Calle del Comercio. Calle típica de Cúcuta antes del terremoto.
Mi abuelo Luis Rubén Avendaño, se sentó en el solar de su casa materna debajo de un mango después de un temblor de casi 6 grados en la escala de Richter, ocurrido en la ciudad de Cúcuta en 1987, yo tenía 15 años, me acomodé en sus piernas y le dije: “Abuelo tengo mucho miedo que se caiga la casa”, a lo que él respondió, no Menchito, nada va a pasar, los terremotos en Cúcuta ocurren cada cien años y esta casa la construí yo mismo, con confianza te digo que no se caerá, como siempre el me consentía y me llenaba de seguridad a pesar de sus 80 años encima.
Te voy a contar una historia muy interesante que ocurrió dentro del Terremoto de Cúcuta y que casi nadie sabe. La historia la contó mi mama, dijo mi abuelo y procedió relatar; Mama Eva, así la llamaba yo, vivió muy chiquita el terremoto de Los Andes o de Cúcuta; esa mañana del 17 de mayo de 1875 en la Villa de Cúcuta, hace 146 años, el sol miraba a Cúcuta despiadadamente, el calor era tan insoportable que casi derretía como chocolate los techos y el barro de las casas de la ciudad, no llovía hacia un buen tiempo y las albercas de agua se habían secado casi en toda la región.
Eva mi mama, que solo contaba con 10 años, se levantó de su cama de un solo tirón al escuchar la voz de su “má”, como ella le decía, quien la llamaba afanosamente para ir a la “Calle del Comercio”, lo que ahora llamamos Calle 10 con séptima, sitio donde vendía sus canastos. Ella era artesana, elaboraba canastos y mochilas tejidas en fique y colaboraba con el sustento de su familia.
Para darte una idea en la Calle del Comercio habían: almacenes de ropa, La Botica Alemana, La Notaria única de la ciudad y un lugar, el cual al pasar por ahí la abuela le tapaba los ojitos a mi mama, ella lo llamaba el “lugar prohibido”, lo cierto es que era un bar de prostitutas, dicen que era muy fino que, solo asistían hombres que “tenían mucha plata”, de muy alta categoría y turistas de la ciudad, en el cual se jugaba mucho dinero y se comercializaban hermosas mujeres, se llamaba “el Ciclón”, quedaba en una esquina de la avenida séptima en aquella época.
Mi nono, papá de mi mamá, trabajaba en la recolección de cacao, principal fuente de economía en la región después del café, hasta la Reina Victoria del Reino Unido tomaba nuestro chocolate y ella fue una de las colaboradoras, para levantar de nuevo la ciudad después de la tragedia.
Retomando la historia, habiéndose levantado mamá Eva, fue al baño, se aseó y se dispuso a preparar su pequeño trozo de madera, el cual, el nono había ajustado a sus pequeños hombros donde posaría la carga de canastos para la venta.
Ya esa madrugada y desde el día anterior, se habían presentado sacudones de tierra que fueron fuertes, pero no habían presentado estrago alguno. Desde las cuatro de la mañana se levantaba la nona a moler el maíz para hacer las arepas, un delicioso olor a café molido y colado ambientaba la casa; todo iba muy bien, era lunes y la plaza ya contaba con habitantes que habían salido desde temprano a la misa de 6:00 a.m.; su caballo ya equipado con los canastos y mochilas, solo esperaba el momento para ser montado y salir al recorrido diario.
Camino a la plaza la nona y mama se “toparon” con Doña Guillermina, esposa de Timoteo, un paisano venezolano, que había llegado días atrás a ocupar el predio al lado de la casa. Llegó con su familia para quedarse, pues Cúcuta era próspera y se auguraba que muchas cosas buenas venían para esta región, hablaban de la familia, de los hijos y hasta del clima pues, “siempre hay tema para dos mujeres”, decía el abuelo. Al llegar a la plaza la nona se colocó su chall para entrar a la iglesia y Eva, mi mama, por su puesto entró con ella; después de su misa matutina, se dirigieron a la plaza para ubicarse y empezar su labor de venta.
Durante todo el día hubo movimientos de tierra, los cuales tenían en alerta la comunidad, pero mama Eva jugaba con sus amiguitos, como toda niña, mientras la abuela vendía canastos. A las 3:45 p.m. se sintió un leve silencio en la plaza, como si el viento se hubiera detenido y de pronto las aves se alborotaron, como si alguien sacudiera todos los árboles del parque, ella recordaba la hora porque la nona miró el reloj y dijo “que raro los loritos solo buscan refugio cuando pasan las cinco y treinta” era algo inusual, seguido a esto un movimiento ocurrió de nuevo y más fuerte, esto puso en jaque a toda la ciudad que, por esos días preparaban las fiestas del 20 de julio y precisamente al día siguiente sería el lanzamiento del programa de los días posteriores.
El día anterior mamá había escuchado detrás de la puerta, una conversación de la nona con el compadre Otoniel, quien era sobreviviente del terremoto de Lobatera, ocurrido años atrás en Venezuela. Ella escuchaba de esta manera porque jamás los niños podían entrar a las conversaciones de los mayores, pero mamá curiosa, oía los comentarios de estos dos, acerca de los temblores; él decía que: “lo mejor era dormir en el solar y que si había una palma de coco agarrarse de ella, porque esas raíces son fuertes y profundas y nos protegerían”, esto a Evita le causó asombro, ella en su infantil imaginación veía al cocal abrazándolas y peleando contra el temblor. Al anochecer llegó el nono y esto las tranquilizó, sin embargo, él no durmió en toda la noche, pensando que iba a hacer al otro día, al dejarlas solas.
A las cinco de la mañana del 18 de mayo, el nono partió con su corazón arrugado a su lugar de trabajo, dejando a la nona y a mamá en casa, con cara de angustia y miedo; mamá prefirió no salir, a pesar de que en este día se daría a conocer públicamente la programación de la Fiestas Patrias y esto comercialmente representaba mucho para ella.
En Cúcuta se desayunaba temprano, a las 5:00 a.m. por tarde, había media mañana a las 8:00 a.m., se almorzaba a las 11:00 a.m., puntal a las 3:00 p.m., comida a las 5:00 p.m. y cena a las 9:00 p.m... ellas vivían en el barrio El Caimán a 10 minutos de la Iglesia San José, así era llamada la actual Catedral de Cúcuta, por tanto, todo lo que ocurría y se decía en “el centro” llegaba a sus oídos en un santiamén.
Eran las 11:00 a.m. del fatídico día, la nona bajó la sopa de ruyas del fogón de leña que todavía ardía y se disponían a almorzar, la mesa estaba preparada y a mí mamá le tocaba sacar el agua de la toma, para beber en el almuerzo, por cierto la toma no tenía casi agua y era cruda, pues solo los ricos tenían filtros de agua en piedra; estando en este lugar, vio como el agua dejó de correr y pensó que alguien detenía el caudal desde su parte superior, nunca se imaginó que esta imagen sería su recuerdo previo al momento en el que la casa donde nació empezaría a derrumbarse frente a sus ojos. La fuente de agua quedaba a unos cien pasos de la casa y gritando salió corriendo en busca de la nona, quien ya había salido de esta llorando y llamándola sin descanso, esto fue lo que las salvó.
La tierra no dejaba de estremecerse una y otra vez, emanaba un ruido ensordecedor como cual madre furiosa, reclamando por algo que no le gustaba; la abuela y mama se hicieron debajo de una palma de coco que el vecino Timoteo tenía en su solar, recordando las instrucciones de su compadre y veían en primera fila, cómo la tragedia se apoderaba de la ciudad; los árboles se movían, las casas aledañas se hicieron polvo y la gente gritaba pidiendo ayuda, eran dantescas las imágenes que mamá tuvo que ver a su corta edad.
Don Timoteo no estaba en casa y sus niños no alcanzaron a salir, pues él en su esfuerzo de mantenerlos seguros, le colocaba una tranca a la puerta, lamentable decisión que terminó en desgracia, mamá desconsolada le preguntaba a la nona por sus amiguitos de juego y ella le contestaba que se habían ido al cielo, esto fue desgarrador; de Timoteo no se supo más, supongo que murió en el centro con su esposa.
El compadre Otoniel y su familia, llegó repentinamente al cocal y les contó la magnitud del terremoto en el centro de Cúcuta y ni modo, ya la nona no le podía ocultar a mamá las conversaciones; mamá Evita, escuchó todo lo que él contó, desde el desplome de su casa, la destrucción de la Iglesia de San José, de la cual solo quedó el reloj con la hora exacta de la tragedia, la Botica Alemana del Sr. Elías Estrada, la Notaría y la muerte del Notario Juan E Villamil, el Almacén del señor Andrés Berti Tancredo y que solo se salvó la Iglesia del Carmen que, es la que está ubicada actualmente en el Parque de la Victoria o Parque Colón.
Pero a Evita le llamó la atención la historia que el compadre Otoniel le contó a la nona con lujo de detalles del lugar prohibido y es que lo prohibido es tentador, ella aun en su inocencia se intrigaba por aquel misterioso lugar; el compadre contó que se encontraba cerca del lugar pues, le estaba vendiendo unos sombreros de paja a un cabo de la Guardia Presidencial que se encontraba allí para las fiestas, que la música se escuchaba muy fuerte, los hombres y mujeres que se encontraban dentro del bar cantaban sin cesar, el cabo apurado buscaba en sus bolsillos la moneda de un céntimo para pagarle, pues en la puerta del bar aguardaba una mujer ebria esperando por él, no se había alcanzado a realizar la venta, cuando empezó el sismo y parecía que esto le gustaba a la mujer quien en su delirio de borrachera, le decía que se apurara que todo adentro estaba muy animado, “yo me quedé impávido”, dijo el compadre, cuando vio que las paredes de este lugar se movían de un lado a otro, en zigzag, pero no se caían. Luego de unos segundos empezaron a caer como naipes las paredes de todas las casas de alrededor y entré al bar, donde aun con el movimiento de tierra, bailaban y tomaban como si no pasara nada.
El grado de alucinación era tan grande de todos los que estaban allí, que bailaban al vaivén de los movimientos del terremoto y gritaban arengas como “no paremos que el temblor nos ayuda a mover las caderas” y brindaban con copas en mano; el suelo empezó a abrirse, se escuchó un grito infernal de debajo de la tierra y el lugar se partió en dos como un tostado, y aun así el frenesí de los asistentes era imparable, parecían extasiados con lo que estaba pasando, el compadre salió espavorido de ese lugar y afuera no era mejor la vista, todo estaba en el piso, volvió la vista atrás y El Ciclón había desaparecido, no quedo piedra sobre piedra, “se lo tragó la tierra”, no se veía nada, pues se levantó una nube de polvo, espesa y amarilla en toda la ciudad, que era asfixiante.
Don Otoniel cubierto de polvo y horrorizado, se refugió bajo un árbol, porque fue lo único que quedó en pie, decía que: “era apocalíptico ver las caras de impotencia, angustia y espanto en los pocos sobrevivientes; habían lamentos, quejidos y yo congelado de miedo sin saber qué hacer”, de nuevo él volvió a mirar al lugar prohibido, pero como si fuera poco, empezó a llover y esto con el viento que se levantó e hizo honor al nombre de ese lugar, produciéndose un ciclón que arrasó con las ruinas del bar, volaban tejas, palos y hasta cuerpos, desaparecidos por la mano de Dios, como aquella vez lo hizo con Sodoma y Gomorra.
Mamá me contaba que, en un principio, la ciudad contaba solo con 52 manzanas de casas de tejas y tapia, tenía una extensión aproximada de 2,5 kilómetros, las casas eran muy débiles, el barro era predominante en las construcciones y solo los “ricachones”, como los llamaban, contaban con construcciones de bareque, sin embargo, con el terremoto todo esto desapareció, aquí no había distinción de clases sociales, las pérdidas rondaban los diez millones de pesos, cifra exorbitante para aquella época.
Al día siguiente la nona y mamá fueron a lo que fue el centro de la ciudad, se podían ver diferentes escenarios post tragedia, el alcalde, don Francisco Azuero no daba abasto de un lado a otro prestando su ayuda y lloraba horrorizado, mientras un famoso reo conocido con el alias Piringo, temido por los habitantes, hacía de las suyas saqueando los vestigios del ciclón, dejando de lado el salvar las vidas de aquellos moribundos del lugar.
La abuela y mamá observaban la cara de tristeza y dolor del señor alcalde, al ver estas escenas, tres temblores en uno y de su “Perla del Norte”, como el señor Azuero la había bautizado, no quedaba nada. Piringo fue detenido ese mismo día y el mismo señor alcalde al día siguiente, ordenó pasarlo por las armas.
Después de esto el cielo de Cúcuta lloró por varios días, como si el agua que brotaba de las fuentes celestiales fuesen suficientes para limpiar las lágrimas de tristeza del rostro de la gente, por haberlo perdido todo. El nono volvió a casa al otro día un poco aporreado pero sano, como él trabajaba a campo abierto, no sufrió tanto las consecuencias del terremoto, pero no pudo llegar a casa esa noche, pues los caminos estaban agrietados y las vías se perdieron durante el sismo.
Del “Bar El Ciclón” solo quedó el letrero que fue encontrado kilómetros más adelante y una estaca clavada, como recuerdo del lugar para la posteridad. No hubo dolientes para estos muertos, solo algunos se atrevían a contar la historia, pues representaba una vergüenza para Cúcuta y el terremoto fue percibido como un castigo para sus lujuriosos asistentes.
Mi abuelo concluyó: “Esta historia solo la sé yo mija, porque mamá me la contó”, pero yo Belsy, sé que en el lugar donde existió este bar, en esa esquina de la avenida 7 a un lado de la Terminal de Transporte, se estableció una casa de cambio llamada El Ciclón, que existió hasta el año 1987, reescribiendo una historia de intercambio económico más digna para los cucuteños, que, a la postre perderían este mal recuerdo en la línea de tiempo del terremoto de los Andes.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.