Ligia Ramírez Soto de Lara
Es casi imposible no saber de dónde es. Ella sola se delata: voz fuerte y firme (como si estuviera regañando a alguien); organizada, echada pa’ lante, sincera, frentera , estricta...
Lo cucuteña lo heredó de lado y lado, papá y mamá (de la unión de Víctor Manuel Ramírez Yáñez y Concepción Soto Franco, nacieron Ligia y Myriam Ramírez Soto) y lo ha cultivado con sumo cuidado. Así, con mano fuerte, lleva más de veinte años dedicada a promover la cultura en su región: teatro, conferencias, exposiciones, música...
Es como darse gusto trabajando, pues estos tópicos le interesan tanto, que le da lo mismo estar en la casa o en la oficina. En cualquiera de los dos sitios está pensando o haciendo algo en esos campos.
Es una afición que le viene de niña y que ha ido decantando. Le encanta leer y ver obras de teatro, pero definitivamente su pasión son las artes plásticas y la música.
En esta materia se ha ido convirtiendo en una autoridad. Dura meses preparando una conferencia sobre temas tan concretos como la masonería en la música de Mozart, el violín en las artes plásticas, la música impresionista y su testimonio musical y plástico sobre la obra de Eduardo Ramírez Villamizar.
Esta ha sido la más famosa, pues asoció las obras del maestro con piezas musicales. Cuando termina una se dispone a empezar otra. Ahora, por ejemplo, tiene en el tintero un trabajo sobre la música en Shakespeare, otro sobre la música en la Revolución Francesa y uno más sobre la música en las culturas primitivas.
Como su entretención es la música, no como adorno de fondo sino para escucharla con atención, también se dedica a un programa de radio, El Concierto, que tiene todos los días, y a sus clases de historia de la música y de apreciación musical en el Instituto de Cultura y Bellas Artes. Además, es la directora de la Casa de la Cultura.
Por toda esa actividad, en Cúcuta le organizaron un homenaje. Esta semana estuvo llena de eventos culturales en su honor, y fue condecorada esta tarde. De un lado, el Gobernador de Norte de Santander le entrega la Orden Francisco de Paula Santander y, de otro, Colcultura, la Medalla Nacional de la Cultura.
En la discoteca de Ligia Ramírez Soto de Lara se encuentran principalmente discos y casetes de música clásica. Entre todos ellos, los de Bach ocupan un lugar especial porque es su favorito, junto a Mozart y Beethoven. También les ha abierto campo a los modernos Olivier Messian, Penderecki y a Claudio Monteverdi.
De enriquecer esa discoteca se ha encargado su amigo y maestro Otto de Greiff. Por lo menos una vez al mes conversan para intercambiar descubrimientos musicales.
Si en cuestiones musicales su gusto es clásico, en cuestiones de artes plásticas se va por el lado de la pintura moderna: Paul Klee, Kandisnky y Moore.
Un cuarto de siglo después, el 18 de octubre del 2022, la recuerda su alumno Camilo Flórez Góngora:
Hace veinte años en un mes de agosto falleció Ligia Ramírez de Lara, una de las melómanas más cultas que haya tenido La Perla del Norte en la segunda mitad del siglo XX.
Doña Ligia, como solíamos llamarla muchos de sus alumnos, era una maestra de profunda sensibilidad hacia la música y las bellas artes, que parecía imposible no ser seducido por sus ideas, su talento y su sabiduría.
Su cátedra musical, ya fuera en su propia biblioteca, o en la Casa de la Cultura o en sus programas radiales, era sin duda un viaje apasionado a través de los grandes genios de la música de cualquier época y de cualquier rincón del mundo.
Su preferencia sin duda era la música clásica europea, los grandes directores americanos, la ópera en todas sus variantes, los magníficos músicos rusos, la música popular española y el mundo musical del Brasil. También tenía una inclinación apasionada por explicar con riguroso detalle el origen y legado africano de la percusión.
Difícil olvidar el entierro triste de Mozart narrado magistralmente por doña Ligia; o las estrecheces y vicisitudes de Chopin en medio de la creación de su estudio opus 10 número 12 en Do menor, conocido como Preludio Revolucionario, en protesta al asalto ruso de Varsovia en septiembre de 1831 y dedicado a su amigo austrohúngaro el compositor y pianista Frank Liszt.
Mucho tiempo después en el cementerio parisino de Père Lachaise, frente a la tumba de Chopin, recordé con emoción la clase de doña Ligia contando el cortejo fúnebre de este genial músico polaco. Tuve la sensación de haber asistido dos veces a este acto luctuoso y memorable.
Su gran amigo, el crítico musical Otto de Greiff, y su pariente, el escultor Eduardo Ramírez Villamizar, fueron motivo de referencia permanente en las clases de historia de la música. Ambos compartían con doña Ligia sus trayectorias creativas y sus aportes intelectuales, convirtiendo este espacio en una tertulia única e inolvidable de mis tiempos de infancia y adolescencia cucuteña.
Ángela Góngora de Flórez, mi madre, fue testigo del vasto conocimiento y la sensibilidad que doña Ligia comunicaba a sus audiencias radiales en sus programas dominicales en la Cúcuta de los años sesenta y setenta. En la década de los ochenta, en plena madurez de su magisterio musical, pude disfrutar también del legado cultural, que de forma temprana Ángela había recibido en su llegada a Cúcuta, como si la figura misma de doña Ligia se hubiera convertido en un patrimonio vital y transferible a la memoria de la ciudad.
Gracias doña Ligia por los saberes que supo transmitir con profundidad, disciplina y pasión. También por su sonrisa contagiosa, su cautivadora voz cristalina y el aprecio que nos prodigó a sus alumnos.
Nota del recopilador. - La obra de Eduardo Ramírez Villamizar, La Columna Flor, fue un regalo del artista a su amiga Ligia Ramírez de Lara, de la cual hay una copia en gran formato en el parque Lineal de Cúcuta (avenida 6ª con calle 4).
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