viernes, 14 de octubre de 2011

18.- EL ACCIDENTE DE LOS ESTUDIANTES

Gerardo Raynaud

Comenzaba la Semana Santa de 1957. Los universitarios provincianos más pudientes usualmente se desplazaban a sus ciudades de origen para compartir con sus familias la celebración. Esa Semana Santa, en particular, estuvo signada de penosos acontecimientos en gran parte de nuestro mundo. En el ámbito de nuestra influencia cultural dos noticias tuvieron especial trascendencia, la muerte de Pedro Infante en México y el terrible accidente de tránsito sufrido por la artista francesa Françoise Sagan reconocida por su interpretación protagónica en la película “Bon jour tristesse” que dio tanto de qué hablar a la crítica especializada de la época.

Ambos sucesos motivaron amplios y continuos comentarios entre la opinión pública especialmente la referida a la muerte del actor y cantante Pedro Infante, quien falleció en un accidente aéreo en circunstancias que combinan odios y amores y que pasaré a relatar brevemente. Durante años Pedro Infante luchó para obtener el divorcio de su primera esposa, María Luisa León, con quien se había casado cuando era pobre y desconocido para casarse con el amor de su vida Irma Dorantes. Cuando la Suprema Corte le falló la anulación de este matrimonio, Pedro tomó la determinación de viajar de Mérida a México, para negociar con María Luisa el divorcio. No consiguiendo cupo en las empresas aéreas, decidió viajar como copiloto en un avión carguero de la empresa TAMSA, de la cual era socio. Al alcanzar el avión el despegue, se fue a tierra y Pedro, El Ídolo de Guamúchil (mote por el cual era conocido), pereció con varias personas más, el 15 de abril de 1957.

Dos días antes, el sábado 13 de abril los estudiantes de tercer año de medicina de la Universidad Nacional Samuel Eduardo Jaimes Jordán, Ernesto García-Herreros Díaz, Pedro Antonio Becerra y Darío Salcedo madrugaron al aeropuerto de Techo en Bogotá y abordaron el vuelo mañanero de Avianca. En Cúcuta, sus familiares los esperaban jubilosos en el aeropuerto Cazadero pues los futuros “doctores” tenían una bien ganada fama y se destacaban como los más brillantes de su curso. El Domingo de Ramos participaron con sus padres y hermanos en la eucaristía oficiada en la entonces capilla de los Carmelitas y el lunes amanecieron con la noticia luctuosa de la desaparición del mexicano, para ellos una especie de ídolo al que habían ido a ver, no sólo en películas que pasaban en el teatro Guzmán Berti, sino en la presentación personal que había realizado en la capital, cuando el año anterior había estado de gira por algunos países de América del Sur.

No fue extraño ver a los cuatro estudiantes congregados ese día puesto que eran inseparables; una especie de mosqueteros que habían compartido gran parte de sus vidas juntos. Desde la primaria cuando se encontraron por primera vez, la providencia les tenía reservado un destino común. Juntos habían realizado su bachillerato en el colegio Sagrado Corazón y una vez graduados se fueron a prestar el servicio militar los cuatro. Concluida su misión patriótica presentaron  los exámenes de admisión para ingresar a la facultad de medicina de la Universidad Nacional con excelentes resultados pues los cuatro fueron admitidos ocupando los primeros lugares. Lo que ignoraban era el cruel destino que les esperaba ese  mismo día que lloraban la muerte de su ídolo.

Con el ánimo de hablar del tema en un ambiente más desenvuelto decidieron irse de paseo a la recta de Corozal a la finca de un pariente de uno de ellos. La madre de Ernesto, doña Teresa Díaz les prestó su camioneta Fargo modelo 54  de placas S-37792 y los cuatro, muy apretujados en la cabina emprendieron el viaje. Estuvieron todo el día y sin duda, se tomaron algunas cervezas, aunque de ello no se tiene noticia. Pasadas las diez de la noche abordaron nuevamente su vehículo de regreso a la ciudad. Nada presagiaba lo que ocurriría minutos más tarde cuando al llegar al puente de Pisarreal, en el kilómetro 10 de Los Patios, perdieron el control de la camioneta estrellándose contra el borde del puente y precipitándose a las aguas de la quebrada. Eran las 10:40 de la noche. La velocidad que tenía, en el momento del impacto la camioneta, era tal que se estrellaron contra una piedra gigantesca en el lecho de la quebrada, más o menos a unos quince metros de profundidad. El golpe fue tan duro que el motor del vehículo se desprendió del chasis y fue lanzado a varios metros. La muerte fue instantánea y la descripción del estado de los cuerpos tan espeluznante que prefiero no narrarlo. Sólo Darío Salcedo sobrevivió algunos minutos, pero las condiciones del vehículo no permitieron auxiliarlo y murió junto a sus compañeros entre los hierros retorcidos de la camioneta.

El levantamiento tardó varias horas y sólo pudo efectuarse al día siguiente, puesto que tuvieron que traer una grúa especial para sacar los restos del carro de las aguas de la toma. El Inspector Primero Superior de Policía, Raúl Contreras,  realizó la gestión con mucha dificultad debido a las características del accidente, a la cantidad de personas y a la alcurnia de los personajes y sus familiares.

Los funerales se celebraron en la catedral de San José el 16 de abril con una tristeza generalizada y una multitudinaria asistencia.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

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