del Terremoto” del ingeniero Virgilio Durán es el correspondiente al capítulo de ‘Personas y Personajes’. Son muchas y muy variadas las citas que a este respecto se propone en este segmento, que bien vale la pena mencionar.

Una sola aclaración es necesaria exponer en bien de la rigurosidad de las menciones del citado libro. Se trata de la información concerniente a la población, a su cantidad, toda vez que menciona que “giraba alrededor de 8.000 almas para el año desgraciado del terremoto”; estos datos digamos que son muy aproximados a la realidad, pues los datos oficiales para ese año, consignados en los censos de población registra la cifra de 11.846 habitantes.

Adicionalmente y como nota al margen para exponer la magnitud de la tragedia, se lee en el Boletín Oficial expedido el 3 de junio de 1875 que lleva por título: ¡Colombia está herida! la lista de las víctimas donde se señala que son aproximadamente 460 identificadas, pero que en los registros notariales de defunciones hay muchas más de personas anónimas que no pudieron ser identificadas y que según reza el mismo boletín “… da lugar a sugerir que el cómputo total de las víctimas en la cifra de ochocientos a novecientos y aún a mil, en lo que han apreciado con prudencia testigos de la mayor respetabilidad”.

Sobre este tema de ‘personas y personajes’ que residían o desarrollaban actividades en la ciudad, impresiona verdaderamente su procedencia. Una cantidad sorprendente de extranjeros, y cuando me refiero a extranjeros no podemos considerar a los vecinos que para la época no lo eran como tales, sino aquellos procedentes del antiguo continentes como italianos, irlandeses, ingleses, alemanes, franceses y particularmente, hispánicos catalanes.

Veamos pues, algunos de ellos, los más sobresalientes o que se destacaran por sus labores en beneficio de la ciudad. Comprenderán mis lectores que, por razón de espacio, muchos se quedarán en el tintero, sin que por ello se demerite su importancia y prestigio.

El presagio de la tragedia corrió por cuenta del obispo Indalecio Barreto, cuarto en la línea de sucesión de la diócesis de Pamplona (ahora Nueva Pamplona). Había muerto el 20 de marzo anterior a la fecha del sismo, en la Hacienda de La Vega. Las autoridades civiles de la ciudad negaron su entierro en las fosas de la iglesia de San José, tal como correspondía a su ilustre investidura, al punto que, uno de los funcionarios municipales se expresó irónicamente que “tanto valdría el enterrarlo allí como convertir a Cúcuta en un vasto cementerio”.

Sin embargo, pocas horas antes del terremoto, una humilde lavandera observó con curiosidad un guando (mueble para transportar enfermos), féretro o carga, conducido por cuatro peones que llegaba a la ciudad por el Puente de Cúcuta y al preguntar quién era conducido en dicho trasporte, el celador del puente le informó que, el misterioso viajero era obispo Barreto, y de inmediato la conseja popular se regó por el pueblo, recordando la premonición del empleado de la alcaldía, que se cumpliría minutos después de convertirla en un vasto cementerio.

Hacienda La Vega (hoy el Pórtico). Sitio de refugio de sobrevivientes.


Nuestro siguiente personaje, no es ni más ni menos que don Francisco Azuero, hasta ese día Alcalde de la ciudad. No porque haya muerto sino por el pavor causado por la magnitud del temblor. Fue tanto el pánico que, sin mediar trámites, encargó de la alcaldía a Leopoldo Ramírez, quien ni siquiera era su amigo y según cuentan no tenían una buena relación, todo por cuenta de diferencias raciales. Tal vez, su intención era más de endosarle los problemas que se generaron con la destrucción de la ciudad que, de ofrecerle su contribución desinteresada. De hecho, salió corriendo hasta la población de Socorro de donde era oriundo, para nunca más volver.

Andrés Berti Tancredi, ciudadano italiano, vinculado a la ciudad como comerciante y empresario. Se casó con la dama rosarience María Natalia Aranda. Con el tiempo se convirtió en el eje de un poder económico y familiar y posteriormente convertido en un político de la mayor importancia para el progreso de la región. Tuvo una vasta descendencia de los cuales se destaca el general José Agustín Berti Aranda, uno de los grandes valores cucuteños. Desafortunadamente, Andrés Berti falleció junto con sus hijos José María y tres de sus hermanas, a consecuencia de los destrozos del terremoto.

Jorge Briceño Chauveau, cucuteño de origen venezolano. Era un consumado contratista de caminos. Diez años antes obtuvo el contrato antes llamado ‘privilegio’, para hacer carretero el camino de San José hasta el río Táchira, en la vía para la población de San Antonio. El ‘privilegio’ tenía una duración de 20 años y tenía la exclusividad para su explotación y uso. Este camino se convirtió con el tiempo en la bancada que se utilizaría en la construcción de la ruta a la frontera del Ferrocarril de Cúcuta. De su matrimonio con María del Carmen Ramírez nació Teresa, la futura esposa de Christian Andressen, ambos muy recordados benefactores de la ciudad.

Elías Estrada Plata, miembro de una de las más distinguidas familias de la villa. Era uno de los hijos de Chepita Plata de Estrada, connotada matrona y cabeza de una familia que se distinguió porque sus cuatro hijos, todos varones, obtuvieron sus títulos profesionales y regresaron a prestarle sus servicios a la ciudad. Elías era el propietario de la Botica Estrada, situada sobre la calle de Los Mártires (calle 11). A la hora del temblor se encontraba con el alcalde Azuero curioseando unos sombreros que acababan de recibir en uno de los almacenes frente al parque.

Fueron afortunados en quedar indemnes, pues al salir por la puerta del negocio, se desprendió un alar que lograron esquivar y sólo resultaron con algunos rasguños menores, antes de que el señor alcalde pegara la carrera de su vida tras perderse entre los escombros y desaparecer. Despejada la atmósfera de la polvareda resultante, el doctor Estrada sólo comentó en voz baja “se acabó la botica”.

Finalizo esta crónica con la reseña luctuosa del padre Domingo Antonio Mateus, párroco y vicario de la iglesia de San José, sucesor del padre Francisco Romero, reconocido por haber introducido el cultivo del café al país. Al padre Mateus le cabe el honor de haber sido el iniciador de la construcción del templo de San José, que se derrumbó al igual que la mayoría de las construcciones. El padre Mateus vivía en una casa cercana a la iglesia, donde cultivaba matas de vid en su soleado patio, que a la postre le impidieron escapar el día del terremoto, quedando aprisionado entre los muros de tapia pisada que se le vinieron encima. Sólo lo encontraron tres meses después.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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