martes, 29 de junio de 2021

1901.- PANORAMICAS AEREAS DE CUCUTA

La Opinión

Así se ve la 'Perla del Norte' desde un punto de vista privilegiado. Cúcuta, enclavada en la cordillera oriental, es considerada la frontera más viva de Latinoamérica y es muy apetecida por su ubicación estratégica.

Hoy 2020, La Opinión le comparte estas bellas postales de lugares representativos de la ciudad, en donde se puede apreciar un colorido espectáculo en el cielo.

Atardecer de fuego con vista al sur de la ciudad.

 


Amanecer sobre la nueva mega obra de la intersección vial junto a la terminal de transporte.

 


Desde el barrio La Riviera se divisa la caída del sol justo detrás del cerro El Espartillo.

 


Desde el barrio La Playa vemos salir el sol al oriente detrás de la línea fronteriza.

 


Colorido atardecer con vista al occidente de la perla del norte.

 


Panorámica nocturna sobre la intersección vial junto a la terminal de transporte.

 


Amanecer sobre la intersección vial junto a la terminal de transporte.

 

 

 

 

 Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

domingo, 27 de junio de 2021

1900.- COLEGIO EUSTORGIO COLMENARES BAPTISTA, por donde pasaba el tren

 Gustavo Gómez Ardila (La Opinión)

 

Antigua ‘casona’ en el Salado





Instalaciones 2004

 

Todas las tardes el tren regresaba de Puerto Santander, donde empataba con el tren de Venezuela. Salía por la mañana de Cúcuta y regresaba cargado a veces de mercancías de Europa y con trabajadores que venían del campo a sus hogares y el tren les daba la colita.

En cada estación donde el tren se detenía, los muchachos lo esperaban con fiesta y gritería, corrían a esperarlo para treparse, aprovechando que la locomotora iba disminuyendo la marcha. Y en la estación se bajaban como importantes viajeros. El comercio floreció, los almacenes se llenaron de mercancías europeas y en la ciudad se establecieron italianos, franceses, turcos, alemanes y hasta ingleses. Cúcuta tenía buen nombre en el viejo continente. Y en el nuevo. Fue la época de oro cucuteña.

Pero cuando Enrique Raffo trajo el primer carro a Cúcuta, a varios ricachones les entró la fiebre de los automóviles, la ciudad se fue llenando de carruajes y el tranvía y el tren comenzaron a decaer. Poco a poco las locomotoras fueron quedándose en el camino, los rieles fueron desenterrados y las estaciones empezaron a derrumbarse.

La estación de El Salado, sin embargo, ya abandonada, sirvió para un fin digno de elogio: Allí se estableció la escuela del sector, a donde llegaban niños a estudiar no sólo del barrio sino de los sectores rurales cercanos.

Todo muy bien, sólo que los niños y niñas terminaban la primaria y luego se les cerraban los caminos. A veces conseguían algún trabajo, a veces se dedicaban a la vagancia y no faltaban los malos pasos. A esta situación se sumó otro delicado problema: A pocas cuadras de la escuela se estableció la zona de tolerancia llamada La Ínsula, casas de prostitución con luces de colores, música y tentaciones de conseguir plata. 

Fue entonces cuando la directora de la escuela, la profesora Agustina Garnica, se dio a la tarea de gestionar con el municipio la fundación de un colegio para la zona. Tarea difícil. Era como agarrar la roca a golpes a ver si sale agua, al estilo Moisés.

 

 

Pero la insistencia, la cansonería de la directora y la echadera de vaina con los padres de familia, dio sus frutos cuando el Concejo aprobó la creación del colegio Eustorgio Colmenares Baptista, el 5 de octubre de 1993, para el 5 de octubre de 2020 hizo 27 años. Su nombre fue un merecido homenaje al director de La Opinión, asesinado meses antes. El Concejo no sólo aprobó el proyecto, sino que aportó una partida para la construcción de la planta física. 

Fue nombrada rectora la licenciada Clemencia Garnica de Barajas, quien de inmediato cogió el toro por los cachos.

Debajo de los árboles, en el patio de la escuela, en la capilla, en la calle, donde fuera, los primeros 30 alumnos recibían sus clases, mientras las obras avanzaban.

Pero como siempre, la plata se quedó en el camino y los trabajos quedaron inconclusos. Entonces un día, Clemencia se tomó el edificio a medio hacer, metió allí los alumnos y empezó a conseguir todo lo que necesitaba para que el colegio echara a andar con al menos lo mínimo que necesitaba para funcionar.

Hoy en día el Eustorgio Colmenares Baptista es un colegio de categoría, con una edificación envidiable, gracias al trabajo conjunto de toda la comunidad educativa. El empuje arrollador de Clemencia, que sigue siendo la rectora, y sus profesores, ha sido decisivo para avanzar en estos 27 años de funcionamiento.

El día de su cumpleaños 27 se celebró. Tocó virtual esta vez, pero la profesora Rosaura Cruz se dio sus mañas como siempre, para que todo saliera bien. Y así fue. Y seguirá siendo, Rosaura.

 

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

viernes, 25 de junio de 2021

1899.- MARIA CAMILA OSORIO A SUS 18 AÑOS

Francisco Vargas (matchtenis.com/)

 

María Camila Osorio, tenista colombiana.

En Cúcuta, ciudad que vio nacer a la mejor raqueta colombiana de la historia, llegó a este mundo, el 22 de diciembre de 2001, la que es considerada la gran promesa del ‘deporte blanco’ cafetero.

Una magia especial hacia el tenis colombiano tiene Cúcuta, pues en esta ciudad nació Fabiola Zuluaga, la mejor raqueta cafetera de toda la historia, como quiera que fue 16 del mundo en su época y semifinalista del Abierto de Australia en el año 2004. En ese instante, María Camila Osorio, también cucuteña, tan solo contaba con tres años de edad y tal vez pocos imaginaban que unas temporadas más tarde iba a tomar la posta del ‘deporte blanco’ cafetero que dejó su coterránea.

Justamente, el domingo 22 de diciembre de 2019, María Camila llegó a su cumpleaños número 18, y en Match Tenis queremos rendirle un homenaje en su entrada a la adultez temprana, destacando los 18 datos que muy seguramente pocos sepan de la integrante del Equipo Colsanitas.

1.-Es nieta de Rolando ‘El Loco’ Serrano, quien jugó con la Selección Colombia el Campeonato Mundial de Fútbol Chile 1962.

2.-La vena futbolística se extendió hasta su padre Juan Carlos y su hermano Juan Sebastián. Su progenitor jugó en las divisiones menores del Cúcuta Deportivo; mientras que, su consanguíneo fue el capitán en el segundo semestre de este año2019 del Fortaleza FC, equipo que actualmente juega en la segunda división del rentado nacional.

3.-Su madre Adriana Serrano tampoco se queda atrás, pues fue basquetbolista, incluso en el año 1987 fue campeona con Norte de Santander en la categoría junior, un año más tarde representó a Colombia en el Campeonato Suramericano de Cadetes que se desarrolló en Armenia.

4.-Empezó en el tenis a la edad de 6 años; sin embargo, no era el deporte que más la apasionaba, pues soñaba con ser patinadora.

5.-Su primer entrenador fue Edgar Muñoz, el formador de Fabiola Zuluaga. De hecho, cuando empezó a practicar tenis lo hizo porque vio en la academia un afiche de la hoy capitana del equipo colombiano de Copa Federación.

6.-Ganó la medalla de plata en los Juegos Nacionales Ibagué 2015, con tan solo 13 años y 11 meses, tras caer en la final con la experimentada Mariana Duque por marcador de 2-6 y 0-6. Tuvieron que pasar 23 años para que el tenis nortesantandereano subiera al pódium en la justa criolla, recordando que en Barranquilla 1992, Fabiola Zuluaga fue bronce.

7.-Es la colombiana más joven en ser convocada al equipo cafetero de Fed Cup, la competencia por países más importante del mundo en damas. Tenía 14 años y un mes, cuando Catalina Castaño la integró a la escuadra nacional, tras la lesión de Mariana Duque.

8.-Es la colombiana más joven en ganar un partido de Copa Federación. Lo hizo a los 14 años, un mes y 12 días, tras vencer 6-4 y 6-3 a la paraguaya Camila Giangreco, en el marco del Grupo I de la Zona Americana que en aquel entonces se llevó a cabo en el Country Club Las Palmas de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

9.-En su etapa como juvenil ganó ocho títulos en el Circuito Mundial Junior.

 

·         Grado 4 de Mahdia (Túnez) 2016

·         Grado 1 Barranquilla (Colombia) 2017

·         Grado 1 Copa del Café (Costa Rica) 2018

·         Grado 1 Barranquilla (Colombia) 2018

·         Grado 1 Asunción Bowl (Paraguay) 2018

·         Grado 1 Banana Bowl (Brasil) 2018

·         Campeonato Suramericano GB1 de Sao Paulo (Brasil)

·         US Open Junior 2019

 

10.-Su primera victoria en torneos puntuables para el ranking WTA se produjo el 15 de agosto de 2016, una época en la que el país vibraba con los Juegos Olímpicos. En la primera ronda del ITF de 15 mil dólares venció 6-2 y 6-1 a la húngara Naomi Totka, tenista que aparecía como la segunda preclasificada.

11.-El 13 de septiembre de 2016 ingresó por primera vez al ranking WTA. La primera posición que ocupó en esta clasificación fue el puesto 1235.

12.-En los Juegos Suramericanos de la Juventud Santiago de Chile 2017 ganó tres medallas, siendo las primeras que conquistó en eventos del Ciclo Olímpico. Ganó oro en sencillos y dobles mixtos junto a Nicolás Mejía, y, bronce en dobles, al lado de Laura Rico.

13.-Es la única colombiana que ha ganado un título de Grand Slam en sencillos. Lo hizo en el US Open Junior en 2019, resultado que le permitió ser la número uno de la clasificación mundial en el ranking para menores de 18 años, siendo la primera cafetera en hacerlo.

14.-Es la colombiana con más medallas en Juegos Olímpicos de la Juventud con un total de dos. En Buenos Aires 2018 ganó bronce en sencillos y plata en dobles mixtos, al lado de su compatriota Nicolás Mejía.

15.-Hasta la fecha, María Camila suma 78 victorias profesionales. En 2016 logró cuatro, en 2017 trece, en 2018 dieciocho y en 2019 cuarentaitrés.

16.-Su mejor ranking WTA fue la casilla 184 lograda el 11 de noviembre de 2019, luego de alcanzar las semifinales del W60 de Colina (Chile). Actualmente se encuentras situada en el puesto 208 y jugará el cuadro clasificatorio del Abierto de Australia.

17.-En cuanto a ranking WTA, su mejor victoria fue en abril de este año 2019, cuando venció en la primera ronda del Claro Open Colsanitas a la suiza Conny Perrin por doble 6-4. En cuanto a nombre, la más importante llegó en el W60 de Asunción (Paraguay), tras vencer 6-3, 3-6 y 7-5 a la brasileña Teliana Pereira, ex número 43 del mundo y ganadora de dos títulos WTA.

18.-Ser cantante es el sueño frustrado de María Camila Osorio, pues según ella no tiene la voz para serlo; sin embargo, aprendió a tocar el ukelele.

 

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

miércoles, 23 de junio de 2021

1898.- EL TERREMOTO DE 1950

Gerardo Raynaud (La Opinión)

Subsistían aún los temores generados por el terrible sismo del siglo anterior que devastó la ciudad y buena parte de sus alrededores incluyendo las poblaciones limítrofes ubicadas en el territorio del vecino país.

A pesar de que en 1950 el sismo que asoló la región no tuvo la intensidad del anterior, es necesario precisar que no fue la ciudad de Cúcuta la que sufrió los mayores detrimentos, tal vez por la experiencia que se había acumulado durante los años posteriores y que se aplicó a las edificaciones que siguieron a la reconstrucción.

El temblor comenzó a manifestarse a las 9:36 de la mañana del jueves 14 de junio y cuentan las crónicas que “de modo sorpresivo Cúcuta fue sacudida con acentos de tragedia por el violento temblor que puso notas de pavor en todos sus habitantes, quienes inmediatamente se lanzaron a las calles ante el justo temor que se repitiera el terrorífico terremoto que la destruyera hace setenta y cinco años”. Aunque el temblor duró unos pocos segundos sin que se hubiese registrado ninguna tragedia de consideración, en algunas poblaciones del departamento las pérdidas humanas y materiales alcanzaron cifras y contornos verdaderamente macabros e inenarrables, al igual que las poblaciones cercanas a la frontera en la vecina Venezuela.

En la ciudad solamente se registraron dos hechos de escasa gravedad. En el hospital San Juan de Dios, algunos de los enfermos que habían sido operados recientemente, olvidaron sus dolencias y saltando de sus camas salieron corriendo intentando lanzarse a la calle dominados por el miedo de que el edificio se desplomara. La oportuna intervención de enfermeras, hermanitas de la caridad y de algunos médicos, pudo evitar que los enfermos ejecutaran su imprudente y grave propósito.

El segundo incidente se produjo en la recién inaugurada Cárcel Modelo, cuando para huir de las posibles consecuencias del temblor y aprovechando el caos, luego de destruir las puertas del dormitorio comunal, los más de cien presos salieron al patio de deportes intentando saltar las bardas pero allí fueron sorprendidos por varias descargas de fusil que les hicieron los guardianes que en ese momento prestaban su servicio reglamentario, con la creencia de que lo que pretendían era fugarse, lo cual no era del todo errado. En esta refriega dos reclusos alcanzaron a ser heridos, Jorge E. Cortés en la pierna derecha y Candelario Támara en la izquierda, lo que demuestra que los guardias sólo pretendían evitar la fuga.

En los informes que fueron llegando a la Gobernación, se relataba que las poblaciones más implacablemente castigadas por el sismo eran Salazar de las Palmas, Arboledas y Cucutilla, incluidas sus veredas y corregimientos, entre los cuales se hallan, San José de la Montaña, San José de Ávila y el Carmen de Nazareth. 

También se conoció que se habían presentado gravísimos daños en los municipios de Pamplona, Pamplonita, Mutiscua, Toledo, Bochalema, Cáchira y el corregimiento de La Donjuana.

Como consecuencia del movimiento telúrico, muchas casas quedaron seria y gravemente averiadas y algunos habitantes, ante el temor de que ocurriera algo grave, abandonaron sus viviendas y levantaron toldas en los potreros aledaños. 

En Salazar y sus veredas Quebradahonda, la Bucaramanga y Montecristo, se calcularon más de 25 muertos y alrededor de cien heridos que apenas pudieron ser atendidos en el hospital de Caridad de la cabecera municipal, también se tiene noticias de 28 casas derrumbadas.

En la población de Arboledas, las víctimas fatales fueron 28 y heridos 17, sin contar los damnificados de los tres corregimientos. En Cucutilla, se vinieron al suelo unas 400 casas urbanas y más de mil rurales según los reportes suministrados a las autoridades. 

En total, unos trece mil damnificados. Los servicios telefónicos y de telégrafos fueron instalados en carpas en la plaza central y el servicio de salud procedió a una rigurosa y obligatoria vacunación contra la fiebre tifoidea, la tos ferina y la viruela. Se esperaba que llegaran otras vacunas que protegieran a la población contra las enfermedades catarrales y diarreicas tan comunes en estos casos.

Ante emergencias como esta y con el ánimo de tomar acciones directas que protegieran a todos los afectados, la Gobernación del Departamento y la Alcaldía de Cúcuta expidieron los decretos 538 y 149 respectivamente, por medio de los cuales “se lamentan los acontecimientos ocurridos en el departamento y se declara duelo en todo el territorio nortesantandereano”.

En ambos decretos se establece la conformación, en todos los municipios no afectados, de Juntas Pro-damnificados a cuyo cargo correrá la tarea de recolectar fondos y auxilios. Cada una de estas Juntas estaba integrada por el Párroco, el alcalde y tres vecinos designados por estos mismos. En el mismo decreto se establecía que para recolectar fondos en Cúcuta y coordinar la acción de las Juntas Municipales se debía constituir una Junta Departamental Pro-damnificados del Terremoto y que sería conformada por los párrocos Daniel Jordán, Guillermo Santamaría y Manuel Calderón, y por los señores Antonio Copello, Aziz Abrajim y José del Carmen Díaz.

Asimismo, se disponía que la Secretaría de Gobierno y la Dirección de Higiene despachara inmediatamente comisiones de auxilio, drogas, médicos, enfermeras y demás elementos de urgencia que se estimaran necesarios.

El decreto de la alcaldía era análogo al de la gobernación en cuanto a sus finalidades y su Junta quedó conformada por el presbítero Guillermo Santamaría, don Eduardo Sandoval, el doctor Luis F. Figueredo, don José del Carmen Díaz y don Guillermo Arámbula.

Miles de mensajes fueron recibidos y muchas propuestas de ayudas por parte de gremios y otras instituciones, en especial por algunos equipos de futbol dispuestos a realizar partidos de presentación para recaudar fondos.

El detalle anecdótico de la jornada corrió por cuenta de los señores Mario Canal y Eduardo Silva Carradini, cuando fueron detenidos por la Policía Nacional en la localidad de Salazar, pues según noticias del alcalde Puerto, los mencionados sujetos fueron acusados de pertenecer al servicio secreto de espionaje del líder comunista de Corea, Kim Jih Sung. Tuvo que intervenir el gobernador Pabón Núñez para que los soltaran, informándole al alcalde que no eran espías sino miembros de una de las comisiones de auxilio despachada a esa población.

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

lunes, 21 de junio de 2021

1897.- LOS MOTILONES

 Juan Pabón Hernández

Me ha causado una gran inquietud el desconocimiento de la identidad, regional y racial, en Norte de Santander. Además, lamento, profundamente, esta carencia de amor por nuestra tierra, sus raíces y los ancestros.

Por esa razón, he estado indagando acerca de Los Motilones, en el intento de hallar un fundamento de nortesantandereanidad, sobre el cual pueda desarrollarse la esperanza de encontrar la autenticidad.

La Motilonia se asemeja quizá a una enorme faja, triangular, en la frontera entre Colombia y Venezuela hoy, la cual antes no existía.

Lástima que los reflejos de la civilización empezaran por circunscribir los territorios, darles nombres diferentes, y limitar el libre acceso por tierras americanas. Obviamente, se ha reducido: ahora, son aproximadamente 1200 KM2.

Su topografía es, curiosamente, una combinación de montaña ondulada, con algunos valles y llanos, abundantemente regada por ríos que le dan frescura e irrigan la prosperidad de una naturaleza feraz y virgen.

Posee un promedio de altura de 200 o 300 metros., lo cual indica que su clima es ardiente, cálido. Desde luego, la fauna y la flora emergen de manera contundente para dar una vitalidad especial a esta zona.

Si pudiéramos establecer una genealogía motilona, deberíamos remontarnos a las familias Caribe y Arawak, en el Caribe. Con ellas, el expedicionario Alonso de Ojeda tuvo, probablemente en 1499, los contactos iniciales.

Desde entonces, la época de conquista los mantuvo en tremendas luchas contra los españoles.

Ha sido difícil encontrar vestigios de su era precolombina, de su prehistoria. Sin embargo, presumo que debe ser cautivante desprender de la historia el rasgo indigenista que, seguramente, debe ser tan hermoso e impresionante como el de las culturas indígenas de las cuales se conoce su ancestro, (Taironas, Muiscas, etc...).

Es pesaroso que no haya una investigación juiciosa en ese sentido. Además, por cuanto el proceso de extinción que afecta a los motilones ha ido creciendo desmesuradamente, por varias causas:

La falta de sentido de cooperación, de actitud comunitaria y solidaridad, de las cuales hemos padecido los nortesantandereanos sus efectos, complementadas por la incertidumbre de los acechos constantes, el desbalanceo de su nutrición y la carencia de defensas para las nuevas enfermedades que trajo la conquista, para las cuales no había posibilidades de una salubridad eficiente.

El motilón posee una característica interesante: es nómada, pero internamente, dentro de sus límites; marcha errabunda por las tierras, en permanente deseo de hallar lugares temporales en los cuales aposentarse por un tiempo corto.

Sin embargo, su vida de matrimonio es duradera, 20 años aproximadamente, con un promedio de ocho hijos procreados, de quienes mueren la mitad, generalmente.

De ese nomadismo, lo que me gusta es la amplia adaptabilidad al medio, tratando de ajustarse a lo que se le va presentando, buscando abiertamente adaptarse a las exigencias de un destino incierto, impredecible, menos cuando no gusta de quedarse quieto en un sitio definido. Algo más, me emociona su sentido de libertad, el no sentirse atado a nada, ni a la sociedad en la cual vive, ni al medio ambiente, aún le favorezca.

Por eso es monógamo. De una mujer y un hombre se construye una familia que perdura, en la cual el apoyo se da pleno: se cohesiona alrededor de un principio de unidad familiar que hace que, incluso las esposas de los cuñados ausentes, o muertos, desempeñen labores y roles de esposa, pero no engendren hijos. (Sin embargo, la poligamia no es prohibida; en estos casos, es notable la autoridad de la primera esposa sobre las demás).

La verdad es que la sociedad motilona es sana. En ella no se producen estas lacras que abundan en la nuestra (“civilizada”), como la prostitución, el adulterio y los resultados demoledores de la descomposición que ha originado el modernismo.

Quizá porque ha concebido las cosas de la sexualidad con una naturalidad singular, sin ritos especiales de iniciación sexual, sin exageraciones, solo contando con la hermosa ingenuidad con la cual se desprenden hacia el porvenir los jóvenes. A la mujer se le coloca la falda (ducduza) cuando se le considera apta para desarrollarse como tal, y al hombre se le reconoce cuando se puede auto-sostener; entonces se le da el guayuco, formaliza el pacto ogdjíbara (pacto entre amigos que se prometen mutua estimación y comparten beneficios económicos), y participa de una ceremonia llamada El Canto de las Flechas, una competencia de carácter recreativo y tradicional que interpreta la cosmogonía y la antropogénesis motilona. Tanto, que el ogdjíbara de un muchacho es quien comunica a los padres de una muchacha pretendida las intenciones de formalizar una unión.

Y digo que, sin ritos, por cuanto la ceremonia matrimonial es la más sencilla que pueda darse: el novio lleva a la novia a su hamaca y desde ese momento se conforma la familia con el sentido primordial de procrear.

El concepto de familia se me hace interesante. El matrimonio educa a los hijos, el padre a los varones y la madre a las mujeres, en las labores propias de cada sexo, sin distinciones tan marcadas del machismo “occidental” que nos rige, aunque el hombre tenga mayor autoridad para decidir acerca del futuro de todos, los desplazamientos y demás, y las temporadas de caza y pesca. Pero en el hogar, la mujer impera de manera absoluta.

Las costumbres de los motilones varían un poco de las nuestras: su principal hora de alimentarse es la noche, propicia para la familiaridad, recreándose ampliamente en la conversación alrededor de fogones rudimentarios, pero generadores de calor de hogar.

Los niños crecen en pleno contacto con la naturaleza, imaginando juegos, creando espacios para su desarrollo infantil y aprendiendo oficios desde temprana edad. A los niños se les castiga de forma simbólica, pegándoles suavemente con una pata de pava, sin rigores extremos.

La mujer, cuando va a parir, se marcha aparte, con una compañera del pacto ogdjíbara, para que le ayude a tener a su hijo, descansa un poco, una hora más o menos, y retorna con su hijo al bohío.

Se nota el sentido individualista del motilón, preparado para afrontar las cosas de manera personalista.

Sus parientes inmediatos, en grados ascendentes y colaterales (padres, hermanos y hermanas de los padres, hijos...) se unen por otro pacto llamado sagdójira, tanto, que solo se permite unirse en matrimonio a quienes no están en el sagdójira. (Por esa misma razón de la individualidad y la circunscripción familiar, el comercio no se da de forma definida).

La concepción de propiedad privada no existe en el motilón, tal vez por ese anhelo de ser nómada, incluyendo los utensilios e instrumentos (arcos y flechas), elaborados por el hombre, los cuales son apenas un simbolismo para utilizarlos en el trabajo.

El motilón labora en sus cultivos, que son territorios circulares de unos 90 metros de diámetro, en cuyo centro se construye el bohío (esa construcción se realiza en forma comunitaria). Se cultivan piña, yuca, plátano y caña, especialmente. En la zona selvática se dedica a la caza y la pesca. La mujer y los hijos mayores cargan y transportan los productos.

El bohío tiene forma alargada, en óvalo con eje central de unos 28.00 metros y eje menor de unos 18.00 metros; los extremos más separados, los del eje más largo, están hacia el oriente.

El sentido de análisis de los pactos es un factor de análisis sociológico que me interesa sobremanera.

En realidad, constituyen una especie de justificación de la individualidad en la que se desarrolla el motilón en sus relaciones con los demás, de la baja solidaridad de grupo en la cual viven odgíbaras y sagdójiras se compenetran para ir hacia el porvenir, sin extremos ni exageraciones. A los extraños, o motilones sin pacto establecido, se les designa como mirgbaras.

La autoridad o cacicazgo brota casi espontáneamente. Los líderes son naturales, más morales que todos los demás, también por su nomadismo.

Hay un respeto crucial por las normas que se establecen, de las cuales no se apartan. Y, por supuesto, por el curandero, más importante que el cacique.

Me gusta de los motilones, repito, el control social a los fenómenos degradantes, como el alcohol la droga y el tabaco. Por otra parte, no roba, no pelea, respeta a la mujer ajena, no mata ni produce lesiones personales.

Cuando por causas sumamente graves debe pelear, clava una flecha en algún sitio estratégico, como significado de que ha declarado la guerra a un enemigo, generalmente étnico.

Su concepción de Dios es notable: el ser supremo es Saymagdódjira, el creador. En las leyendas aparece muy alto, por lo cual el motilón debe usar cuerdas fabricadas con pelos de animales para encontrarse con él o con los espíritus superiores. Saymagdódjira es la encarnación de lo bueno.

Dios tenía un machete, cortó una piña, de la cual salió un motilón; luego cortó otra y salió una mujer: después, cortó dos piñas grandes y de ellas salieron un motilón, su mujer y dos niños: así se fue poblando la motilonia.

De las razas tienen una leyenda encantadora: una mujer anciana, mala, que se moría, se comió una niña bonita. El padre de la niña la mató y todos los motilones cubrieron el cadáver con leña, le prendieron fuego; recogieron sus cenizas y las esparcieron al viento: una cayó acá y apareció una persona negra, otra ceniza amarilla cayó y nació una persona amarilla, luego otra blanca...Así nacieron las razas.

Los animales para ellos son parte de su esencia: Adgíbara era un motilón que se convirtió en hormiga; por eso los hormigueros tiene el mismo plano de un bohío. Otro motilón se convirtió en guartinaja, otro en mico. Después de ese proceso, Saymagdódjira los transformó de nuevo a todos en motilones.

Los motilones poseen una profunda espiritualidad, al punto de que creen que los objetos tienen espíritu, en una especie de animismo bastante arraigado. Creen en el alma. Dadibdú es el espíritu del mal. Chivarina es un ser malo que viene a robar las normas al motilón. Para lograr la identificación total con Saymagdódjira, debe morir en el mismo sitio en el cual ha nacido.

Las costumbres funerarias son básicamente dos: 1. Colocan al difunto en la hamaca, apuntalando uno de los extremos de ella a una vara larga; luego sacan el cadáver al monte, fijan la hamaca y la vara procurando que la cabeza quede hacia el oriente y lo dejan a los zamuros. 2. A los muertos comunes los depositan en el suelo, los cubren con hojas de palma y los abandonan para que sean transportados por las aves.

Su cultura representa un ámbito reducido. No se han hallado vestigios importantes de ella, tales como grabados, cerámica, bordados, dibujos, pinturas, esculturas.

Su mejor expresión artística está en el canto. A propósito, su idioma es tonal.

 

 

 

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

sábado, 19 de junio de 2021

1896.- HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS, HOTEL DE DIOS

Juan Carvajal Franklin (Imágenes)

 

Desde el siglo XI, en Europa al hospital se le llamó Hôtel-Dieu, Hotel de Dios.

Del capítulo ‘Gestos y Anécdotas’, del libro de Juan Carvajal Franklin, Hotel de Dios, Memoria del antiguo Hospital San Juan de Dios de Cúcuta, Biblioteca Julio Pérez Ferrero, Cúcuta, 2019, publicamos breves testimonios de su paso por el Hospital San Juan de Dios, de algunos de los médicos de entonces.

En el hospital se hacía el pan, olía a pan. La ropa, las sábanas tenían ese blanco de lejía y azulillo, y planchado de almidón. Todo era austero, pero no había pobreza, las camas estaban pintadas con brocha, las sábanas limpísimas, había pensión primera y segunda, mucha gente de dinero de la ciudad venía a que sus hijos nacieran aquí. Existía la Clínica Norte y la Santana, pero eran instituciones muy pequeñas.

Las monjas eran maravillosas como anfitrionas y como trabajadoras. Todas las enfermeras eran mujeres de zonas rurales que llegaban a una casa especial de las monjas que se llama “La Casita”. Llegaban a hospedarse mientras encontraban trabajo en Cúcuta. Algunas llegaron muy niñas y las monjas les enseñaron a coser o a cocinar o a formarse como enfermeras. Se diría que trabajaban por la comida y por la dormida.

Hablando de la estrecha relación entre el médico y la ciudadanía en los años 40, el Dr. Félix María Conde me refirió que ellos salían a la puerta del hospital porque era sabido que las jóvenes de familias prestantes de la ciudad se paseaban por el parque Colón para “echar el ojo” a los médicos nuevos. Así conoció a Carmencita, su esposa.

Dr. Rosendo Cáceres: El sábado 18 de diciembre de 1947 hubo una manifestación política en el parque Santander a favor de Jorge Eliecer Gaitán, que había perdido las elecciones unos meses antes frente a Mariano Ospina Pérez. Mi hermano era el tesorero de Chinácota, había venido con un grupo de copartidarios. Al volver al pueblo por la noche lo emboscaron y le metieron un tiro en el ojo. Trasladado al Hospital San Juan de Dios de Cúcuta, fue la primera vez que yo entré.

Tiempo después, cursando 5o y 6o de bachillerato, vine a las urgencias en vacaciones porque me hice amigo de un médico, y podía asistir a consultas y ver operar.

Posterior a mis estudios hice el internado y empezó mi práctica de anestesia en este hospital al que quiero muchísimo.

La enfermería estaba encargada a las Hermanas de la Presentación, quienes tenían un código para alertar la llegada de los médicos por medio de campanadas: Una campanada para el Dr. Casas, dos campanadas para el Dr. Ardila Ordóñez, etc. Los médicos eran personajes muy importantes de la comunidad, al sonido de la campana, las encargadas salían a recibirles con la bata respectiva, que era la capa del rey. Cada bata llevaba el nombre del médico.

El hospital siempre estaba lleno. La sala de cirugía se abría a las 7 a.m., pero al Dr. Manuel Antonio Roa Guerrero, anestesiólogo, no le gustaba madrugar. Los pocos semáforos de Cúcuta se encendían a las 6 a.m. y se apagaban a las 9 p.m. Cuando se atrevieron a preguntarle por qué llegaba tarde al trabajo, él contestó sin pestañear: —Porque yo no enciendo los semáforos ni vendo desayunos. Habitualmente se trabajaba hasta las 10 am. Los médicos no cobraban porque era un hospital de caridad, no tenían sueldo. A las 10:00 a.m. iban a atender sus consultorios.

El hospital funcionaba con el personal de planta, es decir, los internos, venidos de todas partes del país, rotaban durante un año, con dormida y alimentación. Cuando había casos difíciles, llamaban a dos médicos jefes de servicio, que estaban en sus consultorios. Entonces ellos tomaban las decisiones. El número de internos era más o menos cinco.

Los pabellones estaban divididos de acuerdo a las patologías. En una sección los de cirugía programada, en otra los de cirugía de urgencia (normalmente de trauma), y luego, los pabellones de medicina interna (enfermedades que no requieren operación: diarrea, neumonía, tuberculosos, cuando los enfermos mentales se ponían nerviosos los manejaban con una manguera de agua, estaban sueltos, pero encerrados).

El Antivenéreo funcionaba en la avenida 1a con la calle 12, a continuación de Maternidad, era en realidad un consultorio de control de enfermedades venéreas, pero nunca se hizo control a hombres. Se examinaba la sífilis y la gonorrea. Las trabajadoras sexuales eran atendidas los martes y los viernes, la incidencia era alta. Se expedía un carnet que tenían que renovar semanalmente. Muchos hombres venían a mirarlas a las 2 de la tarde.

Los leprosos se atendían en la loma de Bolívar. La vida del hospital hace parte de la piel del médico. Lo que se aprende en el hospital, no se aprende en libros.

Dr. Hernando Lizarazo Peñaranda: Fui director del Centro Antivenéreo desde 1973 hasta el 2000. La Ínsula era entonces el barrio de prostitución de la ciudad. Las Muñecas y El Campestre, sus bares más afamados, con entre 60 y 80 trabajadoras sexuales cada uno, sin contar los demás locales completamente llenos de lunes a lunes, con clientela internacional venida expresamente a conocer su fama.

El control antivenéreo era muy estricto. Como jefe luché para que no se hablara de “putas” pues lo consideré denigrante. Insistía en que ellas debían sentirse como cualquier trabajador y el centro de salud como cualquier otro centro de salud, donde se va a que le examinen la garganta o los oídos.

Por ser tan estricto en mi trabajo de control, me llamaban “el dictador”. Si me saludaban “amorcito”, yo les decía: —Soy su amorcito del quicio para afuera. En el consultorio me llamo doctor Lizarazo. Afuera, cambia la cosa. Aún hoy hay mujeres que me saludan en la calle y me dicen “qué tiempos aquellos en que se podía trabajar”.

Por otra parte, el Antivenéreo produjo el 30% de las entradas económicas del hospital. Hoy la prostitución y las enfermedades relacionadas con la falta de control, están por toda la ciudad, desde el barrio más humilde hasta el más encopetado, debido a que el gobierno no fue capaz de mantener la Ínsula con su centro de control.

Antes de estar en la Ínsula, que duró 35 años —desde 1965 hasta el 2000—, el Antivenéreo estuvo junto a Maternidad, por la 12, en el hospital San Juan de Dios. Allí lo dirigieron, entre otros, el Dr. Ciro Álvarez Barrios, el Dr. Carlos Castro Lobo y el Dr. Florentino Castro. En la Ínsula trabajamos, el Dr. Álvaro Eslava Vásquez, el Dr. Joaquín Figueredo y yo. El servicio se abrió en 1928 o 29, pero como muchas cosas de Cúcuta, que han sido pioneras en el país, también se acabó primero.

Hoy en día la relación humana entre médico y paciente no existe. Eso está llamado a una reforma, ya que existen unas bases muy débiles y sobre ellas están construyendo un castillo de naipe que en cualquier momento va a colapsar.

Dr. Eduardo Delgado: Recién metido en la carrera política, el Dr. Jorge Cristo Sahium redujo una fractura y afanoso de salir a atender su electorado, ya se quitaba la bata de médico, cuando el paciente despertó de la anestesia, lamentándose: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... —¡Que le apliquen Novalgina!—, se apresuró a ordenar el doctor Cristo, pero el paciente le espetó: —¡Que me enyesen la pata que es! ¡Porque me enyesó la que no era! El doctor tuvo que regresarse a enyesarle la que era.

 

Ayuda de la Inglaterra victoriana para la reconstrucción del Hospital tras el terremoto,
Cúcuta, 1878. Vestigio del “Pabellón Amelia II”. Impresiones murales. Antiguo Pabellón Infantil

Mientras operábamos con anestesia parcial epidural a un campesino, el Dr. Caro me preguntó si había asistido a la feria agropecuaria en Bogotá. Escuchando nuestra conversación, el campesino intervino en pleno acto quirúrgico: -Doctor ¿a usted le gustan los caballos? Le tengo uno para vender. Ante la sorpresa, pregunté al doctor Caro: —Qué hacemos, Manuel ¿seguimos con la cirugía... o le compramos el caballo al señor?

Un día me llamó un paciente desde Saravena para contarme que no conseguía quién lo operara de una hernia: —Pues, véngase y aquí lo operamos. Hicimos los análisis previos, la cirugía fue un éxito. En diciembre me avisaron que un señor afuera de la consulta me buscaba con tres pollos. Resulta que el señor se metió el viaje desde Saravena para agradecernos. Entró y repartió: Un pollo para usted, otro para el Dr. Rochel y el otro para la enfermera jefe.

Estábamos en una consulta con un paciente venido del campo, no podíamos preguntarle si tenía hepatitis porque seguramente no conocía el término. A ese color amarillento le llamaban “la buena moza” entonces preguntamos: —¿Usted ha tenido buena moza? El paciente miró con pudor a su señora y nos dijo: ¡Ay! Doctor yo sí que he tenido buenas mozas.

Hoy el médico no mira al paciente sino al computador, porque tiene que llenar un informe que amerite su sueldo paupérrimo. En aquel tiempo creábamos unos lazos que creíamos iban a perdurar para siempre, pero hoy en día ya no existen.

Dr. Ricardo Lamus: Con siete años tuve un accidente, me fracturé el codo y conocí el hospital. Era un 24 de diciembre. Me atendió el ortopedista, Pedro Fuentes, me quedó un poquito torcido, mira, aquí está la evidencia. Él era colega de mi papá, radiólogo, aunque mi papá había empezado como tisiólogo, que es el médico que se ocupa de la tuberculosis.

En los años 40 se organizó por la calle 12 del hospital el primer centro antituberculoso y se instaló un equipo de rayos X, el encargado de eso fue mi padre. Los benefactores de la ciudad levantaron en el cementerio alemán un nuevo centro donde fue trasladado el antituberculoso.

Así, que, conocí el hospital en el año 60, como paciente, y volví de interno en 1975, por cierto, cien años después del terremoto. En los 70 la organización consistía en un director, un síndico y el grupo de monjas que entrenaba a las auxiliares de enfermería.

Llegué coincidiendo con una explosión de inconformidad por la formación médica generada por la facultad de medicina de la Universidad Nacional en Bogotá que encontró una grave dificultad para poder hacer la integración docente-asistencial, porque el hospital San Juan De Dios de Bogotá era de la beneficencia de Cundinamarca y la universidad era nacional y no tenía hospital. La universidad decía que debía tener un hospital con estructura propia. Se hizo un intento de toma, hubo intervención militar. Nosotros cuestionábamos el sistema de asistencia médica del país.

Llegué de interno, fui el presidente de la Asociación Nacional de Internos y Residentes, nos tocó vivir la división de la medicina en Cúcuta porque la mitad de los médicos del hospital migraron a la recién fundada clínica del Seguro Social, quedamos con un hospital en crisis, con un sistema de salud endeble, malas­ finanzas y con un sistema de educación, cuando menos, curioso, diferente al que habíamos recibido en nuestras facultades. Apenas habían llegado las primeras jefes de enfermería. Las auxiliares se formaban con las monjas en un sistema anticuado, disciplinario.

Hicimos el internado cuestionando eso, las directivas, el sistema de salud y, aprendiendo. Aprendimos mucho. Los pacientes —que ahora se llaman usuarios— venían con una fe inmensa y nosotros trabajábamos con fe en poder curarlos. La inmuno-química era incipiente. Protestábamos. El día que vino el presidente Alfonso López y su ministra a inaugurar la clínica del Seguro Social, los internos del hospital, salimos con pancartas denunciando el abandono en que se encontraba el hospital.

Después del rural volví al hospital atraído por el doctor Ruan, anestesiólogo, me animó a que fuera médico de planta de Anestesia. Fui a Medellín a formarme en Salud Pública, mi ilusión era ser epidemiólogo. Volví para formar un departamento de epidemiología, nos tocó una epidemia de ­fiebre amarilla desatada en el Catatumbo y en Sarare, me llamaron como jefe del departamento de Consulta Externa. Se presentó una nueva crisis y esta vez fui nombrado director. Acepté consciente de que para solucionarla se requería la fe del carbonero.

Intentamos clasificar la atención por escala de cuidado: cuidados básicos, intermedios, y preparándonos para llegar a tener, cuidados intensivos. Esto causó un gran remezón, pues el hospital estaba organizado de una forma y lo pusimos de otra. Esto nos causó muchos problemas porque hasta ese momento cada uno tenía su ala, fue un atrevimiento, pero se logró. La organización hospitalaria se cambió. Logramos, por ejemplo, que las nuevas jefes de enfermería trabajaran turnos de 24 horas y las hermanas lo entendieron.

El hospital estaba dividido en las áreas de: cirugía, medicina interna, obstetricia y pediatría.

Un mediodía ocurrió un temblor muy fuerte, me agarré de una palma, en cuanto acabó, fui a los sitios más vulnerables. Yo sabía que pediatría era uno de esos sitios. No se cayó. Nos dedicamos a solucionar el problema de pediatría. Hicimos fusión con la Clínica de Leones, allí funcionó hasta el traslado al Erasmo Meoz y se perdió la oportunidad de hacer un hospital pediátrico.

Terminé Radiología y volví. Todo estaba pendiente de traslado.

Mural donde se muestra el aspecto del estado de la Morgue del Hospital San Juan de Dios en la iniciación de los trabajos de Conservación y Transformación en Biblioteca Públic 

Dr. Gustavo Carvajal Franklin: Yo venía de un hospital universitario relativamente moderno, y esta era una casona vieja con un parque en frente y una loca gritando en la acera. Los porteros, el personal de enfermería, los profesores, incluso los pacientes, todos tenían un comportamiento distinto al acostumbrado, pero de ninguna manera desagradable.

Conmigo llegaron 30 recién egresados de facultades de medicina de Bogotá, la Costa, Bucaramanga, el Cauca y Manizales. Había aquí otros 25 jóvenes que llevaban ya 6 meses del año de internado rotatorio. Nos recibió el doctor Luis E. Morales, de impecable blanco hasta los mocasines, corbatín rojo y cortesía afro. Creo que tenía una incrustación metálica en algún diente de enfrente que combinaba muy bien con su sentido del humor y a la vez apabullaba con sus amplios conocimientos.

De una elegancia distinta pero complementaria, el doctor Luis Fernando Luzardo era el director del hospital. Hablaba poco, fumaba mucho, reía socarronamente y le gustaba trabajar con el doctor Morales.

En el comedor nos ofrecieron jugo de naranja y pastel, y nos enviaron a la ropería, pasando el árbol de mango. La ropería estaba a cargo de la monja Concha y una viejita coja que se llamaba Chepa, dueña de cuatro gatos. Detrás estaban las señoras que cosían y remendaban. De unas estanterías muy bien organizadas, planchadas y almidonadas, nos bajaron tres mudas de pantalón y blusa de mangas cortas —las mangas largas sólo para profesores—y nos tomaron medidas para confeccionarnos las propias.

Después nos llevaron a la zona donde podíamos dormir. Delante del mango había una caseta donde vendían gaseosa. Nos pasearon por todas las dependencias de la casa, era el 30 de diciembre de 1979, y el 31 tuvimos que hacer turno. Ese fue nuestro bautizo.

La medicina que ejercimos era muy distinta a la de hoy. Mucha más clínica, sin depender de equipos. Sin tanta tecnología, pero con más calidad humana. Con hermandad. Llamábamos por su nombre a los pacientes o por su apodo, los profesores eran muy cercanos. Cada especialidad tenía su jefe... y llegamos a Medicina Interna, cuyo patrón era el doctor Reinaldo Omaña, con un sentido del humor bárbaro, auténtico cucuteño. Hacía sus propias fórmulas magistrales. No usaba medicamentos industriales, escribía de su puño y letra las fórmulas para que los pacientes fueran a la botica Americana y se las prepararan, tenía una letra muy bonita.

En la mañana nos presentábamos en el servicio de Medicina Interna que se llamaba Cristo Rey. El doctor Omaña nos recibía con una pizarra de madera completamente rellenada con tiza, refiriendo los acontecimientos del día anterior, no solo del hospital sino de lo que pasaba en la ciudad y en el Cúcuta Deportivo, todo con su letra perfecta, con su ortografía perfecta, con su redacción impecable. Convocaba a todo el hospital ¡Ay! y uno de nosotros tenía que pasar adelante a leer. Si nos equivocábamos en la lectura, aquello era una mamadera de gallo y uno aparecía en las noticias del tablero del día siguiente. Después de leer, le traían un jugo de naranja en una gran copa de cristal de tallo rojo, y como estímulo al alumno, el doctor Omaña daba a probar un sorbo de su cáliz, pero, cuidado, sólo un sorbo. Con este ritual empezaba el día, nunca regaños, se burlaba de sí mismo con mucha seriedad.

En esa época en Cúcuta había carros únicos, lujosos, los médicos se vanagloriaban de tener los mejores y competían entre ellos. Los carros de los médicos eran guardados en el parqueadero de la funeraria, a la vuelta del hospital. Se congratulaban de tener dinero y en realidad lo tenían y eran espléndidos con nosotros. Nos llevaban a paseos, al club, a comer. Si en el servicio faltaba algo, ellos lo compraban de su bolsillo. Muchos médicos no cobraban sueldo.

Un interno ganaba $20.000 pesos, Era un trabajo arduo. Había que hacer todo lo que se hace en un hospital universitario y más. Había reuniones de revista, de patología, de mortalidad. El doctor nos asediaba con preguntas que obligaban a pasarse el día estudiando. Quizá por esa dureza, cuando llegaba la hora de recreo, era muy sinceramente la hora de recreo.

El Dr. Roberto Claro refiere que un mediodía hubo un temblor, el doctor Morales estaba cerca de la ventana y nunca había experimentado algo parecido, así que saltó por la ventana y fue el único accidentado de esa jornada. La doctora Hartmann acababa de inducir anestésicamente a un paciente y fue la única persona que no se movió.

La sonda de Sengstaken-Blakemore consiste en una cámara de goma en forma de salchicha que sirve para detener la hemorragia esofágica. Salva vidas, sin duda, es de parecida textura a la de un neumático de bicicleta. La jeringa hacía las veces de bomba de aire, y de tanto en tanto sufría pinchazos, por lo que era enviada a reparar de urgencia en el taller de bicicletas de la familia Ararat. Un día el señor Ararat la devolvió mandando a decir que no había sitio ya en la salchicha para poner otro parche.

 

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.