domingo, 30 de junio de 2024

2450.- REMINISCENCIAS DE LA PARROQUIA

Carlos Vera Cristo

Padre Daniel Jordán

Yo tenía seis años. Marzo de 1945. Una de mis hermanas, Ana Magibe, ‘La Nena’, casi ocho y la otra, Mariam Zulima, ‘La Muñeca´, cuatro y medio. Jorge Leopoldo y María Bolivia no habían nacido. Como todos los domingos, estábamos en misa de once en la Iglesia de San José, parroquia de nuestros abuelos Jorge Cristo y Cecilia Abrahim de Cristo. Porque la nuestra era el Perpetuo Socorro, pero nos quedaba mucho más lejos. Nos gustaba a todos, incluidos papá y mamá, quedarnos de pie en la parte posterior de la iglesia, junto a las puertas, lejos de las bancas.

El Párroco, Daniel Jordán, amigo y paisano de mi padre, era quien decía siempre esa misa y durante ella pronunciaba ardientes sermones desde el púlpito. Los padres de los amigos liberales decían que atacaba mucho al partido liberal en ellos. Yo no le “paraba muchas bolas” y con frecuencia no tenía idea de lo que decía, pero sabía cuándo estaba hablando mal de los liberales porque mis amigos y sus papás se salían de la iglesia y volvían a entrar cuando se había acabado el discurso.

Mi papá y mamá nos habían explicado que salirse no era faltar a la obligación de la misa, pero que no les parecía bien que nosotros lo hiciéramos. Fue sólo varios años después que noté que mis primos Colmenares, los hijos del importante líder liberal Nicolás Colmenares y Rosita Abrahim Elcure, no iban a la misa, porque decían que el cura Jordán atacaba a los liberales en el sermón. Además, atacaba a los masones y Nicolás era grado 33. Nuestra prima Yesmín, sí iba con nosotros y no se salía en ningún momento.

Ese domingo el Padre Jordán, cosa rara, no decía la misa. Después del sermón, cuando se recogía la limosna, el que lo hacía se acercó a mi papá y con cara muy seria le dijo algo en el oído que le provocó una expresión que me sorprendió. Se demoró tal vez un minuto hablándole y yo empecé a sentirme asustado, porque nunca había visto a mi padre tan alarmado. Cuando se fue, mi papá le dijo a mi mamá:

—“Van a apresar al Padre Jordán”.

La expresión de mi mamá aumentó mi susto. Recordé que en las semanas anteriores habían pasado por casa algunos amigos acomodados de Pamplona que tenían fincas en los pueblos vecinos y yo había escuchado desde lejos que contaban a mis padres que grupos liberales habían matado algunos campesinos sin que la policía hiciera nada. Mi papá nos miró a todos y le dijo a mi mamá:

—“Tengo que ir a la casa cural. Nos piden a todos los amigos que nos hagamos presentes para que evitemos esa atrocidad, o que de lo contrario nos lleven a todos”. Me sentí aterrado. Nunca había imaginado que nadie pudiera llevarse preso a mi papá.

—“No, Carlos, no vayas por favor. No se sabe lo que puede pasar. La política se está volviendo imposible. Mira lo que nos han dicho los amigos sobre el apoyo del gobierno de López a criminales. No se sabe lo que puedan hacer esos funcionarios.”

—“Magibe, hay que ir. Vete ya con los niños para la casa.”

—“Pero la misa no se ha terminado” — “No importa, no sabemos si después será más peligroso; no puedo acompañarlos, pero creo que ahora no hay peligro. Vayan sin miedo”.

Era un trayecto de cuatro cuadras. Lo hicimos rápido, en silencio, sin mirar a ninguna parte y sin que nadie nos molestara. Llegamos a casa, cerramos con llave doble, lo que nunca habíamos hecho y mi madre nos dijo que nos pusiéramos a rezar.

Pasaron unas dos interminables horas. Ante la falta de noticias mi madre preguntó por qué la tía Rosita, hermana de su madre y esposa de Nicolás Colmenares el importante líder liberal, con cuyos hijos crecíamos porque vivíamos exactamente al frente, no habría llamado para dar alguna noticia. Yo me ofrecí a pasar la calle e ir a preguntar. Esa calle era para todos como parte de nuestras casas. Para mi sorpresa mi madre me dijo que no, que era muy peligroso ir. Permanecimos sentados, en silencio. Mi mamá cayó en cuenta de que no habíamos almorzado y reprochándose, inició el camino a la cocina. Al unísono le dijimos que no se moviera de la sala. Nos miró conmovida.

—“No, hijitos, todo va a estar muy bien. Vengan y repetimos tres padrenuestros y tres avemarías. Dios es grande” (su frase favorita). —Pero se quedó en la sala.

Hacia las cinco de la tarde sentimos los pasos. Era mi papá entrando por el corredor que llevaba al garaje. Le abrimos la puerta. El miedo de horas desapareció como por encanto. Mi mamá lo recibió con un preocupado abrazo. Nos miró con gran afecto.

—“No, niños, no pasó nada. Todo está muy bien. Vengan, vamos a comer, que yo tampoco he probado nada desde el desayuno”. —Algo nos contó, pero creo que la única que le puso atención fue mi mamá. Nosotros no volvimos ni a acordarnos del asunto, ni a fijarnos mucho en lo que contaban los padres de los amigos que tenían finca.

En los próximos años, por episodios de curiosidad originados en charlas de casa, me fui enterando de que se iban a llevar preso al Padre Jordán y sus amigos habían decidido que no lo permitirían. Estaban todos decididos a defender como pudieran la entrada de la casa cural. Supe los nombres y ahora no recuerdo ninguno, pero imagino que casi seguro el Médico Luis Enrique Moncada y el Abogado Oscar Vergel Pacheco estaban allí.

El Coronel de la policía consideró prudente consultar con el gobernador, (por Dios, no recuerdo quién era) y tras muchas advertencias y amenazas primero e intercambio civilizado después, decidió llamar una comisión de notables liberales, entre los cuales estaba Nicolás Colmenares, que lograron convencer a los conservadores de que el Padre Jordán sería respetado debidamente, pero que debía acatarse la orden judicial.

Todo ello explicaba por qué no nos habían llamado a casa en las horas de angustia. Su esposa, la Tía Rosita, hermana de Asiz Abrahim Elcure (o sea tía de mi mamá), explicó que Nicolás la había llamado y le había dicho que todo estaba bien y por eso ella, que no sabía que mi papá estaba entre los rebeldes, no pensó en llamarnos.

No me volví a acordar del asunto, pero con los años supe que la causa de todo fue que el gobierno liberal del Dr. López Pumarejo había temido que le iban a dar un golpe de estado, había descubierto un arsenal en un garaje de Bogotá e inexplicablemente había vinculado a Daniel Jordán con ello, debiendo soltarlo, con la mayoría de los acusados, un par de semanas después.

Soy consciente de que este episodio ha sido vivido por miles de niños del mundo. Cuando rememoro lo que sentí, mi corazón se constriñe dolorosamente porque sé que en Colombia y en el mundo, todos ellos han sentido lo mismo, pero muchas veces con intensidad y desenlace gravemente más dramático, infamemente más injusto. La paz es uno de los dones más inestimables. Por eso me angustia ver que los intentos de paz han sido equívocos en los últimos cincuenta años y con escazas excepciones, cada vez más desacertados. La paz requiere mucho compromiso con la justicia, con la ecuanimidad y con la lógica. No sólo de parte de los líderes, sino de los electores.

Con los años Daniel Jordán fundó un periódico para atacar al gobernador, mi padre, en 1958, por no haber aplicado medidas contra una supuesta invasión a predios privados. Esa zona hoy se llama BARRIO LA LIBERTAD. Después siguieron igual de amigos y retirado de ser párroco, vivimos cerca, por La Floresta. Fue muy cordial conmigo las pocas veces en que nos vimos por entonces, hasta mis treintas, en que supe que se fue a Pamplona.

He oído que dicen que murió olvidado y pobre. Lo segundo, puede ser, porque siempre fue honesto. Lo primero, baste decir que todos los que he consultado, recuerdan, como yo, que su entierro fue posiblemente el más apoteósico que ha habido en Cúcuta.

A finales de los cincuenta, la prima Yesmín, la hija de Nicolás, se enamoró de un joven alemán, Peter Zahn. Le dijeron que como él era protestante, y además su propio padre era Masón, ningún cura la casaría. Parece que probó con alguno o algunos de los más progresistas, pero le dijeron que era muy complicado. Le contó a mi mamá, quien le dijo que su párroco era el Padre Jordán, vicario de la ciudad, que no fuera simple y que fuera a hablar con él. Mi prima se escandalizó, pero tenía mucho aprecio por los consejos de mi mamá, así que al fin fue. El Presbítero Jordán le dijo de inmediato que por supuesto, que le dijera cuándo y dónde querían casarse y él los casaba. Mis papás me contaron, porque yo estaba en Medellín, que los casó en la Iglesia parroquial y vino a la fiesta en el club y estuvo tan contento y elegante como siempre en esos casos.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

1 comentario:

  1. Como yo vívía en Medellín cuando la boda de Yesmín, posteriormente mis hermanos me corrigieron que
    a petición de ella misma, el Padre Jordán no la casó en la iglesia parroquial, sino en su casa de familia. Es decir, vino a casa de Nicolás a celebrar la. ceremonia.

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