En medio de las estatuas del Genio de América, Simón Bolívar y del Hombre de las Leyes, Francisco de Paula Santander, hay una piedra con unas inscripciones antiguas de más de 4.000 años.
¿Sabía usted que en el parque Los Libertadores de Villa del Rosario, en medio de las estatuas del Genio de América Simón Bolívar y del Hombre de las Leyes Francisco de Paula Santander, hay una piedra que parece un aerolito caído del cielo?
Una enorme piedra con misteriosa inscripción cuya antigüedad se calcula en más de 4.000 años y que a pesar de estar en la plaza principal de esa localidad de Norte de Santander, fronteriza con Venezuela, pasa inadvertida para la mayoría, ignorando que solo habría dos con estas características en el continente americano.
Más asombroso aun, que, según estudios de expertos en descifrar ese tipo de jeroglíficos, se trataría de una especie de lápida puesta sobre la tumba de un monarca o poderoso expedicionario venido de Japón a nuestra América, muchos siglos antes de que lo hicieran los conquistadores españoles.
El hallazgo, según relata el historiador rosariense Gerardo García, se hizo a pocos kilómetros de allí, siendo necesario el esfuerzo de unos 100 hombres para traerla e instalarla en el sitial donde se encuentra, llamado antes parque Pedro Fortul, en honor a un hijo de esas tierras, una de las figuras más destacadas de la emancipación de Cúcuta y Norte de Santander.
En 1918 el alcalde de la época, José Jacinto Manrique Báez, en una de sus correrías por la zona rural del municipio, visitó el sector de Palogordo, más arriba del punto conocido como Juan García. Ya de regreso al pueblo vio la piedra y le atención una especie de jeroglíficos que en ella estaban grabados.
La siguiente semana publicó un edicto y por medio de bando oficial informó que se hicieran presentes todos los hombres mayores de 18 años, para el día 24 de septiembre de 1918, a las 6:00 de la mañana, frente a la alcaldía y que debían asistir con machetes, lazos, ruanas y comida.
La orden del alcalde fue acatada por todos dado el respeto y autoridad que el doctor Manrique inspiraba en la comunidad, entre ellos dueños de haciendas como Cándido Moros, Lola Guarín, Manuel Guillermo Cabrera, el doctor Guerrero, Alberto Camilo Suárez, Abraham Rojas, Lucio Torres, Pedro Torres, Abel Porras, Vicente Fajardo, María Vargas, Sulpicio Omaña, Francisco Coronel y Leonardo Alarcón, “quienes enviaron obreros para cumplir el objetivo del señor alcalde de traer la piedra que se encontraba en la hacienda de los González”, según el relato de Gerardo García.
Algunas de las personas que ayudaron a traer la piedra hasta el parque fueron: Abraham Esquivel, Juan de La Cruz Castillo, Lucio Carrillo, Hipólito Valencia, José Gáfaro, Braulio Parra, Campo Elías Jaimes, Víctor Maldonado, Antonio Maldonado, Eugenio Rodríguez, Constantino Muñoz, Escolástico Muñoz, Jesús Mendoza, Antolino Mendoza, Carlos Niño, Eliseo Rodríguez, Luís María García Rodríguez, Marcos García Rodríguez, Antonio Pinzón, Rafael Gutiérrez, Eugenio García, Eugenio Rangel, Pio León Jaimes, Nicolás Castro, Jesús Castro (El Peteto), Luis Romero (Care Mango), Casimiro Guerrero, Teodoro Espinosa, Saúl Villamizar, Alberto Higinio Ulloa, Luis Lamus, Nabor Navas, Eduardo Valderrama, Braulio López, Aurelio Ramírez, Miguel Ramírez, Tito Rey, Félix Granados, Pedro Rodríguez, Jesús Díaz, Enrique Guerrero Olarte, Antonio Jaimes, David Quiñonez, Esteban Peña, Rafael García, Saturnino Jonás Rodríguez, entre otros, según la investigación del historiador.
La tarea fue extenuante por el peso de la enorme roca, debiendo construir de manera improvisada un sistema de parihuela (artefacto compuesto de dos varas gruesas con unas tablas atravesadas en medio donde se pone la carga para llevarla entre varias personas), porque solo existían serpenteantes caminos de herradura, lo que hizo que la jornada se extendiera todo el día.
Finalmente, y en medio del jolgorio de la población los trabajadores llegaron a la cabecera municipal, pasadas las 7:00 de la noche, para instalarla en el centro del pueblo, donde más adelante sirvió de pedestal a un busto del general Pedro Fortul, que le daba nombre al parque.
Al principio se pensaba que los jeroglíficos tenían que ver con los indios Táchira que habitaban la región, pero algo le hizo sospechar al doctor Manrique, hombre de ciencia, que otro podría ser su origen, por lo que decidió enviar una especie de reproducción de la escritura, que hizo tallar en madera, a la Academia de Historia de Bogotá.
Los expertos después de algunos análisis y comparaciones encontraron que esos jeroglíficos son de origen sirio-fenicio, lo cual llegó a pensar, ateniéndose a la historia, que las misiones asiáticas pasaron primero a la América, antes que las misiones de las españolas, en función del comercio, y allí podría estar la respuesta a esos extraños escritos sobre la roca.
“Lo que se logró y se llegó a detectar, porque no está totalmente descifrado, es que los jeroglíficos dicen: Huella, cadáver grande, linaje, hombre. Entonces se presupone que es la lápida de algún jefe de una misión expedicionaria de esa época, y de ahí fue que se supo la gran significancia de esta piedra y que en América solo hay dos petroglifos de esas características”, explicó García.
Lo anterior demuestra que esa piedra tiene un valor incalculable y está allí en el parque Los Libertadores casi en el olvido, pero la misma debe estar bien protegida y resguardada, según el criterio del historiador.
“Raro petroglifo”
En una publicación de la Biblioteca Nacional Luis Ángel Arango de Bogotá, la revista ‘Sendero’, material que Gerardo García guarda como un tesoro, aparece el siguiente articulo con el nombre “Raro Petroglifo”: El dibujo adjunto representa, en dimensiones reducidas, una inscripción grabada en piedra rústica de granito rojo, irregular en su forma, de un metro en su mayor longitud, según la descripción hecha por el Dr. José Jacinto Manrique, quien halló esta piedra inscrita en territorio del Rosario, hallazgo de que dio cuenta a la Academia de la Historia de Bogotá, con fecha 22 de agosto de 1919, exponiendo su opinión sobre el particular.
De esta inscripción nos envió, en octubre del mismo año, una copia el autor de El antiguo Cúcuta, Dr. Luis Febres Cordero, correspondiente de aquella Academia y de la de Historia de Venezuela.
El ilustrado Dr. Manrique califica este petroglifo como de origen sirio-fenicio antiguo, cuyos caracteres, dice, estuvieron en uso hasta antes de la era cristiana, lo que daría a la inscripción una antigüedad de 4.000 años. Este juicio, como el mismo descubridor del petroglifo lo declara, es puramente hipotético.
A la verdad, no nos parece de tan remota antigüedad. Los caracteres tienen efectivamente semejanza con el fenicio, según las tablas de Mr. Lefevre; pero la forma en que aparecen agrupados no corresponde a escritura literal sino a jeroglífica o sus similares. Las inscripciones literales se distinguen, en lo general, por la colocación de las letras en líneas horizontales más o menos largas.
Detenido estudio merece el petroglifo del Rosario. A la ligera, anotamos las observaciones siguientes:
Los caracteres o signos difieren por completo de las inscripciones halladas hasta ahora en América, correspondientes a la época precolombina. Nada tienen de común en los jeroglíficos mexicanos y los caracteres mayas, ni con los petroglifos hallados en Colombia y Venezuela. La inscripción rosariense parece completamente exótica. Debe ser obra de alguna remota expedición procedente del Asia.
Los signos, como se ha dicho, tienen alguna semejanza con las letras fenicias, como también la tienen con los caracteres tibetanos y tártaros; pero su mayor semejanza, en forma y colocación, es con los ideogramas chinos, que pasaron al Japón, o sea con los caracteres elementales ideográficos del Celeste Imperio, cuya escritura se compone en columnas o grupos para leer de derecha a izquierda; semejanza observada también por dos chinos que recientemente han visto la inscripción. Hay en ella tres agrupaciones de signos, y algunos de ellos concuerdan con los que expresan las ideas de hombre, cadáver, grande, fuerza, linaje, escudo, lecho, o lugar de reposo.
Sentadas estas premisas, podemos aventurar la versión, ya insinuada arriba, de que el petroglifo sea obra de una expedición china o japonesa en remota época precolombina; y que la leyenda puede ser sepulcral, consagrada a uno de los jefes exploradores de mérito, muerto en aquel paraje.
La posibilidad de estas expediciones, voluntarias o fortuitas, del Asia Mongólica a la América precolombina está ya reconocida por los historiadores. Entre éstos, el erudito Cronan habla en su historia de monedas chinas del siglo V halladas en sepulcros indígenas de la isla de Vancouver, Canadá.
Debemos advertir que no conocemos, fuera del estudio del doctor José Jacinto Manrique, ninguna otra referencia a este petroglifo, ni tampoco sabemos que haya sido publicado por la prensa en forma gráfica.
Las observaciones que preceden fueron escritas desde 1919; pero nos vimos obligados a aplazar su publicación por la circunstancia de habérsenos traspapelado la copia de la inscripción relativa, que por fortuna volvió a nuestras manos cuando menos lo esperábamos.
En el terreno de la hipótesis, los pasos son siempre inseguros. Si no atinamos en las observaciones que formulamos, valga por lo menos la buena voluntad de contribuir a descifrar tan interesante petroglifo, que ya no está en el sitio donde fue hallado.
Don Luis Febres Cordero, arriba citado, en un erudito estudio publicado en 1923 sobre el petroglifo de Colón en el Táchira, se refiere a esta traslación, pues al reseñar los monumentos de tal clase existentes en territorio del Norte de Santander, bajo el número primero, dice del que nos ocupa lo siguiente:
El del Rosario, que forma hoy por capricho de contraste entre la rústica impulidez y el buen gusto arquitectónico, el pedestal de un busto del Libertador en una de las plazas de la población, hipotéticamente analizado por el doctor J. J. Manrique en un estudio de recomendable mérito."
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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