jueves, 9 de junio de 2022

2072.- MILAGRO DEL TERREMOTO EN VILLA DEL ROSARIO

Eduardo Bautista (La Opinión)


El terremoto de Cúcuta, un fatídico acontecimiento ocurrido el martes 18 de mayo de 1875 a las 11:15 de la mañana, trajo total destrucción y muerte a esta zona fronteriza porque además de Cúcuta donde fue su epicentro, su poder de devastación alcanzó a Villa del Rosario, Los Patios, San Cayetano, El Zulia y las localidades de San Antonio del Táchira, Capacho y San Cristóbal, en Venezuela.

Muchas son las historias que se contaron sobre este terrible episodio de la historia nuestra, narradas por quienes sobrevivieron a los fuertes sacudones de la naturaleza que tiraron al suelo las casas y otras construcciones como si se tratara de un castillo de naipes, cobrando la vida de muchas personas que quedaron sepultadas bajo los escombros.

Una de esas historias, que quedó en el imaginario de la gente como un milagro atribuido a la Santísima Virgen del Rosario, tiene como protagonistas a las abuelitas Conde que vivían en una casa de amplios corredores donde queda actualmente la urbanización Santa Mónica, contigua al Tamarindo Histórico, en Villa del Rosario.

El cronista Gerardo García, quien se encontró con esa historia hablando con los viejos de esa localidad durante el trabajo de campo para su investigación sobre la historia de Villa del Rosario, relata que días antes del gran terremoto tres o cuatro remezones pusieron en alerta a la población, con tal magnitud, que según testigos de la época, llegaron a agrietar los muros y tirar al suelo objetos de las mesas, el más fuerte la noche anterior al terremoto.

Un acontecimiento premonitorio fue el paso de un bólido o bola de fuego que recorrió de norte a sur el cielo rosariense, presagio para los pobladores de la villa que algo malo se les avecinaba, éstas fueron suficientes alarmas para los habitantes de la zona, que algunos tomaron previsiones, ya que temían una gran desgracia, según el relato de García.

“El general don Domingo Díaz, que había sido víctima del terremoto de Cumaná (Venezuela), pudo observar que las aves no se posaban, y tal observación le hizo suponer que amenazaba un terremoto, temor que dio a conocer a varias personas y que le hizo levantar una tolda en el patio interior de su casa para que durmieran bajo ella toda la familia”.

El cronista agrega que días atrás, “una mujercita, a la que se juzgó loca, predijo un cataclismo, y es sabido con toda evidencia que subió a Pamplona a consultar el caso que le ocurría con el venerable presbítero doctor Antonio María Colmenares, quien por dos veces ratificó la exactitud de esa versión”.

Otro caso “muy raro también”, fue recogido por García: existía en uno de los campos que median entre el Rosario y San Antonio del Táchira, en el camino que une a estas poblaciones de Colombia y Venezuela, un ciego bien conocido llamado Dositeo López, quien algunos días antes del terremoto decía a su familia: “me huele a Lobatera; si quieren salvarse duerman en el cocal”. En ese cocal se refugió el ciego, y allí se salvó. Había sido de los testigos del terremoto que destruyó a Lobatera en el año 1849.

Siguiendo su relato, cuenta que las abuelitas Conde, el día y a la hora del terremoto estaban sentadas hilando algodón cuando de repente percibieron un fuerte olor a azufre y vieron que muchos de los pajaritos que tenían en las jaulas se morían por este olor.

“En ese preciso instante observaron que la imagen de Nuestra Señora del Rosario, patrona del municipio y que presenció la instalación del Primer Congreso General de la República de Colombia, venía en andas, pero sola, andaba como por el aire y ellas dejaron el oficio, botaron todo y se pusieron de rodillas diciendo: ‘madre santísima qué va a suceder’, cuando sintieron fue el remezón, y la casa que era de bahareque fue de las pocas que quedaron en pie sin sufrir ellas daño alguno”.


Tradición oral e historia

La tradición oral tiene un arraigo en la gente, ella reemplaza lo que un dato histórico no consigue a través del tiempo. La tradición oral es valiosa por ser la que la gente vivió y se transmite de generación en generación, explica el profesor Gerardo García.

En el caso del milagro de la virgen, fue un hecho que las hermanas Conde desde su experiencia vivieron, lo que cobra mayor importancia por el arraigo religioso en la mente de las personas de esa época, que las llevó a magnificar aquellos fenómenos que no alcanzaban a comprender, agrega.

Gerardo García se topó con esta historia hacia 1989, contada por Reyes Vivas, un anciano muy conocido en Villa Antigua, nacido en 1921, quien a su vez la había escuchado de sus abuelos que sobrevivieron al terremoto de Cúcuta.

El historiador recogió ese testimonio en casetes de las primeras grabadoras que salieron al mercado, donde Vivas cuenta además que fue un cultivador de uvas junto a Jesús Carrillo, al servicio del suizo Julio Locher, quien trajo a Villa del Rosario hacia 1926 las primeras cepas e inició el cultivo de la vid en La Palmita, que por décadas fue el medio de sustento de muchas familias y un renglón importante de la economía de Villa del Rosario.

La esposa del profesor Gerardo se tomó el trabajo de digitar a mano esas grabaciones, de unos 400 casetes que logró acumular en entrevistas a las personas de más edad del municipio, en su proceso de investigación para reconstruir pasajes de la historia de esa localidad de Norte de Santander, brega en la que ya lleva más de 33 años y que le han dado vida a varios libros.

La historia del milagro ya escrita, años después, y a pedido del sacerdote Rafael Cárdenas, se convirtió en una pieza de teatro, cuyos guiones y montaje estuvieron a cargo de García, para que fuera conocida por los fieles católicos en el municipio histórico y todo Norte de Santander.

“La dramatización de la leyenda de las abuelitas Conde se hizo en el atrio parroquial en 2018, en el marco de la fiesta patronal de Nuestra Señora del Rosario, con actores naturales del barrio Bellavista”, según García.

Apuntes sobre el terremoto

Antes del terremoto de Cúcuta de 1875 o terremoto de los Andes, como también se le denominó, otros acontecimientos naturales dejaron su tenebrosa huella en las poblaciones fronterizas de Colombia y Venezuela.

El 3 de febrero de 1616, a las 3 de la tarde, un terremoto extraordinario tuvo su origen en la Villa de La Grita, en el estado Táchira, que se extendió muchas leguas alrededor. La sacudida fue tan violenta que nadie pudo tenerse en pie, ni caminar. La tierra oscilaba como las ondas del mar. Toda la población huyó espantada, pálida de terror. Este fenómeno sísmico, llamado también de Bailadores, produjo gran pánico en Norte de Santander, según los apuntes que tiene en sus cuadernos Gerardo García.

En enero de 1644, fue destruida por primera vez la incipiente ciudad de Pamplona por un terremoto, que produjo daños en casi todas las ciudades y pueblos de la Cordillera Oriental y fue sentido fuertemente en Bogotá.

El 21 de octubre de 1766, un sismo con epicentro en Venezuela afectó a muchas poblaciones de Norte de Santander.

Según acta del cabildo de Pamplona, se cuenta los estragos del terremoto del 15 de febrero de 1796, que produjo la total destrucción de la iglesia del monasterio de esa ciudad, la de los conventos de Santo Domingo y San Francisco y dejó bastante maltratada la de San Agustín, fuera de lo que en particular padecieron los demás edificios de esta ciudad. La onda sísmica llegó hasta Mérida y Trujillo en Venezuela.

El terremoto del 26 de febrero de 1849, que tuvo lugar a las 5:30 de la mañana, causando entre 40 a 50 muertos en la población venezolana de Lobatera, sacudiendo de manera violenta a Norte de Santander.

El 6 de marzo de 1869, un temblor sacudió la Villa del Táchira y su vecindario.

Algo aterrador estaba por ocurrir

En los apuntes del cronista e historiador, se cuentan otras situaciones registradas previas al gran terremoto de 1875, como los fuertes temblores que lo precedieron, que fueron tema favorito de tertulias por esos días dadas las fuertes impresiones causadas a las personas y las experiencias vividas.

Dice un testigo que eran las 5 de la mañana del domingo 16 de mayo de 1875, cuando yendo por un corredor se oyó un ruido como de carretas en la calle, como tropel de gente que huye de un toro bravo.

Otros dos movimientos ocurrieron el mismo domingo 16, hacia las 5:15 de la tarde. Contaba una persona que se estaba preparando para asistir a una fiesta y se encontraba ajustándose la corbata delante de un gran espejo, que al principio pensó que el espejo se le venía encima, pero luego, el grito de la gente lo hizo caer en la cuenta que acababa de ocurrir un temblor.

En la mañana siguiente, el lunes 17 de mayo, hacia las 5 de la mañana, otro nuevo preaviso sacó a los ciudadanos de los dormitorios con las primeras luces del día, el cual fue de carácter más leve, pero aumentó la alarma en todo el vecindario.

En una gran pajarera que había en una de las casas, muchos pajaritos amanecieron muertos y otros agonizaban y los que quedaban vivos revoleteaban como asustados y sus trinos eran más bien chillidos desapacibles. Por la tarde volvió a temblar y se sintieron otros dos remezones en la víspera de la gran catástrofe, por lo que se generalizó el temor de que algo muy malo se avecinaba.


Los muertos se salieron de sus tumbas

La hora fatídica del martes 18 de Mayo según el general Belisario Matos, distinguido hombre de empresa, entre sus impresiones personales llenas de acuciosos detalles, anota que tuvo lugar a las 11:27 de la mañana. Esta hora del general puede ser la más precisa y casi coincide con la hora que quedó marcando el reloj de la derrumbada torre de la catedral de San José de Cúcuta, las 11:25 a.m.

Los almacenes y tiendas en 1875 atendían de 6 a 10 o 10:30 de la mañana y de 11 o 12 hasta las 4 o 4:30 de la tarde, de manera que a la hora del terremoto algunos de los establecimientos ya se habían abierto al comercio y en algunos casos, se tomaba aún la comida del mediodía.

Era la hora del almuerzo y por las calles empedradas en medio de un calor canicular, bestias de carga y carretas de bueyes circulaban por estas calles.

El cielo estaba plácido y sereno; el aire en calma; inmóviles las hojas de los árboles. De repente un ruido sordo y cavernoso dio la señal de alarma en toda la región.

Casi simultáneamente la tierra firme se agitó y se estremeció convulsa, crujió y sacudió todo lo que soporta: casas, hombres, animales y árboles.

Las cordilleras que circundaban los valles de Cúcuta se vieron bambolear y la tierra que ondulaba cual aguas del mar, se abría en grietas que tenían una dirección de oriente a occidente.

Las montañas se habían estremecido desde los Nevados del Ruiz hasta la cordillera de Cáceres.

A medida que se caminaba se veía que la tierra hacia ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar.

En el cementerio de la villa histórica que quedaba en el barrio Los Ejidos y específicamente donde hoy es la Urbanización Villas de Sevilla, en Villa del Rosario, las bóvedas y las tumbas se abrieron y arrojaron los cadáveres que se mezclaron y confundieron en pavoroso desorden.

Saltan los objetos de sus puestos, suben por el aire las tejas de barro de las edificaciones, la gente corre despavorida y cae, buscando instintivamente un sitio más seguro en las calles, patios y solares.

La gente al huir instintivamente a las calles, a las plazas, a los patios y a los solares, caía a tierra, era arrojada de una a otra acera de la calle y aun así muchos no lograron librarse porque los techos y las paredes los alcanzaron.

Muchas de estas personas no pudieron soportar el ruido extraño y las fuertes y continúas sacudidas de sus cuatro remos y espantadas todas, corrían precipitadamente y en el choque producido por el encuentro de unas a otras y de la gente que en su desesperación corría igualmente desolada, iban dejando cadáveres y víctimas por doquier.

Al ruido natural de la tierra, se unió luego el crujir del maderamen y de las vigas de las construcciones, el agitarse de los árboles como sacudidos por un vendaval que no existe, el correr de la gente y de los animales espantados.

Poco a poco ceden los muros, las paredes se desmoronan, las construcciones caen convertidas en polvo y el cielo se oscurece.

Todas las construcciones de la Villa del Rosario que para esa época eran de tapia pisada y algunas de dos pisos, con sus pesados techos de teja asentada con barro en las techumbres de cañabrava o madera y las iglesias que tenían además algunas bases y columnas de piedra y ladrillo pegados con cal y sangre de toro caen al piso.

Entre ellas La capilla Santa que fue la primera iglesia de esta población construida hacia 1738, el templo donde se instaló el Congreso Constituyente de 1821, la casa de la familia Nava donde después fue La estación del ferrocarril, la casa de la familia Fernández Nava en lo que hoy conocemos como El monumento Nacional La Bagatela, la casa del doctor Juan Nepomuceno Piedri que en 1875 era propiedad de la familia Rueda Jara, es decir, donde nació el General Francisco de Paula Santander.

Así mismo la casa donde murió el doctor Juan German Roscio, la casa donde se acuñó la moneda en la época del Congreso Constituyente (donde hoy es La Bolera), la casa de la familia Suárez y Porras, la casa donde se hicieron las campanas y el esquilón del Templo Histórico y el solar destinado para el mercado.

Una nube espesísima de polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándose por la boca y nariz hasta dificultar la respiración; y habrían perecido indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivieron, si un viento impetuoso no hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al occidente de Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso desconocido.

Despejado el horizonte, la gente pudo darse cuenta de la magnitud del acontecimiento: ¡qué horror! ni una sola edificación, ni siquiera una pared en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban en confuso clamor los gritos de cuantos sobrevivían, que impetraban misericordia!

Un momento después, perdida la noción de distancia y tiempo, se veían salir de entre ruinas a algunos de los que eran vecinos, sin poder reconocerse recíprocamente, pues el polvo que los cubría y la expresión de terror los desfiguraba. Se creían mutuamente muertos que surgían de sus tumbas. La idea de ver llegado el fin del mundo dominaba los espíritus y a tal idea contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de la aterradora fuerza de la omnipotencia divina.

A la 1 de la tarde del 18 de mayo una vez ocurrida la catástrofe se desato un torrencial aguacero que vino a purificar la atmósfera y apagar los incendios que se originaron producto de los fogones que se encontraban encendidos pues era la hora del almuerzo y de algunos depósitos de explosivos y de petróleo, pero a empeorar la situación porque la gente no tenía donde refugiarse por cuanto sus casas ya no estaban en pie.


Saqueos y pillaje

Y para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas destruida la ciudad de Cúcuta y sus poblaciones vecinas como La Villa del Rosario, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y violentando las cajas de hierro en que guardaban el dinero sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo a cuanto veían los caudales de que se adueñaban.

Aquel bochornoso pillaje duró por algunos días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó; después de convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometido el más responsable de los presos, bien conocido en la localidad y llamado Piringo, a consejo de guerra verbal, fue condenado a muerte y pasado por las armas en el mismo día, a las 4:30 de la tarde.

Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del terremoto. En los días siguientes, los que no emigraron, enterraron a sus muertos y salvaron algunas propiedades, defendiéndolas del pillaje que se desató.

Los habitantes de Villa del Rosario, se trasladaron al barrio que se conocía con el nombre de Los Ejidos y que fue donde se edificó la nueva población, de la quebrada Los Ángeles (El Calicanto) hacia arriba y comienzan a fundar el barrio Piedecuesta, el 22 de junio de 1875; El Centro, 20 de julio de 1877; La Pesa (hoy Fátima), 1 de noviembre de 1878; Gramalote, 12 de octubre de 1879 y el barrio La Palmita, 19 de marzo de 1893.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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