martes, 8 de noviembre de 2022

2148.- EL AMPARO DE NIÑOS

Gerardo Raynaud (La Opinión)


El Amparo de niños de Cúcuta, ha sido una de esas instituciones que se ha mantenido en el corazón de los cucuteños desde el mismo momento de su génesis. Aunque se le atribuye al capitán Rafael Colmenares del Castillo, comandante de la Policía Municipal de Cúcuta en el año 1942, su creación es uno de esos actos que ensalzan la dignidad humana, pues la historia registra que fue una gestión de voluntad personal, que, con el apoyo de la institución a su mando, marcó el inicio de ese noble establecimiento.

Ante la situación de desamparo y pobreza que se vivía en la ciudad, por el abandono que algunos padres hacían de sus hijos, debido a las penurias y estrecheces que la época traía, en buena razón, por los rezagos de guerra que se libraba en el viejo continente, escenario de dificultades que se había extendido por el mundo entero.

Los niños, principales damnificados, debían sobrevivir acudiendo a la caridad de sus congéneres, algunos con la complicidad de sus progenitores, hizo que la Policía Municipal viera el problema y le buscara una solución, por lo menos transitoria mientras se tomaban decisiones de fondo por parte de las autoridades, tanto locales como nacionales.

Sin embargo, algo que desconocía el ilustre capitán, es que su idea había germinado años atrás en la mente de otro insigne personaje, a quien su preocupación por los menos favorecidos, estuvo presente siempre en el primer lugar de sus prioridades.

Se escribía en las crónicas de comienzos de siglo que don Virgilio Barco, en una de esas noches de insomnio y divagaciones testamentarias, pensó en la niñez desamparada, tal vez en remembranza de sus cinco pequeños hijos fallecidos en la infancia y que por estos y otros motivos, concibió la benemérita idea de legarle un porcentaje, en barriles de petróleo de su fecunda participación en la explotación que se hiciera en el Catatumbo, a una institución que velara por el bienestar de la niñez desvalida.

Aunque no tengo claridad sobre este hecho, lo que sí es cierto, fueron las dificultades que se presentaron entre quienes tenían a su cargo la administración del legado, pues sólo desde finales de 1936 comenzaron a recibirse los beneficios de lo que se llamó la Concesión Barco.

Se sabe que la Fundación Barco obtuvo las ayudas estipuladas en el testamento y al parecer, la intención de patrocinar un organismo de ayuda exclusiva para la atención de la niñez se incluyó en las actividades del Centro Materno Infantil de Cúcuta, como se llamó originalmente la Clínica de la Fundación.

A comienzos del mes de julio del año 42, se dio inicio, por parte de la comandancia de la Policía Municipal, al proyecto del Amparo de Niños, cuyo principal objetivo era brindarle a los numerosos niños y niñas en condición de mendicidad, que vagaban por las polvorientas calles de Cúcuta, un abrigo y unas condiciones que les diera un mínimo de seguridad y descanso.

Para ello se logró acondicionar un vetusto caserón en el barrio de Curazao, al oriente de la ciudad, al pie de uno de los brazos de la toma pública, donde antes había funcionado el matadero municipal. Era una edificación, como podrán imaginarse, antihigiénica y totalmente riesgosa para la salud, sin embargo, los buenos oficios de doña Inés Lizarazú de Moncada, esposa del gobernador, se dio a la tarea de gestionar su remodelación, la cual se logró dentro de los más expeditos plazos.

En esos alrededores, posteriormente se trazaría la avenida cero y se propuso la construcción del hotel de turismo, que a propósito, se pensaba darle el nombre de Hotel Guasimales, era entonces, la vía que conducía a la frontera y que por mucho tiempo fue la carretera a San Antonio y Ureña.

Al comienzo se le miraba con recelo, toda vez que allí eran llevados los niños callejeros o limosneros y además era administrado por personal de la policía al mando del sargento Víctor Manuel Vera, quien después de un largo periodo al frente de la institución, fue condecorado con la medalla del civismo por su ejemplar actuación, al lograr llevar ese organismo a la más alta categoría de beneficencia social.

En esas instalaciones, el Amparo alcanzó a permanecer alrededor de diez años, pero los avances del progreso urbano de la ciudad hicieron necesario que desalojaran el lugar y a partir de entonces comenzó una ardua discusión sobre la ubicación más apropiada para continuar con su generosa labor.

Ya por esos años, el Amparo había pasado a manos civiles y era su director el señor Jorge Gómez que al igual que sus predecesores se había esforzado por mantener en buen estado de funcionamiento el establecimiento. Existían actividades programadas para realizar trabajos manuales y huerta casera; se desarrollaban labores de alfabetización, tenían banda marcial y equipo de futbol y se había construido una capilla al Divino Niño, apenas consecuente con su propósito.

La oportuna intervención del gobernador Rivera Laguado con la colaboración de su secretario de hacienda, el “mono” Luis Roberto Parra Delgado y el secretario de educación Alfonso Ramírez Navarro, lograron sortear las dificultades que representaba su traslado; mediante la adopción de la figura de “fundación” y la designación de un síndico-director, quien sería en adelante el responsable de la gestión.

Varias alternativas se fueron planteando para reubicar la institución. Primero se pensó en la concentración escolar del barrio San Rafael, diagonal a la estación de servicio Texaco, pues el gobierno nacional había girado la última partida de veinte mil pesos para terminar su construcción y tenía un lote contiguo, al que proponían se utilizara como granja educacional.

Algunas otras alternativas fueron estudiadas, pero en definitiva se optó por aceptar la propuesta presentada por el padre “Pachito” Rivera Laguado, quien había sido nombrado en la dirección de lo que ahora sería la “Granja de Protección y Educación Infantil” de La Garita, pero que seguía siendo en la memoria de todos nosotros, el Amparo de Niños.

La finca La Garita, había sido adquirida por el gobierno a don Camilo Mutis Daza para parcelarla y darla para su usufructo, lo cual fue aprovechado para solicitar su adjudicación, lográndose de esta manera obtener un terreno apropiado para sus necesidades.

Poco a poco, el padre “Pachito” fue reuniendo los recursos necesarios para proveer, según las necesidades de la institución, los servicios que demandaba para su eficiente operación. El lote asignado, incluía la llamada casa de la finca, a la cual le fueron sumando galpones, canchas y demás salones, que las gentes de buen corazón patrocinaban y que todos sus ocupantes agradecían.

Nota del recopilador.- El padre Francisco 'Pachito' Rivera Laguado era hijo de don Narciso Rivera y doña Eva Laguado de Rivera, de quienes recibió los principios de honradez y amor al prójimo, por lo tanto era hermano del ex-gobernador del Norte de Santander doctor Gonzalo Rivera Laguado. Posiblemente debido a la influencia de su hermano, logró que se comprara en el sector de los Mutis Daza, La Quinta Mutis y el terreno de la granja educacional, en la gran hacienda La Garita, para el Amparo de Niños. 




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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