sábado, 28 de octubre de 2023

2327.- DIVAGANDO

Libardo Mojica

Libardo Mojica

Ancestros

Hoy vengo de muy lejos a contarles una historia. Vengo de tierras fértiles y también de tierras áridas. De montañas majestuosas y valles imponentes por su belleza, donde ríos y quebradas encantan la naturaleza.

Vengo de antiguos pueblos que se crearon con sus desconocidas leyendas y la invasión oprobiosa que violentó su cultura milenaria. Vengo de tribus Motilonas, Cúcutas, Cíneras y Chitareras que, se mezclaron con otras tantas. Nuestra cultura bravía formó pueblos ancestrales guerreros que defendieron sus sagrados territorios, luchando por ello hasta la muerte.

Vengo a contarles la historia de que, en esas tribus milenarias, las mujeres siempre fueron heroínas de muchas guerras pasadas y jamás contadas. En los valles del Zulia, una princesa guerrera nos legó su leyenda. Los invasores la inmolaron viva.

Vengo de esos cruces milenarios que se dieron con la llegada de extraños, tal vez, por el lago de Maracaibo.

Vengo a contarles la historia donde mujeres guerreras ofrendaron su vida al defender sus territorios. Esas mujeres fueron los artífices, en búsqueda de la libertad patriótica, entregando su vida en defensa de sus hombres.

Estas historias contadas con la imaginación de nuevos pensadores, enseñará que la mezcla de costumbres, hizo posible que unos pueblos de gentes diferentes, se merezcan el respeto y el reconocimiento en la conformación de la República. Contemos una nueva historia.

Cuento de infancia

En la recordación de los viejos tiempos, me llegaron dos amigos de la infancia, Beto Rodríguez y Germán Arias. Salíamos a caminar con frecuencia los sábados y domingos, en aventuras de hombres grandes, teníamos entre ocho y diez años.

En una de esas fantásticas aventuras llegamos a la toma de San Rafael, arriba de la Quinta Miller, donde nadábamos como sapos hinchados por el calor. En ese pozo natural, entre bejucos, la naturaleza nos brindaba la oportunidad de enriquecernos ante tal descubrimiento. Por encima del pozo, un árbol gigante de mamón desplegaba un brazo grande hasta la mitad de la toma.

Nuestras intrépidas inteligencias vislumbraron el gran emprendimiento para nuestro futuro. Manos a la obra, de alta ingeniería. Germán que era el más flaco y ágil, trepó como un mono llevando un lazo largo que no recuerdo cómo lo consiguió Beto. A ese fantástico proyecto de independencia económica, aporté una llanta vieja que me regalaron.

Durante el desarrollo del proyecto cocinábamos caldo de papa, y no abandonamos el sitio descubierto para no perder el derecho a nuestra propiedad.

Libardo Mojica, Andrés Hoyos y Jorge Velandia en el tortuoso camino al Cínera.

Los tres socios limpiamos los espacios y arrancamos el negocio, que consistía en pasar la toma como Tarzán, en la llanta o los más osados en la rama del árbol.

La empresa prontamente se volvió famosa en el barrio San Rafael y las colas de muchachos demostraban nuestro éxito. Al atardecer, los tres socios nos repartimos las grandes ganancias.

Han pasado muchos años y todavía no hemos descubierto al socio pavoso. A los tres días fracasamos. La rama se partió.

En otro recuerdo, para mis dos amigos de infancia, Beto y Germán, la llegada de diciembre transformaba nuestras vidas.

La iglesia de San Rafael con sus pesebres, los villancicos y el cariño de su feligresía, nos convertía en una gran familia, que unidos colaborábamos en todas las actividades.

Los tres amiguitos esperábamos con gran regocijo la llegada del Niño Dios. Beto y Germán recogían las limosnas, que eran escasas, con pulcritud y seriedad propia de su crianza. Mi misión en el mes decembrino, de tiempo completo con mis amigos, consistía en la preparación de los villancicos.

Se montaba un pesebre viviente y nos turnábamos los tres la interpretación del Niño Dios. La comunidad y la parroquia, con su repique de campanas, alegraban nuestras vidas.

Han pasado muchos años y nuestra amistad sigue perseverando con las dificultades de los tiempos. Beto, Germán y yo fuimos niños felices con el retumbar de las campanas a las cuatro de la mañana los cantares de los villancicos a la espera del nacimiento del Niño Dios.


Añoranzas de juventud

Un sábado despejado y mirando el horizonte, emprendimos la aventura más osada, mis compañeros adolescentes y yo, pertenecientes a las compañías boyscouts de nuestro Colegio La Salle.

Los valientes compañeros de la legión de María salimos en búsqueda del reto de llegar al caserío Patillales.

Un fin de semana con Gabriel Moure y demás expedicionarios nos enrumbamos camino al barrio la Ínsula, recorrimos las veredas, atravesando propiedades de familias conocidas, hasta llegar al barrio famoso y reconocido por los favores que prodigaba a los señores de la urbe y otros visitantes.

Apuramos el paso para no mirar a las mujeres de esas grandes casas.


En casi todas las ciudades del universo han existido barrios en la periferia donde se ubican negocios que prosperan alrededor de los servicios sexuales. Nuestra ciudad siempre dependiente de la moneda de los vecinos y ante el crecimiento del comercio, en los años sesenta del siglo XX, floreció la prostitución y se consolidó el barrio de la Ínsula.

Llegaron las más hermosas mujeres de todas las ciudades del país en búsqueda del dinero de nuestros vecinos, que fueron sus clientes, mientras el diferencial cambiario se mantuvo.

El nombre de la Ínsula viene tal vez de las ciudades romanas de la periferia como también existieron cerca de París.

Nuestros estudios peripatéticos de nuestra juventud nos llevaron a conocer esa fastuosa ciudadela, llenas de hermosas mujeres que nos embrujaban con su belleza y eran condescendientes con nuestra juventud necesitada.

La Ínsula tendrá siempre una grata recordación por parte de nuestra generación que vivimos y gozamos de sus favores, con los más gratos recuerdos.

Por fin llegamos a Patillales, donde observamos con temor que en las puertas de sus viviendas colgaban unas cruces con matas de Sábila que ahuyentaban a los vampiros y a las brujas y donde las gentes dormían con sus cabras y en algunos solares con sus venados, perros, gallinas, váquiros y morrocoyes, que adornaban sus estancias.

Las comunidades vivían en sana paz, compartiendo las sabanas comunitarias con sus animales.

Eran pastores nómadas que disfrutaban los paisajes de los cañaguates florecidos, y que nuestros hermanos de la frontera convirtieron en su árbol nacional el Araguaney.

Por sus tierras recorrían espejos de aguas cristalinas donde bebían la comunidad y sus animales.

Las cabras que eran su actividad principal fueron desarrollando genéticamente una producción lechera que los nativos convirtieron en quesos y dulces que hacen parte de nuestra ancestralidad.

Los cujíes, los tréboles, los oréganos y la pega pega, y otras tantas leguminosas criollas que le daban un aroma especial a sus carnes, fueron desapareciendo por la modernidad y por la voracidad perversa de políticos que engañaron a nuestros inocentes campesinos y se apropiaron de sus sabanas comunales.

Las cabras deben volver a sus territorios y sus gentes reencontrarse con su pasado de pastores.

Gabriel, mis amigos Lasallistas y yo somos parte de esta historia.


Mi pensamiento

Los árboles de Cúcuta se manifiestan en mis sentimientos regionales con sus flores y aromas románticos de mi ciudad. Los cañaguates con sus flores amarillas como expresión suprema de la belleza, adornan la precariedad de nuestros cerros con la fortaleza de guerreros incólumes al olvido de sus recuerdos. El cañaguate pinta de amarillo las distancias de nuestro entorno fijando sus fuerte raíces en nuestra heredad en compañía permanente de nuestros vientos y duendes. Sus flores amarillas nos recuerdan la generosidad de sus habitantes.

Me llegaron los años mirando siempre de frente, sin amarguras, ni resentimientos, gozando los espacios que he encontrado en el camino. Soy un enamorado de la vida y creo en la energía del espíritu sin preguntas de fe en cuestiones religiosas o políticas. He aprendido de la vida a respetar los espacios de mis seres más cercanos despreciando la codicia que es la causa principal de la maldad de nuestra sociedad. Cuando se presente el largo viaje mi equipaje será liviano y me acompañarán los mejores recuerdos vividos rodeado de las mujeres más bellas conocidas que abrirán las puertas a la dimensión desconocida. Con mi familia y mis amigos cantaremos y bailáremos los últimos años con el cariño y el amor por todo lo vivido.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.


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