sábado, 3 de julio de 2021

1903.- EMPRESAS DE ANTES DEL TERREMOTO

Gerardo Raynaud (La Opinión)



La historia empresarial de la ciudad se remonta casi que a sus mismos orígenes. Es interesante conocer la evolución que se presentó desde sus mismos inicios, en cuanto a su actividad empresarial, que podemos decir fue el ejemplo que siguieron, con el tiempo, otras ciudades del país.

A diferencia de los grandes empresarios del transporte de otras regiones del país, cuyo principal servicio era terrestre, en Cúcuta don José Manuel Sánchez Soto se dedicaba al trasporte fluvial. Dice el ingeniero Virgilio Durán en su libro “Antes del Terremoto” que el señor Sánchez es “el primero de los grandes transportadores de Cúcuta”. Asegura que para el año 1848 poseía media docena de bongos y una canoa que le permitía transportar por el río Zulia, desde el Puerto de los Cachos hasta la población de Encontrados y luego por el Catatumbo y viceversa, para empalmar con las embarcaciones que llevaban y traían mercancías desde y hacia Maracaibo.

La situación de aislamiento del valle de Cúcuta por encontrarse en medio de caudalosos ríos, fue desde el comienzo de su vida ciudadana uno de sus principales problemas. Recordemos que sus pobladores tuvieron que solicitar la creación de una parroquia en ese valle para evitarse el traslado al “pueblo de indios” (actual San Luis) para asistir a la misa dominical, lo cual implicaba tener que vadear el río con sus correspondientes riesgos.

Sociedad Puente de Cúcuta

Pues bien, una vez establecida la parroquia, que sabemos tomó el nombre de San Joseph de Guasimal, según la escritura de la época, el cruce de los ríos que aislaban el naciente poblado se hacía en pequeñas embarcaciones, especialmente en canoas, lo que dificultaba el tránsito, sobre todo de mercancías. Con el auge producto del creciente intercambio, fue tomando forma la idea de construir un puente sobre el Pamplonita, en un punto que permitiera el acceso no sólo al interior del país sino a las poblaciones del vecino país.

Por esta razón, a mediados del siglo XIX y luego de una serie de reuniones entre los comerciantes de la ciudad, los funcionarios de las principales instituciones sociales y las autoridades locales, se decidió constituir una sociedad que emprendiera la construcción del puente que a la postre se llamó “Puente de Cúcuta”. Según los registros notariales que sobrevivieron a la hecatombe del sismo, parece ser la primera ‘gran sociedad anónima’ que se creó en el año 1858, con un capital considerable para ese momento, pero que se ajustaba a los requerimientos presupuestales necesarios para la acometer la construcción prevista.

La sociedad se constituyó con un capital de $32.000 y su principal objeto social quedó plasmado así: “…construir un puente de cantera y cuatro arcos sobre el río Pamplonita, un poco más debajo de donde desemboca la quebrada Juana Paula, con una casa al occidente y un cuarto al oriente que sirvan de habitación al encargado de cuidar el puente.

Estas obras deberán ser costeadas de un todo por los ingenieros italianos Martelli y Querubini, de modo que al entregar la sociedad Puente de Cúcuta, pueda entrar de lleno en el uso de ellas sin necesidad de hacer ningún gasto por la cantidad que han sido contratadas”. El contrato estipulaba el plazo de entrega de la obra, en 24 meses y su costo, de $32.600.

Piombino Hnos. & Cia.

La siguiente empresa, podemos afirmar fue la primera empresa binacional creada en la ciudad. Se trataba de una Sociedad Mercantil Colectiva que se identificaba con el nombre de Piombino Hnos. & Cia. cuyos socios eran los ciudadanos italianos, residentes en San Cristóbal, Pedro Della Torre y Miguel Marré y los hermanos Bartolomé y Esteban Piombino, el primero residente en Maracaibo y Esteban residente en Cúcuta. La sociedad tenía establecimientos comerciales en las tres poblaciones, manejados con cuentas separadas pero que constituían un todo indivisible para los efectos legales de distribución y de liquidación. Desde 1861 venían laborando como independientes, pero con el correr de los días los negocios crecieron y vieron que la mejor manera de progresar era formalizando sus relaciones sociales.

Por esa razón, en 1865 formalizaron la sociedad, estableciendo que su duración sería hasta el 31 de diciembre de 1868 y que quien quisiera retirarse al cumplirse el término debía comunicarlo con seis meses de anticipación. Además, se implantó la prohibición a los socios de “contraer otros negocios” por su cuenta o por cuenta de la sociedad, sin su debida autorización.

La escritura de protocolización registra todos los detalles necesarios para resolver los problemas que pudieran presentarse, incluyendo los casos de defunción y el primero de mayo de 1865, firmaron la escritura en la Notaría de Cúcuta. Bartolomé, dio poder a su hermano para la firma oficial de la escritura, los demás se hicieron presentes, así como los testigos Luis A. Gandica y Elbano Mazzei.

Compañía del Camino de San Buenaventura

La Compañía del Camino de San Buenaventura, es la empresa que se creó para el manejo del contrato de concesión para la construcción de “un camino de herradura carretero de San José de Cúcuta al puerto de San Buenaventura sobre el río Zulia”.

No es de extrañar las frecuentes triquiñuelas que envuelven los contratos de obras públicas en el país. Empecemos por contarles que este contrato fue otorgado al más alto nivel; por el presidente del Estado Soberano de Santander, el doctor José María Villamizar Gallardo, en marzo de 1865 al ciudadano Juan Aranguren, empresario marabino que además tenía ciudadanía norteamericana, quien lo cedió dos meses después al general Domingo Días, militar venezolano.

El contrato de la construcción se protocolizó mediante unas escrituras públicas bastante extensas que señalaban un capital social de $450.000 distribuido en 4.500 acciones con un valor nominal de $100 cada una. Todos los accionistas eran residentes en la ciudad y el mayoritario estaba en cabeza del Distrito de San José (el municipio de Cúcuta).

En el contrato se estipulaba, primero, la construcción del camino de herradura y tres meses después de terminado y de “estar en perfecto estado de tráfico” la construcción de un camino carretero, por lo menos, cuatro años después del camino de herradura.

Como es lógico suponer, se establecía un derecho de cobro de peaje “sobre las cargas que transiten por esa vía, bajo las bases y condiciones que fueron establecidos en los artículos siguientes”. Otro de los aspectos importantes incluido en el contrato de construcción de este camino, era que ya se contemplaba la utilización de esta vía como banca para los rieles de un ferrocarril, que años más tarde cubriría esta misma ruta.

Dado el auge que venía en ascenso desde que se logró el anhelado propósito de la independencia, gran parte del comercio internacional se desarrollaba utilizando la ruta del Lago de Maracaibo, preferible a la larga, costosa y demorada vía del río Magdalena, aprovechando, además, las ventajas de las casas comerciales extranjeras que se habían establecido en Maracaibo y mantenían estrechas relaciones comerciales, tanto con el viejo continente como con Norteamérica. Esas casas comerciales eran en su mayoría alemanas e italianas, que se expandieron a la Nueva Granada, empezando en Cúcuta y Bucaramanga, constituyéndose en las primeras grandes comercializadoras del país, cuyos mayores negocios giraron en torno a la exportación de café a finales del siglo XIX pero que comenzaron exportando cacao, quina y añil.

La Compañía del Camino de San Buenaventura, de la que hemos hecho su reseña ya, debía ser “apto uno para el tráfico de recuas, que tenga por lo menos ocho metros de desmonte y dos de piso firme, con todos sus puentes, calzadas, terraplenes y demás obras necesarias para que sea fácil y seguro el tráfico, tanto en la estación lluviosa como en la seca”, según se lee en los primeros artículos del Contrato. La visión de futuro que ya se avizoraba en 1865, fecha de suscripción del Contrato, puede leerse claramente en el artículo 20 que a la letra dice:”…igualmente se reserva el Gobierno el derecho de rescindir el presente contrato en el caso de que durante la permanencia en él, se presentare alguna propuesta para la construcción de un ferrocarril sobre la misma vía, y fuere aceptada, en cuyo caso el empresario del camino carretero será indemnizado por los daños y perjuicios que le ocasione la rescisión del contrato”.

Compañía de Telégrafo Cúcuta

El telégrafo venía evolucionando técnicamente en el mundo, desde 1804, pero fue Samuel Morse quien produjo el primer modelo verdaderamente práctico, de manera que logró, en 1843, que el Congreso de los Estados Unidos aprobara y financiara la construcción de la primera línea telegráfica. En Colombia, en mayo de 1865, tras el éxito del telégrafo en Panamá, el gobierno convino crear la Compañía Colombiana de Telégrafo y en noviembre de ese mismo año, se inauguró la primera línea telegráfica entre Bogotá y Funza, extendiéndose paulatinamente hasta Facatativá y luego a Honda y Ambalema.

Fue tal el interés en desarrollar proyectos de conexión que el gobierno tuvo que promulgar la primera disposición sobre telecomunicaciones para regular el servicio, el decreto del 20 de agosto 1869. Mientras esto sucedía en el país, en Cúcuta se había constituido, el 2 de enero de 1869, la Compañía del Telégrafo de Cúcuta.

La empresa estaba conformada íntegramente por accionistas cucuteños así, Felipe Arocha, Joaquín Estrada, Jaime Fossi, Foción Soto, Juan N. González Vásquez, Carlos Luis Berti y Felipe Romero quienes firmaron la escritura de constitución ante el Notario Público del Circuito de Cúcuta, Manuel Salvador Bermúdez.

El objeto social quedó claramente definido en el artículo primero, “la Compañía del Telégrafo de Cúcuta, tiene por objeto la construcción y mantenimiento de una línea telegráfica que ponga en comunicación esta villa con la de San Antonio del Táchira, la dirección general de la Compañía estará en San José de Cúcuta”.

El capital social con que empezó a funcionar fue de mil pesos, distribuido en 100 acciones de $10 cada una. Las acciones fueron expedidas al portador, de manera que no se conocía la participación individual, puesto que se podían intercambiar mediante simple endoso.

En lo referente a la fijación de las tarifas, la misma escritura estipulaba “que, en las sesiones ordinarias, la Compañía fijará el máximum de la tarifa que deba cobrarse por cada despacho que se emita de esta ciudad a la de San Antonio del Táchira o viceversa, cuya tarifa la hará publicar por la imprenta o fijándola en la puerta de la oficina. Toda alteración que por cualquier motivo haya de sufrir dicha tarifa se hará conocer al público con la debida anticipación”.

Con el advenimiento del teléfono, los telégrafos fueron perdiendo preponderancia en las comunicaciones; posteriormente, nacionalizados y a finales del siglo XX, prácticamente desaparecieron del panorama.

La Fábrica de fósforos Cúcuta

El fuego fue considerado desde los tiempos más remoto un regalo de los dioses. Cuando el hombre, por fin logró dominarlo, aparecieron las empresas fabricantes de fósforos y de éstas, la primera de que tengamos noticia, se creó en la ciudad, el 7 de enero de 1868, por asociación que hicieran Rafael Rincones, Juan A. Boza y Gabriel Pérez Fabelo, cuando firmaron la respectiva escritura de constitución en la Notaria Primera de Cúcuta.

El promotor de tan sofistica empresa había sido don Gabriel Pérez, quien habitaba por los lados del Teatro Guzmán, cuando aún no le había sido adicionado el ‘Berti’. Don Gabriel era uno de ellos personajes multi-oficios, hacía de todo, era fotógrafo, relojero, calígrafo y en especial ‘polvorero’, conocimiento que había aprovechado para lanzar la idea de la fabricación ‘fosforera’.

Poco tiempo antes del terremoto, por causas que no fueron establecidas, se produjo un incendio que redujo a cenizas la planta. Algunos chismosos de la época, dijeron que había sido castigo divino por un trabajo realizado, con anterioridad, para unos hermanos masones, los cuales le pidieron que grabara el rostro del papa Pío IX en el fondo de unas bacinillas. Sus amigos le aconsejaron que no lo hiciera pues ¡¡con Dios no se juega!! y esa fue la consecuencia.

Compañía del Camino al Magdalena

Una de las empresas que no pudo consolidarse y que aún hoy, es una de las viejas aspiraciones del pueblo cucuteño, la comunicación con el río Magdalena. A pesar de todas las ventajas que ofrecía la ruta por los ríos Zulia y Catatumbo hasta Maracaibo, por el lago, los ciudadanos colombianos seguían convencidos de que algún día tendrían que usar ese camino para comunicarse con el Atlántico.

Para tal efecto y convencidos que esa necesidad debía satisfacerse un grupo de cucuteños propusieron la fundación de la Sociedad Anónima que se llamó Compañía del Camino al Magdalena tal como se había propuesto una empresa similar la Compañía del Camino a San Buenaventura. La única diferencia con la anterior, era que no hubo participación ni interés gubernamental en ella y la empresa nació como una aventura de las tantas que podía proponerse entre quienes podían aportar los recursos necesarios, aunque fuera para darle forma legal a la empresa, aunque se careciera de los demás para ponerla en funcionamiento, en especial las obras de infraestructura, que no han sido propiamente fáciles de acometer.

Para este fin, nuevamente reunidos en la oficina del Notario de Cúcuta, los señores capitalistas Foción Soto, Joaquín Estrada, Manuel Plata Azuero, Juan N. Luciani, Agustín Yáñez, Gabriel Gálvis y José Manuel Sánchez se dieron a la tarea de firmar una escritura en la que constituían la ‘Compañía del Camino al Magdalena’ en cuyo objeto social se leía “llevar a cabo la construcción de un camino de herradura que partiendo de San José de Cúcuta, pase por el Departamento de Ocaña y vaya a terminar directamente en el Magdalena o en uno de sus ríos tributarios que sea navegable por vapores”.

Se emitieron doscientas acciones de mil pesos cada una, de las cuales ciento cuarenta serían de propiedad del Gobierno Nacional y sesenta entre los miembros de la sociedad. Al parecer la idea no caló muy bien entre los representantes gubernamentales, pues el proyecto ni siquiera comenzó a operar y la sociedad se liquidó por sustracción de materia y con el terremoto terminó por enterrarse.

La Sociedad Filarmónica de la Unión

La Sociedad Filarmónica de la Unión, fue la primera sociedad cultural que se fundó y cuyo objeto era “uniformar y organizar los trabajos de los profesores y aficionados en el arte para su buena marcha y progreso creando fondos para atender a los gastos que demande el fin que se propone esta sociedad”.

De los estatutos que fueron radicados se deduce que se trataba más de una especie de cooperativa o de fondo de empleados, en fin, de una entidad sin ánimo de lucro en la que los aportantes depositaban en calidad de ahorros unos valores producto del veinte por ciento de lo que percibiera por el ejercicio de su profesión, desde el momento de su vinculación hasta el día de su retiro.

La Sociedad Filarmónica de la Unión tenía una organización en la que todos los directivos trabajaban ad honorem, menos el portero, toda vez que debía cuidar de las instalaciones del Teatro del Instituto Filantrópico, que quedaba ubicado, como se mencionó en una crónica anterior en el costado oriental de la plaza de la Caridad (Parque Colón), donde hoy se alza la Biblioteca Departamental.

Allí también funcionaba el Instituto Dramático, una escuela de arte dramático que hacía presentaciones en su teatro y cuyos ingresos se utilizaban para la construcción de la Capilla de la Caridad, que resultó completamente destruida con el terremoto. Muchos de nuestros grandes artistas estuvieron vinculados tanto a la Sociedad Filarmónica como al Instituto Dramático; por ejemplo, Salvador Moreno, Carlos T. Irwin, Isabel Áñez entre otros.

Compañía de Aseguros de Cúcuta

En el sector financiero también aparecen dos empresas que son dignas de mención, la primera es la Compañía de Aseguros de Cúcuta, única en el ramo de los seguros de mercancías, en una época en la que esta modalidad sólo era utilizada en las grandes capitales del mundo y por las grandes compañías transportadoras.

Para la firma de las escrituras constitutivas, el ahora Notario de Cúcuta, Juan Evangelista Villamil, citó en su despacho a los interesados, los más importantes comerciantes, especialmente aquellos que se dedicaban a importar y exportar productos, en ese entonces por la vía del puerto de Maracaibo a través de los transportes fluviales que navegaban por los ríos Zulia y Catatumbo.

Se hicieron presentes los representantes de las casas comerciales alemanas e italianas establecidas en Cúcuta, entre otros, Gilbert van Diesel y Miguel Chiossone, así como empresarios y profesionales que decidieron invertir en la empresa cuyo objeto social era “…asegurar una parte o todos los cargamentos que transiten por el
río Zulia en los términos, en los casos y bajo las bases y condiciones que se establecerán en los estatutos y en los demás reglamentos que tenga a bien acordar”.

La sociedad se formó con un capital de treinta mil pesos, distribuidos en 60 acciones de quinientos pesos cada una. Así mismo, acordaron inicialmente a asegurar sólo los efectos que se exporten por el río Zulia con dirección a Maracaibo, pensando más adelante extender este beneficio a la sal marina que se importe por esta misma vía.

El mayor accionista era el doctor Joaquín Estrada con 8 acciones, quien desafortunadamente falleció sepultado durante el terremoto; Felipe Arocha y Francisco de Paula Meoz que tenían 4 acciones cada uno, las demás estaban repartidos entre 26 accionistas. La compañía resultó tan exitosa que cuando se fundó Colseguros, ésta asumió el mismo modelo utilizado por la cucuteña.

Caja de Ahorros de San José de Cúcuta

Finalmente, la Compañía del Camino a San Buenaventura, en varias Asambleas realizadas en diciembre de 1870, se debatió el proyecto de creación de una Caja de Ahorros. Se trataba de invertir las utilidades que venía dando desde el inicio de sus operaciones, diversificando sus actividades. En la Asamblea del 26 de diciembre de ese año, en la sala de sesiones de la compañía se dio aprobación a la Caja de Ahorros de San José de Cúcuta y comenzó a funcionar el 1 de enero de 1871, bajo la presidencia de Aurelio Ferrero y con el apoyo de una Junta Directiva conformada por los mismos accionistas de la empresa matriz. La Caja de ahorros fue liquidada al igual que la compañía del Camino a San Buenaventura y tal vez absorbida por la Compañía del Ferrocarril de Cúcuta, años después del terremoto.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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